30 diciembre 2015

Capitulo 102 - Los padrinos mágicos



–¿Y ahora qué se supone que tengo que hacer?
Miré a Richard, luego a Andrei que estaba en sus brazos, y por último a mi madre. Resopló.
–Nada, sólo acostalo. –dijo al fin mi madre, negando con la cabeza.
–Ah pero qué fácil es cuidar un bebé.
–Son dos, Rich.– dije con una risita.
–Doblemente fácil.
–Hija, pensé que sabías algo de bebés.
–Ehhh…no. Y él tampoco. Será catastrófico, ¿no?
Resopló otra vez y negó con la cabeza nuevamente, y ya era como la décima vez que lo hacía en el día.
–Voy a arriba a armar la maleta.
–¿¿¿Qué??? –exclamé desesperada–¿¿¿Por qué???
–Porque mañana ya me voy.
–¡Pero mamá no podés dejarme!
–Lo siento Mercy, pero ya te dije que esta semana tengo turnos con médicos.
–Pero…pero…
–Mercy no voy a estar toda la vida ayudándote, cuanto más pronto te acostumbres a estar sola, más fácil será.
–Te odio.
–Seguí, seguí. –me miró con indiferencia y subió la escalera.
–Richard llamá a tu mamá ya, pero ya. ¡Por favor, llamala!
–Mercy, todo está bajo control. –esbozó una de sus sonrisas tranquilizadoras, que para nada surtió efecto.
–¿Bajo control? ¡Un poco más y ni nos acordamos de cómo se llaman nuestros hijos!
–¿Nuestros? ¿Hay más de uno?
–¡No es gracioso!
–Shhh…los despertarás. Amor, no hay nada de qué preocuparse, es complicado, sí, pero tampoco para hacer tanto escándalo. Entiendo que estés  estresada y con depresión post parto y todo eso y…
–¿Y qué sabés vos de todo eso?
–Lo leí.
–Arrrgggg…
Inexplicablemente me puse a llorar. Eso sí que era raro. Lo cierto era que hacía apenas un día que habíamos salido del hospital, y aquello ya era un caos. En ese corto periodo de tiempo habíamos demostrado nuestra total  impericia pero a Richard todo le parecía gracioso y a mí me angustiaba.
–A ver Mercy, no es para que llores.
–¿No? ¡No sé qué hac…!
–Shhh, pará un poco. Si te calmás vas a ver que todo es más simple, no digo fácil, pero tampoco es una catástrofe.
–Soy lo peor…
Sonó el timbre e instantáneamente los dos bebés despertaron. Nos miramos, odiando a quien sea que estuviera detrás de la puerta.
–¡Hola herm…! Uy, qué cara.
–Despertaste a mis hijos, John Winston. Y estuvimos dos horas tratando de dormirlos.
–Lo imaginé. Después que toqué timbre recordé que ahora hay dos criaturas durmientes. ¿Y dónde están? –entró y se acercó a las cunas–¡Acá están los peques más lindos!
–John, los asustás.
–¡Nadie se asusta del tío John! Mirá a Louise, le encanto, ¿ no?
–No, está horrorizada. –dijo Richard.
–¿Y qué tal lo llevan? –dijo haciéndole cosquillas en un pie a Andrei.
–Bien.
–Pésimo.
–Uhh, conflicto matrimonial. Es normal, yo me sentía igual.
–Pero vos no tuviste dos.
–Pero tuve a Jack, que vale por dos, por tres, y si te descuidás, por cinco. En fin, ¿ayudo en algo?
–Sí, yéndote.
–Hermana mala onda. No, no…¡así no!
Lo miré, no entendía de qué hablaba. Lo comprendí cuando me quitó a Andrei de los brazos.
–¿No sabés ni hacer dormir a un bebé?
–Intentaba hacerlo pero con tus gritos es imposible.
–No sabés nada, mujer. Tenés que agarrarlo suavecito y acariciarle la cabeza. A ver, hacelo.
Le obedecí y de inmediato Andrei dejó de lloriquear. Lo miré incrédula.
–Lo sé, soy genial. –sonrió ampliamente–Y bueno, ya me voy. Ah, en tres días nos vamos.
–John, no…
–Mercy paramos todo por tu culpa, ahora ya estás bien, tenemos que seguir. Hay que grabar sí o sí ahora.
–Odio a tu banda.
–Mi banda le está dando de comer a tus hijos. –me sacó la lengua–Ahora en serio, lo lamento mucho pero las cosas son así.
–¿No podrían reemplazarme? –preguntó Richard.
–Starkey, eché a Pete Best para que entraras, no me hagas cambiar de opinión.
–Sos cruel.
–¡No es crueldad! A ver, esto va para los dos: de ahora en adelante, las cosas serán así, e incluso y ojalá eso ocurra, más complejas. Mercy yo lo siento, de veras, pero te vas a tener que acostumbrar. Y Richard: o lo tomas, o lo dejas.
–No lo va a dejar.
–Dejá de dominar al pobre hombre, que decida él.
–No, no lo voy a dejar.
–Perfecto. Ahora ya me voy.
Al contrario de como hacía siempre, John no se fue dando un portazo, sino que cerró con suavidad. Acosté a Andrei en su cuna y me dejé caer en el sofá, más preocupada que antes. Sabía que el tiempo de acostumbrarme a que ellos fueran cada vez más importantes y que estuvieran en cualquier parte menos en sus casas llegaría pronto, pero no pensaba que sería tan rápido ni todo a la vez. Sentí que las sienes me latían con fuerza, reflejando el lío mental que tenía.
–Lo siento.
Miré a Richard, se veía apenado, pero no podía dejar que se sintiera así.
–Rich, ¿qué decís? Ya sabía que esto sería así, no preciso que John me lo diga. Supongo que podré con todo, no te preocupes.
Se sentó a mi lado y me abrazó.
–Quisiera que todo fuera distinto.
–¿Distinto? ¿Por qué? Todo está siendo genial. Rich, es tu sueño y no quiero que lo dejes, así que te voy a acompañar, como me has acompañado vos. ¿Cuándo nos vamos?
–¿Adónde?
–¡A Londres! Ya te dije que lo había decidido y ahora hasta creo que me entusiasma la idea. Esta casa es pequeña para dos criaturas que seguramente serán muy movedizas, y quiero cambiar un poco de aires. Así que lo mejor será mudarnos pronto, seguro que jamás estarás tampoco en Londres, pero por lo menos cuando grabes…Y ya te digo, por mí no te preocupes, estoy más que bien, sólo debo cuidarme un poco, y con los bebés podré. Hay mujeres que tienen tres o cuatro y pueden, yo con dos creo que también.    
–Aún no puedo creerlo. Voy a grabar un segundo disco, estoy con quien amo y tengo dos hijos. Todo en un lapso de pocos meses, es lo más loco del mundo. Pero…¿qué harás en Londres? Te vas a aburrir.
–¿Con dos hijos, aburrirme? Además, quiero retomar la universidad. No ahora, claro, pero en un tiempo.
–De acuerdo, será así entonces. Pero si no te vas a sentir cómoda, no quiero que nos mudemos.
–Estaré bien, te lo dije, ¿cuántas veces más te lo repito?
–Unas cien veces más estarían bien, pero sólo si las acompañás con besos.








