31 mayo 2014

Capitulo 82 It's Real Love

En otro momento de mi vida, aquel día en la librería me habría parecido asqueroso. Un clima hostil, poca gente, música aburrida en la radio, los proveedores de huelga, y escasez de café. Pero como estaba renovada, recuperada, rejuvenecida, reciclada y reseteada, ese día me parecía maravilloso. El clima se me antojaba romántico, la poca gente era simpática y conversadora, la música no era tan aburrida, los proveedores tenían derecho a reclamar, y la inexistencia de café era buena para la hipertensión.
Jonathan me miraba, asombrado de que no estuviera escribiendo un compilado de puteadas en distintos idiomas. Me sentía bien porque era un día más de vida, un día al que tomaba como premio de un concurso, un motivo de felicidad por pequeñas cosas. Bueno sí, ya paro, que la gente que se salva de la muerte se vuelve insoportable con su discurso demasiado optimista.
-Cuando tenga mucho dinero, me mudaré al Caribe.
Miré a mi empleado y sonreí, estaba fastidioso con el viento helado y la llovizna que no cesaba. “Empleado”. No me gustaba para nada esa palabra, quería cambiarla por otra, “socio”. Pero por experiencias ajenas, sabía que las medias sólo servían para los pies, y a veces. Jonathan era un chico capaz, trabajador, con ganas de progresar…La pareja de negocios ideal. Pero tenía miedo que el dinero estropeara eso y nuestra amistad. No porque desconfiara, sino porque generaba muchos problemas.
Tenía una idea, aunque parecía descabellada, porque si bien el negocio funcionaba muy bien, no era para tanto. La idea era una sucursal en Londres, de la que Jonathan se encargaría, a la vez que afianzaba su relación con el chico Mike que tanto le gustaba y que vivía allí. El proyecto era demasiado ambicioso aún, y todavía no quería arriesgarme tanto. Lo miré de vuelta, quería comentárselo, ver qué opinaba, pero me frené para no ilusionarlo con algo que quizás jamás se produciría. Había que tener muchas cosas en cuenta, entre ellas, mi salud.
Me sacó de mis pensamientos el sonido de la campanilla de la puerta. Con el cabello revuelto y húmedo y un poco tiritando, me saludó Grace. Me pareció extraño tenerla allí y más con el día que hacía. La invité a sentarse y le ofrecí un té. Me quedé mirándola cómo lo tomaba, interrogante, intrigada por el motivo de su visita. Cuando pareció darse cuenta de lo que me pasaba, rió.
-Disculpá que te haya caído así, seguro que estás extrañada.
-Convengamos que no es el día ideal para comprar libros…
-A mi este clima me da ganas de estar metida en la cama, leyendo, así que no te llame la atención que esté acá, aunque…no vine por eso exactamente. Verás, no sé como preguntarte esto, te parecerá que soy una metida.
-Mmm…preguntá y listo, no hay problema.
-Bueno…yo…yo quisiera saber porqué Paul se separó de Abby.
-Wow, no me esperaba eso.
-Mercy, sé que ella es tu amiga y comprenderé si no querés hablar. Él me habló poco y nada de ella, y quisiera saber para no cometer los mismos errores, para no hacerlo sufrir…Y también por curiosidad, voy a serte sincera.
-Bueno, me extraña que me preguntes a mí, y voy a contarte aunque no sé mucho. Nunca entendí bien porqué se separaron, aunque lo más probable sea porque no eran compatibles. Mientras eran chicos todo bien, pero ya sabés, cuando somos chicos somos todos iguales. Pero después crecieron, y ella se fue a Londres…No sé, son conjeturas.
-Bueno, si es porque ella se fue a Londres, entonces a mí me espera el mismo destino.
-No creas, él ya te conoció viviendo allí. Quedate tranquila, aunque lamento no ser de mucha ayuda.
-¿Qué? Me ayudaste mucho, y te lo agradezco. Disculpá si soy un poco desubicada.
-Creo que es normal que quieras saber, y ojalá tengas suerte con él. Es un buen chico, te lo aseguro.









Le pasé la lengua al sobre y lo apreté para que se pegara. Garabateé el nombre y la dirección de Astrid y salí caminando hacia el correo. Por fin había tomado la decisión y le había contestado, aceptando su visita. A decir verdad, me daba miedo, pero también mucha curiosidad por saber qué pasaría, qué contaría Astrid, cómo estaría. Mientras caminaba, sentí que una bicicleta frenaba a mi lado. Miré de reojo y era George. Estiró una pierna para darme un golpecito en una de las mías.
-¡Ay idiota, me vas a hacer caer! ¿Qué te pasa?
-Hola.
-Hola maldito enano.
-Cuidado, habló la alta. Tengo novedades.
-No me importan. Dejame en paz, voy al correo.
-¿A qué?
-A comprar pescado. ¿A qué va a ser? ¡A mandar una carta!
-¿A quién?
-Sos demasiado chusmo, ¿sabías?
-Sí. Bueno, ¿te cuento la novedad?
-No.
-Vamos a estar en la tele.
-No te cree ni Dios. Salí de acá, me molestás.
-¡De verdad te digo!
Me detuve y lo miré. Me miraba entre travieso e ilusionado, por lo tanto no sabía si creerle o no.
-De verdad. –repitió.
-Le preguntaré a John.
-¿Le creés a él y a mí no? Estás loca. Hablo en serio, estaremos en la tele en…esperá que cuento…cuatro días. En cuatro días prenderás el televisor y estaremos ahí. Y vos no.
-Ni quería tampoco.


