19 mayo 2013

Capitulo 62 Cuando me empiece a quedar sola.


El tiempo pasó, lento como siempre, o eso me parecía a mí, ya que al no ir a la universidad, de poco tenía que preocuparme, salvo del trabajo, aunque eso no era una  preocupación. Por lo tanto, al tener la “cabeza libre” vivía pensando, y a veces pensar...no es bueno.
Para qué mentir, tenía una depresión de la puta madre. Lo único que hacía era traumatizarme a mí misma, recriminándome cosas que había o que no había hecho en el pasado. Para colmo de males, se acercaba mi cumpleaños, y el cambio de década no me afectaba, para mí era verdad eso de “veinte años no son nada”, pero me ponían mal los recuerdos. Recuerdos de pocos años comparados con los que llevaba vividos, apenas los primeros de la infancia y el primer año en Liverpool, que pese a sus bemoles, había sido el mejor. Aunque algo de esperanza tenía en el futuro: quería comenzar con mi proyecto. Era nada mas, y nada menos, que un negocio. Quería vender discos y libros, amaba esas cosas y como buena vendedora, podía testearlos antes de venderlos. En palabras mas simples, quería pasarme el día leyendo y escuchando música, y encima ganar dinero con eso. Pero ahí estaba el problema: el dinero. La falta del vil metal me impedía toda realización del negocio. No tenía nada, mis ahorros eran poquísimos, y si quería pedir un préstamo al banco no me lo darían. Así que debía seguir trabajando hasta llegar a una mínima base como para empezar.
Miré con repugnancia el desorden de mi habitación, llena de ropa, libros, zapatos y papeles desparramados por doquier. Me dispuse a acomodarla, mientras puteaba todo lo puteable por la mala suerte que tenía. Cuando me calmé un poco, puse un disco de Gene Vincent “Be Bop A Lula”. Ese tipo era el favorito de John, y hablando de John, hacía pocos días había avisado que faltaba poco para que regresara, pero eso lo venía repitiendo desde hacía mucho. Siempre tenía el temor de que nunca mas volviera, de que decidiera quedarse en Alemania para siempre. Ese temor, a veces se convertía en terror, pánico. La idea de perder a mi hermano me llenaba de angustia.
La canción finalizó y volvió a empezar, así hasta que terminé de ordenar, en ese mismo momento, sonó el timbre. Juliet, con su habitual sonrisa y amabilidad, me saludó. Últimamente, ella era la única persona que veía contenta de verdad, porque Abby disimulaba su amargura y Cris también. Pero Juliet siempre andaba contenta, quizás de saber que George era sólo de ella, y que pronto volvería, con él no había peligro de que se quedara en Hamburgo.
-Venía a avisarte de algo importante –dijo luego de que la invitara a sentarse en un sillón.
-¿A mí? ¿Algo importante?
-¡Sí! Me enteré que en la escuela de música hay vacantes, podrías anotarte...
Hacía un tiempo, había barajado la posibilidad de estudiar música, pero había desistido. No tenía el suficiente tiempo para estudiar, y lo mío era pura afición, rock and roll y ganas de pasar el rato, y eso no encajaría en una escuela llena de teoría y solfeo. Si bien la música clásica me gustaba mucho, no me veía preparada como para ejecutarla, sólo quería escucharla y admirar a los que tenían el talento para tocar.
-¿No vas a anotarte? –preguntó Juliet, impaciente al ver que no decía nada.
-No sé....No, la verdad es que no. Me gusta la música, pero no aguantaré ahí.
-Pero...bueno, está bien, como vos decidas. Igualmente, quería que estudiaras conmigo.
-Naaa...disfrutá vos, que sos de “la vanguardia”. Esa es de las pocas escuelas donde han comenzado a enseñar saxo, tenés que estar orgullosa.
-Y lo estoy...Pero ya te digo, me hacía ilusión que fueras vos también, así le ponías mas dinamismo.
-Dinamismo sería la patada que me pegarían....
Rió y luego pareció recordar algo de repente.
-¿Harás algo para tu cumple?
-Pfff...ya ni me acordaba de mi cumple, o sea que con eso ya te digo que no, que no haré nada.
-Bueno, si te entran ganas me avisás y te ayudo a preparar.