Eran las cinco y media de la madrugada, amanecía y desperté porque por tercera vez en la noche, ambos bebés lloraban. Suspiré, estaba muerta de sueño, pero no cansada.
–Voy yo. –oí a mi lado.
–No, yo puedo. A la próxima vas vos. –le sonreí y le di un beso. Se durmió al instante. Qué envidia.
El problema esta vez era que los pequeños hermanitos no servían para dormir juntos. Me parecía que así no se asustarían o tendrían miedo, pero resultaba que lo único que hacían era molestarse. Ahora ambos estaban destapados y tenían las manitos frías.
–Hijos, ¿ya empezaron a pelear? No quiero imaginarme lo que será cuando tengan cuatro o cinco años…
Puse a cada uno en su cuna y los arropé. De inmediato se adormilaron. Sonreí, tenían razón, demasiado tiempo habían pasado juntos dentro de mí, ahora querían su propia cama.
Miré a Louise, aún estaba pequeñita pero tenía un carácter tremendo, lloraba y se quejaba por todo hasta que conseguía lo que quería. Recordé aquel sueño que había tenido mientras estaba en coma, quizás de mayor fuera así de bonita como la había visto. Sólo deseaba que no le ocurriera nada de lo que había visto. Oí que Andrei también se revolvía en su cuna. Además de todo, parecían celosos. Me acerqué y lo contemplé como a su hermana. Era más grandecito, incluso había crecido en sus días de incubadora, y tenía la cara llena de pecas que lo hacían parecer chistoso y terriblemente tierno.
–Es increíble, ¿no? –oí detrás mío y de inmediato sentí las manos de Richard rodeándome la cintura.
–Todavía no lo creo. –reí apenas–Son preciosos, tan chiquitos y ya tan independientes, tan…no sé, no encuentro palabras.
–Te amo, Mercy. Los amo.
–Y yo también te amo Rich. Los amo.






A la mañana siguiente, desayunábamos cayéndonos de sueño. Sin embargo, al contrario de cualquier día que hubiéramos tenido que soportar con pocas horas dormidas, estábamos felices y convencidos que aquello lo podíamos llevar más que bien. No estábamos preparados pero sobre la marcha aprenderíamos.
Se escucharon golpecitos en la puerta y él fue a abrir.
–Buen día. –vi a Cris asomarse a la cocina–¿Cómo va todo?
– Con sueño. –dijimos en un gran bostezo.
–Bienvenidos al mundo de los padres. –rió–Vine para ofrecerme como dama de compañía. Sí vos te vas –señaló a Richard–ella quedará sola, y ya sé que no tendrá ganas de escuchar a otro bebé más pero no me importa, me quedaré aquí. Digo, si les parece.
–¡Claro que sí! –exclamó Richard–De hecho iba a decirte a vos, o a mi madre, porque no quiero que se quede sola con todo, es complicado y tampoco quiero que le pase algo…
–Un amor de marido tenés.
–Es que elijo muy bien. –reí, pero luego miré a Richard y ambos nos pusimos serios–Cris, tuve mucho tiempo para pensar en el hospital y decidí algo y Rich está de acuerdo.
–¿Qué cosa? ¿Venderás a uno de tus hijos?
–No tonta. –reí–Me preguntaba si querrías ser madrina. De Andrei, bueno, está sujeto a elección, como ves, hay variedad.
–¿Yo, madrina?
–No, la vecina de enfrente.
–Bueno, Mimi podría serlo…
–Hablo de vos. ¿Aceptás o no?
–Pero…¿no lo estarás haciendo por compromiso porque yo te elegí madrina de Jack, no? Porque podés elegir a otra, no es obligación y vos tenés muchas primas y…
–¿Qué tienen que ver mis primas en todo esto?
–Pero qué pesada habías sido, eh. –exclamó Rich–Queremos que seas vos, así porque sí.
–¿De verdad?
–Rich, echala.
–¡No, no! ¡Digo, si, si! ¡Acepto! ¡Quiero ser madrina de Andrei! Ay, ¿puedo abrazarlos a los dos?
Juntos la abrazamos y nos reímos. Ahora seríamos todos compadres.
–Me ayudaste mucho siempre y este es mi modo de agradecerte. –le dije tomándola de las manos–Sobre todo me ayudaste cuando sufría por cierta persona…
–Uy, ya me están dando ganas de matar a mi compadre…
–Oigan, no empiecen, pedí perdón muchas veces.
–Nunca serán suficientes para mí, Starkey. Hiciste llorar a mi pobre empleada. Pero bueno eso ya pasó. ¿Cómo se preparan para lo que viene?
–Nos vamos a mudar. Mercy ya aceptó así que ahora cuando viaje me dedicaré a buscar una linda casa para instalarnos.
–¿De verdad? ¡John hará lo mismo! ¡Por favor, seamos vecinos! No conozco a nadie ahí y extrañaré mucho, así que tenerlos cerca y ahora también, tener cerca de mi ahijado, será muy lindo. ¿Verdad, cosita? –le tocó la nariz a Andrei, que ahora estaba en brazos de su padre–No quiero que la niña se ponga celosa, así que les compraré un gran regalo a los dos.
–¡Ya sé qué puede ser! –exclamé–¡Un trencito!







Me sorprendí a mí misma cuando en menos de una semana, el arte de ser madre o por lo menos, de atender a dos bebés juntos, lo tenía completamente dominado. Estaba sola y si bien contaba con la ayuda de Cris, Mimi y la mamá de Richard, podía arreglármelas. A la vez, todos los días iba al hospital a que Cyril me controlara y me encargaba del negocio. Los chicos no llamaban todos los días, llamaban a cada rato. Y en esa semana había comprobado cómo todo se había salido de control. Mi vida privada era, al fin, tranquila, ordenada y dulce, pero mi vida pública, no. Porque eso, ahora tenía dos “vidas” sin haber hecho absolutamente nada, salvo casarme con un hombre al que ahora un cuarto de la población femenina de la ciudad idolatraba, y los otros tres cuartos idolatraban a los tres hombres restantes. Era poner un pie en la calle y tener a un par, o más, detrás siguiéndome.
–¿Qué quieren? –pregunté de mala manera una mañana que salí hacia la librería. Eran tres chicas que tendrían , como mucho, trece años.
–¿Es verdad que estás casada con Ringo? –preguntó una de flequillo extrañamente igual al de…Ringo. 
–¿Para qué preguntás si ya sabés que sí?
–Para confirmarlo. –se encogió de hombros–¿Y qué se siente?
–¿Qué se siente qué?
–Estar casada con Ringo.
–Se siente horrible porque tengo que aguantar a chiquitas como vos y tus amigas. Fuera.
Huyeron como si hubieran visto el diablo y seguí mi camino.
–Llamó tu marido. –dijo Jonathan al verme llegar–Obviamente estaba desesperado porque llamó a tu casa, no estabas, llamó acá, y tampoco estabas.
–Estaba deshaciéndome de unas piojosas.
–Explicáselo porque estaba como loco. A propósito de las piojosas: yo no las llamaría así. Aumentaron las ventas de una forma extraordinaria.
–Quisiera vender por vender, no porque soy “la mujer de”
–Mercy Soyorgullosaymeenojo Wells. Hay muchas ventas, no importa porqué.
–Maldito capitalista.
–El capitalismo mueve al mundo, querida. Ay escuchá –subió la radio, en la que pasaban “From me to you” pedido del público. Jonathan tarareaba mientras limpiaba–¿Y tus hijos?
–Ahora quedaron con Mimi. –sonreí para mis adentros. Mimi se había quedado cuidado a Jack, Andrei y Louise y lejos de parecer harta por tanto chico, parecía que estaba en Disneylandia. Hacía tiempo que había dejado su máscara de mujer dura e inconmovible para ser, simplemente, una abuela encantadora. Aunque claro, de vez en cuando volvía a meter miedo.
–Pobre mujer, quizás quería salir con su novio.
–Mi tío se fue a Escocia con unos jubilados, volverá la semana que viene. Si tanto te apena Mimi, podrías cuidarlos vos, sobre todo a tu ahijado…
Esperé que mis palabras surtieran efecto. Jonathan dejó de lustrar el estante del que se estaba ocupando y me miró desconcertado. Carraspeé, como restándole importancia a lo que acababa de decir.
–Ehh…¿qué…? Esperá, ¿dijiste algo?
–No, nada, que podrías cuidar a tu ahijado. Claro, si querés.
–Ahij…¿ahijado?
–Dios, ¿por qué todos se quedan tan pasmados? ¡Ahijado, sí! ¿Querés comapartir su tenencia con Cris?
–Mercy no entiendo nada. –dejó la franela que tenía en la mano sobre el mostrador.
–Te lo digo más claro: serás el padrino de Andrei. Y basta de contemplaciones, lo harás quieras o no. –traté de dirigirle una mirada severa pero me pudo la risa. Jonathan seguia desconcertado. Después pareció entender y se puso a llorar.–Ay no…no es para que llores…
–Gracias amiga. –me abrazó con fuerza–De verdad, muchas gracias por elegirme. Prometo que seré el mejor padrino que hayas visto. Pero…¿no te daré problemas? Ya sabés cómo soy, o sea…que soy…gay, sí. Quizás eso…no sé cómo explicarte. Te dé problemas, porque ahora tu marido es famoso y tus hijos lo serán  y si se sabe que su padrino es así…y además, cuando crezca quizás te pregunte y…
–¡Jonathan! ¡Es increíble que me estés diciendo esto y que yo lo esté escuchando sin estar pegándote! ¿Cómo se te ocurre pensar eso? Jamás habrá problemas porque, justamente, no lo hay. Y ahora vamos a cerrar y venís a casa, así ves a tu ahijado y compañía, y te quedás a cenar, ¿querés?