Tuve que tragarme toda mi desconfianza cuando vi que sí, que era totalmente verdad, y que los chicos estarían en la televisión. Y allí no estaba cualquiera. La noche de su debut televisivo, creo que toda la ciudad se paró para verlos. Esa tarde, Harry se había subido al techo de mi casa para acomodar bien la antena y que no surgieran inconvenientes en medio de la audición. Ayudé a mi madre a preparar algunas cosas ricas ya que Cris, Juliet, Jonathan, Grace, y Mimi vendrían para verlos todos juntos.
-¿Y?
-Jonathan, es la quinta vez que decís “¿Y?” Todavía falta media hora, es obvio que no están actuando aún. –contestó Juliet, estirándose en el sofá.
-Estoy nerviosa. –dijo Grace, negándose a tomar Coca Cola. –Siento algo en la panza.
-Estás embarazada.
-¡Jona! –gritaron las dos, él soltó una carcajada.
-Ay por favor,  estos cacahuetes están para la muerte…Y también estoy nerviosa, y como más de esta porquería. –agregó Cris.-¿Y usted  Mimi?
-Yo no. Tengo curiosidad por ver qué desastres hacen.
Las miré a las dos, “suegra” y “nuera” se llevaban bastante bien. No eran el ejemplo del amor y la fraternidad, pero tampoco se odiaban. Las dos se trataban con mucho respeto, y eso me asombraba de Mimi, pero seguramente era así porque la veía mayor que John y por lo tanto no tan alocada como él y otras posibles novias que pudiera tener su sobrino.
-Ay Mimi –mi madre rió- No son tan malos…No me va mucho la música que hacen, pero son divertidos.
-Divertidos también son los payasos.
-¡Ahí está! –grité, señalando y haciéndolos callar.
El programa comenzó con un montón de idioteces que no nos interesaban, por lo tanto, todos le hablábamos al televisor, diciéndole que se apurara, que queríamos ver lo importante. Al fin el locutor se dignó a presentarlos.
-¡Ay, me atraganté! –Cris tosió por la emoción, nos reímos y seguimos gritando. O sea, que mucho no escuchamos porque una tosía y el resto gritaba, hasta Mimi.
-Mirá, ahí lo tenés al tuyo. –Jonathan me dio un codazo al ver a Richard. Lo ignoré, aunque no podía evitar mirarlo a él. Vamos, le tenía muchísimo cariño a John, a George, y a Paul, pero no podía mirarlos a ellos, mis ojos se iban directo a él.
La audición terminó, mucho no vimos ni escuchamos, pero sin querer, éramos algo así como los pioneros de lo que vendría después: gente gritando, atragantándose y llorando cuando veían a los Beatles, y por supuesto, sin enterarse mucho de lo que sucedía.










