04 diciembre 2016

Capitulo 104 "Buenas Nuevas"


No sé cómo hacían, pero las fans siempre, siempre, SIEMPRE, SI-EM-PRE, se enteraban de todo. Parecía que tenían radares en las orejas y poderes telepáticos porque no sólo se enteraban de todo al instante, sino que también en dos segundos se congregaban allí donde estuvieran sus amados Beatles.
La boda de John y Cris era súper precipitada y cualquiera diría que era imposible que se casaran porque ninguno de los dos era ciudadano norteamericano pero….John era un beatle. Y por lo tanto no había nada imposible para él. Aquello realmente me mareaba, John era el mismo chico que jamás hacia la tarea, se llevaba mil materias y andaba en bicicleta a contramano, pero en Estados Unidos, John era Dios. Y los demás también, incluido mi marido. Por lo tanto la boda se realizó con su posterior recepción en el mismo hotel en el que nos alojábamos.
–Siento esto, cariño. –pese a todo, John parecía apenado por no haberle podido dar una boda tranquila a Cris, y no una boda como la que tuvieron, llena de chicas gritando que amaban a John, lo cual no es muy gratificante para una novia.
–Ya basta, John. –se quejó ella, harta de escuchar la misma cantinela–Para mí fue genial. Creo que ni cuando se casó la reina hubo tanta gente.
De pronto, Brian echó a todos los periodistas y fotógrafos afuera y la fiesta, “de verdad”, comenzó. Paul no paraba de pedir aplausos para los novios y tampoco paraba de chupar como una esponja. Luego de un par de horas de baile y risas y más fotos, John se puso de pie. Todos esperaban que diera un discurso.
–Bueno, esta fiesta está muy buena pero es momento de que me vaya a consumar el matrimonio. Chau.
Se fueron sin decir nada mas y por supuesto que el resto seguimos festejando en nombre de ellos.
–No puedo creer que Paul todavía no haya aprendido a tomar. Miren cómo está de mal. –George se arrojó en el sofá en el que Richard y yo estábamos sentados.
–¿Es necesario sentarte en el medio de nosotros? –me quejé.
–Disculpe, señora Starkey, pero sí, es necesario. Quiero hablar con mi socio.
–¿Socio?
–George quiere comprar no sé qué conmigo. –Richard rodó los ojos.
–Rich no vayas a hacerle caso, te lo pido por favor.
–Tranquila amor, sólo dejaré que hable y hable. –se inclinó por arriba de George para darme un beso.
–Ayy ¿es necesario hacer esto? –se quejó él.
–No, pero molestarte nos entretiene.
Se escucharon gritos afuera y el jefe de seguridad se acercó a hablar con los que cuidaban la puerta. Escuchamos un “¡George!” y él se sobresaltó.
–Ahí están tus fans. –se rió Richard.
–No, no son fans…
George parecía transformado. En realidad, ya estaba transformado desde antes. Estaba más “apagado”. Si bien tenia su fama de tranquilo, no lo era en absoluto y siempre estaba riendo o habiendo bromas pesadas. Pero desde su pelea con Juliet cada día parecía más perdido en otra galaxia, y ese día precisamente, al ver a su amigo casándose, parecía aún más melancólico. Hasta ese instante, en le que se puso de pie y dudó entre correr o no hacia la puerta. Se escuchó otra vez su nombre y él decidió correr.
–Déjenla pasar. –ordenó.
Todos los que estábamos en la fiesta mirábamos sin comprender, hasta que la vimos. Despeinada, con las zapatillas sucias de tantos pisotones y con la ropa arrugada, estaba Juliet. Cuando lo vio se puso a llorar.
–No Ju, no llores…
George la abrazó y ella se separó.
–Perdón por aparecer así. Hace horas que intentaba llegar a esa puerta.
–No pidas perdón por eso. –dijo acariciándole una mejilla.
Al día siguiente éramos cuatro felices parejas atravesando el fenómeno que los periodistas arrastrados por muchachas habían llamado “Beatlemanía”.
El viaje continuó aunque de mucho no me enteré porque solo íbamos de una habitación a otra, sin ver mucho mundo, por lo tanto el regreso a Inglaterra era volver a casa, con su tranquilidad y su paz, aunque también estaba llena de locos. Ni bien llegamos nos encontramos con una tremenda noticia: George debería casarse con Juliet, sí o sí. ¿La razón? Sus padres no podían consentir que su hija se hubiera escapado, hubiera cruzado el océano arriba de un avión y hubiera pasado muchos días viajando con su novio famoso. Para Brian aquello era un dolor de cabeza, porque si otro beatle se le casaba podía perderse el interés, aunque eso yo lo veía imposible. Por el lado de George, la noticia no era mala, él tenia intenciones de casarse con Juliet, pero no tan rápido. El tema es que la boda comenzó a planearse, sería en Liverpool y habría una recepción en la casa de los padres de Juliet como para asegurarse que el novio no escapara.  Obviamente todo era secreto de Estado, para que no sucedieran inconvenientes con las fans.     
–¿Te diste cuenta de algo? –dijo Cris una tarde, mientras sostenía a Andrei.
–¿De qué?
–Juliet vendrá a vivir a Londres.
–¿Y con eso?
–No trabajará en mi cafetería.
–Te jodés por robármela. –le saqué la lengua.
–Ahora tendremos que hacer una especie de “casting” para elegir empleados. El tema es que todos vendrán sólo porque somos “las mujeres de”. Y yo quiero gente idónea en serio, no fans encubiertos.
–No tienen  porqué saber que seguimos siendo dueñas. Le puedo decir a Jonathan que haga las entrevistas. Él enseguida se da cuenta de cómo es la gente y nadie sabrá que “trabaja” para nosotras.
