El sólo hecho de saber que ha llegado la hora puede volverte loca. Una mezcla de sufrimiento, alivio, nervios, miedo, alegría, ganas de gritar y asombro por sentir todo eso en un mismo momento simplemente puede hacer que te sientas desquiciada. Y terror. En aquel momento también sentía terror: nada estaba saliendo como se había planeado. No sé si lloraba por el dolor físico, o por el dolor en el alma, porque aquello simplemente estaba saliendo mal, y si seguía mal, sería el fin. Todo estaba yéndose rápido, como cuando se da vuelta un reloj de arena y cae rápido y sin pausa. Todo estaba yéndose a la mierda.
–Ya está llegando
Cyril. –me dijo una enfermera, sonriéndome para infundirme confianza. Cerré los
ojos con fuerza.–Ni bien llegue empezaremos, ya falta poco, no te preocupes.
“No te preocupes”. Lo decía como si hubiera ido porque me dolía una muela. ¿Por qué la gente dice estupideces cuando peor estás? Me concentré en tratar mentalmente el dolor que sentía. Eso me había comentado Jonathan que había leído en uno de esos libros de espiritualidad. En el momento le había contestado que aquello eran idioteces, ahora lamentaba no haberle puesto más atención. Sentí las lágrimas calientes corriéndome por las mejillas. Sí, evidentemente, en todo ese lío, me dolía más el alma que el cuerpo. No quería terminar así, dejando solo en el mundo a un hijo, o…
El dolor me cortó
cualquier pensamiento, haciendo que me incorporara. La enfermera de inmediato
me puso una mano sobre la frente y algo me susurró pero ni la oí.
–Mamá…–dije en medio de
una queja.
Oí otra voz, gruesa y
áspera, la de otra mujer.
–Claro, para
embarazarse no llaman a la madre, ahora para parir sí.
Abrí los ojos, de
pronto ya no sentía nada más que rabia y ganas de pelearme y pegarle fuerte a quien había hablado. La mujer era otra enfermera, vieja, y
seguramente amargada y llena de veneno.
–Oiga, que usted tampoco
habrá llamado a su madre cuando…Bah, no creo que alguien ni siquiera la haya tocado,
parece una víbora. –solté un quejido más lastimero y cuando me recompuse,
seguí–Vieja horrible, su madre seguro sería bien pu…
–¿Qué está pasando aquí?
Vi a Cyril y le sonreí
porque era un alivio verlo.
–Esa…–otra vez el dolor
que me pegaba de todos lados–…esa vieja de mierda…
–Sara por favor, retírese.
La vieja obedeció sin
decir ni una palabra más.
–Que la despidan, es
una maltratadora…Cyril…–tomé aire–…esto no está saliendo bien.
–No, y por eso mismo ya
mismo vamos al quirófano.
De la nada aparecieron
dos tipos más y como cuatro enfermeras. Vaya, sería concurrido el asunto, por
lo menos no me moriría sola o con la maldita vieja víbora a mi lado. Recordar
me estremeció y tiré del guardapolvo de Cyril. Se inclinó y por primera vez
tuve conciencia de que mi voz apenas era audible.
–Decile que lo amo. Por
favor.
Vi cosas borrosas hasta que centré la vista y reconocí a la enfermera que me decía que no me preocupara.
–¡Ya volvió! –gritó y
me sentí aturdida. ¿Volver? ¿De adónde?
–Hubiera sido mejor que
no. –oí a Cyril cerca y giré la cabeza.
–¿Qué? –le pregunté.
–Cesárea ya. –dijo sin
mirarme, porque tenía los ojos fijos en un aparatito–Si seguías desvanecida era
mejor. Ahora te hará mal la anestesia, tendrá que ser mucha y…
–¿Desvanecida? –interrumpí,
pero no me respondió. De pronto supe que la anestesia no me la habían dado
porque tuve una oleada de dolor que prácticamente me partió en dos.
–¡Me cago en…! ¡Suspendan
todo! –era la voz de otro hombre, que al parecer se había alterado mucho. No entendía
absolutamente nada de lo que estaba pasando, sólo sentía mucho dolor y peor,
dolor en el pecho. Me mordí los labios para no gritar y alterar más a toda esa
gente que supuestamente debía calmarse para que yo no me muriera.
Cyril se inclinó sobre
mí, y me sentí más desolada que nunca: jamás lo había visto tan mal. Ni siquiera
cuando me había dado las peores noticias. Tragué saliva, preparándome para lo peor.