Dos meses después de dejar el hospital, mi madre y Harry se fueron de casa, no muy convencidos. Les había demostrado que estaba perfecta, que me cuidaba, tomaba los medicamentos, me hacía los controles, y que otra vez me valía por mí misma para todo. Tardaron días en hacer sus maletas, la idea no les agradaba mucho, preferían llevarme con ellos aunque no lo propusieron, y se los agradecía internamente, no quería andar dándoles explicaciones de porqué no quería dejar mi ciudad, aunque fuera por un tiempo.
Así que allí estaba otra vez, sola, tratando de acostumbrarme, porque si bien ansiaba mi independencia, había olvidado lo que era vivir y arreglarme sola. También me sentía un poco paranoica, por cualquier dolorcito, por mínimo que era, miraba al teléfono y repasaba en mi mente el número de urgencias. Sacudí la cabeza, tenía que ponerme en acción y dejar de recordar la noche en la que casi me morí. Caminé hacia la cocina, no muy feliz: otra vez volver a cocinar, a comer la porquería que preparaba mezclando y quemando cosas. Si algo tenía claro para mi futuro, era que cuando fuera rica, tendría un cocinero.
De pronto, el timbre. Miré la hora, casi las nueve de la noche, ya muy tarde para hacer visitas, y más aún en invierno. Lejos de tener miedo, sentí fastidio, no tenía ganas de hablar, de contar por milésima vez lo que me había sucedido, o peor, invitar a alguien a cenar mis desastres. Abrí la puerta sin siquiera mirar quién era, y rogué que la tierra me tragara cuando vi que el inoportuno no era otro que Richard.
-Hola.
-¿Qué querés?
-Vine a visitarte.
-Tarde para hacer visitas, y si mal no recuerdo, te eché.
-Me echaste del hospital, no de tu casa.
-Mejor para mí, te echo dos veces. Andate.
-No quiero.
-Me importa un carajo si querés o no, te estoy diciendo que te vayas y que no aparezcas nunca más, por ningún lado.
-No me voy sin que antes me des una explicación. ¿Por qué me odiás?
-Bueno, ahora el señorito pide explicaciones. Fui bastante clara, si tenés problemas mentales no es mi culpa.
-Te pedí perdón, te dije que  no sabía cómo arreglar todo, cuando se acabaron los obstáculos fui a buscarte y te pasó lo que te pasó. Perdoname por todo lo mal que hice, estuve muy ciego.
Lo miré seria, casi sin respirar. Apreté los dientes.
-Dejame en paz. –dije al cabo de un silencio interminable.
-¿Por qué querés que me vaya, si en realidad querés que me quede? Mercy yo te quiero, te lo dije muy claro, y sé muy bien lo que te pasa conmigo. Eso no me lo podés negar.
-¿Y vos qué sabés lo que yo quiero, lo que me pasa, lo que niego o lo que no niego? No seas payaso, ¿querés? No sos nadie en mi vida, los favores que me hiciste te los pagué, no hay más nada, así que repito, te vas, borrate de una vez, salí de mi vida. Buscate otra puta, no quiero saber nada con vos, por mí morite. Y si no te vas, te denuncio por acosador, porque ya me tenés cansada.
Esbozó una media sonrisa resignada, asintió. Después apretó las mandíbulas, me miró. Aquella mirada me traspasó, era inútil que le mintiera, él sabía todo de mí con sólo mirarme, y lo odié por eso.
-Está bien, si eso es lo que querés, me voy. –se giró, caminó unos pasos hacia la vereda. En vez de cerrar con un portazo, demostrando lo enojada que estaba, me quedé allí, helándome, sin poder mover ni un dedo. No podía despegar mis ojos de él.
-Ah, me falto decirte algo. –de pronto se giró, caminó de nuevo hacia mí.
-Andate, la puta madre.
-Bien, sólo era que estás muy linda.
-No podés más de pelotudo, mirá lo que decís, no tenés vergüenza, sos un caradura.
Otra vez asintió, y se giró. Pero volvió a mirarme y de la nada, me agarró la cara y me besó. Me quedé petrificada, pero no tanto como para no librarme de él.
-¿Qué hacés, idiota? ¡Ahora sí te voy a denunciar, sos lo peor Starkey! ¡Te odio, dejame en paz!
Pero era claro que no me iba a dejar protestar. Me besó, me abrazó contra él, quise zafarme pero, ¿para qué? Era inútil seguir engañándome, lo amaba y aquello me encantaba. Me separó apenas.
-Perdón, pero era la única forma de que te calmaras.
Le sonreí como una tonta.
-¿Y cómo sabés que ahora no te voy a pegar una patada en los huevos?
No pudo contener una carcajada, levanté apenas una rodilla.
-Ey, ey, quieta ahí. –me miró asustado- De acuerdo, me voy.
-No, no te vayas. –le sonreí.-Aunque si hubiera sabido que este era el método para sacarte de encima, lo hubiera usado antes. Pero no, no te vayas. Ganaste, ¿estás contento?
-Mucho. –me besó nuevamente. Sus besos eran tiernos, dulces, perfectos, lo más soñado por mí y quizás por cualquier mujer. Cuando le dije que no se fuera, en realidad le estaba diciendo que no se fuera nunca más de mi vida, que se quedara para siempre así, besándome y teniéndome en las nubes.
Sin saber muy bien cómo, terminamos en el sofá.
-Pará, pará, pará. –lo separé, tomando aire.-Esto es muy rápido, así que te voy a pedir que te retires porque sé muy bien qué sigue a todo esto.
-¿Ah, sí? ¿Y cómo lo sabés? –sonrió, pícaro.
-Porque en todas las películas pasa lo mismo.
-Bueno, hagamos como en las películas.
-No te hagas el gracioso Starkey. Esto no va a suceder por una serie de factores: Primero: Te odio. Segundo: No puedo hacer nada, ya sabés, riesgo de muerte. Tercero: Soy virgen. Cuarto: No sé qué es lo cuarto, pero bueno, es algo. Basta, te vas.
-No me convence tu lista de cosas. Creo que hay algo más…
-Bueno….sí, hay algo. –bajé la vista, algo triste-Soy horrible, pero más horrible es una cicatriz que tengo en el pecho, la de la operación. Es espantosa me da asco a mí y a cualquiera. Así que por todo esto, te pido que te vayas, aunque te dije que te quedaras. Soy una histérica, lo sé, pero por favor, dejame tranquila, necesito asimilar todo esto. Mañana si querés vení y aclaramos todo.
Desvié mis ojos de los suyos, para que no los notara húmedos, pero obviamente se dio cuenta igual.
-Mercy…sabés muy bien que no me voy a ir. Vine para quedarme con vos, para que no estés más sola, y te voy a imitar, te voy a dar mi lista de motivos: no creo que me odies, porque no te lo creés ni vos, y sobre lo otro…no te quiero obligar a nada si no te sentís bien, si no querés nada. Y sobre la cicatriz, ey, olvidate de eso, no pasa nada, todos tenemos cosas que no nos gustan, no hay nadie perfecto, eso te lo venden las revistas, y además, por esa cicatriz te salvaron la vida. No la tomes como algo horrible, tomala como algo bueno, un símbolo de todo lo que pasaste y superaste.
-Me gustan tus palabras de libro de autoayuda, pero…
-Mercy, basta. Basta de peros, de buscarle la vuelta a todo. –me besó otra vez, lento, suave. Poco a poco, fui olvidándome de mi serie de motivos enumerados y recordando con quién estaba. A la mierda con todo, había llegado el momento de ser feliz y amar sin peros, como Richard me pedía.
-Mercy….-de pronto se separó, parecía preocupado de repente-¿De verdad te puede dar otro infarto?
Reí por la ternura de su pregunta.
-Y yo qué sé si me va a dar un infarto…Puede ser ahora, o andando en bici, o en treinta años haciendo un pastel. De todos modos, me gustaría morirme así, con vos.
-Te aviso que eso no tiene nada de romántico.
-Ya lo sé, bobo. –me reí al ver su cara de desconcierto, y él terminó riendo también, a la vez que me abrazaba y me daba besos en las mejillas.
-¿Sabés qué? –le dije.
-¿Qué?
-Me estás aplastando.
Soltó una carcajada y me abrazó. Nos quedamos mucho tiempo así, o quizás sólo fueron unos minutos, lo que sé es que me gustaba y que en ese momento me sentía la persona más feliz de la Tierra. Después tomé una decisión, porque ya no tenía sentido seguir postergando cosas en mi vida.
-Rich.
-¿Si?
-Vamos a mi habitación.