Me seguía doliendo dejar el negocio en Liverpool, pero no había opción. Lo bueno sería que en Londres tendría una librería enorme que estaría al lado de la cafetería, también enorme, que Cris ya estaba montando, y a cien metros del negocio de Félix, el enamorado de Jonathan. Todo estaba perfectamente solucionado, sólo faltaba saber si Juliet aceptaría trabajar para alguna de nosotras y estudiaría o se dedicaría a otra cosa. Pese a que todo parecía un cuento de hadas, seguía doliendo dejar aquellas raíces echadas en la ciudad que me vio renacer.
Lo mejor de todo era que el cambio de ciudad había beneficiado muchísimo a Jonathan. Si no fuera porque lo había visto con mis propios ojos, jamás hubiera creído que era el mismo chico que una noche encontré en una celda de la comisaría. Seguía tan simpático como siempre, pero mas desenvuelto, y gracias a Felix se vestía con una elegancia que hacía suspirar a todas las chicas que, pobres, no sabían que jamás tendrían una oportunidad con él. Vivía con Félix, para todo el mundo sólo eran amigos. Era demasiado peligroso que alguien supiera qué eran en realidad, así que vivían “al margen de la ley” como si fueran delincuentes. Me indignaba mucho, eran excelentes personas pero no se podía ir contra todo un sistema.
Jonathan entró al local de la librería, que yo controlaba que pintaran bien.
–¿Y mi ahijado? –fue lo primero que preguntó.
–Hola, ¿no? Está en casa de mis padres.
–Ah sí, hola. Vaya, me gusta ese color que elegiste. Mercy ya tengo tres personas para el puesto en Liverpool. Pero como “finalistas” creo que tendrías que entrevistarlos vos.
–¿Yo? No sé nada, me daría mucha lástima sólo elegir a uno.
–Ayy, está bien, lo elegiré yo. Cuando tenga tiempo.
Lo miré bien. Parecía algo disperso y con una sonrisita traviesa, que tenía cuando algo había para contar. Eso, sumado al “cuando tenga tiempo” daba como resultado un gran secreto o noticia.
–Ya, desembuchá. –pedí y él amplió aún mas su sonrisa.
–¿A que no sabés?
–No sé, por eso te pregunto.
–¡Entré en una agencia de actores!
Pestañeé. Jamás hubiera imaginado algo como eso.
–¿Perdón?
–¡Que entré en una agencia de…!
–Sí , escuché eso pero…¿actores? ¿Desde cuándo sos actor? Jamás supe que te gustaba eso.
–Mercy Wells, era un travesti. Un poco de actuación tenia que hacer.
–¡Shh! ¡Te pueden escuchar los pintores!
–Ay bueno. ¿Y? ¿Qué me decís?
–Bueno…¿felicitaciones?
–¿Podrías ser un poco mas efusiva? ¿O necesitás que te diga que ya tengo un papel para una película?
–¿Qué?
–Ajá. Tal cual como escuchaste. No seré protagonista, obvio. Pero seré el amigo del protagonista. Está ambientada en Buenos Aires en los años 30, seré como una especie de amigo de Gardel. Lo digo por el look que voy a llevar. Te vas a morir cuando me veas.
–¿Vos me estás diciendo en serio?
–¡Ay Mercy Wells, cuando te ponés tonta, te ponés tonta! ¡Que sí! ¡Que soy actor!
Se me cayó una lágrima y él rodó los ojos, fastidiado, y aún mas se fastidió cuando lo abracé y le llené la cara de besos.
*****************
Si de cine iba la cosa, todo estaba completo cuando Brian anunció que iban a grabar otra película. Esta vez, en varios lugares distintos. Jonathan leyó el guión y le pareció una revenda pavada, pero según Brian esa pavada haría millones y no tendrían que matarse mucho actuando.
–¿Y tenemos que ir a los Alpes? –Paul hizo una mueca.
–Y a las Bahamas.
Todos suspiraron fastidiados. Estaban con vacaciones, al fin habían terminado la gira y ahora debían moverse de acá para allá y encima aguantar rodajes deprimentes.
–Comenzarán el mes que viene. Tienen que hacerlo, están obligados por contrato.
–Odio los contratos. –se quejó John.
–Antes deberá ser mi boda. –dijo George.
–Sí, ya pensé eso. –Brian asintió.
–Pero necesito irme de luna de miel.
–Lo siento George, pero deberá ser después.
–¡Pero qué mierda esto!
–John…
–¡Es la verdad! Me gusta tocar, hacer música, no andar cumpliendo contratos de películas. Siento que estoy perdiendo la libertad.
–Y yo también. –dijo George.
–Lo siento chicos, pero las cosas son así. Piensen en su recompensa.
–No todo es dinero. –dijo Richard y todos lo miramos sorprendidos, ya que no había dicho una palabra en toda la reunión–Quiero pasar más tiempo en casa, tengo dos hijos y están creciendo demasiado rápido y eso que son sólo bebes.
–Entonces dejás, Ringo.
–Ey Brian, no le digas eso. –defendí.
–Es la verdad. –Brian se encogió de hombros  y todos suspiramos. A veces las cosas no podían ser divertidas del todo.
Esa misma noche, mientras tratábamos de dormirnos después de que los bebes estuvieran demasiado inquietos hasta que se calmaron, miré a Richard.
–Fue lindo lo que dijiste hoy.
–Si tan sólo hubiera servido de algo…
–Rich, ¿ya estás cansado de todo esto?
–A veces sí. Pero no tanto como para dejar. Me gusta estar en la banda, ellos son mis amigos. Pero hay mucha cosa externa que no tiene nada que ver. Y lo que dije es verdad, me gustaría pasar mas tiempo con vos, siento que si no estoy cerca tuyo me voy  perder. Vos sos como un cable a tierra.
Le sonreí y lo besé. Después de tanto tiempo, era lindo saber que le era útil a alguien, y que ese alguien me amaba y yo lo amaba, y que juntos podíamos enfrentar cosas como estas, sabiendo que podíamos apoyarnos el uno en el otro. El beso se profundizó, pero Andrei decidió que eso ya era demasiado y comenzó a llorar.
