Me sorprendí cuando
supe que cenaríamos en el hotel en el que se alojaban, más concretamente en una
de las habitaciones, y más concretamente, en el suelo.
-Sabiduría oriental.
–explicó George.
-Mas bien falta de
sillas. –rió Grace.
-¡Ey! Que dicen que es bueno
comer en el suelo.
-Claro que sí, rodeado
de bacterias. –dije–Y encima con alfombra, millones de ácaros están listos para
atacarnos.
-Dejen de quejarse, así
está bien. –Paul se sentó, abrió una cerveza–Si nos quedamos en el restaurant
del hotel, vendrá mucha gente a molestar.
-Además es fea la
comida que sirven. –agregó George.
-Ah Paul, necesito un autógrafo
tuyo.
-Sabía que te
conquistaría, Mercy Wells.
-No es para mí, idiota.
Es para una enfermera, se llama Flor.
Resoplando, sacó de un bolsillo
una libretita y un bolígrafo.
-¿Es buena?
-Eso parece. Ponele
entusiasmo o le cuento sobre tu cara, así si un día necesitás una inyección, ella
se ofrece para vengarse.
-Ay,ay, dejá las amenazas.
A ver…”Para Flor, la mejor enfermera de…” ¿Es de Liverpool?
-No, de Londres.
-¿Viniste al médico de
acá? –intervino John.
-Sí, antes de verlos a
ustedes.
-¿Y qué te dijo?
-Que está todo bien.
-¡Ey Mercy! ¡Te estoy hablando!
-Ay….¿qué querés
McCartney?
-Te leo: “Para Flor, la
mejor enfermera de Londres, un beso. Paul”. ¿Así está bien?
-¡Y yo qué sé! Se supone
que estás acostumbrado a firmar eso.
-Agregaré mi número de
teléfono, jeje.
-¡Paul!
Reímos con el codazo
que Grace le dio en el estómago, algo que a juzgar por cómo se dobló de dolor,
le sacaría las ganas de dar su número a las fans por mucho tiempo.
-Bueno, comamos. –George
se hizo sonar sus dedos como si fuera a tocar la mejor guitarra del mundo y no
un trozo de pizza. John se tiró al suelo, empeñado en demostrar que podía comer
acostado sin ahogarse hasta que, por supuesto, se ahogó.
-No crecés más. –lo miré
negando con la cabeza y dándole un vaso con agua.
-Yo no sé, pero Paul sí.
Vamos, contale.
Miré a Paul, que tragó
lo que masticaba asintiendo.
-¿A que no sabés? Me
compré un departamento.
-Zona céntrica, todos
los servicios. –agregó George.
-¿Vos? ¿Comprar?
-Claro, ¿te parece
raro? John se compró una casa.
-No la compró…
-Por supuesto que la
compré, hermanita. Para que lo sepas, no sos la única que prospera gracias a la
venta de discos, nosotros también, porque somos los que los grabamos. Y hablando
de eso, tendrías que darnos parte de tu ganancia.
-Sí, seguro, soñá que
eso te saldrá gratis. Ey Paul, ¿qué departamento es?
-Está acá, en Londres.
Se lo veía radiante, y
Grace también.
-¿Vivirán juntos?
-Sí. –dijo ella–Así yo
no ocupo el de mi hermana.
-Fiuuuu Paul, qué paso
estás dando. Hay que ver si Grace te aguanta. Pero hablando en serio, ¿por qué
acá? Aparte de para vivir juntos, claro…¿no vas a extrañar?
-No sé, supongo que sí.
Pero me quedará más cómodo, ahora el trabajo está acá.
-Yo también quiero hacer
eso, a Juliet le encanta la idea, pero sus padres quieren todo el rollo de la
boda y todo legal. –George hizo una mueca, mordió otro trozo de pizza.
-Vaya…Se mudarán todos.
-Quedaré sólo yo en
Liverpool. –dijo John–Ringo también se vendrá para acá.
-¿Ah, sí? –lo miré,
traté de hacer una sonrisa pero no me salió nada.
-Pienso igual que Paul.
–fue todo lo que dijo.