Bueno sí, faltaba poquísimo para mi cumpleaños y todos parecían haberse puesto de acuerdo para preguntarme qué haría ese día. Al parecer, los movía las ansias de tener fiesta gratis.
-¿Harás fiesta?
-¡Otra con lo mismo! –arrojé un repasador sobre una silla.
-Mas respeto que soy tu jefa.
-Ok, ok, jefa....No, no haré nada. Dormiré todo el día.
-Puta que amargada que sos.
-No tengo ganas de festejar nada.
-¿¿¿Pero por qué???
-Enumeraré las causas. 1: Mi hermano, por si no lo sabés, está lejos, con todos sus amigos. 2: Soy un fracaso universitario. 3: No tengo ni una moneda partida al medio, y lo que gano lo ahorro. 4: Vi a Richard con su querida Geraldine. Tengo motivos secundarios que si querés también te los menciono.
-No hace falta. ¿Lo viste? ¿Cuándo?
-Ayer. Me saludó, muy amable, demasiado amable. Y ella también. No sé qué carajo me imaginé el día que vino acá...
-Bueno...igual no te amargues por eso. A ver, es tu cumple, hay que festejarlo.
-Cris...cae día lunes, es horrible.
-¡Cortá con la mala onda, Wells! Te daré el día libre. Venís a la noche, nos tomamos unas cervezas con las chicas, y fin. ¿Qué te parece?
-Bueno...está bien. Así sí me convence, no quería mucho barullo.
-¡Perfecto!
Cris se fue canturreando y me quedé mirando a la nada, mientras los clientes me llamaban. Así no iba a haber negocio que progresara. Me quedé pensando en lo del día anterior. Desde que había vuelto a Liverpool, no lo había visto más, y justo cuando lo vuelvo a ver, iba de la mano con la niñita ésa. No era porque fuera su novia pero, si me ponía objetiva, igualmente esa chica me caía mal. Tenía algo que no me cerraba, algo que la hacía parecer una “mosquita muerta”. Pero estaba convencida que para esas cosas, había que dejar hablar al tiempo. Sólo él diría si yo estaba equivocada. O no.




Llegó el fin de semana, y parecía que con él, el invierno regresaba. Al diablo se habían ido los días típicamente veraniegos, el frío, el viento y la lluvia parecían que estaban aferrados a ese fin de semana, dispuestos a joder a todos.
Por eso, un sábado con un clima tan asqueroso, no hacía mas que llenar la cafetería. Bien, era dinero contante y sonante. Pero no me sentía muy bien. Cris lo notó, y era difícil que no lo notara porque parecía distraída, o sorda, ya que los clientes me repetían las cosas dos o tres veces.
-¿Te pasa algo? –me preguntó, apartándome de la gente.
-Estoy perfectamente, ¿por?
-Porque mentís mal. Será mejor que vayas a tu casa.
-¿Eh? No, no, hay que atender a toda esta gente., prometo que pondré mas atención.
El día de trabajo terminó, bastante tarde, y me fui a casa. A duras penas llegué, parecía que la angustia inexplicable que sentía me pesaba una tonelada. O quizás era la anemia, no sé. Me tiré en el sofá, después de arrojar las zapatillas por cualquier parte. Encendí el televisor, pero luego lo apagué, asqueada por los gritos y el optimismo desenfrenado de los conductores de programas de sorteos y concursos. Me quedé ahí tirada, con la mirada clavada en el techo, imaginando dibujos con las vetas de la madera del cielo raso.
Básicamente, lo que me pasaba era que extrañaba. Extrañaba a mi familia feliz, extrañaba a John, extrañaba la escuela, extrañaba ami papá, extrañaba a Richard...
Manoteé el atado de cigarrillos que tenía en la mesa frente al sofá y mientras encendía uno, recordé algo. Con lentitud, me puse de pie y bajé al sótano, ese lugar oscuro, húmedo y tenebroso al que mas que un par de veces no había bajado. De allí volví con tres botellas de licor, que mi padre había guardado con cuidado. Tomé un poco de cada una hasta que me dormí como un tronco, pero una serie de pasadillas me obligaron a despertar, agitada. La casa se veía como embrujada, iluminada solo por los relámpagos, ya que una tormenta azotaba la ciudad. Para colmo, la puerta del sótano había quedado abierta. Me levanté rápido y sin mirar la cerré, como si fuera a aparecerse un monstruo. Comí lo primero que encontré, un paquete de tostadas, ya que tenía hambre y volví a tomar para dormirme lo mas rápido posible, tapándome hasta la cabeza, ya en mi cama.