–Yo voy. –dijo él, impidiéndome que me levantara–Quiero pasar el máximo tiempo posible con ellos, incluso si tengo que aguantar sus llantos.
Me reí y me quedé mirando cómo mágicamente mi vida había cambiado.
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Una inauguración era un completo despelote. Pero dos, dos eran el Big Bang. No sé porqué se nos había ocurrido con Cris semejante idea estrafalaria: inaugurar las dos a la vez. Era obvio que nos volveríamos locas, pero a la vista estaba que la cosa funcionaba. Ambos locales estaban llenos de gente y de noteros de diarios y revistas, comentando la idea original: una cafetería en la que se podían leer los libros que vendían al lado, o una librería en la que se podía tomar el café que vendían al lado. La cosa era novedosa, y vimos que estábamos teniendo muchas ventas. Jonathan,  el ahora nuevo actor, estaba practicando su lado más comerciante y engatusaba a todos con su simpatía, por lo tanto se vendía mucho más. Pese a que tratamos de que no se supiera, el rumor se había extendido y todos sabían que el café era ”de la mujer de Lennon” y la librería “de la mujer de Ringo”. Aquello no nos gustaba mucho, queríamos ser valoradas por nuestra idea, no por nuestras libretas de matrimonio, pero no podíamos escapar de eso.
Cuando todo el tumulto de gente se fue disipando y sólo quedaban unas pocas personas y el anuncio de que pronto cerraríamos, nos sentamos una frente a la otra, para tomarnos un merecido café.
–Esto fue una locura. –dije sonriendo.
–Y lo seguirá siendo. Ahora que ya hay poca gente y todo esto pasó, quiero contarte algo.
La miré levantando una ceja. Había sonado seria, pero tenia esa chispa traviesa en sus ojos.
–¿Qué te pasó?
–A mi, nada. Bueno, sí.
–No entiendo.
–Bueno…digamos que estoy…ligeramente embarazada.
Abrí la boca y levanté los brazos, volcándome el café encima. Ella soltó una carcajada y me sacudí apenas la ropa, importándome más bien poco después de escuchar semejante noticia.
–¡Eso es genial! ¿O no?
–¡Claro que lo es! No pensé que iba a ser tan rápido pero...¡así fue!
Le di un gran abrazo,  pensando en cómo seguían sucediéndonos cosas buenas.
*************
Cuando llegamos a Liverpool, supimos que no podríamos estar allí mucho tiempo. De alguna manera, los fans se habían enterado de la boda de George. Así que era imposible asomar la nariz a una ventana. Aún así, Juliet estaba entusiasmada y se la veía radiante.
–¿Cómo te sentís? –le preguntó Grace, acomodando su velo.
–Feliz. Nerviosa. Asustada. Y muchas cosas más que no sé cómo explicar. –rió–Creo que las fans me descuartizarán.
–No. Eso le pasará a Grace, cuando se case con el último soltero. –dije y ella rió aún mas. Grace se puso colorada pero no dijo nada.
–No creo que haga falta más maquillaje. –Cris la tomó de la barbilla y la miró bien–No, te ves bien así, natural. Si te pintás más, quedarás artificial. ¿Y bien? ¿Ya estás?
Juliet asintió y la dejamos sola con su madre, que quería hablar con ella antes de salir hacia la iglesia.
Allí me senté junto a Richard, los bebés y mis padres y sus padres. Para todos era un gran acontecimiento que el pequeño George se casara con la pequeña Juliet. Los dos eran conocidos por todo el mundo desde que habían nacido, así que no era de extrañar que la noticia se hubiera difundido por todos lados cuando eran una pareja muy querida en la ciudad.
–George no puede mas de los nervios. –dijo Richard en mi oído.
–Y, con los suegros que va a tener, yo estaría igual.
–No seas mala. –rió.
–Es la verdad. Por suerte mis suegros son un amor. –me incliné y miré a Elsie. Ella me sonrió y sonrió a Louise, que estaba despierta en mis brazos, mirando todo con curiosidad.
Al fin la música sonó y nos pusimos de pie para ver a Juliet. Su madre (oh, su madre) no le había permitido casarse de blanco así que estaba de color rosado, que le quedaba incluso mejor que cualquier vestido blanco. A lo lejos vi a Felix, orgulloso de su creación.
Una vez que se casaron, todos fuimos hacia la casa de los padres de Juliet, sabiendo que no habría fiesta estrafalaria como la de John y Cris, pero aún así, fue una hermosa recepción. Cuando todo estaba acabando, Brian se acercó a nosotros.
–Pasado mañana debemos salir rumbo a los Alpes.
–¿Qué? ¡Pero si era en un mes! –reclamó John.
–Hubo un cambio de planes.
Suspiramos, y miré a Cris. Como estaba recién embarazada, no era conveniente que viajara en avión, así que debería quedarse. Decidí hacer lo mismo, no quería dejar a los bebes otra vez al cuidado de mis padres, ni tampoco llevarlos a que se congelaran de frio.
–No es necesario que te quedes. –dijo ella con algo de tristeza. –Será mejor que vayas, así le hacés compañía a Juliet.
–Juliet no necesitará la compañía de ninguna de nosotras–reí.–Me quedaré. Cuando viajen al Caribe, nos unimos a ellos.
–A mi esa idea me parece perfecta. –dijo John, guiñándome un ojo–Quiero que estés conmigo en el Caribe.
–¿Qué estas planeando? –le pregunté.
–Cosas…
–Creo que ya es hora de irnos. –Rich se acercó a nosotros, visiblemente ofuscado. La alegría de ver su amigo casándose se había esfumado.–Mamá pregunta si puede tener a los nenes esta noche. Ya sabes, los ve poco…
–Claro, Rich, me parece una idea estupenda. Y no te pongas triste, sólo serán unos días esquiando y luego te veré otra vez.