Tomé un sorbo de agua,
la conversación de ellos siguió hacia una carrera de autos que había tenido un final conflictivo. Grace también parecía interesada
en los autos, ya que intervenía y apoyaba la conclusión de John. Me quedé pensando
en lo que acababa de oír. Lo que tanto temía ya era una realidad, tenían éxito y
se irían y no los vería nunca más. Incluso a Richard. Supe que viajar había sido
completamente en vano, no le diría nada. Las cosas eran mejor así, él con su
gran futuro y yo, con el mío. Además, a la vista estaba que no le gustaba nada
que yo estuviera ahí.
-¿Y vos qué decís?
La voz de Grace me sacó
de mis pensamientos, la miré sin entender.
-¿De qué?
-De que los exploten
así. Sacan este disco, y en seis meses o menos les piden otro. En el tiempo que
trabajo ahí, nunca vi que le exigieran tanto a un grupo, quieren aprovecharlos
al máximo. Y ustedes son tontos y se dejan…
-Nosotros también queremos
aprovechar. –John encendió un cigarrillo, me miró y lo apagó. Le sonreí.
-Oigan, ¿y tienen tantas
canciones para llenar tantos discos?
-A patadas, pero hay
que ponerse a ensayar, y dicen que hay que hacer giras…-bufó Paul.
-Bueno, veo que la fama
no es un lecho de rosas.
-Se trabaja como en todo,
pero tampoco hay que quejarse, peor es trabajar en los astilleros. –George
apuró la botellita de cerveza que tenía y la vació.
-Bien, yo tengo sueño,
fue un día largo. –John bostezó exageradamente.
-¡Qué tarde! –dijo
Grace mirando su reloj–Será mejor que me vaya.
-Y yo…-me puse de pie–Duermo
en tu departamento, ¿no?
-Sí, sí. –Grace pareció
dudar, miró a Paul.
-Las acompaño, te
esperamos abajo.
-Pero si voy con
ustedes…
-Ay Mercy, dejá a los
chicos solos un ratito, ¿no ves que quieren intimidad? Parecés una vieja.
-No me di cuenta. –reí.
Paul y Grace salieron,
y me puse a juntar los desperdicios.
-George, vamos.
-Pero John, no tengo
sueño, quería jugar a las cartas…
-Te dije que vamos,
carajo.
Antes de que pudiera
decir algo, John había desaparecido llevando a rastras a George. Con que eso habían
planeado. Cuando los viera me las pagarían bien pagadas.
-Eh….bueno…yo voy
abajo. –atiné a decirle a Richard, y manoteé mi bolso.
-No. Mercy no te vayas.
–dijo poniéndose de pie de un salto.
-Es que es tarde y
ustedes necesitan dormir y…
-Mercy. –me agarró de
los codos, se acercó–No te vayas.
Apreté los labios,
respiré hondo.
-Richard no lo hagas
más difícil, dejame ir.
-¿A qué viniste?
-Ya te dije, a visitar a
mis amigos, ¿o no puedo hacerlo? –me puse
a la defensiva, a punto de arruinar todo como siempre. Pero él era más
sabio, sólo sonrió.
Sentí su mano en mi
mentón, levantándome la cara con suavidad. Saqué fuerzas de no sé dónde para no
sucumbir ante su mirada.
-E...está bien.
–tartamudeé–Te vine a ver a vos, es eso. Pero ya no te molestaré más, lo juro.
Dejame ir, te lo pido, no me estoy sintiendo bien, no fue buena idea todo esto.
Perdoname por todo, pero dej…
Posó sus labios sobre
los míos para no dejarme echar a perder todo por milésima vez en mi vida. No pude
creer sentirlo nuevamente, saber que él no se había ido, que me seguía
queriendo. Lo besé de forma desesperada, como él a mí, que rodeó mi cintura con
sus fuertes manos, levantándome. Con rapidez me llevó hasta una de las camas
que había en la habitación y me empujó con tremenda suavidad, sin despegar su
boca de la mía. Después la sentí sobre mi cuello, suspirando apenas mi nombre. Más que nunca quería tenerlo para mí,
sentirlo lo más que pudiera, pero no podía. Lo aparté con una mano.
