19 julio 2014

Capitulo 85 Negro




El día no podía ser peor: gris, ventoso, helado, con papeles volando por la calle, llovizna…Un día típico de pleno invierno, un asco.
Me soné la nariz, me pasé las manos por los ojos y me miré al espejo: estaba más horrible que de costumbre.
-Bueno, tampoco es para estar de duelo…-escuché la voz de Jonathan.
-Callate.
-Sí, callate. –reafirmó Cris-Vos porque no tenés un novio que se fue.
-Puff, he tenido tantos…
-Pero no nos interesa. –Juliet lo miró fastidiada.
-Ay, ni que se hubieran ido a la guerra.
-Callate.
-Pero…
-¡Callate!
Lo escuché bufar y abrir una botella y tomar del pico.
-Si vas a tomar, te vas.
-Que me eche Cris, ella es la dueña de este negocio.
-Sí, andate. –respondió ella.
-No, mejor no. dame de esa botella. ¿Es brandy?
-¡No Mercy, no tomes!
-Juliet no sos mi madre.
-Me da igual, no tomes.
-¡Pero yo quiero!
-¡Pero yo no te dejo!
-¡A mí no me das órdenes, que soy mayor que vos!
-¡Ey, cálmense las dos! –Cris gritó poniendo orden-Lo que falta, que ahora se peleen por estupideces. Jonathan, dejá esa botella donde la encontraste, que no te di permiso para que abras nada.
Le obedeció y apoyó su cabeza en la barra, seguramente aburrido de ver a tres mujeres “llanteando” por tres tipos.
-Lo extraño.
-Yo también.
-Y yo.
-Pero si hace dos horas que se fueron…
-¡Jonathan!
-Sí, sí, me callo…
-No entiendo porqué se tuvieron que ir, si ni querían. –hice el esfuerzo de tomar un sorbo de café.
-Por que sí, contratos. –respondió Juliet.
Suspiré por milésima vez al obtener por milésima vez la misma respuesta. Hacía muy poco que los chicos se habían ido, Jonathan tenía razón, un par de horas, y ya me sentía un trapo de piso. Ya sé que era exagerado, que no iban a la guerra ni iban a faltar por seis meses, pero me sentía mal igual, sabía que extrañaría a Richard y eso me ponía muy triste aún sabiendo que él cumpliría sus promesas de escribirme y llamarme seguido. Era increíble lo dependiente que me había vuelto, algo que siempre odié en una mujer, y que ahora disfrutaba pero también sufría. Lo peor era que, quien siempre se mostraba fuerte para todo, Cris, parecía más afectada que yo. Era raro verla así, y suponía que quizás se había peleado con John justo antes de que se fuera y ahora sentía culpas y todas esas cosas horribles que se suelen sentir.
Todo era feo, más porque éramos conscientes de que los chicos se habían ido muy poco convencidos, contrariados, porque sabían que les pagarían poco, estarían mal, y corría riesgo el contrato con la EMI que tanto trabajo les había costado conseguir. O sea, que todo pintaba negro.
-Bueno, me voy a mi casa a llorar en paz. Y a tomar. –me puse de pie y me envolví con la bufanda.
-Mercy en serio, no tomes.
-Juliet, no tengo ni alcohol etílico por si me lastimo, ¿qué querés que tome? Vamos, no se preocupen, sólo lloraré.
-Jonathan tiene razón, tampoco es para llorar tanto…
-Habla la que está llenando de mocos su propio negocio. Chau.
-Esperá. –Cris se puso de pie de un salto-Mañana andá a mi casa.
-¿Y si no quiero?
-Voy yo a la tuya. Tengo que hablar con vos.
-¿Y no podés decirme ahora? Hoolaaa soy Mercy y no un espejismoooo
-No, no prefiero que sea mañana. Dejá que voy yo a tu casa, por si me arrepiento.
-Uy cuánto misterio…Bueno, llevá algo para comer.











El día siguiente amaneció mucho más asqueroso que el anterior, un sábado para el olvido. Bostecé mirando con decepción a mi árbol de navidad, casi invisible de lo que pequeñito que era. Di mil vueltas alrededor del teléfono, excusándome a mí misma con que tenia que juntar cosas y armar la maleta para viajar a Londres y pasar las fiestas con mis padres. Sí, dije mis padres y me sorprendió. Para qué andar mintiéndome, Harry me caía genial, había demostrado ser una gran persona aún en los peores momentos, y si bien nada se compararía a mi padre, lo consideraba parte de mis afectos. Así que esta vez, tan molesta por viajar a Londres no estaba.
Cuando vi que el teléfono no sonaba y comencé a pensar lo peor, el sonido del timbre me sobresaltó. Abrí la puerta y pedí al cielo que un avión me cayera encima para desaparecer de allí. Y es que estaba, nada más ni nada menos, que Elsie. Mi suegra.
Intenté una sonrisa mientras en mi mente se borraban todos los buenos conceptos que tenía de ella con un “vieja maldita, aprovecha que el hijo se fue para hostigarme”. Ya saben, ese amor a la suegra, tan incondicional.
-Hola Mercy. –sonrió-Vine a avisarte que los chicos llegaron y están bien. Richard me pidió que viniera, te estuvo llamando pero dice que siempre le da ocupado.
-Pero si yo no estuve hablando…-desconcertada, me acerqué al teléfono y levanté el auricular-Qué raro, no tiene tono…
-¿Será porque tiene el cable cortado?
-¿Eh?
Elsie, aún parada en la puerta, señaló algo detrás del teléfono. Miré y otra vez pedí un avión: el cable estaba cortado, un pedazo colgaba libremente y el otro estaba tirado en el suelo. ¿Cómo carajo iba a sonar? Roja de vergüenza, le sonreí y ella se encogió de hombros.
-Suele pasar, no te preocupes.