–Lo lamento, Mercy.
–¿Está muerto, no?
–apreté los párpados y los dientes, no quería escuchar su respuesta.
–¿Eh? ¡No, no! Al
contrario. Tu hijo quiere nacer de forma tradicional, y ya está a punto.
Claro que sabía que
estaba a punto, si sentía cómo se me rompía todo por dentro. Y también sabía
que aquello no lo iba a soportar, parir era extremadamente peligroso, eso lo
recordaba bien pese a que mi mente estaba casi ida.
–No voy a poder…
Ya no pude hablar más,
la necesidad de empujar aunque me fuera la vida en ello era mucho más fuerte. De
pronto me olvidé que no podía con aquello, que los pronósticos me eran
desfavorables y que el hecho de sólo pensarlo me iba a fulminar. Si había nacido mujer, estaba preparada para
soportarlo, y me alegré de llegar a esa certeza. Cyril me decía algo, y una enfermera
también pero no lo escuchaba, sólo hacia lo que el cuerpo me pedía, o sea,
tratar de que ese bebé naciera pronto, sano, y que tuviera una madre por muchos
años. Volví a la realidad cuando caí rendida. Y cuando lo escuché, débil, muy
débil, pero lo escuché. Mi hijo.
–¡Es un niño! –exclamó la
enfermera a mi lado. Me tapé la cara para llorar, sin poder creer que aquello
había sucedido. De pronto vi que corrían
de un lado a otro. Me incorporé como pude, busqué a la enfermera con la mirada,
la noté nerviosa.
–¿Qué pasa? ¿Qué está pasando?
–por primera vez sabía qué era la desesperación de una madre–¿Qué? Quiero
verlo, ¿qué pa…?
–Tranquila, lo han llevado
porque es muy pequeñito. Le han puesto un respirador. Pero está bien, es
sanito, no te preocupes.
Y dale con el “no te preocupes”.
A esa mujer le iba a pegar cuando estuviera en mejores condiciones.
Cyril apareció con una
sonrisa de oreja a oreja.
–En nada lo tendrás, lo
están revisando bien. Es chiquito pero fuerte.
–Tampoco tiene a quién salir
grande…
Rió y me tomó de una
mano.
–Salió todo bien, Mercy.
Seguís sorprendiéndome.
Iba a responderle pero
una punzada, más fuerte que todas las anteriores, me cortó la respiración.
Cyril me miró, otra vez los colores se fugaron de su rostro. La punzada no
amainó, al contrario, se hizo más fuerte y cuando abrí los ojos ya estaban
todos a mi alrededor otra vez. Algo me dijo que aquello no había terminado.
–¡Son mellizos!
–¿QUÉ? –me olvidé
totalmente de las punzadas, me incorporé y miré a todos como si estuvieran
locos.
La enfermera de las no
preocupaciones repitió algo que jamás en la vida había imaginado que iba a escuchar.
Que eran mellizos.
Me tapé la cara para
ahogar el sollozo de desesperación que tenía dentro. Dos. Dos hijos. ¿Qué
mierda estaba pasando?
–No, no, no, la puta
madre, ¡no ahora!
Miré a Cyril, no
parecía alterado por la existencia de otro hijo mío, sino por algo que le
indicaba su aparato. Otra vez el dolor me cortó la visión, y de pronto sentí
que Cyril me sacudía y me ponía más cables sobre el pecho.
–Mercy, Mercy,
despertate. ¡Una dosis más de…!
No entendí qué dosis
pedía porque otra vez todos mis sentidos se nublaron. Quise tomar aire pero no podía,
abrí los ojos y sin darme cuenta me había puesto a llorar. No podía rendirme
ahora, faltando tan poco. La bocanada de aire no llegaba y Cyril seguía
diciéndome cosas que no entendía, y el otro médico también. Al fin un respirador
vino a salvarme, y me llenó los pulmones y me aclaró un poco la cabeza antes de
que otra puntada que ya ni sabía de dónde venía, me estremeciera como un rayo. Mi
segundo hijo estaba ya coronando y, sacando fuerzas de donde no tenía y casi
maravillándome por saberme tan dura, lo ayudé a que saliera a ver la luz. Esta
vez no escuché nada, ni un pequeño llanto, ni una queja. Nada.
Me quedé esperando que
pasara algo mientras todos iban tras mi hijo, ese hijo al que, pobre, yo no
había esperado. No sé cuánto esperé, quizás unos minutos, quizás un milisegundo.
Sólo sé que lentamente, todo dejó de existir y ya no supe nada de él.