Llegó el día, domingo, y tanto el clima como yo estábamos peor. El dolor me partía la cabeza al medio y algo encandilada por la luz, bajé a desayunar. Apenas probé unas galletitas viejas que había por ahí. No podía entender qué carajo me pasaba, y eso hacía que me odiara, porque me extrañaba mi propio comportamiento.
Entonces, decidí hacer algo que hacía mucho quería hacer, pero en un momento así era una mala idea. MALÍSIMA idea.
Abrigándome y tomando mi paraguas, caminé hasta la parada y me subí al primer bondi que pasó. Bajé en la última parada, el cementerio. Compré dos tristes flores amarillas y caminé entre oscuras y abandonadas bóvedas de rejas chillonas y herrumbradas. Por suerte, esos lugares no me daban miedo, sólo curiosidad por saber quiénes serían los que estaban allí, porqué sus tumbas estaban tan abandonadas, si tendrían familiares...Caminé bastante hasta que llegué a “la parte pobre” como mi madre  llamaba al lugar de las tumbas comunes. Busqué hasta que encontré la tumba de mi padre, sin embargo no estuve allí ni dos minutos. Una especie de rabia, angustia, desesperación y aprehensión se apoderó de mí. Era como si después de tanto tiempo, caía en cuenta de que mi padre había muerto y eso era algo inaceptable. Dejé ahí tiradas las flores y salí corriendo como si hubiera visto un fantasma. Para no esperar al próximo colectivo, seguí corriendo hasta que el cansancio y las lágrimas pudieron mas. Después, sólo caminé despacio, secándome los ojos con las palmas de las manos, hipando como si fuera una chiquilla.
Para completar mi tétrico día, tuve que encontrarme con quien no quería: Richard.
Por suerte ya me había calmado, así que lo miré con desdén y seguí mi camino, pero él me siguió.
-¡Ey, ey! ¡Mercy! ¿Qué te pasa?
No contesté, sólo hundí más mis manos en los bolsillos del tapado. Parecía ajena a todo, pero por dentro me debatía entre hablarle o no.
-Mercy, ¿estás enojada conmigo?
Parecía preocupado, sincero. Lo miré de reojo, pero mantuve firme mi posición, sin comprender qué estaba haciendo.
-Puede ser...-dije apenas.
-Pero...¿por qué? ¿Te hice algo malo?
-Esas preguntas están de más.
Aceleré el paso, pero él me siguió hasta que se puso a mi lado. Me miraba, sabía que lo hacía, pero yo seguía con la mirada al frente, no cedía.
-Decime porqué...Está bien, te pido perdón, sea lo que sea que te haya hecho. ¿Me perdonás?
Mi respuesta fue nula, y divisé mi casa, por lo que me apuré aún más.
-Ey Mercy, éramos...éramos amigos, decime qué pasó, qué te hice para que estés así conmigo.
-Nada, no pasó nada.
-¿Y entonces?
-Entonces nada, eso.
-No entiendo...No sé qué te hice, pero perdoname, decime que me perdonás.
-¿Tan importante es para vos que te perdone?
-¡Claro que sí!
-¿Y por qué?
-No sé Mercy, por favor no seas así de cortante, de verdad no entiendo nada de todo esto.
-Y yo tampoco...-dije mas para mí miasma que otra cosa.
Ya estábamos frente a mi casa, así que me dispuse a entrar, pero él me tomó de un brazo.
-Pará, no te vayas.
-Ay bueno sí, te perdono. Chau.
-No, chau no. Quiero que me digas qué te pasa.
-No sé qué me pasa. Y ahora sí, chau. Estoy ocupada, tengo cosas que hacer.
-No, te dije que quiero que me digas qué te pasa.
Bufé y golpeé un pie contra el suelo.
-Ey, hola, estoy acá, mirame –dijo con suavidad, y me obligó a levantar la cabeza para mirarlo – Mercy, ¿vos estuviste llorando?
Tragué saliva, porque era mi modo de sentirme real y humana y así poder controlarme. Todo eso era muy extraño y tenía a Richard mirándome con sus ojos, mas penetrantes que nunca, y no sabía si llorar, estamparle un beso, o darle una cachetada.
-Dejame –fue todo lo que dije, sacudiendo mi cabeza para zafarme de su mano, que sostenía mi mentón.
-No, decime porqué llorabas. ¿Qué te pasó?
-Nada me pasó, dejame.
-Pero...
-A ver Richard, ¿no entendés el significado de “dejame”? Basta, no quiero hablar con vos, no sé porqué me seguiste, porqué me estás interrogando, porqué me exigís explicaciones...Cortala pibe, me cansaste, andate con tu noviecita.
Me zafé de su brazo con violencia y entré a mi casa y cerré la puerta con un golpe. Aquello era un perfecto punto final y quizás el comienzo de un plan sistemático para sacar a Richard de mi cabeza, salvo por un detalle: el “andate con tu noviecita” había estado completamente de más. Eso, para cualquier mortal, sonaba a CELOS. Y claro que lo eran. O sea que Richard podía sospechar el porqué de mi comportamiento gracias a esa frasecita de sólo cuatro palabras. O sea que yo no iba a estar tranquila sabiendo eso, y por lo tanto, no iba a poder desterrarlo nunca de mi vida. Aunque ya ni sabía si quería o no hacerlo. Todo era un lío.

¿Y qué podía hacer ante tal situación? Lo que solía hacer por cobarde: tomar. Evadir la realidad y no enfrentar lo que era. Sabía que eso me llevaría por mal camino pero tampoco me importaba. Me sentía sola, inútil, desgraciada, amargada y un sinfín de adjetivos malos, si es que así se pueden clasificar los adjetivos.
Así que dediqué el resto del domingo a tomar y fumar, dejando sonar el teléfono y el timbre. Eso demostraba que quizás no estaba sola, pero yo me sentía así. ¿En qué momento me había convertido en una mediocre depresiva? No lo sabía, pero seguro que era desde hacía mucho. Tenía ganas de morirme pero me faltaba el coraje para empuñar una pistola y volarme la tapa de los sesos. Era cobarde para todo.
Arrasé con todas las botellas que encontré, ya ni me preocupaba que me agarrara un coma alcohólico. Terminé abrazada al llamado “ídolo de porcelana”. Vamos, al inodoro. Vomitar en una situación así sólo empeoraba las cosas, era hasta una parte ridícula. Después seguí fumando, llorando y hablando pavadas, me acurruqué en el sofá y me dormí, con el ruido del viento y de la lluvia golpeando las ventanas, esperando que llegara mi cumpleaños. Un triste cumpleaños.