No dijo nada, así que lo tomé de la mano y subimos. Me sentía rara subiendo las escaleras de mi propia casa sabiendo lo que iba a hacer, pero vamos, que tampoco era para tanto, porque no iba a matar a nadie, más bien todo lo contrario. Cuando llegamos, encendí la luz.
-Con la luz prendida, ¿eh? –me besó una mejilla.
-No seas pavo. –le di un codazo suave, reímos.
-Ey, ey, no pegues morocha.
-¿Sabés? Me encanta que me digas morocha, al fin te lo puedo decir.
-Creo que hay muchas cosas que tenemos que decirnos, ¿no?
-Sí, pero mejor dejémoslo para otro día.
Otra vez sonrió, me mataba que lo hiciera, mucho más que otras veces que lo había visto sonreír, porque sus sonrisas ahora eran sólo para mí. Lo abracé, quería estar cerca de él lo más posible, y me encantaba cuando me abrazaba tan fuerte. De pronto, sentí que me besaba el cuello, me dejé hacer, mientras soltaba risitas porque me hacía cosquillas. Él también se reía, parecíamos dos chicos. O eso éramos todavía.
Tomó mi mano, la miró, al parecer no había ningún apuro para nada.
-Me gustan tus manos, son suaves como siempre creí que eran.
-Qué poeta.
-Dejá de boicotearme todo lo que te digo.
Le saqué la lengua y me besó, nos sentamos en la cama y me recosté tirando de él. Los besos fueron dejando de ser un juego para ser más intensos, más en serio. Lo separé y me quité el suéter y lo tiré por ahí, justamente como en las películas. Me miró asombrado, seguramente no pensaba que yo fuera así, de hecho ni yo lo sabía. Volvió a besarme y comenzó a desabrocharme la camisa. Miré a otro lado y me tapé el pecho con las manos. De pronto el desparpajo había desaparecido y sólo sentía vergüenza.
-No puedo. –dije angustiada.
Con suavidad retiró mis manos y se me quedó viendo.
-Amor…no es fea, ¿por qué decís eso? –lo miré, aliviada, sabía que me hablaba con sinceridad, y además era la primera vez que me llamaba “amor”.-Tampoco es tan grande y espantosa, es sólo una cicatriz. Y ya te dije, el símbolo de que te salvaron la vida.
No pude contestarle nada, lo vi y lo sentí dándole pequeños besos a esa cicatriz, que ya no me parecía tan fea como antes.
Lo que siguió fueron besos, caricias, un quitarse la ropa que ya parecía tan molesta, y morderse los labios para no gritar cada vez que sentíamos la piel del otro rozándonos. Fue hacer el amor con suavidad, con cuidado, lentamente porque no había ninguna prisa, con sonrisas al vernos transformados en algo que no imaginábamos ser. Sentía dolor, sí, que por más masoquista que suene, yo lo encontraba dulce y placentero, no quería que cesara nunca. Tenía a Richard conmigo, tenía a la persona que más había amado y que, estaba segura, jamás dejaría de amar. Será por eso que olvidé absolutamente todo, las amarguras del pasado, las lágrimas, la soledad, la rabia, años de sufrimientos reemplazados por unos minutos de dulce locura que ya ansiaba que se repitiera hasta el fin de mis días. Para mí sólo estaba él y nadie más, sintiendo que me amaba como siempre había soñado, diciendo mi nombre al oído como también había soñado.  Me abracé a él cuando sentí que volaba, que aquello era demasiado bueno para mí, y creo que hasta me brotaron unas inexplicables lágrimas, las más hermosas. Luego me abrazó, dejándose caer rendido sobre mí, con su sonrisa pintada en la cara, queriéndonos dar besos para los cuales nos habíamos quedado sin fuerzas. Quedamos como muertos, respirando como podíamos, soltando algún que otro gemido que nos había quedando sobrando.
Se apoyó en los codos y sonrió, acariciándome una mejilla.
-¿Estás bien?
-Más que bien. –le agarré la cara y lo besé. –Te amo, ¿sabías?
-Claro que lo sé. Y yo también te amo, ¿sabías?
-Por suerte, sí.
Nos tapamos hasta la cabeza, riéndonos y nos abrazamos, todavía robándonos besos y caricias, hasta que él se fue quedando dormido. Me acurruqué contra su cuerpo, me abrazó para pegarme más a él, y enseguida también me dormí, rogando que aquello no fuera otro sueño más de los que tenía cuando volaba en fiebre, y si lo era, rogaba no despertar nunca más.
Sí, éramos como dos chicos que al fin unían sus destinos.




********************
¿A que hoy no me quieren matar? Bueno, hoy podemos decir AAAAAAAALLLLL FIIIIIIIIIINNNNNN Miren que pasó tiempo, ¿eh? Dos años esperando esta porquería, me dirán ustedes, y sí, dos años esperando esta porquería, les contesto yo. Ahhhh el amorrrr...
Me despido, dejándoles un videíto muy lindo que encontré. Me imagino que todas conocen "Real Love" (a ver, díganme una canción más linda que esa, me da ganas de enamorarme con sólo escucharla, y eso es un milagro jaja) Miren el video que es muuuy tierno así siguen todas romanticonas.
¡Un saludo especial para Natty, que hoy cumple años! ¡Feliz cumple Natty! 
Ahora sí me voy, ¡nos vemos en el próximo!