Aquello estaba lleno de flores de lavanda, una auténtica alfombra violeta llena de aroma fresco y color. La primavera estallaba justo a mi lado, ante mis ojos y sobre mí, y no podía dejar de verla y sonreír. Una fina brisa suave y caliente me estremeció de pies a cabeza, la brisa de su aliento y un suave beso en la mejilla y sus manos rodeándome la cintura. Sonreí aún más.
–Richie, te estaba buscando.
–Estaba por ahí, ¿viste
qué día tan precioso?
No le contesté, sólo me
giré para darle un beso, que interrumpí cuando oí el estruendo.
–¡Mamá!
Nos separamos riendo antes
de que una avalancha pequeña y enrulada nos llevara por delante. Un niño
pecoso, de ojos azules tan profundos como los de su padre, me miraba con
consternación. Me incliné hacia él, maravillada por la perfección de esa
criatura.
–¡Louise se ha perdido!
–exclamó angustiado–¡No puedo encontrarla! ¡Jugábamos a las escondidas y no
está donde siempre se esconde!
Richard lo levantó como
una pluma, riéndose.
–No se ha perdido, ¡hoy
ha sido más lista para que no la encuentres! ¡Mirá, allá viene!
Me incorporé y vi, en
medio de ese violeta furioso, la cabellera rubia de una niñita. Mi hija. Reía a
carcajadas y sentí cómo el corazón se me apretaba de la emoción. Pero de un
instante a otro, no la vi más, desapareció en ese mar.
–¡Louise! ¡Louise,
hija! ¡Louise!
Un brazo pegó contra
algo duro y frío y la respiración fue sólo un ahogo. Todo se había esfumado y
sólo veía una pared blanca frente a mí y me encontré casi atada con cables. Al
intentar tragar, recordé cuando una vez también había despertado así: una dramática
resurrección donde estaba sola y rodeada de máquinas ruidosas después de tener
una espantosa pesadilla que se había repetido no sé cuántas veces. Aún me
duraba la terrible sensación, que fue en aumento al saberme viva pero no
segura. ¿Todo lo que había pasado sucedió de verdad? ¿Mi despertar lo era o
también formaba parte de otro sueño que terminaría mal? La garganta arenosa me
confirmó que estaba bien despierta, y también el frío que sentía en el cuerpo.
De pronto me sobresaltó una estampida, era la puerta abriéndose y dando paso a
un tropel de gente vestida de blanco. Ya sabía lo que vendría, todo tipo de preguntas
para saber en qué estado estaba, y cabezas negando con preocupación. Cerré los
ojos para evitar verlas.
–Mercy.
Reconocí la voz de
Cyril y de inmediato abrí los ojos. Quise hablar y me encontré con la sorpresa
de que no podía porque estaba entubada.
–Tranquila, todo está
bien, te sacaremos esto. A ver, hacé como si hicieras un esfuerzo muy grande
para toser.
Le obedecí y me sacó
ese caño espantoso de la tráquea. No sé si fue la impresión de ver eso o qué,
pero me dio arcadas. A él le pareció normal.
Quise hablar pero me
metió un respirador.
–Ya te estás enojando.
–rió–No creo que puedas respirar por vos misma.
Noté que dos enfermeras
me retiraban unos cables, por lo menos un brazo podía moverlo, el otro lo sentía
entumecido. Aparté el respirador.
–Mis hijos.
No pude oír mi voz.
Maldición, ¿ahora me había quedado muda?
Cyril sonrió, parecía
que todo le causaba gracia y eso me llenó de furia.
–Pasarán un par de
horas hasta que tengas tu voz chillona y me insultes a gusto.
Se fue, dejándome con
las enfermeras. Para insultarlo no necesitaba voz, así que lo hice mentalmente.
Después caí en cuenta de que no me había respondido. Ni una palabra de mis
hijos. Una terrible señal.
Abrí los ojos sobresaltada, después de tener exactamente el mismo sueño. Todo estaba en silencio, seguramente sería de noche, no podía saberlo porque no alcanzaba a ver si había una ventana en aquel lugar, y además la luz parecía estar perpetuamente encendida. No sabía en qué momento me dormí, así que con certeza me habían enchufado calmantes o algún medicamento. Las preguntas me estaban comiendo la cabeza, no entendía nada, no había recibido ni una puta explicación y dudaba de mi cordura.