***************
Hoooooolaaaa! Sí, sí, ya saben qué diré: perdón, perdón. Y también saben porqué: exámenes, exámenes. Esa es la vida de María Luján, un parque de diversiones jajajja
Espero que estén bien, y disculpen el capitulo taaan depre, pero les digo algo, era peor y tuve consideración de ustedes y lo reformé jajaja
Bueno, besos para todas y espero no tardar tanto en publicar el siguiente. 

01 mayo 2013

Capitulo 61 Y apareciste tú


Había que ser muy hijo de puta para que te expulsaran de la universidad. O muy hijo de puta, o que te hicieran una buena “hijaputada”. En mi caso, eran las dos cosas. Santa y perfecta no era, y Marcia me había jugado bien sucio, así que era una combinación de ambas causas.
No voy a negar que sentía cierto alivio. Me libraba, al fin, de la malasangre por las notas, las lecturas obligadas, las clases aburridas y los profesores medio locos que tenía. Pero a la vez, cargaba sobre mí el nunca tener un título, ni una profesión, ni un futuro estable. Todo porque me habían echado de la uni. Y para eso, repito, había que ser muy hijo de puta. Que te echaran de la escuela, de un club, de un grupo de catecismo...bueno, podía llegar a ser comprensible. ¿Pero de la universidad, donde casi todo estaba permitido? Sí, se podía, y para eso había que ser muy hijo de puta. A veces me sentía tranquila, mas que nada porque había comenzado a trabajar en doble turno y eso me mantenía ocupada, pero no podía evitar los bajones anímicos que ni los chocolates que Cris me ofrecía lograban sacarme. ¿Qué haría con mi vida? No estaría trabajando en una cafetería para siempre, ¿o sí? El tema era quería hacer algo, pero ahora, con el panorama que tenía ante mis ojos, todo se complicaba. Para colmo, mi madre aún no estaba enterada. Y eso era una incertidumbre, porque no sabía cuál sería su reacción. Y si mi padre estuviera...¿qué diría al ver que a su niñita la expulsaron, nada menos que del lugar donde forjaría su futuro? Con su carácter, seguramente diría que para eso había que ser muy hijo de puta. Y se quedaría de lo mas orondo.
Debatiéndome entre esa extraña libertad y la amargura, barría con energía, como si con eso también barriera las sensaciones encontradas, cuando entró el cartero. Ya me conocía, y como sabía dónde trabajaba, en vez de dejar las cartas en mi casa, me las llevaba a la cafetería, todo a cambio de un té o un café gratis.
-Buen día señorita Wells. –saludó con una sonrisa, quitándose la gorra.
-Buenos días señor cartero. ¿Hay lago para mi?
-Uf...y tanto.
-¿Té o café?
-Hoy, un té.
Mientras lo preparaba, buscó en su bolso las cartas, y cuando puse la taza frente a él, en la mesa que siempre escogía, ya tenía a su lado una pequeña pila de sobres.
-Todo suyo.
-¡Gracias!
Me encaramé detrás de la barra y comencé a mirar.
-Cuentas, cuentas, más cuentas...¡John!
De la nada, Cris se apareció.
-¿Qué dice?
-Tomá, leela.
Lejos de sorprenderse por poder leer mi correspondencia, tomó el sobre y lo rasgó, comenzando a leer en voz alta, mientras yo renegaba de ver todo lo que debía pagar.
-Querida hermana bla, bla, bla, estamos bien, mucho mejor que antes...
-¿Ésta vez les creemos?
-No sé. Sigo. Te cuento que bla, bla, no me interesa, no me interesa, no me...¿le debés tres cigarrillos?
-¿Eh? Dejame ver –leí rápidamente el párrafo que Cris señalaba –Eso fue hace como un año, no puede ser que me escriba para pedirme tres cigarros. Seguí leyendo.
-Mmm...nada interesante...Se peleó con uno que no sé quién es...Esto no me importa...¡Mas de media carta y no ha hablado de mí! Ay...¡este mocoso! Sigo. Bla, bla, bla, con cariño John. Post-data ¡ay esto te va a gustar!
-¿Qué es?
-Dice: “Anoche vi a Richard y...”
-¿Lo vió? ¿Dónde? ¡Dale, seguí leyendo!
-Y después decís que ese pibe ya no te importa...Continúo. Ah bueno, dice que lo vio y que él le preguntó por vos y que le contestó que estabas bien. Qué charla tan apasionante han tenido.
-Seguro que estaban borrachos.
-¿John sabe de...bueno, eso, lo de la uni? –preguntó con miedo.
-Sí, se lo conté con lujo de detalles, pero me contestó que no importaba y que no sé qué, de que siguiera haciendo otras cosas y que los que van a la universidad son todos unos giles. De Marcia no dijo nada.
-¡Pues qué mierda! Quizás a ella la defiende, y a mi no me manda ni una puta carta ni es capaz de preguntar qué es de mi vida.
-Mmm...creo que alguien de aquí está perdiendo la paciencia...-dije con una risita.
-Pero ver, Wells –me miró seria, clavándome sus ojos, y no me quedó mas remedio que ponerme seria yo también –Escuchame una cosa. Yo soy mayor que ustedes, y no puedo pasarme la vida esperando que un...un pendejo, vamos, se decida. Así que, si esto no se arregla, yo sigo con mi vida.
-No pensaba que un día dirías eso.
-Y yo tampoco. Pero las cosas son así. A ver, ¿qué dicen las otras cartas?
Otra carta era de Paul, con Cris casi terminamos a las risas por los ruegos, regalos y sobornos que Paul prometía si lográbamos convencer a Abby para que lo perdonara. Hasta nos prometía mansiones cuando fuera famoso. Sí, claro...
En el fondo nos daba pena, pero sabíamos que a la larga iban  a volver. Se habían criado y llevaban una vida, corta sí, pero vida entera al fin y al cabo, compartiendo miles de cosas juntos. Sabíamos que para los dos eso era imborrable y no se separarían tan fácil.
La otra carta era de Stu. Decía casi lo mismo que John, salvo una cosa: su novia planeaba venir a Liverpool. No sabíamos cómo tomarlo, pero nos alegró. Esperábamos que fuera tal cual la habían descripto y no una alemana engreída con ganas de menospreciar a las pueblerinas que éramos nosotras.
La última carta, era de mi madre. Como eso era mas “privado”, Cris se fue a atender clientes para que leyera a solas. Pero cuando la leí, y vi el contenido de otro pequeño sobrecito que traía la carta, no pudo mas que acercarse a mí.
-¡Mercy! ¿Qué te pasa?
-Cris...-no pude evitar que me rodaran unos lagrimones por las mejillas.
Me sentó en una silla y me siguió preguntando qué tenía, mientras me alcanzaba un vaso con agua.
-Decime...decime qué se hace cuando tu madre te invita a su boda, que no es con tu padre, porque él murió hace un tiempo y todavía no lo superaste.
-Oh Mercy...no sé qué decir.
-No voy a ir. Si bien ya sabía esto, no esperaba que fuera tan pronto. Además, antes tengo que decirle lo mío...¡Ya sé! –de un salto me puse de pie-¡Si le digo que me echaron, se enojará y me libraré de ir!
-Mmm...¿estás segura? Es tu madre y...no sé Mercy, quizás le agarre un ataque de comprensión y...Qué se yo, hacé lo que quieras, o mejor, hacé lo que sientas.