La cena transcurrió tranquila, comíamos mientras mirábamos por la televisión al “furor adolescente”.
–Dios, miren a mi sobrino ahí. Sigo sin entender qué le ven ni qué escuchan, para mí esa música es puros gritos.
–Mercy cambiá de canal, no soporto ver a esas con esos carteles de “amo a John”
–Están en todos los canales.
–¡Me encantan! –exclamó Jonathan–Ustedes también tendrían que estar como esas chicas.
–Yo estoy contenta, a Richard le gusta ese desmadre, y sobre todo hacer música.
–Cambiá de canal igual. Quiero matar a esa rubia de ahí, ¡mirá cómo lo mira!
Directamente apagué el televisor y me senté nuevamente en la mesa. Mimi soltó un suspiro de alivio, Jonathan uno de desilusión.
–Ahora que estamos más en silencio, quiero decir algo. –anuncié. Antes de que pudiera continuar, oí el llanto de Louise y sonreí, parecía que intuía que iba  a hablar de ella. Fui a buscarla y me senté nuevamente a la mesa con ella en brazos. Se calmó enseguida pero observaba todo con sus enormes ojos azules. Después miró a Jack, que se acurrucaba en los brazos de Cris.
–Tu hija está mirando mucho a mi hijo, se parece a vos, persiguiendo hombres.
–Le enseñaré a buscar mejores…
–¡Ey! Deberías hablar mejor de tu ahijado. Bueno, ¿y qué ibas a decir?
–Justamente de ahijados va la cosa. Tengo que hacerle una propuesta a Mimi. Verá, lo ideal sería que también estuviera Richard pero como ni sé cuándo volverá, se lo diré yo. Estuvimos pensando y queremos que John sea el padrino de Louise. Y usted su madrina.
Cris escupió fideos por la boca y todos reímos. Su hijo la miró con cara de “ay, qué vergüenza me hacés pasar”.
–Perdón…¿Todo va a quedar en familia?
–Digamos que sí. A menos que Mimi no quiera, o que le moleste que John también sea padrino de la niña. ¿Mimi?
Mimi me miraba sin decir nada. Era la primera vez, en todo el tiempo que llevaba conociéndola, que no tenía palabras.
–¿Yo? –dijo al fin.
–Otra con lo mismo. ¿Tan impactante es?
–Por supuesto. –dijeron Mimi, Cris y Jonathan al unísono.
–Lo decís de una forma tal que te deja mal parado. –dijo Jonathan.
–Bueno, ¿cómo quieren que lo diga? ¿Y bien, Mimi?
–Yo, este…
–¿No? –la miramos preocupados. Su expresión era muy rara.
–¿Cómo negarme a ser la madrina de alguien tan precioso como esa bebé? –tomó una de las manitos de Louise–Claro que sí. Muchas gracias por pensar en mí, nadie me había propuesto algo así jamás, y por nada hubiera pensado que me elegirías…
–Siempre fue una gran persona, Mimi. Y además, ahora es mi tía o algo parecido.
–Si vos lo decís…
–Bueno yo creo que es hora de brindar, ¿no? –propuso Cris–¡Por los mejores padrinos!