-Pará, pará. –me senté
y traté de tomar algo de aire–Yo…yo…te tengo que decir algo.
-Ya está Mercy, ya te perdoné,
no sé porqué lo hiciste pero ya pasó, no te preocupes. –sonrió y me desarmó por
completo: me largué a llorar como pocas veces había hecho en mi vida.
Me tomó de los hombros,
me acercó, y me abrazó.
-Ey, no te pongas así,
¿qué es? Tranquila, no llores más. –me secó las lágrimas con los pulgares–Todo
fue horrible pero ya pasó , no nos vamos a separar más.
-Perdón por ser una
inestable de mierda. Pero es que hay algo más…jodido. Te voy a explicar todo.
-Creeme que lo estoy
esperando, ya no sé qué pensar, no entendía nada.
-¿Viste que antes de
que te dejara, fui a Londres?
-Sí. Tu mamá quería hablar
con vos, ella no quiere que nos casemos, ¿no? Lo sospeché.
-Al principio pensé
eso. Me dijo algo que no le creí, pensé
que lo decía porque no te quería. Luego supe que era verdad. El tema es que no
puedo tener hijos, después del ataque ese que tuve, mi corazón quedó muy débil
y supuestamente no puede aguantar un embarazo ni un parto. Me dio estudios, fui
a ver a Cyril, y el me confirmó todo. Y…bueno, pensé que lo mejor era cortar
todo, nunca podría darte una familia.
-Mercy…¿por eso? Yo no
te quiero para que me llenes de hijos, te quiero porque te quiero, punto. Y si
hay hijos, bueno, y sino hay, no importa.
-Hay más, Rich. Después
de que te dejé, supe que…que estaba embarazada. Aún lo estoy, mejor dicho.
Estoy embarazada, y de vos. –se me
quebró la voz, me tapé la cara. Lo había dicho al fin, y me sentía aliviada y angustiada
a partes iguales.
Me abrazó tan fuerte que
creí que me partiría, y empezó a darme besos por toda la cara.
-No llores, amor….Vamos
a tener un bebé, eso es hermoso.
Abrí los ojos, se lo veía
realmente feliz. Negué.
-No entendés nada. ¡Me
voy a morir! El riesgo es alto, puede nacer prematuro, puedo perderlo, puedo
parirlo y morirme, yo qué sé…¡pueden pasar cosas horribles! ¡No hay nada
hermoso!
-Claro que lo hay, no
va a pasar nada de eso, te lo juro.
-No podés ganarle a la
muerte, Richard.
-Yo no, pero vos sí, y
si mal no recuerdo, ya lo hiciste una vez.
-No me entendés.
-Sí que te entiendo,
claro que sí, estás paralizada de miedo, es lo más lógico. Mirá, por nada del
mundo me hubiera imaginado que me dirías esto, pero pese a eso estoy feliz. Es
un hijo, tuyo y mío, y lo vamos a tener porque nos queremos. Yo te voy a acompañar
en todo, no estás sola, ya no lo estarás más. Nada de todo eso que decís va a
pasar, te lo aseguro. Te amo, y nada, ni siquiera esto, lo va a cambiar. –me
dio el beso más dulce y largo que jamás
me había dado y creí en sus palabras. ¿Qué podía salir mal con él al lado? Me
aferré sintiendo que por fin tenía lo que necesitaba, su amor y su apoyo.
-Richie…Te extrañé,
casi me muero de tristeza.
-Yo también te extrañé
muchísimo, morocha.
Me soltó, y se secó una
lágrima que le caía. Me reí.
-Ya te hice llorar.
-No es para menos. Si
te digo la verdad, jamás sentí tal mezcla de cosas, pero estoy feliz. Y creo
que es hora de las presentaciones.
Lo miré desconcertada
hasta que apoyó sus manos en mi vientre.
-Hola bebé…soy papá.
-Ay Richard pará que me
muero pero de ternura. –reí, llenándome de lágrimas.
-Tu mamá es una
llorona. –besó mi vientre y me dio otro beso
en la boca–Qué raro es todo esto de pápá y mamá….