Veinte días habían pasado desde la llegada de esa carta. Suspirando y negando con la cabeza miré por la ventanilla, cuando el tren dio un bocinazo y comenzó con su pesada marcha. Llamar a mi madre y contarle todo no había sido una buena estrategia. Sólo se lamentó y me dijo que igual fuera a visitarla, para charlar sobre el tema. Ir a visitarla, era ir a Londres e ir a su boda. En otras palabras, no me había salvado del “evento”.
Me encasqueté aún mas mi gorrita a cuadros y abrí el libro de Agatha Christie que me había comprado para leer durante el viaje. Luego de varios capítulos, me quedé dormida.

Desperté con frío y con la sensación de haber dormido muchísimo. Bostecé mirando hacia afuera, ya faltaba poco y por suerte en mi compartimiento viajaba sola. Guardé el libro en la maleta y me dispuse a esperar. Cerca de cuarenta minutos después, bajaba con cuidado en medio, otra vez, del bullicio y la vorágine londinense.
Igual que la vez anterior para concurrir  a la cena de fin de año, caminé con lentitud cargando la maleta y cansándome bastante. Al fin llegué a mi casa, contrariada. En todo el viaje, tanto en tren como caminando, no había pensado en el asunto. Hasta que me paré frente a mi casa. ¿Qué estaba haciendo yo ahí? ¿Qué se suponía que tenía que celebrar? La sangre empezó a hervirme, y en vez de dar media vuelta y tomar el primer tren a Liverpool que encontrara, golpeé el timbre para que sonara. Estaba dispuesta a gritar cuatro cosas nada mas me abrieran cuando apareció Harry, detrás mío, asustándome.
-Mercy, no sabía que llegarías tan temprano, pensaba ir a buscarte a la estación.
-Ehh...ahh....bueno...es que tomé un tren anterior porque el siguiente estaba completo y...
Mierda. Odiaba esa parte de mí, el estar dispuesta a pelearme hasta con el Papa y en el momento justo, ante cualquier imprevisto, echarme para atrás y no decir nada mas que balbuceos con cara de mala que no asustaban  a nadie.
Harry sonrió amablemente y abrió la puerta.
-Tu mamá está en la cocina, llevaré tu maleta.
-Yo puedo, gracias.
Sonrió otra vez mientras entraba detrás mío. Con maleta y todo, me metí en la cocina, donde mi madre bordaba no sé qué cosa.
-¡Hija! ¡Ya viniste! Pensaba que llegarías mas tarde...
-El tren siguiente estaba completo.
-Bueno, mejor, así estás mas tiempo acá –sonrió y me tocó el pelo –Qué largo lo tenés, y qué lacio y brillante...Llevá la maleta a tu habitación, ¿querés té?
-Tengo hambre, prefiero leche.
-De acuerdo, ya mismo te la preparo.
Llevé mis cosas a la que era mi habitación, que me parecía sumamente aburrida por lo perfectamente ordenada que estaba.
Cuando volví a la cocina, ya tenía una taza de leche para mí, que bebí enseguida porque de verdad tenía hambre.
-Harry y yo saldremos a comprar las últimas cosas –anunció mi madre, sin dejar de bordar y mirando cómplice a Harry, un gesto que me molestó -¿Nos querés acompañar?
-No sé...estoy cansada.
-Así te despejás, vamos.
-Eli, dejala –sonrió Harry.
-Bueno está bien –dije, mas que nada para llevar la contra –Así veo un poco el centro de Londres.
La decisión no fue buena. Caminar los tres juntos como si fuéramos una familia feliz, me daba náuseas.
Lo peor fue cuando entramos a una tienda de ropa para caballeros, ya que Harry quería una corbata nueva. Mi madre se había ido corriendo a otra tienda antes de que cerrara y yo no me había dado cuenta. Así que me encontré con que estaba sola con Harry y que debía acompañarlo. Él no sabía cuál corbata elegir de todas las que le ofrecían y la dependienta, que me veía deambular entre trajes y camisas con poco interés, no tuvo mejor idea que decirle “Pregúntele a su hija y que elija ella”.
Pese a que estaba algo alejada, miré a Harry y él me miró a mí. Estábamos incómodos y él, sin dejar de mirarme, se aclaró la garganta y se volvió hacia la mujer.
-No es mi hija.
Sonreí agradecida, sin saber porqué. La mujer pidió disculpas y yo me acerqué.
-Si querés puedo elegir –dije sin mirarlo a la cara.
-Bien, estoy entre estas tres –señaló tres finas corbatas.
-La verde. Esa te quedará bien.
Harry asintió  y dijo que se llevaría esa. Pagó y salimos afuera, donde mi madre nos esperaba.