Esa misma noche me dormí pensando qué haría con mi negocio. La idea de vivir en Londres ya estaba instalada, pero aún no sabía qué iba a hacer. Claro, cuidar hijos, pero ese nunca había sido mi principal y único objetivo, algo más debería hacer. Ir a la universidad, perfecto, siempre y cuando me admitieran y no fuera soberanamente aburrida y una pérdida de tiempo. Además, quizás las universitarias estuvieran tan enloquecidas como las jovencitas de Liverpool, por lo tanto mi estadía allí se complicaría bastante. Quería seguir con lo mío, mi vida había cambiado mucho pero eso no significaba que debería dejar todo.  Jonathan también estaba decidido a irse a Londres, lo suyo con Félix iba viento en popa, y quería mudarse pronto con él. Así que podíamos seguir juntos, aunque en otra ciudad.  Pero no sabía qué hacer con el negocio en Liverpool. No quería cerrar, iba muy bien y más allá de eso era el primer lugar propiamente mío que había tenido, mi primer proyecto y sueño hecho realidad. Tendría que ocuparme de buscar a alguien lo suficientemente idóneo para llevarlo a cabo, aunque también me daba tristeza dejarlo en manos extrañas.
Cris ya tenia decidido seguir con lo suyo en Londres y dejar en Liverpool, por lo menos por un tiempo, a Juliet. Justamente la opción que yo había pensado. Los padres de Juliet no querían que todavía se fuera y George ni sabía cuando se casaría. Pero por lo pronto, la opción por Juliet, que tenia gran experiencia en negocios, ya había tenido que abandonarla. Me dormí pensando qué podría hacer sin que me doliera tanto.
Cuando desperté fue por el llanto de Andrei. Para suerte mía o quizás porque esas dos cositas chiquitas se habían compadecido de mí, ya no tenían la costumbre de que llorara uno y el otro también, sino que al parecer, lloraban si realmente lo necesitaban y no por imitación. Hasta en eso ya eran independientes.
Andrei tenía hambre y noté que estaba algo caliente. Me desesperé por unos instantes hasta que noté que sería no porque estuviera enfermo, sino porque su pijama era muy abrigado. Se lo cambié por uno más liviano y su llanto fue calmándose, aunque seguía hambriento. Me recosté y dejé que se prendiera a mi pecho. Todavía se sentía extraño hacer eso aunque me relajaba mucho y él también. Volví a quedarme dormida con él en brazos, y desperté recién cuando ya el sol despuntaba. Para mi sorpresa, no estaba durmiendo sólo con Andrei. A mi lado, vestido y hasta con los zapatos puestos, Richard dormía como si fuera un bebé más.
–¡Rich! –exclamé aunque lo suficientemente bajo como para que no se despertaran los bebés.
–Ah, hola. –sonrió apretado los párpados–Ay me duele todo, dormí torcido.
–Y vestido. Pero, ¿cuándo viniste? ¡Si estabas en la tele!
–Eso fue anoche. Hoy estoy acá. Y en un rato ya tengo que salir para allá otra vez. Esta vida me va  a matar pero está buenísima. Sólo vine para estar un rato. Te extrañaba mucho.
Me mordí el labio inferior, a veces eso era lo único que podía hacer para evitar derretirme allí mismo de amor. Me estaba inclinando para darle un gran beso, pero me detuvo.
–Vi dos casas. Grandes, no muy céntricas, con parque. Para mi están geniales.
–Elegí la que quieras, quiero mudarme ya. No quiero que sigas haciendo esto de ir y venir, te va a hacer mal. Y además…también te extrañaba mucho.
–Perfecto. Y una cosa más, en un rato vendrá John. No sé porqué quiere hablar con vos. ¿Creés que se habrá enterado que lo elegiste como padrino de Louise?
–No…Ni Mimi ni Cris le dirían. Debe ser por otra cosa.
Apenas dos horas después, John ya estaba en mi puerta. Eso era raro, considerando que odiaba levantarse temprano.
–¿Qué? –dije ni bien abrí.
–Hola, ¿no? Quiero hablar con vos.
–Ya lo sé. Pasá.
–No…no…–cambió su expresión de altanería por una de preocupación, mirando a todos lados.
–Tranquilo, a esta hora no ronda ninguna fan.
–No es por eso. Quiero que vayamos a otra parte.
Lo miré bien, y comprendí que estaba asustado. ¿Por qué? No lo sabía, pero era que claro que quería contármelo, y lo haría en un solo lugar: Strawberry Fields.
–Busco un abrigo y salgo. –dije guiñándole un ojo.
Caminamos en silencio. Recién estaban abriendo los negocios y había olor  a pan recién hecho. Pensé que pronto extrañaría mucho ese olorcito, olor a pueblo. Llegamos y John saltó la verja con la misma agilidad de siempre.
–John recién parí, no pretenderás que…
–¿Recién? Ay vamos Wells, eso es una excusa para tapar tu inutilidad de siempre para saltar una verja.
Resoplé y con mucha dificultad, salté. Tenía razón, no me dolía nada y me sentía bien, pero no tenía ganas de andar revoleando mis piernas para saltar.
–¿Y bien? –le dije una vez adentro–¿Qué te está pasando? Antes de que empieces, quiero decirte que me extraña un poco esto. Pensé que tenías mujer para confesarle tus preocupaciones.
–Se las digo pero nunca está de más decírselas  a mi querida hermana.
–Uf, “querida hermana”. ¿Cuánto dinero estás necesitando?
–¿Perdón? Para tu información, no sigo siendo el muerto de hambre de antes. Y lo de querida hermana iba en serio, no iba a pedirte nada.
–Digamos que te creo. –le saqué la lengua–Voy a sentarme, estoy cansada porque dormí poco.
Me senté al pie de un árbol, miré alrededor por si no había hormigas cerca y otros bichos. Él me imitó.
–Verás, quería pedirte perdón. No estuve bien el otro día, tendría que haberte dicho de otro modo cómo están cambiando las cosas.
–No hace falta que me lo digas, lo sé. Disculpas aceptadas. ¿Algo más?
–Sí.  Estoy asustado. A ver, me gusta. A todos nos gusta. Pero a veces te da miedo. O sea, de pronto  están todos locos por nosotros cuando hace un año ni nos registraban. Me da desconfianza.
–¿Por qué? Se han dado cuenta que valen mucho, eso es todo. Y que son lindos.
–¿Me ves lindo? ¡Sabía que algún día lo confesarías!
–Hablaba de Paul, George , y por supuesto, mi marido. Vos estás excluido.
–Hablando de tu marido…Mercy, tené paciencia, ya te dije que esto se va  a complicar aun más,  no me gustaría que se anden peleando. Pero tampoco lo dejes muy…¿cómo te explico? Muy libre.
–¿Eh? No entiendo.
–Mercy, Mercy…que hay muchas chicas. A eso me refiero.
–John, Richard no es así. –lo miré con severidad.
–Seee, seee, seee….no somos así hasta que lo somos. Por eso te digo, seguilo de cerca, pero no lo ahogues, ni le hagas dramas por todo. Y a mí tampoco.
Bufé fastidiada, de pronto mi hermano postizo parecía mi madre dando uno de sus sermones espantosos sobre familia, que a la vista estaba que nunca le habían dado resultado.
–Y bueno…desde ahora te pido disculpas por todo lo que vendrá. Ya sé que hay chicas que no dejan de seguirte, que van a tu negocio…La fama es complicada, pero creo que hay que saberle tomar el gusto. Además tenés una gran ventaja: estás siendo famosa sin tener que cantar. Lo cual es una bendición.
Le di un empujón y él soltó una risotada.
–John, yo estoy muy contenta por lo que están logrando. Y muy contenta por vos, porque sos el creador de todo. Sabía que las cosas se pondrían así, y si te soy sincera, desde hace mucho lo sé porque siempre supe que llegarían muy alto. Ahora están creciendo mucho, y conseguirán más. Y me gusta, y me gusta que estés pasándola bien.
Asintió sonriendo, su etapa de susto se había desvanecido. De pronto, se puso serio otra vez.
–Gracias Mercy. ¿Ves? Extrañaba estas charlas de hermanos, hacia mucho que no hablábamos  bien, más después de lo que te pasó. Te hago una pregunta: ¿sos feliz?
–Claro que sí, más que nunca, y eso que todo han sido sorpresas, pero hermosas. Quizás no se me note porque a veces me preocupo mucho, no sé cómo hacer de madre.
–Yo tampoco lo sé, a veces siento que no sirvo.
–¿Pero sos feliz?
–Sacando esos momentos en los que siento que no sé hacer nada, sí, claro que lo soy. Espero que nuca se acabe.
–Por supuesto que no. –le di un abrazo y le revolví el pelo–John tengo que hacerte una propuesta.
–¡Lo sabía! ¡Es una propuesta indecente! Lo siento, llegaste tarde.
–¿Será posible que siempre creas que quiero tener algo con vos? Antes muerta.
–Bueno…estuviste por morirte muchas veces…
–Estás imposible. Lo que te quería decir es serio, pero podés aceptar o no.
Achicó los ojos y los clavó en mí.
–Mmm…bueno. Decime de qué se trata.
–Hay una niña llamada Louise Starkey que necesita alguien que la cuide y la trate muy bien, pero que también la haga reír mucho. Y que persiga a sus novios cuando los tenga. Y para eso, pensé que la persona indicada sería alguien como vos. Sólo decime si querés ser su padrino o no.
–¿Yo, padrino? Pero…es una niña.
–¿Y qué hay con eso?
–No sé cómo hay que ser padrino de una niña…¿vos me ves capaz de todo eso que dijiste?
–Si no, no te hubiera elegido. ¿Y?
–¡Claro que quiero! Será como tener una hijita…Ya te digo que no sé qué hacer con una niñita, o sea, no se puede jugar al fútbol y las muñecas me dan miedo…
–Enseñale  a jugar al fútbol. Que sea niña no tiene nada que ver.
–Entonces sí, ¡acepto! Seré El Padrino Corleone y todos besarán mi anillo. –puso una cara de mafioso que en realidad fue demasiado chistosa, así que me hizo soltar una carcajada–Gracias por el honor. Será como cuidar a una pequeña Mercy, y eso me agrada. Joder Wells, vos con dos hijos…Parecía que ibas para monja y ya me ganaste y ya me estás encargando el cuidado de una pequeña….Qué rápido pasó todo. Si hasta ayer eras un arbusto.
–Ay, ya empezamos…
–Mentira, tonta. Gracias. –esta vez, el abrazo fue de su parte–Quizás pronto Louise pueda tener una compañerita de juegos…
–¡John! ¿Me estás diciendo que...?
–No, sólo lo he pensado. Con un Jack no me conformo. En fin, vámonos que ya se está haciendo tarde y tenemos que volver. Espero que George ya esté listo.
Salimos de allí saltando nuevamente, pero esta vez, John me ofreció su ayuda. Estaba contento, aliviado. Era plenamente feliz, quizás por primera vez en su vida.
–¡Es John! –gritaron detrás nuestro.
–Ay no, John…–me aferré a su brazo, pero él me soltó.
–¡John con la mujer de Ringo!
–¡Me cago en todo! –gritamos al unísono y salimos corriendo perseguidos por unas cuatro chicas con uniforme de la escuela a la que íbamos.
Llegamos cansados, por suerte las chicas se habían cansado antes.
–Mañana la tapa del periódico: “John Lennon con la mujer de Ringo. Caos en la banda”.
–John, qué horrible…–me tapé la cara, abriendo la puerta de mi casa.
–Eso dará más publicidad, después de todo, eso es rock, robarse mujeres y novias.
–No es gracioso, no tendríamos que haber salido.
–Ay dejalas que hablen, no vamos a privarnos de hacer las cosas como siempre, sólo porque unas no escolarizadas lo digan. En fin hermana y comadre,  ya me voy, decile a tu querido arbusto que se apure. Nos vemos en Londres.
–Nos vemos, John.

