No podía parar de
llorar. Al parecer, mi vida tenía una competencia con las vidas de otras
personas tan desafortunadas como yo para ver cuál sumaba más desgracias. En ese
momento, mi vida estaba ganando con amplia ventaja.
El viaje en tren junto
a Jonathan había sido tranquilo. Por supuesto había dormido durante todo el
trayecto mientras él avanzaba unos cuantos capítulos de una novela filosófica
que lo tenía enganchado. Por cosas extrañas, el tren iba rápido, o simplemente
viajaba poca gente y no se detenía durante mucho tiempo en cada estación. Fue
así que llegamos antes del horario previsto y mi madre, que se había ofrecido
para ir a buscarnos, aún no estaba esperándonos. Bajamos con tranquilidad, y
fue ahí que supe que algo no andaba bien. Una punzada penetrante me hizo doblar
de dolor. Traté de disimular, pero era demasiado evidente en mi cara.
–¿Te pasa algo? –vi en
Jonathan su clásico rostro de preocupación.
–Me duele mucho. –con
ambas manos me rodeé el vientre–Voy al baño.
–Te acompaño.
–No podés entrar al
baño de mujeres –quise reírme para tranquilizarlo, pero sólo conseguí una
mueca–Ya vuelvo.
–Mmm… está bien, me
quedaré acá esperando a tu madre.
Cuando estuve en el
baño confirmé lo que ya sabía, aunque no quería encontrame con lo que me
encontré: allí había sangre, bastante. Todo se había terminado.
Le di un puñetazo a la
puerta, llena de rabia e impotencia. No podía ser que siempre las cosas se
torcieran tanto.
Al parecer estuve
bastante tiempo allí, porque de pronto escuché la voz de mi madre.
–¿Mercy estás acá?
–Sí, mamá.
–¿Estás bien?
–No.
Y allí estaba, sentada
en mi antigua cama, en la antigua habitación de mi antigua casa, tratando de frenar
las lágrimas que de pronto me salían sin parar, con Jonathan insistiendo para
que aunque sea tomara un sorbo de agua, Harry sólo mirándome con preocupación,
mi madre llamando desesperada a Cyril y yo conteniéndome de gritarles a todos
que me dejaran sola de una vez.
–Ya lo localicé.
–informó mi madre entrando–Mercy, no
estés así, por favor.
–¿Y cómo voy a estar?
Se sentó a mi lado y me
abrazó. Miró a Jonathan y a Harry, que enseguida comprendieron que debían irse.
Una vez solas, me secó las lágrimas.
–Hija, esto sólo puede
ser un susto…o no. Necesito que seas fuerte.
–Mamá, ya no puedo más.
Todo me sale mal, estoy cansada de esto, pareciera que estuviera meada por diez
tiranosaurios.
No respondió nada, sólo
me masajeó la espalda.
–A veces en los
embarazos hay pérdidas. Yo misma las tuve con vos, y eso que todo iba bien y
era sana. Me asusté mucho, a todas les pasa eso, es un impacto muy grande. Pero
si te calmás y tratás de sentir, te darás cuenta si él está, o ya se ha ido.
–¿Esa es la famosa
intuición maternal?
–Supongo. Relajate y…si
todo no es como esperamos, no te desesperes. Las cosas pasan por algo.
–Tengo que llamar a
Richard, debe saberlo.
–Mejor llamá cuando
sepas todo, ahora sólo lo preocuparás, y está lejos.
Golpearon la puerta y
Harry se asomó.
–Ya llegó Cyril y el
otro doctor.–No terminó de decir esto que Cyril ya estaba dentro de la
habitación. El otro doctor era el ginecólogo, el señor un poco viejo y que parecía
más tímido para entrar.
–¿Cómo estás?
–No muy bien, Cyril.
–¿Qué te duele?
–Aquí. –señalé mi vientre,
angustiada.
–¿El pecho, la cabeza?
¿Estás mareada?
–Nada.
Igual me auscultó y me
tomó la presión. Todo estaba en orden.
Después, como si todos supieran lo que seguía, se fueron y me dejaron con el
otro doctor.
–Necesito que te
recuestes. –dijo con una sonrisa–Y que te bajes la ropa.
En otro momento hubiera
hecho alguna broma tonta o protestado de puro nervio, pero obedecí son decir
una palabra, no me importaba nada.
–¿Cuánta sangre viste?
–Bastante.
–Mmm…¿a qué le llamás
bastante? ¿Cómo en un primer día del período?
Negué lentamente, si
eso le parecía bastante, con lo que le iba a decir ya tendría una certeza para nada
feliz.