Mientras se hacía la cena Harry miraba un partido de fútbol en el living. Yo iba de acá para allá, tratando de no quedar a solas con mi madre. Tenía un revoltijo de cosas adentro, una mezcla de rabia, miedo, nervios y ganas de salir corriendo. Al parecer era muy evidente, y mi madre me llamó.
-¿Qué pasa? –pegunté algo molesta.
-Sentate –señaló una silla y ella se sentó al otro lado de la mesa.
Le obedecí y ella cruzó los dedos y se inclinó hacia mí.
-¿Cómo es eso de que te echaron?
Resoplé y con un dedo recorrí las rayitas del mantel de la mesa.
-Ya te expliqué por teléfono. Me hicieron una cama, me serrucharon el piso, usá la expresión que quieras, pero fue eso.
-¿No hay ninguna posibilidad de que te vuelvan a admitir?
-No. Ya quedé fichada, van a pasar cincuenta años y todavía se acordarán de mí.
-¿Y qué pensás hacer?
-No sé, y eso es lo que me come la cabeza. Por ahora seguiré trabajando, ya veré qué hago.
Asintió y suspiró, también mirando el mantel.
-Te seguiré mandando dinero.
-No hace falta mamá, ya no tengo gastos en libros...
-No importa, algo te mandaré, además te corresponde parte de la pensión de tu padre, así que no te estoy regalando nada.
-De acuerdo...
No dijimos mas nada, sólo se escuchaba el sonido del televisor. Mi madre hizo ademán de levantarse para continuar la cena, pero largué una pregunta que se lo impidió, una pregunta que necesitaba hacer.
-¿Por qué hacés esto?
Pestañeó rápido, mirándome extrañada. Mi pregunta estaba incompleta porque no me había animado a terminarla.
-¿Que hago qué?
-Esto...casarte con Harry, o sea...me pregunto si lo querés o lo hacés para no estar sola.
Me había salido demasiado dura, pero no lo pude evitar. O preguntaba así o  preguntaba nada.
Mi madre volvió a suspirar y otra vez clavó la mirada en la mesa. Cuando levantó la vista, noté sus ojos empañados.
-Hija...no voy a mentirte. Harry es un hombre excelente, le tengo mucho cariño pero...no lo amo. Me caso con él por gratitud.
-Mamá...eso está mal, tenés que casarte por lo que sentís.
-Eso sirve en las novelas, en los cuentos....y es lo que yo te diría a vos. Pero la vida siempre te pone cosas diferentes delante y no es igual. Me encantaría casarme enamorada de él y todo eso, pero ya fue una vez y no podrá volverse a repetir. Tu padre fue el hombre de mi vida y si bien en los últimos tiempos nos llevábamos pésimo, yo lo quería. Cuando volví acá pensé en la posibilidad de volver a intentarlo pero...pasó lo que pasó –la voz se le quebró y escondió su rostro ente sus manos. Tomó aire y se secó los ojos –Lamento que tengas esta madre y que te dé semejante ejemplo.
-Oh mamá....-estiré la mano para agarrar la suya –No digas eso. Muy bien no nos hemos llevado, pero no te juzgo, sos mi madre.
-Pero es la verdad, Mer. Por mi culpa te echaron.
-¿Tu culpa? Ya te dije que la culpa es de esa turra.
-Pero igual, estás muy sola...¿por qué no venís para acá? No te digo que vivas con nosotros, sé que eso te molestaría, pero podés vivir en otra casa. Estarías sola, pero cerca.
-No mamá, ya te lo dije una vez, Liverpool es mi lugar, extrañaría a toda la gente buena que tengo allá.
-Entiendo. Hija, perdón por la pregunta, pero ya que estamos sincerándonos, quisiera saber....bueno, si querés me respondés, sino, no. Sólo quiero saber si estás con alguien, de novia.