Cerré la puerta, y cerré también los ojos. La vida seguiría siendo una montaña rusa. 




*********
Sé que pasó mucho tiempo, la verdad es que no sé cómo me da la cara para volver por acá sin antes haber dejado un aviso de que por tiempo indeterminado no podría publicar. Así que antes de saludar pido disculpas a quienes leen esto. Ahora sí, ¡hola!
Como les decía, pasó mucho tiempo sin que subiera ni un miserable capitulo, ni una nota. De todos modos, les explico bien qué ocurrió. Ya saben mi cantinela, exámenes. Y es que tuve muchos, y mi final de cuatrimestre fue especialmente agotador. Si bien entre una cosa y otra tuve algunos días libres, no estuve inspirada para escribir. Desde hace mucho tenía algunos trozos de capitulo que al final terminé borrando por lo feos que eran. Ahora tengo tiempo pero como ven, tampoco tengo mucha inspiración, estoy bastante seca para escribir así que salió esto que leyeron. Espero que para el próximo haya más emociones.
Y justamente el próximo ya será en el 2016. Por lo tanto este es el último capitulo de 2015 (no me digas…). Desde aquí, desde este rinconcito de blogger, les deseo un gran final de año y un excelente comienzo. Que sea un gran año para todos ustedes, lleno de felicidad y Beatles. Aunque si hay Beatles, hay felicidad jaja.
¡Hasta el año que viene!

10 octubre 2015

Capitulo 101 - It's only love



El sólo hecho de saber que ha llegado la hora puede volverte loca. Una mezcla de sufrimiento, alivio, nervios, miedo, alegría, ganas de gritar y asombro por sentir todo eso en un mismo momento simplemente puede hacer que te sientas desquiciada.  Y terror. En aquel momento también sentía terror: nada estaba saliendo como se había planeado. No sé si lloraba por el dolor físico, o por el dolor en el alma, porque aquello simplemente estaba saliendo mal, y si seguía mal, sería el fin. Todo estaba yéndose rápido, como cuando se da vuelta un reloj de arena y cae rápido y sin pausa. Todo estaba yéndose a la mierda.

–Ya está llegando Cyril. –me dijo una enfermera, sonriéndome para infundirme confianza. Cerré los ojos con fuerza.–Ni bien llegue empezaremos, ya falta poco, no te preocupes.

“No te preocupes”. Lo decía como si hubiera ido porque me dolía una muela. ¿Por qué la gente dice estupideces cuando peor estás?  Me concentré en tratar mentalmente el dolor que sentía. Eso me había comentado Jonathan que había leído en uno de esos libros de espiritualidad. En el momento le había contestado  que aquello eran idioteces, ahora lamentaba no haberle puesto más atención. Sentí las lágrimas calientes corriéndome por las mejillas. Sí, evidentemente, en todo ese lío, me dolía más el alma que el cuerpo. No quería terminar así, dejando solo en el mundo a un hijo, o…
El dolor me cortó cualquier pensamiento, haciendo que me incorporara. La enfermera de inmediato me puso una mano sobre la frente y algo me susurró pero ni la oí.
–Mamá…–dije en medio de una queja.
Oí otra voz, gruesa y áspera, la de otra mujer.
–Claro, para embarazarse no llaman a la madre, ahora para parir sí.
Abrí los ojos, de pronto ya no sentía nada más que rabia y ganas de pelearme y pegarle fuerte a quien había hablado. La mujer era otra enfermera, vieja, y seguramente amargada y llena de veneno.
–Oiga, que usted tampoco habrá llamado a su madre cuando…Bah, no creo que alguien ni siquiera la haya tocado, parece una víbora. –solté un quejido más lastimero y cuando me recompuse, seguí–Vieja horrible, su madre seguro sería bien pu…
–¿Qué está pasando aquí?
Vi a Cyril y le sonreí porque era un alivio verlo.
–Esa…–otra vez el dolor que me pegaba de todos lados–…esa vieja de mierda…
–Sara por favor, retírese.
La vieja obedeció sin decir ni una palabra más.
–Que la despidan, es una maltratadora…Cyril…–tomé aire–…esto no está saliendo bien.
–No, y por eso mismo ya mismo vamos al quirófano.
De la nada aparecieron dos tipos más y como cuatro enfermeras. Vaya, sería concurrido el asunto, por lo menos no me moriría sola o con la maldita vieja víbora a mi lado. Recordar me estremeció y tiré del guardapolvo de Cyril. Se inclinó y por primera vez tuve conciencia de que mi voz apenas era audible.
–Decile que lo amo. Por favor.