-Parece cuando era niña
y jugaba con muñecas, y si lo pienso, no fue hace tanto… Rich, no te ilusiones,
mirá que…
-Ya lo sé, pesada.
–rió–Y ya te dije que no. De todos modos, quiero saber bien qué tenés, qué puede
pasar, cómo tengo que cuidarte….¿Cuándo puedo hablar con Cyril?
-¡No, no! No hace
falta.
-Me ocultás algo con
Cyril, ¿no? No me niegues que está colgadísimo con vos, porque ya lo sé.
-Bueno…sí. Pero nunca
le correspondí. Igualmente no quiero que hables con él, me da cosa.
-¿Pensás que no podemos
comportarnos como caballeros? El tema principal es tu salud, lo demás no
importa. Así que hablaré con él.
-Gracias.
–sonreí–Gracias por ser así, por quererme como soy. Tuve mucho miedo por todo,
y ahora un poquito también pero sé que lo lograré. Creí que me odiabas, que no
aceptarías esto, que me dirías que era de otro o un invento para que volvieras
conmigo…Pensé tantas cosas, no es fácil decirlo…Hice todo mal, no te di ninguna
explicación pero no quería que te quedaras conmigo por lástima sabiendo que te
gustaba la idea de tener una familia algún día. Y después pasó esto, no lo
quería tener, te juro que no, pero a la vez sí. Y ahora no puedo negar que me
encanta esto de tener un bebé aunque sé que soy una inútil total. Es de las
cosas más lindas y locas que me pasaron en la vida.
-Nos va a ir bien, por
una vez tenemos que tener suerte. Morocha…sabés que lo del casamiento sigue en
pie, ¿no?
-¿Todavía tenés ganas
de casarte conmigo? –reí.
-Sí, y te lo pediré
nuevamente, aunque otra vez no tenga un jodido anillo. Mercy Wells, ¿te querés
casar conmigo?
-No.
-No te lo creés ni vos.
–empezó a hacerme cosquillas hasta que me hizo caer en la cama otra vez.
-¡Está bien, está bien,
acepto, acepto! –grité entre risas.
Dejó de hacerlo y me
miró partiéndose de risa también.
-Aunque no se vale
sacar respuestas bajo tortura. –agregué.
-Me da igual. Sos una
caja de sorpresas, Mercy.
-Y sorpresas fuertes,
pero no me niegues que te encantan.
-Y demasiado.
-Te amo enano maldito,
no sabés cuánto.
Desperté y entreabrí los
ojos, sintiendo que una de las muñecas me dolía bastante. La luz del sol
invadía toda la habitación y cuando fui más consciente de dónde estaba, supe
que la muñeca me dolía por dormirme toda doblada, acurrucada junto a Richard.
Nos habíamos quedado dormidos y tiritaba de frío por dormir vestida, sin
sacarme ni los zapatos. Me senté y bostecé, buscando con la mirada alguna
mantita con la que pudiera envolverme.
-Hola…–Richard sonrió,
aún con los ojos cerrados–¿Cómo estás? ¿Te sentís bien?
-Mejor que nunca. –le planté
un beso y le revolví el pelo–Siento que me saqué una tonelada de plomo de la
espalda, me siento genial y además dormí toda la noche. Perdón, te estoy dando
demasiada información junta y sé que eso te molesta cuando recién te despertás.
-Uy sí, a lo mejor me
enojo. Aunque me parece que estás mintiendo, te sentís bien porque dormiste
como un tronco, nada más.
-Para qué voy a
mentirte…–reí.
-¿Qué? –dijo sentándose
y mirando su reloj pulsera–¿Las nueve y media? A las ocho teníamos que estar en
no sé dónde...
-Es claro que se fueron
sin vos. Los malditos planearon todo.
-¿Pero ellos lo sabían?
-No, sólo John, y
porque no pude evitar que se enterara. Fue bueno que lo supiera, me parece.
-Con razón me trataba
raro, me pregunto cómo no me bajó todos los dientes.
-Eso mismo me pregunto
yo. Ahora le harás la competencia, seguro que quería la exclusividad de ser
padre.
-Eso me da
tranquilidad. Si John puede ser padre, yo también, y por supuesto, mucho mejor.