-Qué mujer tonta que soy….Disculpe, tuvo que venir por mi culpa. Pase.
Elsie entró y sentí cómo me sudaban las manos. Mis malos pensamientos sobre ella desaparecieron, pero estaba más nerviosa que cirujano con hipo. Le ofrecí un té, pero lo rechazó, por lo tanto me sentí peor.
-Mercy no estés tan nerviosa, no te voy a comer. –sonrió, y parece que leía la mente.
-Es que…
-Sí, ya sé todo lo que pensás, a mí también me pasó cuando tenía tu edad. Mirá, yo sé que estás con mi hijo, me lo ha contado y le insistí con que quería conocerte, pero dijo que sería cundo volviera. Ya te conozco, claro, pero no como novia o lo que seas de él. Tendría que haberte avisado que ya llegaron e irme, pero mi curiosidad pudo más, y la tuya también, ¿no es así?
Sí, leía mentes y las leía bien. A pesar de los nervios y las ganas de huir, a mi también me generaba curiosidad la madre que tan bien había parido al tipo que me quitaba el sueño. Y además, preparaba la defensa ante cualquier cosa que dijera y que no me agradara del todo, porque ya se sabe cómo son las señoras estas, las suegras.
-Estoy muy feliz de que estés con él. Es buen chico y sé que vos también, y te quiere. Lo de la chica anterior, esa Geraldine, fue un fiasco, intentó mentirme con que iba en serio y bla bla bla…Yo sabía que no, hasta que supe que eras vos y nadie más.
-¿Y cómo lo supo?
-Por algo soy la madre. -sonrió-Con que sólo mencionara que te había encontrado o que habían charlado, me daba cuenta. No lo decía como un comentario casual, aunque lo intentaba. Por eso estoy feliz, está con quien quiere. Y ya sé que me tenés miedo pero no soy ningún lobo. Prometo portarme bien y no ser la típica suegra, aunque si fueras alguna como Geraldine, no podría decir lo mismo…-rió y sentí un alivio tremendo. Elsie no era como todas, se le notaba y yo se lo agradecía aunque no me saliera decírselo. No importaba, ella era madre y sabría entenderme a mí también.
-¿De…de verdad no quiere tomar nada?
-No cariño, debo comprar cosas para el almuerzo.-se puso de pie-Además, no quiero arruinarle la presentación oficial a mi hijo adelantándome.
-Entonces esta conversación es un secreto.
-Vas entendiendo. –sonrió-Espero que cuando vuelva se digne a presentarme a su chica.
-En realidad lo quiso hacer, pero yo no me animé.
-Me sorprende de él, la verdad. Quiere decir que está entusiasmado. Y vamos, que seré suegra pero no bruja. –me acarició una mejilla y sonrió tierna-Cuidalo mucho, ¿sí?
-Claro que sí, señora.
-Elsie, decime Elsie.
-Claro que sí, Elsie.
-Ahí me gustó más. Nos vemos.
Cuando la vi saludándome desde la vereda sentí que me habían sacado un gran peso de encima.












Armada de unas pinzas, un destornillador, una llave, y otras herramientas que ni sabía qué eran, me puse en la tarea de reparar el cable del teléfono.
-Pero la puta que te parió, cablecito de mierda. –repetía mientras intentaba unir los extremos, hasta que descubrí que lo mejor era…cinta adhesiva. Santo remedio.
El timbre sonó tres, cuatro, cinco veces seguidas. No podía ser John porque no estaba, así que estaba segura que era Cris, que había copiado de su novio la misma mala costumbre.
-¿Estás de mecánica? –dijo cuando entró y vio las herramientas desperdigadas.
-Si se le puede llamar mecánica a arreglar un teléfono…sí. ¡Ay, funciona mejor que antes! –exclamé mientras levantaba, escuchaba, y colgaba repetidas veces el auricular del aparato. Me miró como si hubiera enloquecido.
Se sentó y me observó juntar las cosas y meterlas en una caja. Le traje un té para acompañar  a las galletas que había traído y me senté frente a ella, esperando, imitando lo que tantas veces había hecho ella cuando yo tenía un problema. Porque a esas alturas, ya sabía que tenía un problema. Bufó cuando notó que no dejaría de mirarla hasta que hablara.
-Tengo una suerte perra.
-Vamos iguales.
-Vos estás mejor. –le dio un sorbo a su té.-Yo estoy metida en una buena.
-¿Estás en algo medio raro y ahora descubriste que es una mafia?
-No, dejá de mirar películas. Es otra cosa.
-Estás en quiebra. No te preocupes, pedí un crédito, yo te salgo de garantía.
-No, no, no es nada de eso. Es algo más…personal.
-¿Y eso? ¡Lo querés dejar a John!
-¡No, no, tampoco!
-¿Y entonces?
-Si me dejaras hablar, ya te habrías enterado. Me parece que estoy embarazada. Listo, ya está, lo dije. –suspiró y se recostó en el sofá, como si se hubiera sacado de encima una tremenda carga.
Me quedé mirándola mientras sentía cómo se me erizaban los pelitos de la nuca. Mierda…eso sí que no me lo había imaginado. Tragué saliva porque tenía la garganta seca.
-Vos…vos me estás jodiendo, ¿no? –me costó muchísimo decir eso, que era una estupidez porque sabía que no, que no me estaba jodiendo. Por suerte ella también sabía que era un pregunta estúpida así que no me respondió.
-Nunca pensé que me iba a pasar esto, lo juro….-se inclinó sobre la mesita, agarro una galleta.
-Pero Cris, pensaba que…
-No, no empieces con “pero pensaba que eras grande, que te cuidabas, que sabías, que esto, que aquello”.
-No iba a decir eso.
-Mejor.
Nos quedamos en silencio como cinco minutos, mirando el suelo.