Vi cosas borrosas hasta que centré la vista y reconocí a la enfermera que me decía que no me preocupara.
–¡Ya volvió! –gritó y me sentí aturdida. ¿Volver? ¿De adónde?
–Hubiera sido mejor que no. –oí a Cyril cerca y giré la cabeza.
–¿Qué? –le pregunté.
–Cesárea ya. –dijo sin mirarme, porque tenía los ojos fijos en un aparatito–Si seguías desvanecida era mejor. Ahora te hará mal la anestesia, tendrá que ser mucha y…
–¿Desvanecida? –interrumpí, pero no me respondió. De pronto supe que la anestesia no me la habían dado porque tuve una oleada de dolor que prácticamente me partió en dos.
–¡Me cago en…! ¡Suspendan todo! –era la voz de otro hombre, que al parecer se había alterado mucho. No entendía absolutamente nada de lo que estaba pasando, sólo sentía mucho dolor y peor, dolor en el pecho. Me mordí los labios para no gritar y alterar más a toda esa gente que supuestamente debía calmarse para que yo no me muriera.
Cyril se inclinó sobre mí, y me sentí más desolada que nunca: jamás lo había visto tan mal. Ni siquiera cuando me había dado las peores noticias. Tragué saliva, preparándome para lo peor.
–Lo lamento, Mercy.
–¿Está muerto, no? –apreté los párpados y los dientes, no quería escuchar su respuesta.
–¿Eh? ¡No, no! Al contrario. Tu hijo quiere nacer de forma tradicional, y ya está a punto.
Claro que sabía que estaba a punto, si sentía cómo se me rompía todo por dentro. Y también sabía que aquello no lo iba a soportar, parir era extremadamente peligroso, eso lo recordaba bien pese a que mi mente estaba casi ida.
–No voy a poder…
Ya no pude hablar más, la necesidad de empujar aunque me fuera la vida en ello era mucho más fuerte. De pronto me olvidé que no podía con aquello, que los pronósticos me eran desfavorables y que el hecho de sólo pensarlo me iba a fulminar.  Si había nacido mujer, estaba preparada para soportarlo, y me alegré de llegar a esa certeza. Cyril me decía algo, y una enfermera también pero no lo escuchaba, sólo hacia lo que el cuerpo me pedía, o sea, tratar de que ese bebé naciera pronto, sano, y que tuviera una madre por muchos años. Volví a la realidad cuando caí rendida. Y cuando lo escuché, débil, muy débil, pero lo escuché. Mi hijo.
–¡Es un niño! –exclamó la enfermera a mi lado. Me tapé la cara para llorar, sin poder creer que aquello había sucedido.  De pronto vi que corrían de un lado a otro. Me incorporé como pude, busqué a la enfermera con la mirada, la noté nerviosa.
–¿Qué pasa? ¿Qué está pasando? –por primera vez sabía qué era la desesperación de una madre–¿Qué? Quiero verlo, ¿qué pa…?
–Tranquila, lo han llevado porque es muy pequeñito. Le han puesto un respirador. Pero está bien, es sanito, no te preocupes.
Y dale con el “no te preocupes”. A esa mujer le iba a pegar cuando estuviera en mejores condiciones.
Cyril apareció con una sonrisa de oreja a oreja.
–En nada lo tendrás, lo están revisando bien. Es chiquito pero fuerte.
–Tampoco tiene a quién salir grande…
Rió y me tomó de una mano.
–Salió todo bien, Mercy. Seguís sorprendiéndome.
Iba a responderle pero una punzada, más fuerte que todas las anteriores, me cortó la respiración. Cyril me miró, otra vez los colores se fugaron de su rostro. La punzada no amainó, al contrario, se hizo más fuerte y cuando abrí los ojos ya estaban todos a mi alrededor otra vez. Algo me dijo que aquello no había terminado.
–¡Son mellizos!
–¿QUÉ? –me olvidé totalmente de las punzadas, me incorporé y miré a todos como si estuvieran locos.
La enfermera de las no preocupaciones repitió algo que jamás en la vida había imaginado que iba a escuchar. Que eran mellizos.
Me tapé la cara para ahogar el sollozo de desesperación que tenía dentro. Dos. Dos hijos. ¿Qué mierda estaba pasando?
–No, no, no, la puta madre, ¡no ahora!
Miré a Cyril, no parecía alterado por la existencia de otro hijo mío, sino por algo que le indicaba su aparato. Otra vez el dolor me cortó la visión, y de pronto sentí que Cyril me sacudía y me ponía más cables sobre el pecho.
–Mercy, Mercy, despertate. ¡Una dosis más de…!
No entendí qué dosis pedía porque otra vez todos mis sentidos se nublaron. Quise tomar aire pero no podía, abrí los ojos y sin darme cuenta me había puesto a llorar. No podía rendirme ahora, faltando tan poco. La bocanada de aire no llegaba y Cyril seguía diciéndome cosas que no entendía, y el otro médico también. Al fin un respirador vino a salvarme, y me llenó los pulmones y me aclaró un poco la cabeza antes de que otra puntada que ya ni sabía de dónde venía, me estremeciera como un rayo. Mi segundo hijo estaba ya coronando y, sacando fuerzas de donde no tenía y casi maravillándome por saberme tan dura, lo ayudé a que saliera a ver la luz. Esta vez no escuché nada, ni un pequeño llanto, ni una queja. Nada.
Me quedé esperando que pasara algo mientras todos iban tras mi hijo, ese hijo al que, pobre, yo no había esperado. No sé cuánto esperé, quizás unos minutos, quizás un milisegundo. Sólo sé que lentamente, todo dejó de existir y ya no supe nada de él.










Aquello estaba lleno de flores de lavanda, una auténtica alfombra violeta llena de aroma fresco y color. La primavera estallaba justo a mi lado, ante mis ojos y sobre mí, y no podía dejar de verla y sonreír. Una fina brisa suave y caliente me estremeció de pies a cabeza, la brisa de su aliento y un suave beso en la mejilla y sus manos rodeándome la cintura. Sonreí aún más.
–Richie, te estaba buscando.
–Estaba por ahí, ¿viste qué día tan precioso?
No le contesté, sólo me giré para darle un beso, que interrumpí cuando oí el estruendo.
–¡Mamá!
Nos separamos riendo antes de que una avalancha pequeña y enrulada nos llevara por delante. Un niño pecoso, de ojos azules tan profundos como los de su padre, me miraba con consternación. Me incliné hacia él, maravillada por la perfección de esa criatura.
–¡Louise se ha perdido! –exclamó angustiado–¡No puedo encontrarla! ¡Jugábamos a las escondidas y no está donde siempre se esconde!
Richard lo levantó como una pluma, riéndose.
–No se ha perdido, ¡hoy ha sido más lista para que no la encuentres! ¡Mirá, allá viene!
Me incorporé y vi, en medio de ese violeta furioso, la cabellera rubia de una niñita. Mi hija. Reía a carcajadas y sentí cómo el corazón se me apretaba de la emoción. Pero de un instante a otro, no la vi más, desapareció en ese mar.
–¡Louise! ¡Louise, hija! ¡Louise!