-Uy, se agrandó Starkey,
¿qué te hace creer eso?
-¿Y qué te hace dudarlo?
–amenazó con otra sesión de cosquillas, pero me atajé a tiempo.
-No, no, que tengo
hambre, mirá si me descompongo o algo.
-Excusas, excusas…Pediré
que traigan el desayuno.
-Que no sea abundante,
por favor. Me la paso vomitando, es horrible.
Desayunamos tirados en
la cama y por primera vez en esos meses, comí con ganas y no tuve ni una
náusea. Al fin habían desaparecido esos molestos síntomas.
-¿Y cuándo querés que nos
casemos? –untó una tostada y me la pasó.
-No es tema para hablar
a esta hora.
-Me da igual la hora,
dale, decime un día.
-Yo qué sé…Que sea antes,
por las dudas. No me pienso morir sin estar casada.
Si bien lo dije en tono
de broma, me miró serio, y dejó su taza sobre la bandeja.
-Mercy, yo no soy así,
pero te voy a prohibir una cosa: que hables de esa forma. Por más que sea una
posibilidad, no pensemos en eso, me da escalofríos.
Volvió a su taza, dando
por terminado el asunto. No estaba enojado, estaba triste, y eso también me
entristeció a mí, pese al momento feliz que estaba viviendo. También sentí
escalofríos, no por mí, sino por él, los mismos escalofríos que alguna vez
había sentido junto a Astrid, pensando qué pasaría si me sucedía lo de ella.
Salvo que esta vez, los sentí más fuerte, por él. Por un instante me arrepentí de
haberle contado todo, no era justo que se ilusionara con algo que tenía tan
poco futuro. La idea de casarme y que todo terminara tan rápido y dejarlo viudo
era lo más torturante que se me podía cruzar por la cabeza.
-Ey, hola…-me pasó una
mano frente a los ojos–¿En qué pensabas?
-En nada –traté de sonreír,
y le tomé la mano.
-Y bueno, ¿qué día?
-¡Ya sé! ¡El 30 de octubre!
No sé porqué, pero siempre me gustó esa fecha.
-Perfecto, el 30 de
octubre tengo algo muy importante para hacer.
Llegó el mediodía sin
salir de esa habitación, contándonos lo que habíamos hecho en el tiempo que
estuvimos separados (básicamente sufrir), mirando televisión y jugando a los
naipes. Por un rato nos olvidamos de todo y sólo nos divertimos para recuperar
el tiempo perdido.
-¡Dejá ahí! –grité
cuando él pasaba los canales de la tele. Me subí a la cama y empecé a cantar
con un peine a modo de micrófono, una canción de Elvis. Bueno, cantar es un modo
de decir.
-Honey, I love you too
much, need your lovin’ too much…
Me miraba partiéndose de
risa hasta que escuchamos golpes en la puerta. Abrió y entró John seguido de
George.
-¡Hola, par de
degenerados! Supongo que se reconciliaron, ¿no?
-Claro que sí, piojoso,
pero no de la forma que pensás.
-Estos jóvenes no aprovechan
la vida. ¿Qué? ¿Estuvieron toda la noche haciendo karaoke? ¡Pará de gritar,
Wells!
Di un salto y caí sobre
él.
-¡Mercy! –gritó
Richard–No seas bruta, ¡mirá si te hacés daño!
-Uff…los próximos meses
serán así, ¿no?
-Claro, fea. ¿Y? ¿A que
fue un buen plan el que urdimos Paul y yo?
-¿Paul también? –lo miré
extrañada.
-Todos menos yo. –se
quejó George.
-Harrison, te pedí perdón
mil veces, ¿qué más querés que haga? Fue todo muy rápido, apenas le pude decir
a Paul para que se llevara a Grace.
-Tendría que matarlos
–dijo Richard–pero como hubo buenos resultados, tendré que agradecerles.
-Por eso no te
preocupes, dos, tres, cuatro, y porqué no cinco rondas de cervezas, nos sirven
de agradecimiento.
-Y comida.
-Y comida, sí, Harrison
quiere comida, como siempre. Ey Mercy, ¿le contaste todo, no?
-Sí.
-¿Qué todo? –George
parecía perdido.