-Igual no estoy segura.
-¿John sabe?
-No. Qué cagada son estas galletas, es un asco.
Sonreí, quería cambiar de tema pero no iba a poder lograrlo.
-Vamos a que te hagan los análisis. Mañana a primera hora.
-Mañana te vas.
-Ay, cierto. Hagamos algo: vení conmigo. Los hacés en Londres, ahí nadie te conoce y seguro que son más rápidos.
-No, no voy a ir porque no me haré ningún análisis porque no estoy embarazada.
-Acabás de decir que sí.
-Bueno, no.
Me puse de pie y me senté junto a ella. La abracé, sabía que estaba asustada, y yo también. Ahora sí que todo pintaba muy, pero muy negro.








-¿Llevás un vestido lindo? –arrastré la maleta por el andén.
-No levantes eso, te va a hacer mal. Dejame a mí.
-A vos también te hará mal, embarazada.
-Callate, que te van a oír. ¿Para qué un vestido?
-¿Cómo para qué? Estamos en fiestas, seguro que a alguna reunión invitarán a mi familia.
-Si siempre decís que los de tu familia son un montón de viejos…
-Justamente por eso, son viejos, miran y critican.
-Bueno sí, llevo ropa buena.
Finalmente, Cris había aceptado mi invitación, o mejor dicho, había accedido ante los pedidos de mi madre, que estaba encantada con que fuera y no aceptaba un no como respuesta. No sé si se haría los análisis, pero el viaje la despejaría.
El tren llegó demasiado lento para quienes tiritábamos de frío esperándolo, así que ni bien subí, me desparramé en un asiento porque en mi idioma, tren era igual a siesta.  Cris se sentó frente a mí, algo me decía pero solo le respondía con gruñidos porque quería dormir.
–Creo que voy a vomitar.
Salió corriendo y la sola mención de eso me revolvió el estómago, así que terminamos encontrándonos en el truchísimo baño del tren.
-Adiós desayuno. –dijo tosiendo.
-Adiós desayuno y cena. Todo por tu culpa.
-Lo sé, lo sé. Te imitaré, será mejor dormir.

Desperté cuando el guarda me gritaba en el oído que hacía quince minutos que habíamos llegado a Londres y que éramos las únicas que aún no habían bajado del tren. Sacudí a Cris pero sólo me respondió tapándose con mi manta hasta la cabeza. Cuando nos dignamos a bajar, Harry nos esperaba preocupado.
-¿Están cansadas? –preguntó ya en el auto, camino a casa.
-No, dormimos como troncos. –rió Cris.
-La cena de Navidad será en el restaurant Dorchester, ya reservé la mesa.
-¿Qué? -me asomé desde el asiento trasero-¿Por qué un restaurant? Siempre cenamos en casa.
-Me pareció lindo cenar afuera.
-¡Pero es el más caro de la ciudad! Cobraste un buen aguinaldo esta vez, ¿no, Harry?
-Acertaste –rió.
-Ufa, no me gusta. –me tiré sobre el asiento-No me va eso de festejar con gente que uno ni conoce.
-Wells, dejá de quejarte.
-Tu amiga tiene razón. Será lindo, vamos a probar.
-Está bien, iré porque no tengo remedio. Pero no tengo qué ponerme y ni sé comer con elegancia y todo eso…
-Tu madre ya te compró vestido.
-¿Por qué? ¡Odio la ropa que me elige!
Bajé del auto rezongando hasta que mi madre me hizo callar, para bien de todos. Acomodamos las maletas en las habitaciones y cuando bajábamos para comer, Harry gritó que alguien me llamaba por teléfono.
-¿No será Abby? A lo mejor se enteró que estás en Londres.
-Pfff ¿Abby? Sí, cómo no…Ni me hables. –le contesté a Cris, y bajé corriendo los escalones que me faltaban.
-¿Hola?
-Hola amor.
-¡Ay, Richie! ¿Cómo sabías que estoy acá?
-Porque me lo dijiste.
-¿Yo te lo dije?
-Sí, despistada. Me dijiste pero no me diste el número de teléfono, parece que no querías que te encontrara.
-No me di cuenta...
-Ay, cabeza de novia.
-Novia tuya, bombón.
-Sos un amor, morocha mía. Aunque quisiera saber una cosa: ¿Por qué yo no tenía este número y George sí?
-¿Eh?
-Eso digo yo: ¿eh? Me dijo que él sí lo tenía pero que no me lo daría.  Claro que le robé su libreta y lo encontré. ¿Cómo es eso?
-Y yo qué sé –reí.
-Para mí que tuviste algo con él.
-¿Cómo voy a tener algo con él si me dice bestia cada vez que respira?
-Del maltrato puede nacer el amor. –rió, y por detrás se escucharon voces que reconocí, eran Paul y John. Sufrí cuando escuché a John.-Dice Paul que vayas a visitar a su novia.
-Decile que ya estaba en mis planes.
-Ah, y John reclama por la suya. La estuvo llamando hoy y como no contesta, está tan desesperado que me da ganas de ahorcarlo.
-Decile que Cris está conmigo.
Otros ruidos y grititos se escucharon hasta que me dejó sorda un “Wells, dame con Cris”.
-No John, estoy hablando YO con MI novio. Cuando corte, llamás VOS a TU novia.
-Te detesto. Me la robaste.
-Quedamos a mano, vos te robaste al mío.
Miré a Cris, que al lado mío intentaba escuchar algo y dejé de prestarle atención a las barbaridades que John me decía. Por dentro pensaba en que él, un inadaptado, quizás sería padre, y que eso sólo vaticinaba desastres.
-Hola amor. –la voz de Richard me hizo volver a la realidad. -¿Estás ahí?
-Sí, acá estoy aguantando ese quilombo.
-Yo también. Será mejor que llame cuando esté solo.