–No, como un segundo
día.
A la vista estuvo que
fue incapaz de reprimir un suspiro. No preguntó más nada, sólo se dedicó a
revisarme y no sé muy bien qué hizo ni por cuánto tiempo porque ya no estaba ahí,
estaba conmigo misma, autoconsolándome y pensando qué le diría Richard cuando
supiera la verdad.
–Mercy.
Abrí los ojos, saliendo
de mis pensamientos. No pude creer que sonriera.
–Tengo buenas noticias.
–¿Qué? ¿De verdad? –me
incorporé.
–Todo está bien, no ha
sido nada más que sangre.
–¿Pero eso no es grave?
–pregunté incrédula.
–Lo es, pero sólo fue eso
y nada más. Tu bebé está bien, y vos también.
–¡Ay doctor, venga! ¡Lo
amo! –extendí los brazos hacia él.
–Un momento, un momento.
–¿Qué? ¿Pasa algo más?
–No, solo quiero
decirte que esto fue un importante aviso. A partir de hoy, reposo. Y con reposo
me refiero a guardar cama. Podés salir a caminar, sin cansarte y mirando bien por
dónde caminás para no caerte, y sólo si el día está templado. Y nada de
fuerzas, disgustos, emociones fuertes…
–Emociones fuertes. Voy
a casarme, eso será una emoción fuerte para mí.
–Bueno, tratá de que no
te afecte tanto. Mercy, debés cuidarte. Más que una orden, es un ruego.
–Tranquilo doctor, lo
haré. Debo cuidar mucho a mi bebé.
Cuando se fueron, mi
madre entró con un vaso de jugo de naranja.
–¿Mejor?
–Mucho.
–Qué bueno verte
sonreír. Este jugo recién exprimido te ayudará. ¿Vas a llamar a Richard?
–Creo que ahora no, no
pasó nada, no es necesario.
–¿Creés que no es
necesario? Se dará cuenta cuando vuelvas y así, de pronto, tengas que hacer
reposo. Sospechará que algo te pasó acá, no se lo ocultes.
–Es que no sé cómo
decirle, igual se pondrá como loco y querrá venir, y no quiero perjudicarlo,
están ensayando para la gira, o para otro disco, o algo así…
–Mercy, ¿se irá de gira
con vos así? –me miró angustiada–¿Quién te cuidará entonces? Si tan sólo
vivieras aquí…
–Otra con Londres. Él
también quiere que nos mudemos.
–Me parece lo mejor. ¿Querés
que lo llame? Después de todo, nunca he hablando bien con él.
–Está bien, pero no le
digas sobre Londres, ni sobre la gira, ni nada. Sólo hablale de lo que pasó.
–Eso haré, tranquila.
Con desconfianza le di
mi libreta de teléfonos y escuché agazapada detrás de la puerta su
conversación. Cumplió, no le habló de nada más que de lo ocurrido y lo
convenció de que se quedara en Liverpool. Al final, hasta la escuché reír y
bromear con él. Sonreí, las cosas iban bien otra vez.
Dos días después, el
cielo amaneció completamente despejado y el calor, que ese verano brillaba por
su ausencia, al fin apareció. Empujé las mantas y me levanté de la cama,
dándole una patadita a Jonathan, que dormía en un colchón a mi lado. La
habitación de huéspedes estaba tan llena de trastos que no se podía entrar, y
él decía que dormir en el suelo enderezaba la espalda. Además, mi madre no
hacía ningún escándalo porque sabía de la condición de Jonathan y él no era un peligro
dentro de la habitación de una señorita como yo. Obviaba, por supuesto, que la
señorita ya estaba embarazada.
–¿Qué hacés? –se
quejó–¡Ey, no podés levantarte!
–Claro que sí, hace un
día espléndido, quiero caminar. Y tenemos que hacer algo importante, a eso
vinimos.
–No te movés de acá.
La voz de mi madre fue
terminante, como siempre que daba por finalizada una conversación.
–Pero mamá…
–Nada. No podés salir,
la casa del modisto está muy lejos, no podes llegar caminando. ¡Por Dios Mercy,
hace dos días casi perdés un embarazo! Dejá esa terquedad por unos meses.
–Pero el vestido es muy
importante...
–Ya lo sé, pero no podés
salir de la cama directamente a la calle. Te llevaré.
–Mamá, no. Ya sabemos que
tenemos gustos muy distintos y todo termina de una misma forma: peleándonos. Y
yo no puedo pelearme con nadie.
–Y eso es un gran sacrificio
para ella. –rió Jonathan.