19 mayo 2014

Capitulo 81 Regresando al mundo

Cuando el coche de Harry frenó frente a mi casa y vi la fachada por la ventanilla, no pude evitar que se me escapara un gritito de pura felicidad. Al fin en mi casita linda, después de tanto tiempo.
Bajé con la ayuda de mi madre y juntas entramos. Era como un deja vú, todo me parecía igual a la primera vez que abrí la puerta de esa casa, recién llegada de Londres, dispuesta a empezar una nueva vida. Una vez más, tenía que recomenzar y, como aquella vez, lejos de sentirme apenada desbordaba de entusiasmo por ver qué sorpresas me depararía el destino.
Mi madre me empujaba para que me sentara en un sillón, quizás pensando que el trayecto de cuatro pasos desde el auto a la puerta me había agotado. Le dije que dejara de sobreprotegerme, que podía sola. Harry entró la maleta y fue hasta la mesita con espejo que teníamos en el living. De allí tomó algo.
-Estas cartas te llegaron hace unos días –me tendió un montoncito de sobres-No te las quise dar en el hospital por miedo a que fueran malas noticias y te hiciera daño –se explicó cuando vio mi mirada de reprobación.
Agarré los sobres y la verdad era que tenía razón, eran malas noticias: cuentas, cuentas, y más cuentas. Bienvenida  a la realidad, Mercy Wells.
Iba a abandonar el sobrerío otra vez en cualquier parte cuando me percaté que uno de ellos llevaba una extraña estampilla. Lo agarré con desconfianza y miré el remitente: “Astrid Kirchherr”. Me quedé de una pieza, no esperaba eso, jamás. Rasgué el sobre de modo animal y cayeron al suelo una hoja de papel  y tres fotografías. Sentí muchas cosas cuando las levanté y las vi, ya no recordaba ese momento que Astrid había fotografiado: yo, sentada en un sofá de la casa de Stu, mirando entre aburrida y sorprendida a cámara, esperando a John. Había olvidado por completo que Astrid me había tomado fotos y que aún las tenía, y sonreí al recordar esa vida tan feliz que todos teníamos junto a Stu.
Desdoblé la hoja de papel, temblando, no sabía qué encontraría allí. Empezaba mi nueva vida y ya tenía las ansiadas sorpresas, aunque también les temía y más a las que pudiera traer esa carta.
“Querida Mercy:
                           Al fin hoy me he decidido a escribirte estas líneas después de un tiempo de saber lo que te pasó. No quería molestarte en tu convalecencia, pero sé muy bien que has ido mejorando, y espero con todo mi corazón que estés leyendo esta carta en tu casa, ya completamente recuperada.
                           Aunque te conozca bastante poco, tuve mucho miedo por vos desde la primera carta que John me escribió. Seguramente él no te lo comentó, ya sabemos como es de orgulloso, pero estaba muy asustado, tenía mucho miedo de que te ocurriera lo mismo que a Stu. Sé que al final no fue así, y no sabés cuánto me alegra eso.
                           En cuanto puedas, escribime, contame cómo estás…Extraño mucho esos pocos días que pasé en Liverpool, es raro por eso, por el poco tiempo que estuve. Me gustaría volver, pero no sé cómo lo tomarían, y cómo lo tomaré yo también. Lo que sé es que me gustaría visitarte, aunque sea sólo por una tarde.
                     Te envío las fotos que te tomé, hace mucho tiempo que las tengo pero, sinceramente, las había olvidado y mejor que haya sido así, para poder enviártelas ahora.
                     Seguí luchando, pronto todo volverá a ser lo más normal posible.
                           Un abrazo,
                                                    Astrid.”


Suspiré al leer su firma y me quedé unos segundos contemplando la carta, sin releerla. Muchas cosas había allí, con mucho significado, pero lo tomaba como un buen augurio.









La primera noche en mi casa estuvo plagada de pesadillas en las que me sentía morir o en las que me sucedían cosas trágicas. Mi madre terminó calmándome, como si fuera una niña pequeña, cuando desperté a los gritos a las cuatro de la mañana, volando de fiebre y empapada en sudor. Comprendí que iba a necesitarla más tiempo del que ambas habíamos planeado.
Al día siguiente desperté engripada, seguramente había pescado algún virus hospitalario, así que debía seguir en cama. Cyril había advertido a mi madre que debía cuidarme ya que mis defensas estaban bajísimas y podía enfermarme de cualquier cosa. Cyril…¿qué sería de él? Cada vez que lo recordaba sentía escalofríos, aún no entendía cómo se había enamorado de mí. Yo hacia él sentía cariño y agradecimiento, pero nada más, ¿y él como sentía eso? Era un médico, lo suyo eran las mujeres hechas y derechas, no pibitas enfermas y malcriadas como yo. ..Era un auténtico misterio.
Richard había sido tachado, eliminado, borrado, desechado, censurado, prohibido, defenestrado, y mandado a la mierda por mi mente. Sin embargo, su imagen volvía una y otra vez para torturarme, y más me empeñaba en hacer crecer un odio hacia él, tarea imposible que acababa con odiarme a mí misma por no lograrlo. En mis desvaríos de fiebre sabía que lo nombraba continuamente porque lo soñaba junto a mí, y mi madre trataba de callarme, sin resultados. Cuando más o menos recuperaba la conciencia, recordaba todo y me moría de vergüenza por las cosas zarpadas que habría dicho, y no miraba a mi madre a los ojos, aunque sabía que ella se lo tomaba a risa.
-Permiso.- vi a John asomándose a mi habitación, lo recibí con un estornudo.
-Perdón…Pasá, sentate. –señalé la cama.
-¿A tu lado? ¿No me contagiarás?
-Es probable. –respondí sonándome la nariz.
-Dejate de joder Wells, que en unos días me voy. Necesito mi cuerpo en impecable estado.
-Tu cuerpo y la palabra “impecable” no pueden estar en la misma frase.
-Porque soy un pecador, ¿no?
-No, porque sos sucio.
-Ay, ay, no sé qué haré con vos…-se sentó, me tomó una mano. -Tenés fiebre.
-Ya lo sé, no me baja. ¿Adónde tenés que ir?
-Vamos a Londres. A grabar otra vez, juju.
-¿Otra vez? ¡Qué excelente noticia! –nuevamente estornudé, enfatizando mi emoción.
-No cantes victoria, yo todavía mucho no me la creo. Ya ves, uno se entusiasma y después el golpe duele más.
-Quizás no hay golpe….Tené un poco de fe, no seas pesimista.
-Trataré. ¿Y vos qué tal estás? ¿No tenés riesgo de morirte de vuelta?
-Qué sutil, John….No sé, quizás me muera acá, ahora, y te culpen de homicidio, lo cual sería genial.
-Ay, con vos no se puede hablar.
Harry abrió la puerta, desconozco porqué ni siquiera golpeó. Se sorprendió al ver a John sentado junto a mí, en mi cama, tomándome la mano. Cerró  la puerta.
-Creo que tu padrastro se está imaginando cosas…-John me miró preocupado, yo reí.
-Dejalo que imagine…De todos modos no podrá creer que “tenga algo” con alguien. Creo que no es el único, ya tengo fama de solterona empedernida.
-Te jodés. ¡Ey, no sabía que tenías esto! –se puso de pie, se acercó a mi escritorio y tomó uno de los tantos portarretratos que tenía allí. -¡Es nuestra foto de graduación!
-Pensé que tenías una igual.
-No, es parecida y la tiene Mimi, creo que la mira todos los días para convencerse de que terminé la escuela y que aún no estoy preso. Ay, pero qué guapo estaba yo…Mmmm…Un actor de cine. Vos estás fea, como siempre.
-Andate al carajo, Lennon.
Rió y otra vez volvió a sentarse junto a mí.
-Esa noche estuvo buena, ¿te acordás? Y es mentira lo que te dije, estabas muy linda, la más linda de todas.
-Gracias John. –respondí apenas, dejándome vencer por la fiebre.
-Te dejaré tranquila, hermanita. Pondré esta foto en tu mesa de noche para que no me extrañes. –sonreí, me tapó con la manta y me dio un beso en la frente.
Cuánto quería a ese maldito.