-Bueno, te esperaré. Te extraño mucho.
-Y yo también. Me quiero ir, esto es un asco, te quiero ver.
-Aww lo noviecitos.
-¡Paul!
-Te llamo después, ¿sí?
-Ok. Te amo. Ah, ya sabés que estaré unos días, escribime acá. George seguro tiene mi dirección también.
-Me estás debiendo explicaciones, picarona. Te amo, cuidate mucho y no te pelees con la familia.
-No lo haré, tranquilo. Vos también cuidate.









-Me veo ho-rri-ble.
-Estás genial. –Cris seguía cepillando su cabello-Te queda bien el rojo.
-No, llama mucho la atención y yo no quiero llamar la atención. ¿Desde cuándo mi madre cree que soy sexy y me compra vestidos así? Y sabe que no me va el rojo.
-Pero combina con la Navidad.
-Con ese criterio, si voy vestida de reno también quedo bien.
Soltó una carcajada a la vez que me señalaba y seguramente me imaginaba disfrazada del reno Rudolph. Se fue al baño porque por las risas le dieron náuseas. Negué con la cabeza, lindo lío tenía.
-¿Ya están listas? –mi madre se asomó.
-Sí, Cris ya viene, está en el baño.
Entró y entrecerró la puerta.
-Hija…¿a tu amiga le pasa algo?
Aunch. Olvidé contar con que a mi madre nunca se le escapaba nada.
-Ehh…no, no…Creo.
-Está embarazada, ¿no?
-¿Vos creés? –dije cuando me recuperé de la sorpresa-Porque ni ella está segura.
-Bueno, si ella no lo sabe….Pero como siempre está descompuesta y hoy casi se desmaya sólo con el olor a cigarrillo de Harry…
-No le digas a nadie, y a ella tampoco le menciones nada.
-Bueno, si necesita ayuda, que me diga. Y vos, por favor….que no te pase lo mismo.
-Tranquila má. Lo prometo.
-No prometas, no prometas…..-salió y cerró la puerta.








Odié mucho a Harry cuando el vi el restaurant, lleno de “gente paqueta” y nosotros ahí, los muertos de hambre que aprovechaban un aguinaldo. Autos de categoría estacionados enfrente, mujeres envueltas en pieles, hombres de frac, y el sonido del tintineo de las copas de cristal y una mini orquesta tocando música clásica.
-Qué bodrio.
-La mayoría deben ser políticos corruptos, empresarios explotadores, y gente de la mafia siciliana. Me siento buena gente.
Me tapé la cara con una servilleta para que nadie notara mi risa contenida por el comentario de Cris hasta que mi madre me reprendió por los modales. Ella y Harry parecían de los más encantados con todo, tanto que pidieron lo más caro del menú, aunque ni sabían qué carajo era. Con nuestro espíritu de ahorro, “las señoritas hijas del matrimonio”, como nos había llamado el camarero al que ni ganas de discutirle teníamos, pedimos lo más barato, que tampoco sabíamos qué era.
-Creo que lo que pedimos es cangrejo con cosas raras. –dijo mi madre poniendo cara de asco al ver al camarero acercarse con los platos.
-¿Ves Harry? Si íbamos a una pizzería esto no pasaba –me burlé de él, que sólo se rió.
-Hagamos que somos ricos por esta noche.
Sentí que Cris me tironeaba de una manga del vestido. “Sonamos, otra vez al baño”, pensé. Pero no.
-Mirá allá.
Seguí su mirada y…ay no, otra vez no. En la mesa principal, rodeada de mucha gente, Marcia.
-Hagamos como que no la vimos, ni nos va a reconocer porque jamás se imaginará que nosotras podemos comer acá.-dije tratando de adivinar qué había en nuestros platos.
De pronto, todos comenzaron a brindar y al parecer, se conocían entre ellos y se saludaban. Así que quedamos como cuatro giles. Vi a Marcia acercarse a la mesa que estaba detrás de mí. Y ella también me vio.
-Parece que al Dorchester ahora dejan entrar a cualquiera. –la oí decir a una vieja.
-Ah no…yo a esta la mato. –Cris arrojó su servilleta, dispuesta a pararse y meterle una trompada. En otro contexto la hubiera aplaudido, pero no daba. La agarré de un brazo, antes de que Harry y mi madre se dieran cuenta de lo que pasaba.
-Dejala. Acordate que es Navidad.
-Su cabeza quedaría perfecta en la punta de mi árbol.
-Vos déjamela a mí.
Me miró asustada, ya me veía otra vez en una comisaría, pero la tranquilicé. Cuando vi a Marcia caminando hacia el baño, la seguí.
-Hola Marcia, ¿qué tal, tanto tiempo? –me apoyé en el marco de la peurta.
-Hola. –me miró de reojo, retocándose su maquillaje frente al espejo.-¿Cómo entraste acá?
-Por la puerta, como todo el mundo.
-Siempre tan ordinaria.
-Mirá Marcia, vos serás muy modelito que toma el té con la reina, y yo, como bien decís, sigo siendo una ordinaria y una bruta. Pero tengo muchas cuentas pendientes con vos, y da la casualidad que las brutas pegamos más fuerte que las modelitos. Ah, cierto que ya lo sabías, ¿no?
Me miró de arriba a bajo, despreciativa como siempre. En dos pasos la tuve contra la pared, agarrándola del cuello y suplicando que no golpeara su espléndida carita de publicidad. Tal como siempre la quise tener, rogando.
-Me hiciste muchas, y yo no perdono.
-Soltame Mercy, por favor…-ahora su maquillaje se estaba corriendo con sus lágrimas.
-Te voy a soltar, sí, pero cuando estés roja de lo estrangulada. ¿Viste cómo matan a las gallinas, retorciéndole el cuellito?