–Ya lo creo que será un
sacrificio. Está bien, como siempre, ganaste. Jonathan, te pido encarecidamente
que cuando la veas aunque sea mínimamente cansada, la hagas frenar, que se
siente, le comprás agua y parás un taxi y vuelven.
–Pierda cuidado señora
Elizabeth, así haré.
No hizo falta que
Jonathan aplicase las órdenes de mi
madre, ya que descansé en cada tienda a la que entré para comprar ropa, o
pavaditas para el bebé. Debía confesar que le había tomado el gusto a aquello,
y me encantaba imaginar cómo le quedaría, en qué ocasiones lo usaría…
Al fin llegamos al
negocio del modisto, un lugar que parecía muy lujoso. No sabía que mi madre frecuentaba
lugares así.
–¿Trajiste la revista?
–Claro. –Jonathan dejó
en el suelo todas las bolsas que le había hecho cargar y rebuscó en su mochila,
hasta que sacó una revista doblada.
Apareció una chica
bajita y pelirroja, muy simpática.
–¡Hola! ¿Qué deseaban?
–Emm…Vengo por mi vestido
de novia. –en ese momento tomé plena conciencia de lo que acababa de decir. Yo.
Pidiendo un vestido de novia. Aquello no podía ser.
–¿Ya está hecho?
–No, no, en
realidad...digamos que…sería la primera vez que vengo y…
–¡Ah, aún no tenés nada! –exclamó, seguramente acostumbrada a
los repentinos nervios de las novias–Entonces deberán ver a Félix, ya lo llamo.
Desapareció detrás de
una pesada cortina de terciopelo y esperamos viendo fotos de vestidos de todo
tipo que colgaban en las paredes. Entró una chica acompañada de otra y la empleada pelirroja las hizo
pasar a una sala para probarle su vestido. Desde detrás de la cortina apareció
un hombre alto, rubio, de traje blanco y…claramente gay. Vi que a Jonathan se
le iluminaron los ojos.
–Hola soy Félix, como el
gato. –rió–Katy me dijo que es la primera vez que venís. Pasen, veamos qué te gustaría.
Lo seguimos pasando la
cortina, caminando por un pasillo corto, y entrando a una sala con muchos
espejos, maniquíes, máquinas de coser, y telas por aquí y por allá.
–No seas puto. –le di un
codazo a Jonathan, riéndome.
–¡Yo no soy eso! Ya te
dije que esos son los que se acuestan con cualquier tipo, ¡y ya no soy así!
–Como digas…Pero sé muy
bien cómo se mira a un hombre guapo, y estás haciendo eso.
–Habla la gran experta,
que nunca tuvo ojos para otro que no sea el faroles azules.
Dejamos de reírnos
cuando Félix se dirigió a nosotros para que nos pusiéramos cómodos en unos
sillones.
–¿Cómo es tu nombre?
–Mercy Wells. Quizás
conozcas a mi madre, Elizabeth.
–¿Sos la hija de Ellie?
¡Claro que la conozco, ha venido varias veces!
Sonreí, jamás supe de
alguien que llamara Ellie a mi madre.
–Perdón, ¿pero él es tu
novio? Porque el novio no debe ver el vestido de la novia, es de mala suerte.
Jonathan se echó a reír,
y yo también.
–Soy su amigo. –aclaró.
–Excelente idea venir
con un amigo de confianza, siempre ayuda. ¿Y bien? ¿Qué te gustaría?
–Dale la revista. –le
guiñé un ojo. Jonathan le alcanzó la revista donde habíamos visto el vestido
que nos encantaba. Dejé que él se hiciera cargo de las explicaciones.
–Le gustó éste ni bien
lo vio, y creo que le quedaría bien.
–Es muy bonito, y claro
que le quedaría bien. ¿Con alguna modificación o sólo así?
–Creo que la falda no
tendría que ser tan amplia porque…–dejó su entusiasta explicación y me miró.
–Es que estoy
embarazada.
–Ah, entonces una falda
amplia te haría notar más la pancita.–sonrió–¿De cuánto estás?
–Casi cinco.
–¡Qué dulce! Me
encantan los bebés, mi hermana tiene uno de dos meses y amo cambiarlo.
–Yo aún no lo sé. –reí.–Me
da miedo que se me caigan o cosas así.
–Ya aprenderás. Bien
Mercy, te tomaré las medidas y luego te mostraré las telas para que elijas la
que más te guste. Blanco, ¿no?
–No.
–Mercy, ¿qué tiene que ver
el color con que estés embarazada? –Jonathan se quejó–No les hagas caso a las
viejas.