Se abrió la puerta,
levanté un poco la cabeza para ver quién era, una enfermera sonriente. Escuché
el pasillo bullicioso así que de noche, no era. Como tenía los brazos libres, salvo
por la línea del suero y otro cablecito extraño, me arranqué el respirador y le
clavé los ojos.
–Quiero que me digan ya
qué pasó. Y cómo están mis hijos.
La estúpida enfermera
no borró su sonrisa estúpida y me miró como si yo, justamente, fuera estúpida.
–Todo está bien.
Uy, qué respuesta.
Apreté las mandíbulas, estaba a punto de lanzarle una larga lista de saludos a
su madre, su hermana, y a sus aparatos reproductores, pero me detuve cuando lo
vi.
–¿Puedo pasar?
–¡No, todavía no!
Maldita perra, ¿por qué
no dejaba pasar a Richard? Tan rápido como había aparecido, Richard se fue y me
quedé más desconsolada que antes. La enfermera siguió con su sonrisa mirando
una pantallita y anotando en una tabla, al rato se fue. Como era mi costumbre, me largué a llorar,
harta y llena de rabia.
Estaba concentrada en
eso y en todo lo que mi mente me decía, sus preguntas y sus conjeturas, todas completamente
dramáticas, que no escuché nada, sino que sentí. Su mano en mi frente.
–¡Rich! –exclamé, pero
me di cuenta que tenía el respirador, así que otra vez me lo saqué y repetí–¡Rich!
Me abrazó como nunca
antes lo había hecho. Y otra vez lloré, más fuerte, más aliviada, más triste, más
todo. Para mayor desconcierto, él también lloraba y me sentí más apenada
todavía.
–¿Qué pasó? –pregunté
cuando me miró a los ojos. Me quedé sin aire, no sé si por la falta del respirador,
o por su mirada.
–Todo está bien.
–sonrió.
Otra vez la misma respuesta,
que no me daba tranquilidad.
–No, no, decime la
verdad. ¿Qué pasó?
Con suavidad me puso el
respirador y lo miré con mi peor cara.
–¿Qué pasó?
–repitió–Pasó que te gusta darme muchos sustos.
Me saqué el respirador
de vuelta.
–No estoy para bromas.
–Ni yo, ponete eso. –me
lo puso otra vez–Hace dos días que estás así, la otra vez fueron como cinco…Empiezo
a pensar que estar en coma es divertido, de otro modo no me explico.
Intenté quitarme el respirador
pero me sujetó la mano.
–Lo bueno es que siempre
despertás.
Dejé de forcejear,
cansada. Se sentó a mi lado.
–Te dije la verdad,
todo está bien. Te agarró algo…bueno, no sé bien qué, la verdad es que no tenía
cabeza para escuchar a Cyril. –bajó la mirada, y me tomó una mano–Pensé que te
ibas.
A falta de palabras, le
apreté la mano. ¿Cómo me iba a ir? ¿Cómo dejarlo sintiendo tanto por él? Ni
muerta lo haría.
–Se complicó todo
muchísimo, bueno, creo que te acordás, ¿no? –asentí con la cabeza, cmo para
olvidarme de todo eso–Bueno, el parto te hizo bastante mal, ya sabíamos que no
lo resistirías pero ya ves que sí, acá estás.
Se quedó sin decir más
nada, mirando a un punto cualquiera. Aparté el puto respirador.
–Richard, al grano.
Volvió a mirarme y
sonrió.
–Lo siento, es que
todavía no caigo. Tenemos dos…hijos. Joder, eran dos.
Por primera vez me reí,
y fue algo muy liberador. Él dejó su consternación y también rió.
–¿Me querés decir qué
vamos a hacer con dos? Yo regalaría uno, pero…
Le di un golpecito en
la mano, volvió a reír, pero de inmediato se puso serio.
–El problema es que son
muy pequeñitos. Ahora están estables, pero estuvieron un poco mal. Sobre todo…
–Louise, sí.
Abrió sus ojos de par
en par.
–¿Cómo lo sabías?
–Me la pasé soñando con
que le sucedía algo malo. Supuse que tendría que ver con que estaba mal de verdad.
–S…sí, pero ahora ya
está bien y aumentó…¿Soñaste? ¿Pero q…?
–Espero no seguir
teniendo ese sueño. Rich, de grandes serán preciosos.
Otra vez las lágrimas me
brotaron. Al fin lo sabía, estaban bien, todo estaba bien, todo podía
volver a ser “normal”. Si es que eso era
un parámetro en mi vida.
–¿Y Andrei? ¿Le pusiste
ese nombre, no?