-Por favor…
-Nada de favores.
-Por favor…Perdón.
Pestañé. ¿Marcia, pidiendo perdón? Nadie me había dicho que esos espectáculos existían.
-¿Cómo? ¿Dijiste algo?
-Perdón…
-Ay, no escuché, hablá un poquito más fuerte.
-Perdón, perdoname.
-No, no se escucha nada…
-¡Perdón Wells, perdón! ¡De verdad, perdoname, fue horrible lo que te hice, lo sé! ¡Ahora ya pasó, cambié! ¡Pero perdoname, por favor!
Asentí y la solté, ahora la que miraba con desprecio era yo, y me encantaba ese papel improvisado que había tomado.
-Gracias por el regalo de Navidad, Cleave. –di media vuelta, satisfecha.
-¿Me vas a perdonar? –se limpió con un papel el mazacote de rímel y sombra de los ojos.
Me acerqué de vuelta y le di una bofetada, la que tenía trabada en la mano desde hacía mucho.
-Ahora sí. Digamos que estás perdonada.







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Hola! Aquí me tienen después de bastante tiempo. Pido disculpas ooootra vez, y mi excusa de hoy será que estaba estudiando (en vano porque no me tomarán exámenes, hay huelga) más el mundial, más que no tenía inspiración, más que ando sin ganas de nada...Bueno, todo eso derivó en que no escribiera nada, pero al parecer, como todo eso se acabó, entre ayer y hoy escribí este capitulo. Me apuré porque quería subirlo para el Día del Amigo (no sé si en todas partes se festeja, en Argentina sí, el 20 de julio) así que las saludo a todas! Feliz día!
Antes de irme les digo una cosa: quería terminar el fic pronto, y creo que ya lo había anunciado por acá, pero me da tanta pena y tanto dolor, que estoy estirándolo lo más que puedo, a eso también se debe que tarde en subir, si subiera cada cuatro días, se terminaría muy prontito :)
Y ahora sí me voy, saludos!




01 julio 2014

Capitulo 84 Paranoias

-Sí, mamá, vení cuando quieras. Que sí, que me voy a cuidar. Sí, estoy tomando la medicación. No, mamá, no lo haré rabiar. Ok, te espero, pero avísame cuando vengas. Chau, te quiero.
Colgué el auricular del teléfono después de una larga charla con mi madre en la que se había enterado de mi relación. Merecía saberlo porque conocía mis sentimientos y lo que los padecía, y si bien se había mostrado un poco reticente, en el fondo yo sabía que estaba contenta por mí. Era lógico, para ella seguía teniendo diez años y desconfiaba de ese “galán” como ya había comenzado a llamarlo.
Me sentí feliz porque estaba segura de que había perdido mis miedos, o eso creía.
Salí de mi casa silbando bajito, contenta como solía andar desde esos últimos dos o tres días. Algo bien raro en mí, tan amarga y gris como era. Seguía teniendo problemas y contratiempos como todo el mudo, pero los veía de una manera distinta. Parecía un cliché afirmar que el amor te cambiaba la visión de las cosas, pero era justo lo que estaba experimentando.
Llegué a la librería y revoleé el bolso sobre el mostrador, bruta como siempre.
-Apareció la repartidora de corazones. -le di una patadita a Jonathan, que como buen madrugador, ya hacía rato que había abierto y ordenado casi todo.
-Ey, no te ponés más suave ni aunque te estés por casar con un príncipe, ¡me lastimaste!
-No exageres y tomá tu cheque. Te di un aumento.
-Era lo que me correspondía.
-No vas a agradecer, no. Mal socio.
-¿Socio?
-Ehh…a ver cómo te explico…En realidad no quería decirte nada, y te pido que no te ilusiones. Se me ocurrió una loca idea, y bastante imposible. ¿Qué tal una sucursal?
-¿Acá?
-No bobo, ¿me voy a hacer la competencia a mí misma? El público de la ciudad no da para otra librería más. Hablo de apuntar más alto: Londres.
-Uff…más que apuntar alto, eso ya es inscribirse en la NASA.
-No es buena idea, ¿no?
-No. Los números no van a cerrar.
-Lo supuse. Te quería hacer socio, y por ahí, si te gustaba, podías encargarte de la de Londres y estar cerca de Mike.
-Mike no va más.
Me agarré la cabeza sin atreverme a mirarlo. Bien Mercy, seguí metiendo la pata.
-No te preocupes, no lo sabías. –dijo como disculpándose.
-¿Pero…?
-Shh, asunto cerrado.
Comprendí que no quería tocar el tema y lo respeté, aunque mi lado más curioso deseaba saber qué había ocurrido. Suspiré y me mordí el labio, impotente por no poder hacer nada para ayudarlo. ¿Qué pasaba que Jonathan no tenía suerte?  Me preocupaba mucho y eso era bueno, ya que no quería perderme en mi nuevo mundo rosa y azucarado y olvidarme de lo que le pasaba a la gente que más quería.
De la tribulación que sentía me sacó el mismo Jonathan con algo que la prensa amarillista suele catalogar como “noticia bomba”.
-¿Sabías que Majo está embarazada?
-¿QUÉ?
-¿Qué? Era obvio que eso iba a pasar, por algo se casó.
Otra vez volví a mis pensamientos. Ya llegaba la época de la vida en la que la gente que conocés, empieza a tener hijos. ¿Me llegaría a mí también? Me aparté del mostrador como si estuviera caliente, con la mente espantada por lo que acababa de pasar por ella. Si había algo que no quería en mi vida, eran bebés. No porque no me gustaran y no me parecieran lindos y tiernos, sino porque me conocía y sabía que sería incapaz de cuidarlos como lo merecían. Y después, criarlos, educarlos...Si ni siquiera me educaba a mí misma, ¿cómo hacerlo con una criatura?