–No es por las viejas,
simplemente no me gusta el blanco. Quiero que sea blanco pero no súper blanco.
–¿Blanco roto, tiza…?
–Cualquiera, menos blanco
impecable, no soy una maldita lámpara fluorescente.
Félix se echó a reír y
dijo que coincidía aunque para él su color favorito era era ese, por eso se
dedicaba a vestir novias.
Luego de una hora,
mucho más de lo que había estado en una tienda de ropa en toda mi vida, nos
fuimos. Cuando volvimos a casa ya era mediodía, así que almorcé y me fui a la cama.
Jonathan volvió a salir, alegó que quería comprarse zapatos para la boda.
Desperté unas horas después, cuando lo escuché armar su maleta, ya que a la
mañana siguiente volvíamos a casa.
–¿Compraste los
zapatos?
–No conseguí.
Lo dijo con una
sonrisa, muy extraño porque conociéndolo, no conseguir algo que le gustaba lo
enojaba y lo frustraba.
–Me parece que vos no
fuiste a comprar zapatos.
Amplió aún más su sonrisa y se sentó en mi cama.
–Fui a ver a Félix.
–Y decís que no sos pu…
–Mercy, es amor.
–Ey, ¿no vas un poco
rápido? ¿Amor?
–Amor a primera vista,
sí. Yo creo en eso.
–Bueno, a mí me pasó algo
parecido aunque tardé en darme cuenta, o aceptarlo…Por lo que veo, te fue bien.
–Fui, dije que habíamos
olvidado hablar del tema del tocado, cosa completamente cierta.
–Jonathan, no quiero
tocado…
–Me da igual, usé esa
excusa. Le llevé una rosa, blanca. ¿No soy un genio? –Sí, lo que digas. ¿Y qué
más?
–Charlamos de eso y…le
pedí su número de teléfono. Me animé y lo hice. ¡Es italiano! ¿Podés creerlo?
Aunque yo ni me di cuenta. Me contó que está algo triste porque su pareja lo dejó
por una chica.
–Qué traición. Aceptalo,
las mujeres siempre seremos la mejor opción.
–Las amo, pero no de la
forma en la que debería, lo siento. Mercy, ¿creés que esta vez tendré suerte?
–¿Por qué no? Pero andá
con cuidado, te ilusionás muy rápido. Perdoname que te lo diga, pero sos muy
inocente.
–Ya lo sé. –bajó la
mirada–Él parece diferente, lo veo buena persona, como tu faroles azules.
–No te metas con mi
faroles.
–¡No seas tonta! –rió–A
tu Richard lo veo como un amigo que es buena gente. Yo no le conté nada de mi pasado,
¿creés que si empezamos algo y si se lo cuento, me dejará?
–¿Cómo te va dejar por
eso? Sería de imbécil. Algunos tienen suerte, como él que tiene una gran tienda,
y otros no, como vos. Aunque vos casi tenés tu propia tienda también.
–Sólo soy tu empleado
del mes. –sonrió.
–Jonathan, tenía pensado
decirte que te hicieras cargo de la tienda. Tendré que venirme a Londres, no me queda más remedio, y no pienso
cerrar mi negocio. Pero si empezás algo con Félix, también querrás estar en Londres…
–Mercy, ¿planeabas
dejarme a cargo de la librería?
–Sí, pero ahora sólo sería
un inconveniente para vos y…
Me dio un abrazo sorpresivo
que casi me dejó sin respiración.
–Gracias por tu
confianza. Me haré cargo, lo prometo, jamás será un inconveniente. Gracias por
tanto, Mercy.
Creo que el tren no
alcanzó a llegar que Richard ya estaba arriba, besándome y agarrando mi maleta
y mis bolsas, todo a la vez.
–¿Cómo estás, cómo
estás, cómo es…?
–Estoy bien, estoy
bien, ¡estoy bien! ¿Lo ves? Entera y hasta más gorda. No hay nada que hacerle,
la comida de mi madre alimenta de verdad. ¿Cómo estás v…?
No pude seguir, estaba
besándome otra vez y sonreí para mis adentros, sintiendo esas locas maripositas
que esperaba y deseaba con todo mi corazón que jamás se fueran.
–¿Qué pasó? –dijo
separándose–Tu mamá ya me contó pero igual quiero saber.
–Sólo un susto, pero
debo hacer reposo absoluto. Y no te preocupes, vos seguí con las cosas de la
banda que yo me arreglo sola.
–Pero…
–Pero nada. Si voy a
ser tu esposa tengo que ayudarte con tu trabajo y no vivir cargándote de problemas.