Efectivamente, John y su mafia se fueron a grabar, estarían unos días fuera. Según decían, tenían una canción que rompería con todo porque encima tenía doble sentido. No era conveniente que jugaran con fuego cuando recién empezaban, pero era imposible que entendieran eso.
Por aquellos días, ya me encontraba mejor aunque no pisaba la calle en absoluto, y me la pasaba comiendo los manjares que mi madre me hacía y mirando televisión. Pese a sentirme como una reina, me aburría muchísimo el hecho de estar ahí, rascándome a cuatro manos, retrasando mi regreso al mundo. Pero tenía a Jonathan, que una tarde de domingo bastante triste, apareció para rescatarme. Después de comerse todo lo que mi madre le ofrecía y de esquivar las preguntas sobre su condición sexual, me sacó a la calle, para abrir la librería. Nadie abría un día domingo por la tarde, pero él decía que en ese día andaba mucha gente sin hacer nada, caminando, y esos eran posibles clientes. El muchacho había desarrollado muy rápidamente su olfato capitalista. Lo acompañé cuando mi madre paró de recomendarme que me abrigara y que no me agitara y que respirara por la nariz y no por la boca y mil cosas más. Llegamos a la librería después de que Jonathan se cansara de reírse de mí y de mi pelotudez para andar por la calle, ya que había perdido la costumbre y me encontraba desconcertada y aturdida, además de agotada cada cuatro pasos.
Cuando entré, por poco no beso hasta los interruptores de la luz.
-¡Sí! ¡Hola mi Alejandría bonita! ¡Volví, volví!
Jonathan me miraba curioso mientras abría y acomodaba cosas.
-Mercy, estos son los libros. –me entregó dos pesados libros contables. –Controlá todo.
-Uff….me olvidé hasta de sumar. Y no hablo metafóricamente, lo olvidé y tuve que aprender otra vez. Con lo mala que soy para los números…
Los abrí y estaban, como era de esperarse, mucho más prolijos que cuando los hacía yo. Letra perfecta, todo en su lugar, sin tachones, números entendibles.
-Apa…Hemos vendido bastante.
-Sí, en los dos últimos meses el negocio anduvo más que bien, aunque claro, más agotador.
-Te subiré el sueldo, no te preocupes.
-Que vuelvas es una alegría, al principio estaba super pedido, no sabía para dónde agarrar.
-Hubieras contratado un ayudante.
-¿Y decírtelo con el humor de perros que tenías? No gracias, no quería morir.
-Me lo decías después.
-Naaa…¿Sabés? Dentro de todo, mejor que haya sido así, porque me mantuve muy ocupado y no pensaba en mis problemas ni en nada. Me ayudó mucho.
-Dicen que no hay mal que por bien no venga. Gracias por hacerte cargo de todo y encima remontar el negocio. ¿Y cómo estás? Nunca más te pregunté cómo llevás lo de tu mamá…Qué egoísta, siempre hablando de mí.
-Pues…bien, supongo. Ya me acostumbré a estar solo y no cuidar de nadie.
-¿Y si buscás a alguien? No sé, algún novio o algo.
-Es que no hay hombres.
-Lo mismo digo. –reí.
-Tonta, vos tenés a dos, muertos a tus pies.
-Esos no cuentan. Ey, los chicos tienen un manager que según se dice, es gay. ¿no te gusta?
-Mercy, yo no soy así, soy gay, no puto.
-Gracias por la aclaración. Bueno, aunque sea ponete a buscar…Me parece que te vendría bien, yo qué sé. Aunque me resulta raro, porque sos lindo y bueno.
Sonrió, pícaro.
-Bueno….está bien. Me gusta alguien y sé que él también de mí. Pero tengo miedo de que salga mal todo, nunca tuve pareja, y ya sabés, todo es más complicado para mí.
-El que no arriesga, no gana.
-Dejate de joder con los refranes. Encima justo vos lo venís a decir. Algún día obedecete a vos misma, porque no te veo arriesgándote mucho.
-Lo mío es distinto. Cambiemos de tema, ¿lo conozco? ¿Cómo se llama?
-Mike.
-¡El hermano de Paul!
-No tonta, ¡el hermano de Paul no es el único Mike del mundo!  Además no lo conocés, es de Londres.
-Todo el mundo con Londres…
-Lo conocí porque vino a Liverpool por vacaciones, y lo visité en su casa cuando viajé para buscar libros para el negocio. Y eso es todo.
-Llamalo.
-¿Eh? No, no sé qué decirle.
-Llamalo, inventá cualquier estupidez, hablale del clima. Hacele notar que estás, que existís.
Le guiñé un ojo, sonrió convencido. Me ponía muy contenta que estuviera evaluando la posibilidad de no estar más solo, me daba miedo de que algún día cayera en depresión, y sabía que con amor eso no podía ocurrirle.
Esa tarde la pasamos juntos, tomando té y atendiendo a los clientes que sí, vinieron porque éramos los únicos que habían abierto. Al fin comenzaba mi vuelta a la vida normal.