Sólo para perturbarme más, entró Richard. Bueno, pobrecito, el qué culpa tenía de que yo estuviera aterrorizada de sólo imaginarme con un hijo. Ay, pero era tan lindo…Y un bebé con él sería todavía más lindo….¡Ay basta Wells!
Me saludó con un beso y a modo de broma me cerró el libro que hacía media hora tenía abierto delante de mí, sin prestarle atención. No fue hasta que lo oí bromear con Jonathan que me bajé del asteroide en el que me había subido y caí en tierra. Caer en tierra también me llevó a darme cuenta de que al él le pasaba algo. Parecía alegre y todo eso, pero lo conocía demasiado bien como para saber que algo más tenía. Y lo peor, que no me lo diría.
-¿Te pasa algo? –dije interrumpiendo sin compasión la charla futbolística que estaban teniendo.
-¿Eh? –me miró desconcertado, y sonrió, aunque lo noté nervioso.
-Si te pasa algo.
-¿A mí?
-No, al archiduque de Austria. –rió Jonathan.
Rieron pero yo ni me inmuté.
-A mí no me pasa nada. –respondió Rich al ver que no le apartaba la mirada-A vos te pasará, que desde que entré que estás rarita.
Aplausos, míster Starkey. Eso se llama devolver el golpe. Me había descubierto como yo a él y eso era bueno, demostraba que nos conocíamos muy bien.
-Se puso rara porque Majo está embarazada y seguro que a ella le entraron ganas.
-Haceme acordar de que cuando termine tu jornada laboral, te mate.
Me sacó la lengua y se cruzó de brazos, triunfal.
-¿Eso es verdad? –preguntó Richard.
-¿Qué cosa es verdad? –intervino, otra vez, Jonathan-¿Qué Majo está embarazada o que a ella le picó el bichito de la maternidad?
-Jonathan estoy hablando con el dueño del circo, NO con los monos.
-¿Me dijiste mono?
-Sí, andá a comprarte una banana. Te va a gustar. –levanté una ceja y él me dio un golpecito en el hombro, empujándome.
-Bestia.
-Ya lo sé.
-Ok, ok, me voy. –se fue despacio hacia el sótano.
-¿Es verdad lo de Majo?
-Así parece. –me encogí de hombros-Esta tarde iré a visitarla.
-¿Y por eso estás así? –me tomó por la cintura.
-Mmm…sí, no sé.
-Bueno, podrías no ser menos que tu amiga e imitarla...-sonrió pícaro y me dio un beso en la mejilla, pero lo aparté.
Me miró extrañado y de pronto abrió más sus ojos azules.
-Ahh…ya sé por dónde van las cosas. No se habla más del tema. Lo prometo. Ni te cargaré con eso ni nada.
-Gracias. –le sonreí-Y…¿no me vas a decir qué te pasa?
Cambió radicalmente su expresión, pasando de estar risueño a ponerse muy serio. Incluso me soltó.
-Es que no me pasa nada.
Asentí, entendiendo todo, y me sentí bastante mal.
Se fue apenas un rato después porque tenía que hacer algo que no escuché porque no le puse atención.
Arrojé al mostrador dos discos que tenía en la mano, sin temor a que se partieran.
-La puta madre.
-Ey, ey, no empecés con tus cosas.
-¡Ay Jonathan, me cansás! ¿Ahora sos omnipresente, que estás en todas partes escuchando todo?
-Quizás lo sea. –contestó sin siquiera molestarse por lo que acababa de decirle.-¿No ves que hacés todo mal? Ya te estás haciendo la cabeza por una pavada, no podés con tu genio. Si pensás que te oculta algo…
-Claro que me oculta algo.
-¿Pero por qué pensás que es algo malo? A lo mejor te quiere proponer casamiento, qué se yo…
-Ay, dejá de decir estupideces. Algo le pasa y no me lo quiere decir. ¿Por qué? Por algo lo oculta, yo le cuento todo. Y encima me mintió para no decirme. Y se fue enseguida.
-Cualquiera se iría cuando te ponés así. Yo no me voy porque me pagás.
-No me estarías ayudando con tus palabras….
-Lo que tenés que hacer es bajarte de la moto.
-¿De qué moto hablás?
-Esa moto a la que te subís y vas, y vas. Esa cabeza tuya que no para de pensar. Bajale un poquito a la alteración, sé que estás acelerada pero frená. Ya te va a decir qué carajo le pasa.
Negué con la cabeza, totalmente fastidiada, y abrí el bolso, del que saqué la colección de cajitas de colores llenas de pastillas. Me tomé una.
-La viva imagen de la locura. Alterada, paranoica, y tomando pastillas.
No le contesté porque tenía razón. O paraba la moto o me estrellaba. No me había equivocado con mis miedos a arruinar todo, porque me creía capaz de hacerlo. Pero se me complicaba un poco frenar. Antes de almorzar, llamé a la casa de Richard y me atendió su madre, derramando tanta amabilidad que me incomodaba. Ya sabría todo, seguro, pero su hijo no estaba allí y si bien me aseguró que ni bien lo viera le diría de mi invitación para el almuerzo, no apareció. Me repetía que todo eso me pasaba por gila, por haberme enganchado sabiendo que el amor traía todo tipo de complicaciones.
Dejé las ollas sin lavar y me encaminé hacia la casa de Majo, antes de que se hiciera la hora de abrir el negocio otra vez.
Para mi felicidad, allí estaba Paul. Sí, eso me daba felicidad porque era la oportunidad de descargarme con él.
-¡MCCARTNEY TÍO! –grité al verlo.
No respondió, sólo negó con la cabeza.
-Uy, pareciera que estás en un velorio. ¡Vas a ser tío! Tendrás un bebé al que cambiarle los pañales y que te seguirá a todas partes molestándote.
-No creo que moleste más que vos, Wells. Entrá de una vez.