-Que voy a ser padre.
–vi que Richard lo decía con orgullo, me conmovió. George, por su parte,
parecía desconcertado.
-Pero…¿cómo?
-Ay todos hacen esa
pregunta tonta. –dije–¿Cómo va a ser?
-Es que no le
explicaron nada todavía, es chiquito. –John le tocó la cabeza, George se apartó
con brusquedad.
-¿Así que estás
embarazada?
-Sí, Georgie.
-Tendrás una bestia
chiquita. –empezó a reírse y John también, Richard les dio un pisotón a cada
uno.
-Pero qué violento,
¡eso dolió! ¿Sabés qué Starkey? Mi hijo será mejor que el tuyo, por algo tendrá
el padre que tiene. Y el tuyo será un arbusto, y poco inteligente, porque claro,
¿de quién va a heredar inteligencia?
-Y te faltó decir que será
tu sobrino. –le saqué la lengua.
-El tuyo será un tonto
como vos.
-Y el tuyo…
De reojo miré a George,
se cruzó de brazos, negamos con la cabeza viéndolos pelear.
-Ni que pelearan por autos,
¿pueden ser más responsables?
-George tiene tazón, las
criaturas serán iguales a sus madres y con eso les basta para ser los mejores
en todo. He dicho. Y ahora quiero comer, atiéndanme.
John me revolvió el pelo
más de lo que lo tenía y me guiñó un ojo. Salió junto con George.
-Mercy. –Richard me
retuvo agarrándome de un brazo.
-¿Sí?
-Te quiero. –me plantó
un beso y se fue corriendo tras los otros.
-¡Jonathan!
No le di tiempo a nada
antes de saltarle encima y abrazarlo. Richard tenía razón, era una bruta.
-Ey, ey, ey. –dijo
riéndose y bajándome al suelo–Veo que estás…
-¡Feliz, sí! –di más saltitos
hasta que logró zafarse para que dejara de sacudirlo.
-Y esa felicidad tiene
que ver con un muchacho de…
-¡De ojos azules, sí!
-¿También te volviste
adivina? ¡Contame todo!
-Fui una tonta, una
estúpida, ¡una idiota! Tanto problema por algo que se solucionaba hablando. ¿Y a
que no sabés? ¡Me caso! Quiero bailar sobre pétalos de rosa y que me tiren
azúcar y….mierda, qué cursi estoy, tengo que parar.
-¡No pares, si te ves
radiante! Al fin te veo feliz.
-Me siento con más
fuerza que nunca. Bueno, este negocio tiene que ser atendido o nos fundimos,
¡abrí!
-Ah no señorita. –me
apartó del mostrador –Usted se va a la cama.
-¡Pero si recién llegué!
-Con más razón, estás cansada.
A dormir, vamos, ya te estás yendo. –hizo chasquear los dedos–¡Vamos, vamos!
Rezongando le dejé los
libros que había comprado y caminé a casa. En cierto modo tenía razón, me
sentía agotada pero quería estar en mi negocio. Llegué a casa y ya estaba
subiendo las escaleras cuando recordé algo: no había visitado a mi madre. En
unos segundos me debatí entre darle las noticias cuando regresara a Londres por
más estudios, o llamarla por teléfono. Finalmente opté por el teléfono, me sentía
plena en ese momento y no quería ver la cara de mi madre cuando se enterara,
aunque me la imaginaría.
Con mucho esfuerzo,
marqué su número y esperé. Oí su voz y tragué saliva.
-Hola mamá.
-Hola hija, tanto
tiempo sin saber de vos.
Genial, ya empezamos
con los reclamos, pensé. Decidí no hacerle caso a mi orgullo y me aclaré la
garganta.
-Llamo para decirte
algo. Cyril ya me explicó todo, e igualmente me voy a casar.
-Hacés bien.
-Sí. Hay otra cosa….bueno,
cuando me enteré de este problema ya era demasiado tarde. Estoy embarazada.
Unos tres meses.
Su silencio pareció
congelar el aire, hasta que al final escuché que suspiraba.
-¿Y qué vas a hacer?