Los chicos volvieron  pronto y pese a que John y George no estaban muy de acuerdo, Paul regresó con una sorpresa: su nueva novia. Se llamaba Grace, y era una chica distinguida de la que ignoraba qué le había visto al desmadrado Paul. La presentó al día siguiente de la llegada, en la cafetería, y pese a la desconfianza inicial, Grace se ganó se puesto de respetada novia. No era antipática, reía mucho, no era pesada con Paul, y pese a que parecía tener dinero, se comportaba como una de nosotras. O sea, como un animalito.
-Y después de tantas cartas, terminó convenciéndome. Digamos que no es fácil negarse a él. –sonrió, y asentimos.
-Generalmente Paul suele ser un pesado, pero logra lo que quiere. –agregué.-¿Y bien? ¿Qué te está pareciendo mi ciudad?
-No mientas Wells. –intervino Cris-Esta no es tu ciudad, tu ciudad es Londres, dejá de usurpar ciudadanías.
-¿Eres de Londres? –preguntó sorprendida-¿Y cómo nunca nos vimos?
-¿Porque Londres es demasiado grande? –reí.
-Espera, espera. Ahora que te veo bien, te noto cara conocida. ¿A qué colegio fuiste?
-A uno de monjas, espantoso. Santa Catalina.
-Dijiste espantoso y supuse que era ése. ¡Yo también fui al mismo! Entonces…¿no serás la chica que una vez le llenó de barro toda la cara a otra porque la molestaba y le dijo a Sor Regina que si la expulsaba la denunciaba por malos tratos?
-Sí, fui yo. Por suerte me fui al año siguiente.
-¿Wells hiciste eso? ¡Entonces fuiste una violenta toda tu vida! –exclamó Paul.
-Me tenían harta todas.
-Recuerdo ese día, fue genial para las que no nos llevábamos bien con las monjas. Te felicito.
-Gracias, no sé si merece felicitación algo como eso. Bueno, ahora contestá, ¿te gusta Liverpool?
-Me encanta. He visto poco, pero me parece lindo, más tranquilo que Londres.
-Ojalá vuelvas.
-Perdón. –dijo Paul-Saldré afuera a fumar, porque ahora a cierta persona no se le puede fumar cerca…-me miró-¿Venís?
-Claro. –respondió Grace-Ya vuelvo chicas.
-¿Y? ¿Qué te parece la chica? –me preguntó Cris ni bien la vio salir.
-Me cae bien, es simpática y no se comporta como refinada y fruncida.
-Quizás tiene que parecer fina por el trabajo…A mí también me cae bien, mucho mejor que Abby.
-¡Ey! ¡Nunca dijiste eso!
-Siempre hay una primera vez, pero me refiero a la categoría “novia de Paul”. Empezó darle muchas vueltas, Grace parece más decidida. Y aunque no puedo decir mucho porque recién la conozco, me parece más compatible ella que Abby. Esa chica cambió mucho.
-Sí…Puede ser, no sé…
-Mercy, cuando vino sólo te habló de su brillante carrera y de su brillante novio. ¿Te llamó alguna vez más? ¿Te mandó una carta? No. Cambió, está en la gran ciudad con sus colegas y seguramente sus nuevos amigos. Eso a Paul nunca le habría caído bien. Esta chica, que apenas vimos, pegó más onda que Abby.
-Visto así, tenés razón. Ah Cris, recibí una carta.
-¿De Abby?
-No.
-¡De Richard!
-No, ni lo nombres. De Astrid.
-¿Astrid? Joder…¿pasó algo?
-No, quiere verme, John la estuvo informando. ¿Creés que sea bueno que venga?
-A mí me parece genial.
-Tengo miedo que a John le pase algo, que se le revuelva todo lo de Stu, no sé cómo se lo tomará. ¿Por qué no le preguntás? A mí nunca me toma en serio, y quiero saber bien qué le parece.
-De acuerdo, le preguntaré bien y te informo. Ah mirá, ahí viene.
John entró charlando con Paul y Grace, nos saludó y pasó a hacer exhibición de besos con Cris.
-Ay no, esto no está pasando…-me agarré la cabeza cuando vi que Paul y Grace se unían  a la competencia de besos. -¡Ya basta!
-Wells la amarga. –dijo John.
-Bueno, me siento la referi de la competencia de “Quién besa más tiempo”.
-Está bien, está bien, paremos.-dijo Paul-Wells, ¿mañana vas a la feria?
-¿Qué feria?
-¡Habrá una! –exclamó Grace, que ya parecía enterada de todo, más que yo.-¡Vamos, te hará bien salir!
-¿Y ésta cómo sabe lo que me hace bien?
-Dale Mercy. Te pasamos a buscar a las tres.
-No tengo dinero…
-Yo invito.
-No lo puedo creer, McCartney invitándome…Momento histórico, debo aprovechar.