Se hizo a un lado para dejarme entrar y me acompañó hasta la habitación de Majo, ya que debía hacer reposo por unos días porque podía tener algunas complicaciones.
-¡Hola! –saludé cuando Paul abrió la puerta.
-¡Hola Mercy! Uy, cómo estás, qué bien les cae el amor a algunas…
-¿Ya lo sabés?
-Todo el mundo lo sabe.
Fruncí el ceño, miré a Paul, que seguía parado en la puerta con las manos en los bolsillos.
-Ya sabés, John. –dijo como si fuera lo más normal.
-Algún día lo estrangularé…-murmuré, Majo soltó una carcajada.
-Vamos, si John es un sol. Ya quisiera un hermano así.
-¿Eh? –exclamó  Paul-Estoy acá cuidándote porque el que ERA mi amigo te robó y te embarazó, ¿y preferís un animal como John? Ya ves Wells, mejor es criar cerdos, por lo menos te los comés.
Nos reímos de su enojo hasta que él, haciendo gala de su gran educación, fingió que no le importaban nuestras burlas y se ofreció a traernos té con galletas. Ni bien se fue, me giré hacia Majo.
-¿Y? ¿Cómo es todo esto de estar con un bebé ahí adentro?
-Ay Mercy –volvió a soltar otra carcajada-¡Cómo lo decís! Estoy bien, contenta, aunque no lo esperaba. Pero bueno, me gustó la noticia. Salvo por la parte de tener que estar en cama.
-Vamos, si siempre te gustó dormir.
-Sí, pero me canso…
-Y…¿ya tenés panza?
-Apenitas, casi nada. –se aplastó el remerón que tenía puesto, negó con la cabeza-¿Ves? Nada de nada. Supongo que en unos meses habrá algo.
-¿Y qué querés que sea?
-Una nena.
-¿Y si son dos?
-¡No! –me reí de su cara de susto y me arrojó un almohadón.
-Bueno, bueno, sólo una nena. Ey, yo estaría asustada con eso, ¿vos no? Que yo sepa nunca cuidaste a un bebé.
-Pues…no, nunca. Y si, estoy un poco impactada, pero sé que podré. Si todas las mujeres pudieron, ¿por qué yo no?
-Buen punto ése.
Paul pateó la puerta, íbamos a reprenderlo pero lo vimos aparecer con una bandeja con dos tazas humeantes y un plato lleno de galletas de colores.
-Que tengan buena merienda, señoritas. –se retiró todo digno mientras nos reíamos de él.
-¡Mmmm Mercy! –exclamó Majo al darle un sorbo a su té-¡Tengo algo que mostrarte!
De debajo de la almohada sacó dos o tres revistas. Hojeó una, la dejó a un lado, tomó otra y pasó rápido las páginas.
-¡Aquí! ¿Te acordás de Marcia?
-Pfff como para no acordarme…
-Se casó con un tipo llenísimo de dinero.
-Sí, en Estados Unidos.
-Sí. Pero volvió, ¡y mirá! –me dio la revista, leí.
-“La reina se entrevista con un importante empresario neoyorquino”.
-¡Mirá la foto!
-¿Eeeehhh? ¿Marcia con la reina?
-Su sueño hecho realidad jaja.
-“La joven esposa del señor Adams declaró estar feliz de saludar a nuestra reina y de volver a su tierra. Marcia Cleave Adams es una importante modelo que supo adatarse a la vida norteamericana” DEJATE DE JODEEEERRRR…
-¿Creés que vendrá?
-Já, ésta a Liverpool no lo pisa ni muerta. Y si vuelve se encuentra con mis puños, así que no le conviene.
-¿Serías capaz?
-Claro, por algo lo estoy diciendo.
-Me encantaría verlo.
-No es un buen espectáculo para una embarazada. Ay…mi futuro era el boxeo, yo no sé qué hago acá.
Me miró horrorizada y después se echó a reír. Parecía que el embarazo la había puesto de excelente humor y se reía por todo. Vi que la hora de abrir la librería había pasado hacía mucho. Jonathan estaría odiándome.
Me despedí de Majo y de Paul y corrí hasta el negocio porque no tenía dinero encima para pagar un bondi. Ah, la pobreza…
Cuando llegué, encontré al pobre Jona hablando con un distribuidor de libros que, pese a su trabajo, poco tenía de intelectual. Era un bruto en su máxima expresión y lo peor, “nos tiraba onda”. Sí, nos acosaba abiertamente. A los dos. Daba gracia y a la vez ganas de hacer un pacto suicida.
Cuando me vio llegar, Jonathan respiró aliviado, venía a relevarlo en ser víctima del acosador.
-Pero qué bien, llegó la florcita. O mejor dicho, la otra florcita. –el tipo paseó su mirada entre nosotros dos, que tragamos saliva.
-Ah sí, llegué. –contesté lo más apática que pude.-¿Trajo lo de esta semana?
-Claro, siempre cumplo, muchachita. Y la semana que viene volveré.
-Qué bien.
-Sí, recuerden que esta es mi librería preferida.
-Me alegro. Aquí tiene el dinero, gracias.
-De acuerdo. Nos vemos la próxima semana. Cuídense.
-Ese “cuídense” me sonó a que nos va a agarrar a los dos juntos. –dijo Jonathan cuando el tipo desapareció tras la puerta.
-Este es el inconveniente de tener negocio: cientos de babosos.
-Y babosas, que esas también me persiguen.
-Ufff…nos pasa por lindos e irresistibles. Bien, a trabajar.
La tarde pasó rápido, por suerte vendimos mucho y no apareció ningún otro viejo verde ni chica desesperada. Cuando estábamos por cerrar, entró John.
-Hola seres inservibles.
-Hola basura radioactiva.
-Tengo una buena noticia.
-Nonos importa. –seguí contando el dinero, concentrada.