Le di un beso y nos despedimos de todos.  


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No tengo cara para volver acá después de un millón de años, pero tampoco tengo cara como para dejar esto inconcluso. Sé que ya nadie me leerá (y hacen bien) excepto Cris (HOOOLAAA CRIIIIS) de todos modos informo que quedan dos capitulos, que trataré de postear antes de que acabe el año. 
Saludos y nos leemos. 

20 abril 2016

Captulo 103 - Problemas en el paraíso



–¡HOLA VECINAAA!
Cerré los ojos al escuchar el estrépito. John gritaba afónico, como un desquiciado. Era evidente su emoción al ver que su nueva casa estaba casi al lado de mi nueva casa.
–Rich, ¿era necesario que siguiéramos siendo vecinos de John?
–Pensé que te gustaría la idea.
–No sé...–dudé al escuchar que John seguía con sus gritos–¡¿Podés parar de gritar, idiota?!
Fiel a su estilo, no paró. Cerré la puerta y me giré para ver la casa.
–De todos modos no está comprada. –aclaró Richard–pero no me niegues que es estupenda.
–La verdad que…sí.Bien, vamos a verla. –le sonreí y le di mi mano. Juntos recorrimos la casa, era mucho más grande que cualquier casa que había visto antes, incluso más grande que las que salían en las telenovelas de la tarde. Tanto esplendor me asustó, no estaba acostumbrada a eso.
–¿Y? –dijo cuando finalizamos la recorrida–Yo creo que es perfecta, ¿no?
Miré alrededor con el mismo susto, y él enseguida lo reconoció.
–Ohhh…¿no te gusta, no? ¿O pasa algo más?
–Me gusta, sí. Me gusta muchísimo. Sólo es que…no sé, no me veo viviendo en una casa que más que casa, parece un palacio.
–Si es por la limpieza, no te preocupes, tendremos sirvientes.
Lo miré ofuscada. ¿Sirvientes? ¿Desde cuándo éramos los príncipes de Gales?
–Puedo ocuparme sin sirvientes, gracias. –respondí apenas.
–Mercy no creo, la casa es enorme, una sola persona no puede. Pensé en contratar una sirvienta  o dos, una cocinera, y una niñera.
Lo miré boquiabierta. Este no era el Richard que conocía. Algo había sucedido en el viaje desde Liverpool hasta Londres porque definitivamente no era él.
–¿Sabés qué? Me voy. –dije levantando mi bolso–Los niños están con mamá y me deben extrañar.
–Mercy, ¿qué te pasa?
–¿Qué me pasa? Me pasa que no te reconozco. ¿Qué es todo esto de sirvientas? ¿Acaso pensás que no sería capaz de mantener una casa? Lo de la cocinera vaya y pase, ya sé que soy un desastre y perdón si no logro hacer las comidas que tu madre te hace. ¿Pero una niñera? ¿Tan inútil me ves como para no saber criar dos hijos?
Me fui dando un portazo, sintiéndome confundida y culpable a partes iguales. John me vio pasar, algo me dijo pero ni me molesté en entender qué decía. Cuando llegué a la casa de mi madre, Richard ya estaba allí. Era obvio, yo había tomado dos colectivos para  llegar, y él tenía auto.
–Mercy…
Lo frené con una mano y me dirigí a la habitación donde los bebés estaban. Los encontré sentados, viendo a Harry con curiosidad y riéndose de sus morisquetas. Sonreí cuando lo vi tan entusiasmado con sus nietos, y a la vez me sentí triste. Harry, en los últimos meses, había sido lo más parecido a un padre que los niños habían tenido. Richard apenas estaba, y siempre que los veía, estaban dormidos. Apreté los labios, tratando de no pensar en lo poco que estaba durando la felicidad.
–¿Cómo estás? –dijo Harry cuando se percató de mi presencia.
–Bien. –sonreí forzadamente.
–Pues no parece. –desvió su mirada para darle a Louise el peluche que reclamaba–¿Qué tal la casa?
–Fatal.
Harry volvió a mirarme, negó con la cabeza.
–Espero que no hayan peleado.
–Algo así pasó, por lo menos de mi lado.
Le hizo una cosquilla a Louise y la dejó para caminar hacia mí.
–Mercy, ¿qué está pasando?
–Nada. Sólo que no logro adaptarme, o yo qué sé. Dejamos Liverpool para vivir aquí, aún no encontramos una casa que a ambos nos guste y Richard insiste en tener una vida de rey que no comparto.
–Será porque puede tener esa vida que quiere.
–¡Pero yo no la quiero! Y además no está nunca, y…
Me brotaron un par de lágrimas. Hacía mucho que no lloraba, al menos de rabia. Harry me abrazó con delicadeza, siempre temeroso de que le gritara que no era mi padre o algo así. Eso nunca pasaría, él era una persona maravillosa, que se preocupaba por mí como si realmente compartiera sus genes.
–Mercy, ya sé que es difícil, pero tenés que entender. Sabías que no sería fácil.
Asentí con la cabeza. Claro que lo sabía. Lo que no sabía era que el simple “no será fácil” era un completo “es tremendamente complicado”. Hacían cuatro meses que habíamos dejado Liverpool pese a que aún no teníamos casa, pero la situación se había hecho insostenible. Por las fans, que parecían saberlo todo, y por las presiones que el grupo estaba recibiendo. Todo sucedía en la capital, y ellos estaban en todo. Pensaba que el cambio de ciudad sería mejor, le facilitaría la vida a Richard pero no, nunca estaba en casa, siempre estaba en otra parte. No conseguíamos una casa que nos conformara a los dos, así que seguíamos en la casa de mi madre, que si bien ella estaba feliz de tener a sus nietos constantemente, a mi no me hacía gracia vivir “de agregada”. Y encima, ni siquiera había podido abrir una sucursal de la librería ni había encontrado alguien que se ocupara del negocio en Liverpool. Casi todos los días, Jonathan me llamaba para que me apurara porque él quería vivir en Londres con Félix, o irse de vacaciones con él, en fin, hacer su vida. Pero yo todavía no había encontrado a nadie apropiado para que se encargara, ni tampoco un local en la gran ciudad. Conclusión, era todo un desastre. La parte buena era que había aprendido a desempeñarme perfectamente bien como madre de mellizos.
Dejé a Harry con los niños mientras iba a cambiarme para almorzar y comenzar mi nueva búsqueda de un local para mi negocio. En la habitación, encontré a Richard.
–Mercy, ¿qué pasó?
–¿No sabés preguntar otra cosa?
Me miró derrotado y me sentí completamente culpable. Sin embargo, el orgullo me ganaba, ese orgullo que siempre había sido una barrera entre los dos. Pero no podía olvidar su comportamiento de los últimos días. Comprendía que estuviera ocupado y lleno de compromisos, pero eso no justificaba que fuera indiferente con absolutamente todo lo relacionado a los niños o a mí, o que anduviera dándose aires de nuevo rico. O peor, que cualquier mujer llamara a casa preguntando por él. Está bien, sabía que mis problemas o preocupaciones eran nada comparados con los suyos, pero ni siquiera ponía atención a lo que le contaba acerca de los avances o retrocesos de mi negocio. Y sobre lo otro…no podía evitarlo, estaba rabiosamente celosa. Esa era la raíz de todo.
–Tengo que ir al estudio. –dijo poniéndose una chaqueta. Me dio un beso en la mejilla y se fue.