Un brazo pegó contra algo duro y frío y la respiración fue sólo un ahogo. Todo se había esfumado y sólo veía una pared blanca frente a mí y me encontré casi atada con cables. Al intentar tragar, recordé cuando una vez también había despertado así: una dramática resurrección donde estaba sola y rodeada de máquinas ruidosas después de tener una espantosa pesadilla que se había repetido no sé cuántas veces. Aún me duraba la terrible sensación, que fue en aumento al saberme viva pero no segura. ¿Todo lo que había pasado sucedió de verdad? ¿Mi despertar lo era o también formaba parte de otro sueño que terminaría mal? La garganta arenosa me confirmó que estaba bien despierta, y también el frío que sentía en el cuerpo. De pronto me sobresaltó una estampida, era la puerta abriéndose y dando paso a un tropel de gente vestida de blanco. Ya sabía lo que vendría, todo tipo de preguntas para saber en qué estado estaba, y cabezas negando con preocupación. Cerré los ojos para evitar verlas.
–Mercy.
Reconocí la voz de Cyril y de inmediato abrí los ojos. Quise hablar y me encontré con la sorpresa de que no podía porque estaba entubada.
–Tranquila, todo está bien, te sacaremos esto. A ver, hacé como si hicieras un esfuerzo muy grande para toser.
Le obedecí y me sacó ese caño espantoso de la tráquea. No sé si fue la impresión de ver eso o qué, pero me dio arcadas. A él le pareció normal.
Quise hablar pero me metió un respirador.
–Ya te estás enojando. –rió–No creo que puedas respirar por vos misma.
Noté que dos enfermeras me retiraban unos cables, por lo menos un brazo podía moverlo, el otro lo sentía entumecido. Aparté el respirador.
–Mis hijos.
No pude oír mi voz. Maldición, ¿ahora me había quedado muda?
Cyril sonrió, parecía que todo le causaba gracia y eso me llenó de furia.
–Pasarán un par de horas hasta que tengas tu voz chillona y me insultes a gusto.
Se fue, dejándome con las enfermeras. Para insultarlo no necesitaba voz, así que lo hice mentalmente. Después caí en cuenta de que no me había respondido. Ni una palabra de mis hijos. Una terrible señal.






Abrí los ojos sobresaltada, después de tener exactamente el mismo sueño. Todo estaba en silencio, seguramente sería de noche, no podía saberlo porque no alcanzaba a ver si había una ventana en aquel lugar, y además la luz parecía estar perpetuamente encendida. No sabía en qué momento me dormí, así que con certeza me habían enchufado calmantes o algún medicamento. Las preguntas me estaban comiendo la cabeza, no entendía nada, no había recibido ni una puta explicación y dudaba de mi cordura. 
Se abrió la puerta, levanté un poco la cabeza para ver quién era, una enfermera sonriente. Escuché el pasillo bullicioso así que de noche, no era. Como tenía los brazos libres, salvo por la línea del suero y otro cablecito extraño, me arranqué el respirador y le clavé los ojos.
–Quiero que me digan ya qué pasó. Y cómo están mis hijos.
La estúpida enfermera no borró su sonrisa estúpida y me miró como si yo, justamente, fuera estúpida.
–Todo está bien.
Uy, qué respuesta. Apreté las mandíbulas, estaba a punto de lanzarle una larga lista de saludos a su madre, su hermana, y a sus aparatos reproductores, pero me detuve cuando lo vi.
–¿Puedo pasar?
–¡No, todavía no!
Maldita perra, ¿por qué no dejaba pasar a Richard? Tan rápido como había aparecido, Richard se fue y me quedé más desconsolada que antes. La enfermera siguió con su sonrisa mirando una pantallita y anotando en una tabla, al rato se fue. Como era mi costumbre, me largué a llorar, harta y llena de rabia.
Estaba concentrada en eso y en todo lo que mi mente me decía, sus preguntas  y sus conjeturas, todas completamente dramáticas, que no escuché nada, sino que sentí. Su mano en mi frente.
–¡Rich! –exclamé, pero me di cuenta que tenía el respirador, así que otra vez me lo saqué  y repetí–¡Rich!
Me abrazó como nunca antes lo había hecho. Y otra vez lloré, más fuerte, más aliviada, más triste, más todo. Para mayor desconcierto, él también lloraba y me sentí más apenada todavía.
–¿Qué pasó? –pregunté cuando me miró a los ojos. Me quedé sin aire, no sé si por la falta del respirador, o por su mirada.
–Todo está bien. –sonrió.
Otra vez la misma respuesta, que no me daba tranquilidad.
–No, no, decime la verdad. ¿Qué pasó?
Con suavidad me puso el respirador y lo miré con mi peor cara.
–¿Qué pasó? –repitió–Pasó que te gusta darme muchos sustos.
Me saqué el respirador de vuelta.
–No estoy para bromas.
–Ni yo, ponete eso. –me lo puso otra vez–Hace dos días que estás así, la otra vez fueron como cinco…Empiezo a pensar que estar en coma es divertido, de otro modo no me explico.
Intenté quitarme el respirador pero me sujetó la mano.
–Lo bueno es que siempre despertás.
Dejé de forcejear, cansada. Se sentó a mi lado.
–Te dije la verdad, todo está bien. Te agarró algo…bueno, no sé bien qué, la verdad es que no tenía cabeza para escuchar a Cyril. –bajó la mirada, y me tomó una mano–Pensé que te ibas.
A falta de palabras, le apreté la mano. ¿Cómo me iba a ir? ¿Cómo dejarlo sintiendo tanto por él? Ni muerta lo haría.
–Se complicó todo muchísimo, bueno, creo que te acordás, ¿no? –asentí con la cabeza, cmo para olvidarme de todo eso–Bueno, el parto te hizo bastante mal, ya sabíamos que no lo resistirías pero ya ves que sí, acá estás.
Se quedó sin decir más nada, mirando a un punto cualquiera. Aparté el puto respirador.
–Richard, al grano.
Volvió a mirarme y sonrió.
–Lo siento, es que todavía no caigo. Tenemos dos…hijos. Joder, eran dos.
Por primera vez me reí, y fue algo muy liberador. Él dejó su consternación  y también rió.
–¿Me querés decir qué vamos a hacer con dos? Yo regalaría uno, pero…
Le di un golpecito en la mano, volvió a reír, pero de inmediato se puso serio.
–El problema es que son muy pequeñitos. Ahora están estables, pero estuvieron un  poco mal. Sobre todo…
–Louise, sí.
Abrió sus ojos de par en par.
–¿Cómo lo sabías?
–Me la pasé soñando con que le sucedía algo malo. Supuse que tendría que ver con que estaba mal de verdad.
–S…sí, pero ahora ya está bien y aumentó…¿Soñaste? ¿Pero q…?
–Espero no seguir teniendo ese sueño. Rich, de grandes serán preciosos.
Otra vez las lágrimas me brotaron. Al fin lo sabía, estaban bien, todo estaba bien, todo podía volver  a ser “normal”. Si es que eso era un parámetro en mi vida.
–¿Y Andrei? ¿Le pusiste ese nombre, no?
–Sí. –sonrió ampliamente–Andrei. Es fuerte, pobrecito le hicieron mil estudios y ni un llanto. Es fuerte como su mamá.  –me besó, fue volver al paraíso que tenía antes de terminar en ese hospital. Después volvió a ponerme el respirador, pero lo detuve.
–Por favor, quiero verlos.
–Mercy no podés salir de acá.
–Pero…
–No. Todavía estás delicada, y ellos también, y yo debo cuidarlos a todos.  Ya los verás, no te preocupes.