-La noticia es que pronto tendré más dinero que el que tenés ahí.
-Eso lo venís diciendo hace diez años.
-Nos vamos a Hamburgo, otra vez.
Levanté la vista por primera vez para mirarlo, con las manos apoyadas en la caja registradora.
-Ay John…¿justo ahora?
De pronto se me abrió la mente. Lo que me ocultaba Richard era eso. Y yo imaginando cualquier cosa, aunque un viaje también era preocupante.
-¿Justo ahora qué? ¡Ey, hola! –me pasó la mano frente a los ojos, y volví a escucharlo.
-Justo ahora que estoy con Richard, te lo llevás.
-Bueno querida, yo no voy a estar pendiente de tu situación sentimental para decidir qué hago con mi banda.
-Sos un roba novios.
-¿Perdón? A tu novio no te lo robo ni aunque me pague la mafia. Ah, te advierto una cosa, Mercy Wells: no quiero que le hagas escenas de celos, ni llantos, ni súplicas, ni propuestas indecentes para convencerlo de que  se quede. El tipo se viene conmigo sí o sí.
-Te odio. En serio John, te odio mucho.
-Me da igual. –se encogió de hombros-En fin, voy a ver a mi novia, que para tu información, no se queja como vos. Aprendé.
Saludó a Jonathan y se fue, y yo recomencé mi cuenta de billetes, rumiando la bronca.
Cerramos todo y cada uno se fue a su casa aunque Jonathan insistía en acompañarme, pero yo deseaba caminar sola pese a que era noche cerrada y ya no andaba nadie por la calle.
Cuando llegué a casa comencé a hacer la cena con más desgana de la acostumbrada, sin prestarle atención a nada. Sonó el timbre y suspiré, sabía perfectamente quién era.
-Hola amor. –saludó cuando abrí.
-Hola…-hice un gesto con la mano para que entrara y cerré.
-¿Pasa algo?
-Sí. Ehh…no. Ufff, ya estoy cumpliendo con el prototipo de histérica.
Sonrió y me dio un beso que fue como un bálsamo para mí.
-Ya sé qué te está pasando y la culpa es mía, porque no te digo qué es lo que me pasa a mí. Estamos un poco locos, ¿no?
-Creo que sí. –sonreí-¿Por qué no me dijiste enseguida lo de Hamburgo?
-¡Ay John, te odio! –exclamó-Te dijo él, ¿no?
-Sí, hace un rato.
-Esto pasa porque soy un lento, no sabía cómo decírtelo porque te caería mal. La verdad es que no quiero ir, pero…tengo que hacerlo. Te juro que iba a decírtelo, buscaba el momento apropiado, pero claro, se me notaba en la cara y John cagó todo.
-Ya lo creo que cagó todo, pero le voy a hacer caso: no te haré ningún planteo para que te quedes.
-No pasará nada, te lo prometo.
-Rich….No conozco Hamburgo, pero sé perfectamente cómo es. No prometas lo que no podrás cumplir.
-Ey, estás pensando cualquier cosa de mí. Te lo prometo y te lo cumplo, pero teneme un poquito de confianza.
Asentí bajando la mirada porque sentí que las lágrimas querían brotar. Hice fuerza para no darles el gusto, pero era muy difícil saber que la persona que amabas se iba a ir a la ciudad más depravada y que seguro que andaría con vaya a saberse cuántas. También era duro hacer la vista gorda y dejar que todo pasara, sentía que no me valoraba a mí misma. Y muchísimo más duro era sentir desconfianza cuando en realidad no debía haberla. Algo no estaba funcionando del todo bien.
-Morocha….-me tomó la cara y  me obligó a mirarlo-Vamos, no llores.
-No estoy llorando. –respondí con firmeza.
-Ese orgullo que tenés. –sonrió-Seran poquitos días, quedate tranquila.
-Pero no vas a estar ni para Navidad ni Año Nuevo…
-Lo siento, lo siento mucho.
-Supongo que me tendré que acostumbrar a esto.
-Por como vienen dándose las cosas, creo que sí. Escuchame Mercy, es tu decisión si seguís con esto o no. Yo lo aceptaré.
-¿Me estás preguntando si te quiero dejar?
-Sí, pero te juro que te entenderé porque sé que es muy complicado, no te molestaré, y no…
Lo callé con un beso, el más sentido que pude darle. De pronto, todas las dudas se desvanecían, aunque el temor a que volvieran estaba latente. No sé si la paranoia se había ensañado conmigo y me daba vuelta la cabeza, o si la realidad era así, con tantas dudas y preguntas. Resolví, por unas horas, no escuchar a mi mente.
-Nunca más vuelvas a decir algo así. –susurré cuando me separé un poco-Jamás te dejaré.
-¿Ni siquiera por ese repartidor de libros?
-¿Cómo sabés eso? –lo miré sorprendida.
-Starkey todo lo ve y todo lo sabe, señorita Wells.
-No sé si eso me da miedo o qué…-reí-Lo lamento, pero ningún repartidor degenerado me hará dejarte. Yo lo que agarro, no lo suelto.
-No sabés cómo me encanta eso –sonrió y me dio de esos besos bien tiernos, soñados.
Esa noche cenamos y dormimos juntos, sin hacer nada, sólo abrazándonos con el amargo sabor de las despedidas y la incertidumbre. Porque sí, el amor era hermoso, pero también podía ser el más cruel de los villanos.  





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Hola hola hola hoooooooolaaaaa!!!! Aquí volví, después de demasiado tiempo para mi gusto, la verdad es que no se me caía una idea y no quería dejarles un capitulo muy chapa (no sé qué significa chapa, acabo de inventarlo, ustedes me entienden). Este tampoco es el capitulo del siglo pero bueno, más o menos algo salió.
Les dejo muchos saludos y gracias por comentar!