Pero ese momento histórico no sucedió nunca. Eran las cuatro y en vano seguía esperando a Paul. Como no me dejaban salir sola, mi cara larga era peor que la de la Reina con una semana de constipación. Agarré el teléfono y llamé a Juliet, quizás tuviera suerte y me pasara a buscar. Así fue y en apenas quince minutos, Juliet estaba en la puerta de mi casa; ella también se había cansado de esperar a George, del que después supo que no se había levantado de dormir la siesta en toda la tarde.
Caminamos tranquilas, y cuando llegamos a la feria quedamos apretujadas entre el gentío y el olor a copos de azúcar y pastelitos dulces que vendían aquí y allá. El clima era típico de feria, gente a los gritos, una o dos bandas de jazz o algo parecido que intentaban hacer, música que salía de cada puesto de venta, payasos haciendo payasadas, vendedores.
-Ser adulta es un asco, no podés conseguir nada gratis. –se quejó Juliet después de que un payaso le negara alguno de los globos con forma de animales que le regalaba a los chicos.
-Estos engendros se llevan todo, siempre. Mejor vamos a comprar, ya que nos discriminan.
Salimos del amontonamiento de niños y nos chocamos a Paul y a Grace.
-Al fin aparecen.
-¡Nos olvidamos!
-Malditos cabezas de novios, todo para no pagarme la invitación. Me compraré todo, traje dinero, ya van a ver. –le saqué la lengua a Paul y él respondió con lo mismo.
Juntos seguimos caminando hasta que ellos decidieron comprar unos dulces para los que había que hacer una larga fila. Juliet y yo seguimos dando vueltas por ahí.
-Ay no. –dije de repente –Mirá allá, una gitana.
-Sí, ¿y?
-Mirá si me roba.
-Se roban a los chicos. Y no es verdad.
-Bueno, mirá si me tira una maldición.
-Dejá de exagerar.
-Mirá si me quiere leer la mano….¡Ay no! ¡Me vio!
-¿Y cómo no te va a ver si estás hablando de ella a los gritos?
Para mi mala suerte, la mujer se acercó, tragué saliva mientras veía por el rabillo del ojo que Juliet se retorcía aguantándose la risa.
-Yo a ti te conozco.
-Ah, mire qué bien. Chau.
-Espera, espera…Sí, te conozco, ¿pero de dónde?
-Y vaya uno a saber de dónde. Un gusto, adiós.
-No, no, ven aquí.
-Ay no señora, no me lea la mano, ya sé que viajaré, que tendré desgracias y que conoceré  a un hombre malo, eso lo dicen todas, ahora déjeme.
-¡Mercy, callate!
La mujer sonrió y negó con la cabeza.
-No te haré nada querida, sólo trato de recordar dónde te vi.
-¿No me va a echar una maldición? ¡Mire que yo también sé cómo se hace y se la puedo devolver, eh! ¡A mi no me joda, eh!
Juliet me tapó la boca antes de que la gitana se enojara de verdad y llamara a todo su clan para secuestrarme y venderme por ahí. Sin embargo, se e echó a reír.
-Dije que tranquila, niña…Ah sí, ya sé. No recuerdo en qué ciudad fue, pero recuerdo que era en una feria como ésta. Compraste un anillo, para alguien que querías. Me gustaría saber cómo te fue.
La miré con desconfianza pese a que supe enseguida de qué me hablaba. Aquella feria junto a mi padre, donde había comprado un anillo para Richard y la mujer sabía que era por su cumpleaños. Recordé también lo impresionada que había quedado.  
-Ahora ya recuerdo. –dije al fin, más calmada. –Bueno, si quiere saber, no pasó  nada. O pasó de todo. Bueno, el tema es que el anillo le gustó, y lo sigue usando.
-Buena señal. Dame tu mano.
-No. no quiero que la lea, me da miedo y no tengo dinero.
-Eso no tiene importancia, necesito saber cómo sigue la vida de mis clientes. Es una preocupación personal.
-Qué bien, pero no. No me gusta mucho que lo esotérico se cruce en mi vida, eso pasa,  soluciona y da respuestas sólo en las telenovelas. Es todo serio hasta que cae una vidente que tira las cartas y de pronto aparecen las respuestas a todo el argumento.
Juliet me agarró una mano con firmeza y se la tendió a la mujer. Me resistí, pero fue inútil.
-Mmmm…-dijo leyéndola-Cuánto problema de salud hay aquí.
-Oiga, ¡lo adivinó!
-No, sólo vi que tienes muchos pinchazos en las venas de la muñeca.
-Ey, eso no es ser adivina.
-Mercy callate de una vez. –susurró Juliet.
-Veamos…Lío amoroso. Grande. Posible solución.
-Sí, con la muerte del implicado.
-No, no veo líneas que demuestren que eres asesina. Tu economía irá bien. Todo normal, mucho más normal que hasta ahora. En fin, buena suerte.
-¿Cuánto le debo?
-Dije que nada. Me alegro que andes mejor. Sigue usando el anillo. Y deja de decir que te secuestraré.
-Bueno, gracias por su ayuda. Prometo que no lo diré más.
-Si sabes decir maldiciones, no las uses. A menos que sea estrictamente necesario. Ey, sé lo que estás pensando, no la uses con el “implicado”. Sin asesinato, ni maldiciones. 
Se fue tan rápido como s ehabía ido, me quedé con la mano extendida.
-Wow, eso estuvo bueno. –dijo Juliet-Qué lástima que se fue, quería que me leyera la mano a mí.
-Suficientes boludeces por hoy, Juliet.
Buscamos a la pareja McCartney, pero ya no estaban en la fila de los dulces, así que recorrimos de punta a punta la feria otra vez. Lo más probable era que ellos también estuvieran buscándonos.
De pronto, Juliet se acercó a mí y se pegó a mi oído.
-Mirá para allá.
Me separé de ella en un gesto brusco, la miré extrañada, y seguí a sus ojos, que miraban hacia un lugar lleno de gente a la que ya apenas les daba el sol de la tarde. Caminando entre toda esa gente, vi a Richard. Sentí un leve empujoncito de Juliet en mi espalda, pero me quedé quieta. Me miró, lo miré, y nos dijimos de todo con los ojos. De todo menos cosas bonitas, porque de lejos se notaba la ofensa, el rencor, y la indiferencia. No le despegué la vista hasta que pasó casi a mi lado, él hizo lo mismo. Ninguno de los dos se giró para mirar al otro.
-Vamos.
-Pero Mercy…¡Es Richard! ¿No vas a decirle nada?
-No. Vámonos, me quiero ir de acá.
-Pero aún no encontramos a Paul y a…
-Si querés, quedate. Yo me voy.
Y sin decir ni una palabra más, di media vuelta y fui de allí, porque si hasta hacía dos minutos estaba riendo, ya no tenía motivos para hacerlo. Me habían jodido el día. O me lo había jodido yo misma.    







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Hola hola!!! Bueno, después de unos días de ausencia, he vuelto. Hola Grace, acá estás muchacha!
Como no tengo mucho para decir, salvo que tengo frío, me voy despidiendo.
ATENCIÓN al próximo capítulo.