Así que vos ocupate de todo lo que tengas, yo estaré en la cama, durmiendo. Que
además, es mi especialidad.
Sonrió apenas, asintiendo.
–De todos modos te
cuidaré al máximo.
–¡Oigan! ¿No piensan
bajar?
Vimos al guarda, que asomado
desde el andén nos miraba enojado.
–Sí, ya bajamos.
Jonathan, que ya estaba
abajo, se partía de risa mientras Richard despotricaba contra los guardas
insensibles.
–Tengo una pequeña
sorpresa en tu casa, pero no sé si te gustará.
–¿Sorpresa? ¿Y por qué
no me gustaría?
–No sé, quizás te
incomode.
Durante el camino en su
auto pensaba qué podía ser aquella sorpresa, así que sólo hablé para despedirme
de Jonathan, que insistía en que lo dejáramos en su casa porque debía hacer un
llamado importante. Le deseé suerte con su italiano y pronto llegamos a casa.
Cuando abrí la puerta vi que estaba una mesa dispuesta con flores, globos, y
comida.
–¡Hola Mercy!
Sorprendida, abracé a Elsie.
–Richard me propuso
hacerte una comida especial que te gustara para recibirte, y a último momento
se echó para atrás.
–¿Cómo es eso? –lo miré
curiosa y divertida.
–Es que…–bajó la
vista–es tu casa y me pareció una intromisión que entrara yo y también mi madre
y…
–Elsie, educó demasiado
a su hijo, ¡mire lo que dice! Si me encanta la sorpresa, ¡y lo que se huele
desde acá!
–¿De verdad? –preguntó tímido.
–De verdad, tonto. Es un
detalle precioso. –le di un beso pequeño para no andar escandalizando a la que
iba a ser mi suegra.
–Bien, los dejo solos.
–¿Qué? No Elsie, quiero
que se quede, y su marido también quiero que venga.
–¿Te parece?
–¡Claro, sino no los
estaría invitando! ¿O vos querías que comiéramos solos? –miré a Richard, que parecía
más que contento.
–No, me encantaría que
almorcemos todos juntos.
–¡Perfecto!
Almorzamos juntos y
charlamos animadamente, aunque mil veces tuve que explicarles que me encontraba
bien. Se los veía felices de tener un nieto, y a mí me hacía feliz que ellos lo
estuvieran.
Luego fui a acostarme,
agradeciendo tener una suegra que, según parecía, me quería mucho. En eso no me
podía quejar: Elsie y su marido me aceptaban y querían, Harry era un padrastro
que se preocupaba por mí como si fuera su hija, y Mimi ya era como mi segunda
madre. La gente mayor me caía bien, y yo a ellos.
Cuando desperté fue
porque escuchaba ruidos raros. Quizás estaba soñando con mi hijo, porque
escuchaba quejidos de bebé, pero parecían demasiado reales. Abrí los ojos y sí,
eran reales porque había un bebé al lado mío. ¿Pero qué mier…?
–¡Saludá a la madrina
Mercy!
–¿Cris? –me
incorporé–¿Qué estás haciendo acá?
–Hermoso recibimiento,
vos siempre tan educada. Traje a tu ahijado para que te visite.
–Bueno…¡Hola a los dos!
–Richard se fue con el señor
padre de esta criatura, así que me quedé a cuidarte. Obedecerás mis órdenes,
¿está claro?
–Como digas, jefa. Ey,
qué bonito está este bebé…
–Tenelo.
–No, no sé.
–Te voy a dar
lecciones, practicarás con mi hijo y eso me da bastante sufrimiento pero todo
sea por salvar a otra criatura de una madre inexperta. ¡Ay, compraste ropa!
–miró dentro de las bolsas que habían quedado desparramadas–Hay cosas tan bonitas,
le compraría todo a Jack, ¿verdad bebé?
Jack pareció sonreírle
desde su lado en mi cama, lado del que yo no osaba moverlo.
–Vamos, agarralo, no se
va a romper. Es así. –me lo puso en brazos, la criatura, por supuesto, se largó
a llorar.
–¿Ves que no sirvo?
–Shh. Hablale, movelo despacito.
Acunalo.
–¿Pero qué le digo?
–¡Y yo qué sé! Algo
lindo, no el pronóstico del tiempo.
–Bueno…Hola Jack, no
llores, estás con tu madrina, ¿te acordás de mí? Te regalé un tren, muy pronto
jugaremos con él.
–John ya le gastó las
pilas.