Me paré del otro lado de la calle y contemplé la hilera de locales recién terminados que los obreros se afanaban en pintar. Todos eran amplios, modernos, luminosos y acogedores. Cualquiera sería ideal para la librería. Me acerqué a uno de los obreros para preguntarles cómo podía contactar al dueño. En ese instante me sentí como cuando buscaba locales junto a Richard, cuando aún no éramos nada.
El obrero me dio la dirección y antes de irme, me miró de arriba abajo.
–¿Usted parece la esposa de…?
–Sí, lo soy. –le sonreí apenas, y me fui casi corriendo.
Que hasta un obrero, que pasa sus días sobre un andamio escuchando música paraguaya te reconozca, era grave. Los Beatles eran reconocidos por cualquiera, pero sus mujeres estábamos siendo conocidas también, aunque no sabía que tanto. Juliet, había dejado de lado sus aprehensiones  y disfrutaba que la fotografiaran con George. Grace era otra que no dudaba en salir con Paul, porque decía que así, ninguna se atrevería a intentar nada con él. Cris  y yo, éramos las que quedábamos con las metralletas en mano, odiando a todo tipo de periodistas  y diarios amarillistas que se nos acercaran pero aún así, al parecer todo el mundo sabía quiénes éramos y nos reconocían.
Con ese pensamiento tomé un colectivo y llegué al barrio donde vivía el dueño de los locales. Una secretaria me atendió con simpatía, pero no quitaba sus ojos de mí. Era casi obvio que lo hiciera, teniendo en cuenta que antes de mi llegada había estado leyendo una de las revistas del corazón más vendidas y que, por supuesto, tenía a los Beatles en la tapa. Luego de llamar a su jefe, sonrío más ampliamente.
–El último disco que sacaron es maravilloso.
Le agradecí con una sonrisa y entré a la oficina del dueño, viendo cómo la chica se enfrascaba otra vez en la interesante lectura de la revista. Una vez con el dueño, un hombre mayor demasiado serio, arreglé todo con pocas frases y cuando salí de allí, sentí que me había quitado un peso de encima.








Era realmente impactante cómo John había logrado mudarse él y todas sus porquerías en apenas dos días. Y lo más impactante era que tenía todo perfectamente ordenado en su flamante casa y que ni siquiera le importaba que su hijo estuviera empecinado en destruir ese orden.
–¿A que es genial? –preguntó, mirando su sala con orgullo–Todavía faltan cosas porque la voy a hacer decorar bien.
–Es preciosa. –le sonreí, admirada por una araña de luces que colgaba sobre nuestras cabezas.
–La que había elegido era aún más preciosa y sin embargo no te gustó.
Le dirigí una mirada venenosa a Richard, para mi sorpresa él me miraba igual. John carraspeó.
–Guerra de Starkeys. Voy a lamentar que no vivan al lado, me perderé el espectáculo de ceniceros y platos volando.
–John, basta. –lo reprendió Cris–¿Podés decirle a tu hijo que la alfombra…? ¡No, Jack!
Nos giramos para ver al pequeño Jack con un par de tijeras, dispuesto a  cortar la alfombra. Cris se las quitó, lo reprendió y por supuesto el chico se largó a llorar. John, inusualmente serio, también lo reprendió y eso para Jack habrá sido sorprendente porque se calló al instante y miró  a su padre con curiosidad y susto.
–No puedo creer esto que veo –reí.
–Si fuera por mí lo dejo tirar la casa abajo porque el demonio este me causa mucha gracia. Pero se supone que soy el padre y tengo que educarlo un poco. Sólo un poco, claro.
El timbre sonó y Paul entró junto a Grace, admirándose por la casa nueva de John. Grace nos saludó mostrando un pastel que ella misma había hecho y Cris la acompañó a la cocina.
–Bueno vamos a hablar. –dijo Paul, impaciente, sentándose en un sofá.
–Esperá, falta George. –dijo Richard, sirviéndole un vaso de whiskey.
–Me gustaría saber el porqué de esta reunión. –dije sentándome junto a Paul.
–Para celebrar la compra de mi casa. –respondió John con gesto inocente.
–Ay los conozco demasiado como para saber que hay algo más.
El timbre sonó otra vez y Cris corrió  a abrir, llevándose por delante los juguetes dispersos de Jack. George entró junto a Juliet, que nos avisó que ya había dos fotógrafos apostados en la entrada de la casa.
–Perfecto. –refunfuñé.
–Bueno ahora estamos todos. –Paul apuró el vaso de whiskey y fue mirando a cada uno hasta que comprobó que estábamos todos sentados. Llamó a George, que estaba entretenido con uno de los juguetes de Jack–Mercy tiene razón, hay algo más. John, hacenos el honor.
John sonrió ampliamente, y comprobé que Cris no estaba enterada de nada.
–Nos vamos a Estados Unidos.