-Cyril y otros médicos me están tratando. Hay mucho riesgo,
digamos que muchas probabilidades de que todo salga para la mierda. Pero creo que
debías saberlo.
-Claro, entiendo.
Otra vez su silencio, y
la que suspiró fui yo.
-Mamá, no empieces a juzgarme,
pero me gustaría que me dijeras algo.
-¿Y qué querés que te diga?
Ya decidiste, te estás arreglando sola, ¿en qué puedo intervenir? Gracias por llamarme,
Mercy.
-Pará mamá, pará. Ya sé
que estuve mal con vos pero…
-Lo sé, sos igual que
tu padre, hacés las cosas y después te arrepentís cuando es tarde.
-Mamá…
-Pero te perdono, sos
mi hija y me imagino que muy bien no estarás. Mercy, acordate que sos fuerte,
estoy segura que lo lograrás. Esto es…muy sorprendente, pero no sé en qué podría
ayudarte, pareciera que ya no tenés lugar para mí en tu vida.
-Sos mi madre, ¿cómo no
vas a tener lugar en mi vida si me la diste? Ahora quizás ya pueda empezar a comprenderte
mejor. Pero te quiero pedir perdón, y podés ayudarme, y mucho.
-¿Y en qué?
-Bueno…no me vendrían
mal unas clases sobre cómo cuidar a un bebé.
Escuché que reía
apenas.
-De acuerdo, hija.
¿Venís o voy?
Después de una semana
aburridísima en la que iba de la cama al sofá, decidí que tenía que activarme y
aprender algo que odiaba pero que ya no tenía sentido seguir combatiendo: la
cocina. Descubrí que si le ponía empeño y atención, las cosas me salían bien, o
por lo menos, no MUY quemadas.
-¿Otra vez tortilla?
-Starkey, ¿qué tenés
contra mis tortillas?
-Nada, sólo que es la
sexta que hacés, y son las cinco de la tarde. –me dio un sonoro beso en la mejilla.
-Hasta que no se me
peguen ni se quemen, no paro. Salvo que antes se acaben todas las papas del Reino
Unido. ¡Ay, ésta casi salió! –grité cuando la di vuelta–Se desarmó un poco pero
está linda.
-Mercy, hablé con
Cyril.
Escupí el trozo de tortilla
que estaba probando, tosí.
-Hace dos días que
volviste, ¿y recién ahora me lo decís? ¿Para qué lo viste?
-Ya te dije, quería que
me explicara todo, y lo hizo muy bien. Ey, qué rico está esto.
-No me cambies de tema,
¿qué te dijo?
-Todo. Incluso lo que
le pasa con vos.
Suspiré y dejé sobre la
mesada un repasador. Si Cyril arruinaba todo, lo mataría cortándole el cuello
con una radiografía.
-Tranquila, no peleamos,
sólo hablamos. Es un buen tipo, y pese a todo, me da tranquilidad que te
atienda.
-Una vez lo besé y me
gustó. –dije a bocajarro.
Se quedó mirándome y se
acercó con lentitud. Era consiente de que otra vez podía tirarlo todo por la
borda, pero no quería tener secretos con él.
Sonó el timbre y nos
sobresaltamos, y sonó dos veces más. Quise correr pero él me agarró de una
mano, y fue a abrir. Vi a John, pálido y agitado, me asusté.
-¡John! ¿Qué te pasa?
–le preguntó Richard, igual de asustado.
-Es Cris. Se
descompuso.
****************
¡Hola! Lo prometido es deuda, esta vez no tardé tanto en traerles esto, espero que les guste, a mí todavía no me convence, ¿vieron cuando llevan meses pensando cómo será todo y cuando lo escriben no hay forma de que quede como una lo imaginó? Bueno, eso. Igual no lo odio, de este fic no podría odiar nada, ni a la autora jajaja.
Les dejo el temita que le da título, es de Christina Aguilera. Sí, escucho a Christina Aguilera, no la soportaba y ahora me encanta y no sé bien porqué. Miren la letra, es re linda.
Y ahora me voy, tengo cosas que hacer *escribe un fic de Christina Aguilera* Naaa mentira! Me voy a estudiar un poco.
Besos y como siempre, gracias por leer!