–Tu padre es un desastre,
nunca seas como él. Ey, mirá, ya se calmó.
–¿Ves que no era tan difícil?
Hasta tiene ganas de quedarse dormido. –le acarició la cabecita y Jack pareció
adormilarse aún más–Contame qué te pasó allá.
–Fue horrible, pensé lo
peor. Tenía dolor, había sangre, un desastre. Ahora tengo miedo, ¿mirá si se
repite?
–No, no te pasará otra vez
si te cuidás bien. Nada de locuras, ni…
–Cris, creo que tu hijo
se hizo encima.
–¿Otra vez? Ya me parecía.
–¿Lo puedo cambiar yo?
–Como quieras. Iré por
las cosas.
Con cuidado salí de la
cama y me puse unas pantuflas, mientras ella bajaba por el bolso.
–Bien, ya estoy acá. Te
explicaré cómo se hace, no es difícil.
Rápidamente me dijo
algunas cosas y rápidamente aprendí.
Jack ni se enteró de las manipulaciones que le estaba haciendo y eso era señal
de que lo hacía muy bien, o que él tenía mucho sueño.
–Cuando tengas
práctica, lo harás cada vez más rápido, incluso irás superando tus propios récords.
Lo pondré en su coche así se duerme tranquilo. Y vos, a la cama.
–Pero…
–A la cama, Wells.
Protestando, me metí
otra vez y me tapé hasta la cabeza. El teléfono sonó, estridente, y lo puteé
por hacer tanto barullo cuando Jack se había dormido. Atendí enseguida para que
se callara de una vez.
–¿Quién habla? –dije
con todo mi malhumor.
–Soy Cyril, ¿estás
enojada?
–Ah, Cyril…–Cris se
sentó a mi lado, atenta–Sí, estoy enojada porque casi despertás a un bebé con tu llamada.
–¿Un bebé? ¿Ya pariste
y no me enteré?
–Qué bobo sos. Es mi
ahijado.
Escuché su risita y por
detrás el sonido de una ambulancia. Claramente estaba en el hospital.
–¿Cómo estás? ¿Tenés
dolores?
–No, me siento
perfecta.
–Me imagino que estarás
cumpliendo las órdenes del médico.
–Por supuesto, estoy en
cama, y hoy almorcé abundante.
–Bien, al fin te portás
como se debe.
Se hizo un pequeño
silencio y hubiera pensado que la comunicación se había cortado de no ser por
el barullo que se escuchaba.
–¿Cyril, estás?
–Ah sí, sí. Mercy, quiero
decirte algo.
Cris ya tenía la oreja
pegada al tubo del teléfono e intentaba escuchar. Me miró asustada al oír eso.
–Colgá. –susurró.
Negué con la cabeza.
–¿Qué tenés que
decirme?
–Bueno…he empezado a
salir con Flor.
Escuché el suspiro de
alivio de Cris, pero igual nos miramos extrañadas, con cara de “¿Y con eso
qué?”
–Ahh…¿Y por qué me
contás eso?
–Porque somos amigos.
Otra vez nos miramos
sin entender nada, y ella me hizo señas con los dedos en posición de tijera,
para que cortara aquella conversación.
–Cyril, no somos
amigos. Yo soy tu paciente, vos mi médico, y nuestra relación es esa aunque
bastante estrecha.
–Tenés razón, no debí decir
eso. Sólo que ya sabés lo que me pasa con vos, y quería decírtelo.
–¿Para qué? ¿Para que
te de mi permiso?
–No Mercy, no…Solamente
para informarte.
–Ok, ya estoy
informada, pero de todos modos no creo que sea obligación que me digas, es tu
vida y hacés lo que querés.
–Ya sé que no es obligación.
Sólo quería decírtelo aunque entre nosotros nuca haya pasado nada.
–Exacto, nunca pasó
nada. Suerte, parece buena chica.
–Lo es. Ah, recordá que
en quince días tenés que hacerte controles.
–Lo recuerdo,
tranquilo. Nos vemos.
–Nos vemos, Mercy.
–Por Dios, ese tipo…–dijo
Cris ni bien colgué–¡Está loco! Más bien, loco por vos.
–Me da pena.
–Pena, pena…Para mí es
un pesado. Espero que se le pase el metejón cuando salga más veces con esa otra
chica.
–Eso espero, porque
hasta me siento culpable. No debí haberlo besado aquella vez.
–Lo hecho, hecho está.
Que se arregle como pueda, ¿qué vas a hacer? Porque es tu médico y nada menos que cardiólogo, y esos son
peligrosos, que sino, me escuchaba. Concentrate en vos y en ese bebé que tenés
ahí.