Paul estaba tirado en la alfombra que se había salvado de ser despedazada. Jugaba con Jack sin prestar atención a la conmoción generada a su alrededor. Según él, todo sería fácil porque Grace pediría días libres en su trabajo y estaba encantada de cruzar por primera vez el Atlántico.  El resto estábamos todavía en shock.
–¿Es cien por ciento seguro que van? –preguntó Cris con un deje de temor.
–Claro que sí preciosa, sino no lo diría. –respondió John, entusiasmado.
–¿Y por cuánto tiempo? –me dirigí a Richard, se encogió de hombros.
–Creo que un mes.
Suspiré resignada, no había nada que pudiera hacer.
–¿No vas a venir, no? –me preguntó.
–Richard ¿cómo pensás que voy a ir? Tenemos dos hijos chiquitos y esta tarde ya arreglé el alquiler de la librería.
–¿Ah, sí? No me habías contado.
–Total ni te interesa.
–Mercy no empecemos.
–No empiezo nada. El tema es que no voy.
–Y yo tampoco. –afirmó Cris–Lo siento John, pero no puedo.
–¿Pero por qué? Sería lindo. No aseguro días para pasear y conocer lugares, pero me gustaría que fueras.
–No sé…Jack es muy pequeño todavía, y también estoy viendo lo de la cafetería.
–Las cafeterías, hablá en plural.  Eso lo podemos arreglar cuando volvamos, creo que el viaje te ayudará a planear bien todo y al regreso ya tendrás todo. Te dije que por el dinero no te preocupes.
–Me lo dijiste mil veces y ya te contesté que me molesta.
Esta vez todas las miradas se dirigieron a ellos, incluso Paul dejó su juego con Jack para mirarlos.
–Sólo lo digo porque quiero ayudarte. –se disculpó John, visiblemente incómodo con la atención que tenía sobre él.
–Lo sé. Pero puedo hacer las cosas sola, no necesito tu dinero ni que andes encima mío. Permiso.
Se levantó y se fue a la cocina,. Me debatí entre ir por detrás de ella o no, quizás quería estar sola y yo tampoco servía de mucha ayuda dada mi situación. Al final decidí seguirla.
–¿Qué fue todo eso? –dije ni bien la vi.
–Lo mismo podría decir yo.
–Estoy harta.
–Y yo.
Suspiramos  y negamos con la cabeza.
–Esto es terrible. –dije al fin–Por mi parte siento que todo se está yendo al carajo, así de simple.
–Mercy eso no es justo, pasaste mil cosas y por un poco de fama y un poco de fastidio que te causa no podés tirar todo.
–¿Un poco? Se nota que no te llaman por teléfono decenas de mujeres. Y encima llaman a la casa de mi madre, me quiero matar.
–Si vas a ser celosa así, los siento pero sí, se te va a ir todo al carajo. Y a mí también me llaman, ¿pero qué querés que haga? Al último ya me causa gracia. Lo que no me da nada de gracia es que se vayan, y por un mes o más.
–Podés ir, no tenés dos hijos que cuidar, aunque Jack vale por diez.
Rió apenas y negó con la cabeza.
–¿Por qué te enojaste con él? –pregunté a bocajarro.
–Ahora tiene dinero y cree que con eso va a comprar al mundo. No tiene mala intención, pero no quiero ser una mantenida ni que me anden comprando cosas a cada rato. Ya es suficiente con esta semejante casa que ni yo sé cómo voy a hacer para manejarla. No quiero sonar como una desagradecida, pero es todo tan…raro.
–Te entiendo. Pero al menos John sigue siendo John. Richard no parece él, anda en otra cosa y sólo habla del dinero que está ganando y lo que va a hacer con él. A veces extraño al chico que era, no era mío, pero al menos era auténtico.
–Ay mirá lo que decís, lo que falta es que te arrepientas de todo.
De pronto escuchamos gritos y un portazo. Nos asomamos a la sala, John caminaba hacia la cocina, tenía cara preocupada.
–Más quilombo. Ustedes son unas complicadas.
No dijo nada más, sólo se sirvió un vaso de agua. Grace apareció, estaba pálida.
–¿Qué pasó? –le pregunté.
–Juliet y George se pelearon. Se van a casar.
–¡Eso es genial! –exclamó Cris.
–No lo sé…Parece que la boda iba a ser en unas semanas y con esto del viaje George la quiere posponer y ella no quiere. Y eso, discutieron y se fueron. Nunca vi a Juliet tan furiosa.
–Creo que a todas les vino el mismo día.
–¡John!
–Wells no te escandalices, porque vos empezaste. No sé qué pasa con tu marido, pero los dos están insufribles.
–¿Qué pasa? John, se van por un mes. –dijo Cris.
–Y yo ya te dije que vengas, pero claro, no querés. ¿Entonces qué? ¿Tenemos que quedarnos porque las señoritas y señoras están celosas?  Lo lamento mucho, pero todas sabían como se estaban poniendo la cosas. Se hubieran apartado antes.
–¿John me estás diciendo que tendría que haberte dejado?
John no contestó, sólo subió las escaleras y desapareció en su habitación.
–Uffff…–suspiró Grace–Veo que los ánimos están caldeados. Chicas, no veo porqué tanto problema, yo…
–Vos sos soltera y no tenés hijos, y toda tu vida es distinta y te tomás todo distinto. –le pasé por al lado, dejándola estupefacta. Fui a la sala, tomé mi saco y miré a Richard–Me voy.








La noche era perfecta. A pesar del otoño, no era desapacible y parecía que las estrellas se habían multiplicado en el cielo. Luego de hacer dormir a los bebés y arroparlos, salí al jardín. Aquella tarde mi madre y Harry habían estado preparando una pequeña huerta para el invierno, y desde la ventana les había envidiado la tranquilidad que reinaba entre ellos. Me cerré hasta el cuello el saco que llevaba ya que corría una fina brisa, y vi, en la oscuridad, la luz de un cigarrillo. Richard estaba sentado en el suelo de cemento, fumando lentamente. Me acerqué y me senté junto a él. Por unos minutos no dijimos nada, sólo escuchamos lo ruidos de la ciudad que parecía que nunca se calmaba. Lo oí suspirar con lentitud y decidí tomar la palabra, antes de que lo llamaran por teléfono y tuviera que irse vaya a saberse dónde.
–Perdón por lo de hoy.
Asintió con la cabeza y le dio otra calada al cigarrillo.
Otra vez silencio. Comencé  a desesperarme hasta que lo sentí tomándome la mano y mirándola.
–Perdón por todo.
Esta vez asentí yo y recosté mi cabeza en su hombro. Sin querer dejé rodar un par de lágrimas, pero confié en que él no las viera.
–Las cosas no están saliendo bien. –dije tratado de controlar el temblor de mi voz.
–No, para nada. –arrojó la colilla del cigarrillo y apoyó su cabeza en la mía–Creo que nos estamos enloqueciendo.
–Y alejando.
–Y alejando, sí. El que se está alejando soy yo.
–Bueno, yo no estoy colaborando mucho. Creo que soy una esposa insoportable, ¿no?
Pasó un brazo por mis hombros y me acercó para darme un beso en  la frente.
–No, el insoportable acá soy yo. Me estoy creyendo todo esto y sabía que no era bueno. John siempre lo decía, no hay que creérsela. Pero no me pude resistir. De repente todos te aman, sos un ganador, tenés dinero, tenés todo. Y te olvidás de lo más importante.
–Supongo que eso les pasa a todos. –dije, y volvimos a quedar en silencio.
–¿Así que arreglaste lo de la librería?
–Sí, encontré un muy buen local y ya lo alquilé.
–¿De verdad? Eso es grandioso. Tendría que haberte acompañado, como antes.
–Si venías hubiera sido un escándalo.
–¿Lo ves? Ya ni siquiera salir con vos puedo. Y Dios, apenas veo a los bebés. Siento que me estoy convirtiendo en mi padre.
–¡Rich, no digas eso! No sos así.
–¿No? Ya los abandoné, como él a mí.
–No te tortures con eso. Sólo estamos mareados, eso es todo. Supongo que si aprendemos  a surfear, la ola no nos tapará.
–¿Y esa frase?
–La escuché en la tele. Justo hablaban de ustedes.
Rió, y fue la primera vez en días que lo oí reír. Me apreté más contra su cuerpo, tomándolo del brazo.
–Tengo miedo que todo lo que construimos juntos se caiga. Algunos dirán que fueron sólo sufrimientos de adolescentes, pero para mí no, sufrimos mucho y ahora estamos bien, y no quiero que todo se termine.
–Mercy…no va a pasar eso, te lo juro. Estaremos juntos y aprenderemos a surfear, como dijiste.
–Y además, estoy muy celosa. –le toqué la nariz con un dedo, él rió con ganas.
–¿Perdón? Acá el celoso tendría que ser yo. No sabés cuántos tipos me han preguntado por vos.
–Y eso que todavía no salí desnuda en Playboy.
–Ni se te ocurra. –comenzó a hacerme cosquillas y fue como si todo hubiera vuelto a ser como antes. Rápidamente capturó mis labios con un beso, que después de tantos días de enojo encubierto, enseguida se volvió más que un simple beso. Con lentitud lo aparté, y él me miró desilusionado.
–Rich, este es el jardín de mis padres. –reí.
–Nunca lo hicimos a la intemperie. –su mirada era traviesa, pero le di un golpecito en un hombro.
–¡Está lleno de bichos! ¿O querés que las hormigas se te metan en…?
–Alto ahí, Mercy Wells. –dijo ahogando una carcajada, para no despertar  a nadie–Tenés razón, además me altera la idea de que los bichos nos miren.
–Rich estás muy paranoico. –esta vez ambos ahogamos la carcajada–Muy bien, vamos a mi habitación.