–Sí. –sonrió
ampliamente–Andrei. Es fuerte, pobrecito le hicieron mil estudios y ni un
llanto. Es fuerte como su mamá. –me besó,
fue volver al paraíso que tenía antes de terminar en ese hospital. Después
volvió a ponerme el respirador, pero lo detuve.
–Por favor, quiero
verlos.
–Mercy no podés salir
de acá.
–Pero…
–No. Todavía estás
delicada, y ellos también, y yo debo cuidarlos a todos. Ya los verás, no te preocupes.
Pronto supe que ese momento
del día era la tarde. Como estaba en terapia intensiva, la visita de Richard
fue muy corta, la enfermera estúpida lo sacó enseguida para fuera, hasta que le
permitieran entrar a la noche, otra vez por unos minutos. Las horas pasaron muy
lentamente, pero no fueron lastimeras porque sabía que todo se estaba
encaminado. Había tenido dos. No cargarían con el trauma de sus padres por ser
hijos únicos, eran niño y niña, estaba bien y serían preciosos…¿qué más podía
pedir? Sí, verlos, pero si quería curarme rápido no debía desesperar, así que
me comporté como si tuviera paciencia, aunque por dentro no podía más de ansias.
Cerca del horario de
visitas, apareció Cyril.
–¡Qué bien se te ve,
mamá!–exclamó–¿Qué se siente saber que tendrás que criar a dos a la vez?
–Cyril, te odio.
–Ya lo sabía. Bien,
creo que te preguntarás qué te sucedió, ¿no?
–Sí, aunque lo supongo.
Otro infarto.
–Premio para la señorita.
–¿Y ahora cuánto de
corazón tengo muerto? Si me hago mala ya sé porqué será, porque no tengo
corazón.
–No tenés nada muerto,
fue algo leve, no se compara con el primero. Estuviste así porque si a un
infarto, por leve que sea, le sumamos un parto de urgencia, y a eso le sumamos
que fue un parto de mellizos…pues el resultado es una conmoción que te cagás.
–Qué lenguaje tan
médico usás.
–Te lo digo así para
que entiendas la magnitud de todo. Y ahora una buena noticia: en dos, tres días
máximo, estás afuera. Eso sí, los bebés un par de días más, no porque estén mal,
sino para darte tiempo para comprar otra cuna.
Reí entre dientes mientras
él lo hacía a carcajadas.
–Este es un castigo por
hacerme renegar tanto.
Se fue silbando y
mostrándome un ”dos” levantando los dedos índice y mayor.
A los pocos segundos
que Rich pudo entrar, se oyeron golpes en la puerta, y vi asomarse el flequillo
de George.
–¡Y la bestia sobrevive
y sobrevive, eh!
Richard le dio un
codazo, pero George ni lo sintió.
–Es que mi deber en el
mundo es joderte la vida, Harrison, y no me puedo ir sin terminar mi misión.
–¿Todavía no
terminaste? ¡Si me has jodido mucho! Hablando en serio, es bueno verte bien
otra vez. Hay muchos que quieren verte pero yo tengo prioridad porque tengo
algo para vos. Me dijo él–señaló a Rich–que todavía no podés ver a tus bebés.
Entonces, yo te traje a tus bebés acá.
Lo miramos confundidos,
él rebuscó en un bolsillo de su chaqueta.
–Me hice pasar por un
padre y entré en la nursery. Es increíblemente fácil robar uno. –rió–En un descuido
les tomé estas fotos. Mirá, posan muy bien.
Me extendió dos
fotitos, lo miré sin reaccionar, igual que Richard.
–¿Qué hiciste qué? –le preguntó.
–Eso. –señaló las
fotos, riendo–Me pareció un buen regalo para Mercy.
Le sonreí, no esperaba
jamás que George hiciera algo así por mí. Miré las fotos sin contener las lágrimas,
esos bebés eran preciosos y sí que posaban bien.
–La de rosa es Louise.
–señaló–Y el otro es Andrei. Lástima que están dormidos…
Richard le dio una
palmada en el hombro y le susurró un “gracias”. Me sequé las lágrimas y le di
la mano.
–Qué hermoso gesto,
George. Gracias. Y vaya que son lindos,
¿no? –se las mostré a Rich.
–Te lo dije, son un par
de bombones.
Esa misma noche, mientras
dormía, sentí algo. Abrí los ojos asustada y noté que alguien me sacudía con
suavidad. Me restregué los ojos.
–¿Te acordás de mí?