Asentí, tenía razón. Cyril
me daba pena, pero era hora de que entendiera que no me interesaba, que ya
tenía mi vida más o menos armada pese a que los resultados podía no ser como
los esperaba, pero él debía entenderlo y hacer su vida.
Jonathan abrió los ojos
como platos cuando me vio entrando a la librería.
–¡Por las cuentas del
rosario! Mercy Wells, ¿qué hacés acá?
–Hoy es un día
templado, la librería está cerca, por lo tanto no me cansé, vine sólo por un rato,
estaré sentada y no levantaré ninguna pesada enciclopedia. Hola, ¿qué deseaba?
–saludé a una clienta que acababa de entrar. Jonathan no me quitó de encima sus
ojos enojados.
La clienta quería unos
libros que estaban en unos estantes altos, así que le dije a Jonathan que
subiera a una escalerita y me los alcanzara. Así le hacía ver que me portaba
bien, y reafirmaba mi autoridad de jefa total y malévola. Me los alcanzó,
todavía clavándome su mirada.
–Esta mañana llamó
Félix. –dijo mientras la clienta hojeaba los libros. Su mirada se transformó.
–¿Llamó o llamaste?
–Llamó. –sonrió–Dijo
que ya tiene casi terminada la parte de arriba de tu vestido.
–Qué rapidez. ¿Los
lleva?
La mujer asintió y sacó
su billetera.
–En unos diez días te
espera.
–Nos espera, querrás
decir.
Rió y despedimos a la clienta, que casi chocó con el, siempre
atropellado, John.
–¡Mercy Wells! ¿Qué se
supone que estás haciendo acá?
–¡John Winston Lennon! Lo
mismo te pregunto. Dudo que hayas venido a comprar un libro, básicamente porque
no sabés leer.
–El reposo te afila más
la lengua, ¿eh? ¿No era que debías estar en cama? Yo no veo ninguna cama por aquí.
Vamos, a casa, ya.
–No me hables como si
fuera un perro. No voy a ir, recién llegué y estoy muy bien. Y todavía no me
dijiste a qué venís.
–Pasaba, nada más. Playboy
no vendés, ¿no? Ah cierto que sos una futura madre.
–Dale, seguí jodiendo y
le digo a tu mujer lo que andás buscando, para que esta noche haga tortilla de papas
y huevos. Los tuyos.
Jonathan largó una carcajada
y John se me acercó para despeinarme, como siempre.
–Hay que verte…Es la
primera vez que estás gordita. Bah, gordita, al fin tenés una contextura de
persona, no de escoba. ¿Te estás cuidando?
–Sí.
–No sé porqué debería
creerte si la última vez que te pregunté eso también me dijiste que sí y a los
dos meses me enteré que estabas embarazada.
–¡Nunca me preguntaste nada!
–Es verdad, creo que no.
No me comporté como un verdadero hermano, debería haberte dicho para que te
cuidaras de ese arbusto salvaje que te preñó.
–¡No soy una vaca!
–Bueno, bueno…Ahora en
serio, ¿de verdad te estás cuidando? No tendrías
que estar acá.
–Ya te dije que estoy
bien, no me pasó nada. ¿Vos estás bien?
–Excelente. En nada
otro disco. Escuchá a mis fans, Wells: “¡John te amoooo!”
–Sigue en pie lo de
decirle a Cris sobre la tortilla, ¿eh?
–Ay no se puede bromear
con vos. Ey, ¿ya pensaron nombres?
–Ehh…no.
–¿No? ¿Pero qué clase
de padres son? Ya lo veo: la criatura nace y si es niño, Richard, y si es niña,
Mercy. La imaginación al poder.
–Es que aún no sé…
Jonathan dejó caer
delante de mí un libro de nombres y chocó su mano contra la de Johm que reía
como loco.
–Entretenete, pero
apurate. Aunque, yo sé que…No, creo que no debería decirte.
–John, ¿para qué
empezás a hablar si no vas a terminar?
–Ay, está bien. Escuché
a tu…¿cómo llamás al futuro marido de esta cosa? –miró a Jonathan
–Faroles azules. –rió.
–Escuché al faroles azules
decir que él ya tiene nombres pensados. Si no te dijo nada, lamento informarte
que la comunicación en la pareja no es buena, y la comunicación es la base de t…
–Ay basta John, me
hacés doler la cabeza con tanta cosa. ¿Dijo eso?