Sentía sus manos escudriñándome el pelo y me reí, apretándome más contra él.
–¿Qué? –pregunté en un susurro–¿Tengo piojos?
–No, me gusta tu pelo, es suavecito.
–Nunca me lo dijiste.
–Bueno, ahora sí.
Nos miramos antes de darnos un pequeño beso y disponernos a dormir. Ya casi estaba por amanecer, la noche se había hecho muy corta.
–Tenían razón los que decían que las reconciliaciones son lo mejor. –dijo de repente.
–Que no se te haga costumbre.
Rió apenas y me abrazó más, cubriéndome la espalda con la sábana.  
–Mercy.
–¿Mmm?
–¿Te dormiste?
–En eso estaba, bobo.
–Apa, ¿querés que nos peleemos otra vez, no? Yo sabía que te había gustado la reconciliación.
Me incorporé para verlo, ya estaba despabilada.
–No necesito pelearme con vos para saber qué es lo bueno.
–Me alegra oír eso. –me dio un beso que tenía toda la intención de ser algo más, pero lo separé.
–¿Para qué me despertaste? Te conozco y sé que algo querías, y no esto que estás intentando hacer.
Me atrajo hacia él para abrazarme de nuevo y taparme.
–Necesitamos casa. –dijo al fin.
–Ya lo sé. No quiero seguir viviendo acá. No por mamá o Harry, son muy buenos y están encantados, pero quiero algo que sea sólo nuestro.
–Para hacer nuestras cositas sin culpa, sí.
–Richard Starkey, hablo en serio.
–Lo sé, lo sé. –sonrió–¿No te gusta la casa que vimos hoy?
–Me gusta, sí. Los niños pueden correr cuanto quieran dentro y fuera, y John y Cris estarán al lado…Pero es tan grande, ¡me asusta! Y lo que dijiste sobre…
–Olvidate de eso. Fue parte de mi lado que cree que es el dueño del mundo. Si te gusta y pensás que podrás con ella, perfecto. Lo de las sirvientas y la niñera lo dije también porque pienso que si trabajás, no tendrás tiempo ni ganas de ponerte a limpiar vidrios.
–Eso es verdad. Pero me gustaría ser un ama de casa que se ocupa de todo y que tiene además su negocio. Hay un sinfín de mujeres que lo hacen y nadie las ayuda.
–Perfecto. Pero Mercy, en cuanto veas que no podés con todo, enseguida me decís. No te esfuerces, no tenemos que olvidar que tu salud no es la mejor del mundo.
–De acuerdo, lo prometo. Y nada de niñeras, quiero que nuestros hijos tengan una familia normal, no gente extraña que los cría.
–Entendido. ¿Y sobre el viaje…?
Suspiré y dejé caer mi cabeza contra su pecho.
–¿Es estrictamente necesario? –pregunté con angustia.
–Mucho, y ya se sabe que será un completo éxito. Mercy no puedo bajarme de la banda ahora, por favor no me vayas a pedir eso.
–¡No!  Estoy un poco harta de todo esto, si te digo la verdad. Pero pedirte eso, jamás lo haría. Y lo del viaje, no puedo hacer nada, salvo desearte lo mejor. Y extrañarte.
Sonrió y me acarició el pelo.
–Podés ir, no por un mes, pero por una semana, aunque sea la semana antes de que volvamos.
–Eso no es mala idea. Mamá y Harry van a tener una semana para malcriar a sus nietos. Voy a pensarlo, te lo prometo.



El día de la partida había llegado y el aeropuerto no estaba lleno, estaba completamente abarrotado de gente, parecía imposible que tantas personas pudieran apretarse tanto en un lugar sin morirse.
El lío entre George y Juliet todavía continuaba, así que ella no estaba. Grace se mostraba desesperada por subirse al avión, no veía las horas de dejar la “anticuada Inglaterra”, como la llamaba, para meterse de lleno en las novedades yanquis. Cris y yo no teníamos nuestra mejor cara, pero nos alentaba que en veinte días viajaríamos juntas por una semana.
Nos quedamos allí hasta que el avión y luego la gente, desaparecieron. Caminamos tranquilas hasta la salida del aeropuerto, aunque con seis policías siguiéndonos a una prudente distancia.
–Ahora nos siguen como si fuéramos delincuentes. –se quejó.
–Si una horda de locas te agarra de los pelos ahora, vas a agradecer que estén.
Miramos a todos lados antes de salir, justamente por miedo a que una horda de locas nos arrancaran el cuero cabelludo. Así era la vida desde hacía un tiempo, y estábamos seguras que así seguiría.




Los días se sucedieron con una lentitud  pasmosa, que parecía más pasmosa debido a la aceleración de los últimos tiempos. De pronto todo volvía a ser tranquilo, aunque con prender el televisor se veía que Estados Unidos estaba invadido por esa aceleración que parecía llevarse puesto todo. La primera vez que vi aquello quedé sin poder creerlo. Miles de personas esperándolos, siguiéndolos a todos lados, gritado y vivandolos como si fueran héroes. Costaba creer que eran cuatro personas que conocía perfectamente y que de pronto se habían convertido en lo más preciado no ya para un país, sino para el mundo.
–Siento como si me hubiera atropellado un tren. –dije la primera vez que vi aquello, tratando de que esa metáfora explicara lo que estaba sintiendo, y quizás lo que estaban sintiendo ellos.