Sonreí con amargura y negué con la cabeza.
-Para nada.
-Pero ese chico que un día te invitó a salir, no...
-No –interrumpí –Ese chico resultó ser una basura.
-Ohh qué lástima.
-Mamá, cuando tenía 4 años me dijiste que si un hombre me hacía llorar, lo matarías. ¿Podés hacer eso?
Rió un poco y negó.
-A ver, ¿dé dónde es?
-De Leeds.
-Quizás algún día me haga un paseíto por Leeds...-sonrió ampliamente.
Otra vez se hizo otro silencio, que ella se encargó de romper.
-Hija, ¿alguna vez te has enamorado?
Otra vez la amargura se hizo presente en mi sonrisa. Podía negarlo pero ¿qué sentido tenía?
-Si...lo estoy. Y creo que lo seguiré estando. Amo mucho, pero mucho, a alguien.
-Y por tu carita, veo que ese amor no es correspondido.
-Así es. Ahh...a veces me desespero y a veces se me pasa. Pero lo quiero, y es horrible que no te quieran.
-No sé lo que debe ser....Yo cuando quise me quisieron, pero no me gusta que sufras. Mercy, estás por cumplir 20 años, no es por presionarte, pero estás en edad de casarte, y mas sino estás estudiando. No quiero que estés sola...
-Pero mamá, no puedo. No puedo estar con una persona amando a otra. Lo intenté, y no.
-¿Conozco a ese alguien?
-Si...era de la escuela.
-¿John?
-Ay no –reí –No es él. Es Richard.
-Richard...Richard...¿El de los ojitos azules?
-Sí. Tiene novia, y ahora está en Hamburgo. Ay mamá, si supieras lo que lo quiero, y no puedo hacer nada...
Esta vez, ella tomó mis manos. Me miró con profunda tristeza, quizás queriendo remediar mi mal sabiendo que no podía hacer nada.
Tantas cosas juntas reprimidas finalmente me hicieron estallar en llanto. Ella apretó con fuerza mis manos y también dejó caer algunas lágrimas. Llorar frente a ella por algo así era como un alivio, era mi madre y pese a todo me sentía protegida.
-Ay hija...estamos condenadas a querer a un solo hombre, y ninguna puede estar con él. Vos porque el chico no te quiere, y yo porque tu padre está muerto. Compartimos la misma desgracia, qué triste...
Me solté y me puse de pie, rodeé la mesa y le di un gran abrazo. Madre e hija teníamos la misma pena de amor, y eso nos reconciliaba.



La boda duró todo el día. Por la mañana, temprano, mamá y Harry se casaron en el registro civil, y ni bien salieron fueron hasta la iglesia, donde un cura los casó. Harry estaba muy guapo con su traje y su corbata nuevos, y mamá también, con un traje verde claro y sombrero y guantes color crema. Estaba radiante, cono hacía años y años no la veía.
Después, almorzamos en casa, con los amigos de Harry y las amigas de mamá, que se dedicaron a apretarme los cachetes  y decirme cuánto había crecido.
Hacia la noche, todos comenzaron a irse y Harry invitó a mamá a cenar en un restaurant. Se lo veía feliz, pero estaba segura que él sabía la verdad, que no era querido como el quería. A él se le notaba lo enamorado que estaba, y eso en un punto me tranquilizaba, sabía que cuidaría muy bien a mi madre.
-Estás muy linda Mercy, ese vestido te queda bien
-Bueno...gracias –respondí mirando mi vestido floreado, mientras juntaba los platos.
-¿No viste mas a ese chico?
Me paré en seco y lo miré, primero molesta y después esbozando una sonrisa.
-¿Al canalla? Por suerte ya no. Ojalá que se muera.
Lejos de retarme por decir eso, asintió con la cabeza.
-Es bueno que estés lejos de esa clase de gente, te merecés lo mejor.