Mi boca se abrió en una
gran “O” cuando me di cuenta quién me sonreía. Samantha, aquella enfermera que me
había atendido en mi convalecencia por tanto tiempo en el hospital.
–¿No te habías ido? –le
pregunté sin recuperarme del asombro.
–Sí sí, me había ido a
Londres pero me aburrí. Volví hace poco, ¿y ahora de qué me entero? Que Mercy
Wells ha tenido dos hijos. Veo que te duró poco la pelea aquella con el
muchachito, ¿eh? No sé porqué hiciste tanto escándalo.
–Eso quedó atrás, por suerte.
–le sonreí–¿Qué estás haciendo acá?
–Vine a llevarte.
Levántate y anda.
–¿Eh?
–Que te levantes. ¿O no
querés conocer a tus hijos?
–¿Qué?
–Son las dos de la
mañana, no anda nadie y vos estás bien. ¿Quién se va a dar cuenta de que te
fuiste? Vamos, rápido, antes de que llegue alguien grave y me llamen.
Me dio una bata y sacó
de la cama una de las mantas, con la que me envolvió porque según decía, hacía
mucho frío. De la mano y mirando hacia todos lados me sacó al pasillo y como si
fuéramos ladronas, caminamos rápido hacia un ascensor.
–¿No me hará mal…?
–Peor sería que bajes
dos pisos por escalera. ¡Rápido, mujer!
Me metió dentro y
bajamos sin decir media palabra. Cuando llegamos abrió otra vez mirando a todos
lados.
–Ni un alma.
Otra vez de la mano me condujo
hasta la nursery. Entró dejándome afuera, temblando de frío y nervios. Cuando salió
lo hizo con total tranquilidad.
–Esto es lo bueno de
hacer favores a tus compañeros, que te los podés cobrar. Me dijo la que está de
guardia que entremos, pero por un ratito nada más.
Me hizo pasar y Dios,
qué barbaridad de niños había allí. Pasamos por al lado de todas esas cunitas
de bebés durmiendo plácidamente hasta que llegamos a otra sala más pequeña y
apartada, donde había incubadoras.
–¿Apellido?
–Starkey.
–¡Allí! –señaló y otra
vez me tomó de la mano–Bien, ahí tenés a tus hijos.
–Gracias Samantha, si
no fuera por vos, quién sabe cuándo podía…
–¡Basta de agradecimientos
y miralos!
Sonreí nerviosa porque
lo estaba, supongo que era muy distinto ver a tus hijos ni bien nacía y no varios
días después. La sensación era rara, entre miedo y felicidad. Leí los
cartelitos con sus nombres embobada y me
acerqué más. Ambos dormían, Andrei era más grande pero pequeño comparado con
los otros bebés de las otras cunas. Y Louise aún tenía un cablecito conectado a
su nariz, y era más pequeña aún. Pero aún
así parecían dos gigantes fuertes. Apoyé las manos sobre las cunas, muriéndome
de ganas por tocarlos, pero me tenía que conformar con verlos. ¿Qué podía
decirles? No lo sabía, y tampoco quería ponerme a llorar. Al fin me salió un simple
“Hola, hijitos”, algo que a mi lengua le sonaba muy extraño pronunciar. Siguieron
dormidos, sin moverse.
–¡Chist! –oí y vi a
otra enfermera–¡Viene la supervisora!
Alarmada, Samantha me
agarró de un brazo y me tironeó. Susurré un adiós, y para mi sorpresa, Andrei
estiró los dedos de una de sus manitos y Louise una de sus piernitas. Me dejé
llevar por Samantha sin dejar de mirarlos. Quizás me habían oído, o no, lo
importante es que los había conocido. Tenía dos hijos y eran esos. Qué distinta
iba a ser mi vida a partir de ese día.
*****************
Como siempre, vuelvo después de muuucho tiempo (más de un mes, qué barbaridad) pero siempre vuelvo. ¿Qué tal? ¡Ahora hay dos personajes nuevos! ¡Y dos padres que se volverán locos! Bueno, espero que los críen como puedan jaja.
Una cosa, faltan cuatro capitulos para que termine (este es un número oficial, saqué cuentas y lo instituí), pero no se preocupen mucho, viendo mi ritmo para subir, tienen fic hasta el año que viene jaja.
Y otra cosa más, ayer fue el cumple de este muchacho:
En este capitulo no salió por razones de espacio pero igual FELIZ CUMPLE JOHN!!!
Y ahora sí me voy, digamos que hasta el mes que viene.