Pero pese a la lentitud, los días pasaron y llegó el día de la partida. No me agradaba para nada dejar a los bebés, pero según mi madre me vendría bien para despejarme y vivir un poco de la vida. Ella, Harry, y su grupo de amigas con quienes jugaba a la canasta los sábados por la noche, cuidarían de ellos mejor que yo.
–¡Ayy amiga estamos en Nueva York! –gritaba Cris a cada rato, sacudiéndome–¡Esta tarde vamos de compras! Tengo una lista de cosas que quiero.
–¡Todo está empapelado con las caras de nuestros maridos!
No fue buena idea haber exclamado eso, porque dos segundos después estábamos rodeadas. De mujeres. Salvajes mujeres.
–Mercy creo que deberíamos correr…
–No, para nada. Hola chicas. –las saludé con mi mejor sonrisa.
–Acá todas gritan que ellos son sus maridos. –una de las mujeres, una cuya contextura física denotaba que si tenía ganas podía rompernos a las dos con sólo un brazo, señaló uno de los carteles–Pero ustedes son demasiado parecidas a las verdaderas mujeres de ellos.
–Es que nos peinamos igual, para imitarlas. –contestó Cris–¿Ustedes son de un club de fans? Porque estamos buscando uno.
–Ay Cris…–suspiré.
–¿Cómo que Cris? La mujer de John se llama Cris.
–Hay miles de Cris en el mundo.–traté de sonar obvia–Y ahora nos vamos, estamos apuradas.
Atravesamos el grupo, empujándolas con desprecio, rogando que no nos reconocieran ni se hubieran percatado de nuestro acento inglés, curiosamente igual al de las “verdaderas mujeres”.
–Esa grandota iba a matarnos, lo vi en su mirada. –Cris apuraba el paso.
–No si antes las matamos nosotras a ellas. Tengo insecticida en la cartera.
–¡Eso es para moscas! –dijo cuando vio el frasco que le mostraba.





El reencuentro fue más que emocionante. Se notaba que estaban cansados de todo eso y que necesitaban con quien charlar y reírse, gente que conocieran bien y no adulones. Grace también lo agradeció, ya que la pobre se aburría muchísimo encerrada en el hotel, por miedo a que la reconocieran. La felicidad se completó cuando John hizo público que se quería casar con Cris en Nueva York porque eso sería más “cool”. Dios.
–¿Pero acá? ¿Ya, ahora?
–Mañana estaría bien.
Con Richard nos miramos, desconcertados.
–Cuando volvamos a la gloriosa Inglaterra nos casaremos otra vez.
–¿Eh? ¿Cris vos sabías de esto y no me dijiste?
–No. –puso su mejor cara de inocencia–Acabo de enterarme, pero me encanta la idea. ¡Casarnos dos veces! ¡Y una en Nueva York!
–Algún día me gustaría vivir acá, y ya estaríamos casados con la ley norteamericana. Ah, ¿y qué te parece si nos casamos también en París? Por algo dicen que es la ciudad del amor.
–Por mi no hay problema. ¡Tres veces! Aunque…¿no es mucho?
–Para mí no. En China también podríamos casarnos, porque se casan distinto. Como los beduinos, y los gitanos, y los…
–Ya John, ¿tantas veces te vas a casar? –dije riéndome.
–¿Por qué no? Tu pequeño marido podría aprender de mí
–Ya tuviste que agarrártelas con él.
–Me gusta que lo defiendas, significa que se llevan mejor, ¿no?
–Claro. –sonreí–Y bien, ¡ahora hay que organizar la boda!




Sí o sí, la boda tendría que ser al día siguiente, porque luego ya se irían a otro estado y a otro y a otro, luego ya volverían a Inglaterra.  El manager quería matar  a John cincuenta veces por la locura que se le había ocurrido, pero después lo pensó mejor y concluyó en que eso le daría aún más éxito a la gira.
Así que por la tarde, Cris nos arrastró a Grace y a mí por todo el centro para comprar ropa decente para su boda express.
–Me siento adentro de la revista Vogue. –dijo Grace mirando todo lo que tenía un local mega exclusivo.
–Pero no tienen nada de lo que a mí me interesa, vamos.
Y otra vez a caminar buscando algo que ni sabíamos qué sería porque tampoco nos decía.
–¡Esas son las chicas beatle!
Mierda y mil veces mierda. No sé quién gritó eso pero le deseé lo peor a él y toda su descendencia. Corrimos perdiendo algunas de las bolsas de ropa que Grace había comprado en la larga excursión a tiendas. Terminamos metiéndonos en una cafetería esperando que la horda pasara. Y pasamos de las ganas de llorar a reírnos como locas.
–Esto no está tan mal después de todo. –reconocí–Tiene su punto divertido.
–“Las chicas beatle” –repitió Cris con indiferencia.
–Cris mirá esta cafetería. –Grace señaló con su dedo–Está buenísima.
–Eyy…qué interesante. Es moderna. Puedo robarme ideas para la mía. Y ahora será mejor que nos peinemos y parezcamos mas respetables para salir otra vez.
–Si otra vez nos reconocen, no corramos. A lo mejor sólo quieren charlar.–supuse.
–¿Charlar? Lo que quieren es que sus Beatles sean viudos. Ya que John quiere comprarme cosas, le pediré un tanque de guerra para salir a la calle tranquila.






–¿Lograste que Cris no vea a John? –dijo Richard esa misma noche, ya recostado.
–Le importa un rábano la tradición de que no hay que verse la noche anterior. Pero sí, creo que lo logré. –me acosté a su lado–La entiendo, porque lo extrañó mucho, como yo a vos.
–Pues yo no.
–¡Qué maldito! Y yo que vengo, me como veinte horas de viaje en un avión horrible, abandono a nuestros hijos, y me persiguen hordas de mujeres, para esto. Soy el caballero de esta relación y vos sos la princesa que se hace la difícil.
Se echó a reír, y me dio un abrazo.
–Es mentira. Creo que te extrañé más que nunca. Y ahora vamos a dormir, porque mañana será día de boda. Aunque eso, hasta que no lo vea, no lo creo.
–Estoy totalmente de acuerdo con eso, princesa Richard.
–Me alegra oírlo, caballero Mercy.




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Cuatro meses después vengo, qué hija de re mil que soy. Bueno, al menos vine! A ver si para la próxima no tardo tanto, o tardo la mitad del tiempo.
Saludos a los que sigan por ahí!