La estadía en Londres apenas duró cuatro días y ni bien volví me incorporé al trabajo. Me sentía bien, tranquila. Haber aclarado cosas con mi madre me dejó aliviada y ahora podía pensar con claridad, hasta se me había ocurrido una idea sobre qué hacer en el futuro pero aún la estaba pensando y elaborando, evaluando sus pro y sus contras.
-Úrsula hoy no vino, así que tendrás que ocuparte de la cocina, ¿podés?
-Claro Cris –respondí entusiasmada.
-Yo iré a la oficina, me toca hacer cuentas...-frunció el ceño, negando –Qué horror...
Reí  y me dispuse a lavar todos los trastos, silbando una canción cualquiera. Por la hora, el cartero ya estaría por llegar, y eso significaba cartas de John. Extrañaba mucho a ese adefesio de hermano, y esperaba verlo pronto.
Una vez lavados y secos, llevé todos los platos, tazas, pocillos y vasos hacia el local y comencé a acomodarlos en los estantes. Subí el volumen de la radio cuando anunciaron una canción de Elvis. Metida en mi mundo, seguía silbando, acomodando, y bailando un poco.
-Pensé que a la mañana estabas en la universidad.
Por suerte ya había colocado en el estante al vaso que tenía en la mano, de lo contrario se hubiera estrellado contra el suelo. Esa voz, esa voz era de alguien que conocía demasiado bien y por eso el corazón había dejado su marcha habitual para volverse loco y prácticamente ponerse a saltar.
Me giré despacio, o eso creo, y lo vi. Richard, sentado frente a la barra, me miraba con sus ojazos y con su hermosa sonrisa. Pero en vez de ponerme tonta o sonreírle, sorprendiéndome a mí misma, hice todo lo contrario. Me enojé. Me enojé casi sin razón, quizás por todo lo que él me hizo sin darse cuenta.
-Y yo pensé que vos estabas en Hamburgo.
-Ya ves, estoy acá. Llegué hace un rato.
-Qué bien. ¿Y? ¿Vas a consumir algo?
-Sí, una malteada –dijo sonriendo apenas.
Fui a prepararla, peleándome conmigo misma por lo que estaba haciendo y por no poder corregirlo. Él seguía mirándome, sentía sus ojos clavados en mí, con una sonrisa entre satisfecho y sorprendido.
-¿La universidad?
-Me echaron. –dije  deslizando la malteada frente a él.
-¿Te echaron? –se inclinó hacia mí, abriendo mas sus ojos
-Sí.
-Pero...¿por qué?
-Es muy largo de contar, pero te lo resumo en que Marcia me hizo echar.
-Me cago en ella...¿pero por qué te hizo eso?
-No importa, ya pa...
-¿Mercy podés venir? –gritó Cris, asomada a la puerta. Cuando me vio, se puso pálida –Perdón, no sabía...dejá no vengas.
-Sí, sí, voy –con la mirada le supliqué que sí, que me dejara ir, pero ella parecía no entender, y con su mirada me decía que no.
-Dejá, dejá, yo puedo –cerró la puerta.
Volví a mirar a Richard, que tomaba tranquilo.
-Vi a John.
-Me dijo.
-Ah. Ahora están mejor.
-Entonces es creíble lo que me dicen en las cartas. ¿Y a vos? ¿Cómo te fue?
-Muy bien, es genial.
-Me alegro. Eh, tengo que seguir limpiando.
-Claro, andá. Te pago –sacó un billete y me lo dio.
Me metí en la cocina y estuve allí escondida cono una cobarde hasta que se fue.
-¡Mierda! ¿Qué me pasa? –casi me grité.
-¿Y? ¿Qué pasó? ¿Qué pasó? –preguntó Cris, impaciente.
-Nada. Me odio, no sé qué tengo y...¡ayyy soy un desastre!
Se mordió un labio y se fue, seguramente entendiendo que quería estar sola. Y eso era, quería reprocharme lo que había hecho. Richard estaba hermoso, o quizás decía eso porque hacía tanto que no lo veía que lo encontraba así, mas perfecto que antes. Lo que sentía por él, luchaba por escaparse, pero no entendía mi propio comportamiento. Lo bueno era que había vuelto. Quizás, en esos momentos, ya estaría en brazos de Geraldine, pero había vuelto. Sólo esperaba que no recordara esa fatídica noche, ese era mi miedo. A pesar de todo, su vuelta me había llenado de una alegría incontenible. Todo con él era imposible, pero mi corazón parecía no entenderlo y estaba loco de contento. Quizás, podría empezar a albergar una pequeña y lejana esperanza...





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Después de muuuucho tiempo, aparecí yo también. Perdón por la tardanza, un trabajo práctico me tenía media loca y no podía ni escribir ni mucho menos, subir. Ahora ando un poco mas tranquila, pero no será por mucho tiempo. 
Ahora, quizás, venga una argentina a putearme por poner en mis dos fics temas de Cacho Castaña. Lo lamento, no puedo con mi genio y los temas que puse son los que considero mejores. Para las curiosas, es este:

Igual, el tema ya lo agregué a los que salen acá abajito :) Y estaría bueno que leyeran el capi escuchando el tema asi le da mas efecto y toda la cosa XD
Bueno, agradezco mucho sus comentarios y que sigan leyendo esto pese  a los atrasos.
Nos vemos en la próxima!!!