–George le preguntó,
porque es un chusmo. Y él contestó eso. Fijate que no sea algo horrible, como
Tancredo o Antonieta, que ya sabemos que tiene gustos raros, con el sólo hecho
de casarse con vos…
–Preguntale. –Jonathan
también insistió–Y elegí vos, que sos la que lo tiene.
–Tenés razón, ella lo
va a parir, ella elige el nombre.
–John y Jon, ¿me dejan
en paz?
–Está bien, comadre. ¿Y
quiénes serán tus padrinos de boda? ¿Puedo yo?
–No.
–¿Por qué?
–Porque no. No sé quién
podría ser…
–Tendrías que elegir el
padrino, y Richard la madrina.
–Será su madre, seguro.
Dale, ¿puedo ser yo?
–Te dije que no. Elegiré
a Harry.
–¿Harry? ¿Qué Harry?
¿El marido de tu madre?
–Sí.
–¡Si lo odiás!
–Ay John, nunca lo odié,
simplemente me caía mal por el papel que tenía en mi familia, pero es bueno, y
sé que me quiere, y yo le he tomado cariño.
–No te creo.
–Si tu tía tuviera
novio…
–¿Mimi con novio? ¡Ay
quiero ver eso!
–Supongamos que lo ves.
¿Qué harías?
–No sé, reírme.
–Hablo en serio.
–No me gustaría mucho…Es
mi tía, ¿qué tiene que hacer un tipo en su casa? No, no.
–Pero si ese novio de
tu tía, fuera una persona honesta, que le hace compañía, no la hace renegar
como vos, y ves que ella se siente bien, ¿lo odiarías?
–Pues…no. No tendría
razones, la verdad. Y trataría de llevarme bien con él, pero ya tomarle cariño…
–Bueno, yo comprendí
eso, y después terminé tomándole cariño. No como un padre, claro.
Asintió con lentitud,
al fin se había puesto serio. Después levantó la vista.
–Mercy, ¿me acompañás a
un lugar? No es lejos.
–Claro.
Nos despedimos de
Jonathan y lo seguí sin saber muy bien adónde me llevaba. Hasta que me di cuenta.
–John, ni sueñes que
iré a Strawberry Field.
–¿Cómo lo supiste?
–Repito: no iré. No puedo
andar saltando tapias, además, ¿para qué?
No contestó, sólo me agarró
de una mano y prácticamente me arrastró allí.
–Hace mucho que no
venía.
–Yo también. ¿Y qué
hacemos acá? –me agarré a uno de los barrotes del gran portón.
–No sé…Estoy algo
asustado.
Lo miré extrañada, no
entendía porqué hablaba así. Me ignoró y continuó.
–Creo que esto se me
irá de las manos. Me gusta pero…no sé si podré controlarlo, o mantenerlo. No quiero
ser un fracaso al que le fue bien un tiempo y después desapareció. y a la vez, no
quiero que esto se agrande. ¿Entendés?
–Sí. Me pasa igual.
–Si vos no estás en la
banda. –rió apenas.
–No, pero igual me
asusta. Mirá si se la creen y dejan de ser como son ahora y se van con rubias millonarias
y no saludan más a la gente que los conoce
de toda la vida…No sé.
–No quiero eso, ni para
mí, ni para la gente que quiero. Ahora tengo un hijo, no quiero que nada lo
afecte. Ay, todo es un lío, maldito el día que dije que haría una banda.
–John, ese día fue un gran
día, ya lo verás. Sólo no hagas cosas de las que puedas arrepentirte. Confío en
que lo sabrás manejar, a eso y a tus fans gritándote que te aman.
Rió apenas otra vez y negó con la cabeza.
–También tengo miedo
por vos. Si te pasa algo…eso, ¿qué pasará? No podría superarlo nunca. Bueno, yo
no importo, pero si tenés al bebé, ¿qué pasaría? Y Richard, y Cris…y todos.
Wells, haceme el favor de no morirte.
–Sabés que no me gusta
hacerte favores. –le di un golpecito en el brazo.
–Sos una maldita. Pero prometemelo,
aunque sea.
–Te lo prometo, hermano.
–Y yo te prometo que
sabré manejar todo esto que ya tengo encima.
–Perfecto.
–Bueno, vámonos, parece
que va a llover y no es cuestión que encima te engripes. Ah, ¿sabías que ya le
gasté las pilas al tren?
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Hola! Volví! Paso rapido a dejarles este capi y decirles que el capi final ya tiene sus primeros esbozos...Sí, muy triste todo, pero no desesperen, aún quedan cosas en este fic que amo tanto.
Antes de irme, saludo a Aye que ayer fue su cumple!
Nos vemos en el próximo!