Pronto supe que ese momento del día era la tarde. Como estaba en terapia intensiva, la visita de Richard fue muy corta, la enfermera estúpida lo sacó enseguida para fuera, hasta que le permitieran entrar a la noche, otra vez por unos minutos. Las horas pasaron muy lentamente, pero no fueron lastimeras porque sabía que todo se estaba encaminado. Había tenido dos. No cargarían con el trauma de sus padres por ser hijos únicos, eran niño y niña, estaba bien y serían preciosos…¿qué más podía pedir? Sí, verlos, pero si quería curarme rápido no debía desesperar, así que me comporté como si tuviera paciencia, aunque por dentro no podía más de ansias.
Cerca del horario de visitas, apareció Cyril.
–¡Qué bien se te ve, mamá!–exclamó–¿Qué se siente saber que tendrás que criar a dos a la vez?
–Cyril, te odio.
–Ya lo sabía. Bien, creo que te preguntarás qué te sucedió, ¿no?
–Sí, aunque lo supongo. Otro infarto.
–Premio para la señorita.
–¿Y ahora cuánto de corazón tengo muerto? Si me hago mala ya sé porqué será, porque no tengo corazón.
–No tenés nada muerto, fue algo leve, no se compara con el primero. Estuviste así porque si a un infarto, por leve que sea, le sumamos un parto de urgencia, y a eso le sumamos que fue un parto de mellizos…pues el resultado es una conmoción que te cagás.
–Qué lenguaje tan médico usás.
–Te lo digo así para que entiendas la magnitud de todo. Y ahora una buena noticia: en dos, tres días máximo, estás afuera. Eso sí, los bebés un par de días más, no porque estén mal, sino para darte tiempo para comprar otra cuna.
Reí entre dientes mientras él lo hacía a carcajadas.
–Este es un castigo por hacerme renegar tanto.
Se fue silbando y mostrándome un ”dos” levantando los dedos índice y mayor. 





A los pocos segundos que Rich pudo entrar, se oyeron golpes en la puerta, y vi asomarse el flequillo de George.
–¡Y la bestia sobrevive y sobrevive, eh!
Richard le dio un codazo, pero George ni lo sintió.
–Es que mi deber en el mundo es joderte la vida, Harrison, y no me puedo ir sin terminar mi misión.
–¿Todavía no terminaste? ¡Si me has jodido mucho! Hablando en serio, es bueno verte bien otra vez. Hay muchos que quieren verte pero yo tengo prioridad porque tengo algo para vos. Me dijo él–señaló a Rich–que todavía no podés ver a tus bebés. Entonces, yo te traje a tus bebés acá.
Lo miramos confundidos, él rebuscó en un bolsillo de su chaqueta.
–Me hice pasar por un padre y entré en la nursery. Es increíblemente fácil robar uno. –rió–En un descuido les tomé estas fotos. Mirá, posan muy bien.
Me extendió dos fotitos, lo miré sin reaccionar, igual que Richard.
–¿Qué hiciste qué? –le preguntó.
–Eso. –señaló las fotos, riendo–Me pareció un buen regalo para Mercy.
Le sonreí, no esperaba jamás que George hiciera algo así por mí. Miré las fotos sin contener las lágrimas, esos bebés eran preciosos y sí que posaban bien.
–La de rosa es Louise. –señaló–Y el otro es Andrei. Lástima que están dormidos…
Richard le dio una palmada en el hombro y le susurró un “gracias”. Me sequé las lágrimas y le di la mano.
–Qué hermoso gesto, George.  Gracias. Y vaya que son lindos, ¿no? –se las mostré a Rich.
–Te lo dije, son un par de bombones.



Esa misma noche, mientras dormía, sentí algo. Abrí los ojos asustada y noté que alguien me sacudía con suavidad. Me restregué los ojos.
–¿Te acordás de mí?
Mi boca se abrió en una gran “O” cuando me di cuenta quién me sonreía. Samantha, aquella enfermera que me había atendido en mi convalecencia por tanto tiempo en el hospital.
–¿No te habías ido? –le pregunté sin recuperarme del asombro.
–Sí sí, me había ido a Londres pero me aburrí. Volví hace poco, ¿y ahora de qué me entero? Que Mercy Wells ha tenido dos hijos. Veo que te duró poco la pelea aquella con el muchachito, ¿eh? No sé porqué hiciste tanto escándalo.
–Eso quedó atrás, por suerte. –le sonreí–¿Qué estás haciendo acá?
–Vine a llevarte. Levántate y anda.
–¿Eh?
–Que te levantes. ¿O no querés conocer a tus hijos?
–¿Qué?
–Son las dos de la mañana, no anda nadie y vos estás bien. ¿Quién se va a dar cuenta de que te fuiste? Vamos, rápido, antes de que llegue alguien grave y me llamen.
Me dio una bata y sacó de la cama una de las mantas, con la que me envolvió porque según decía, hacía mucho frío. De la mano y mirando hacia todos lados me sacó al pasillo y como si fuéramos ladronas, caminamos rápido hacia un ascensor.
–¿No me hará mal…?
–Peor sería que bajes dos pisos por escalera. ¡Rápido, mujer!
Me metió dentro y bajamos sin decir media palabra. Cuando llegamos abrió otra vez mirando a todos lados.
–Ni un alma.
Otra vez de la mano me condujo hasta la nursery. Entró dejándome afuera, temblando de frío y nervios. Cuando salió lo hizo con total tranquilidad.
–Esto es lo bueno de hacer favores a tus compañeros, que te los podés cobrar. Me dijo la que está de guardia que entremos, pero por un ratito nada más.
Me hizo pasar y Dios, qué barbaridad de niños había allí. Pasamos por al lado de todas esas cunitas de bebés durmiendo plácidamente hasta que llegamos a otra sala más pequeña y apartada, donde había incubadoras.
–¿Apellido?
–Starkey.
–¡Allí! –señaló y otra vez me tomó de la mano–Bien, ahí tenés a tus hijos.
–Gracias Samantha, si no fuera por vos, quién sabe cuándo podía…
–¡Basta de agradecimientos y miralos!
Sonreí nerviosa porque lo estaba, supongo que era muy distinto ver a tus hijos ni bien nacía y no varios días después. La sensación era rara, entre miedo y felicidad. Leí los cartelitos con sus nombres  embobada y me acerqué más. Ambos dormían, Andrei era más grande pero pequeño comparado con los otros bebés de las otras cunas. Y Louise aún tenía un cablecito conectado a su nariz, y era más pequeña aún.  Pero aún así parecían dos gigantes fuertes. Apoyé las manos sobre las cunas, muriéndome de ganas por tocarlos, pero me tenía que conformar con verlos. ¿Qué podía decirles? No lo sabía, y tampoco quería ponerme a llorar. Al fin me salió un simple “Hola, hijitos”, algo que a mi lengua le sonaba muy extraño pronunciar. Siguieron dormidos, sin moverse.
–¡Chist! –oí y vi a otra enfermera–¡Viene la supervisora!
Alarmada, Samantha me agarró de un brazo y me tironeó. Susurré un adiós, y para mi sorpresa, Andrei estiró los dedos de una de sus manitos y Louise una de sus piernitas. Me dejé llevar por Samantha sin dejar de mirarlos. Quizás me habían oído, o no, lo importante es que los había conocido. Tenía dos hijos y eran esos. Qué distinta iba a ser mi vida a partir de ese día.


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Como siempre, vuelvo después de muuucho tiempo (más de un mes, qué barbaridad) pero siempre vuelvo. ¿Qué tal? ¡Ahora hay dos personajes nuevos! ¡Y dos padres que se volverán locos! Bueno, espero que los críen como puedan jaja. 
Una cosa, faltan cuatro capitulos para que termine (este es un número oficial, saqué cuentas y lo instituí), pero no se preocupen mucho, viendo mi ritmo para subir, tienen fic hasta el año que viene jaja.
Y otra cosa más, ayer fue el cumple de este muchacho:

En este capitulo no salió por razones de espacio pero igual FELIZ CUMPLE JOHN!!!

Y ahora sí me voy, digamos que hasta el mes que viene.