–¡HOLA VECINAAA!
Cerré los ojos
al escuchar el estrépito. John gritaba afónico, como un desquiciado. Era
evidente su emoción al ver que su nueva casa estaba casi al lado de mi nueva
casa.
–Rich, ¿era
necesario que siguiéramos siendo vecinos de John?
–Pensé que te
gustaría la idea.
–No sé...–dudé
al escuchar que John seguía con sus gritos–¡¿Podés parar de gritar, idiota?!
Fiel a su
estilo, no paró. Cerré la puerta y me giré para ver la casa.
–De todos modos
no está comprada. –aclaró Richard–pero no me niegues que es estupenda.
–La verdad
que…sí.Bien, vamos a verla. –le sonreí y le di mi mano. Juntos recorrimos la
casa, era mucho más grande que cualquier casa que había visto antes, incluso
más grande que las que salían en las telenovelas de la tarde. Tanto esplendor
me asustó, no estaba acostumbrada a eso.
–¿Y? –dijo
cuando finalizamos la recorrida–Yo creo que es perfecta, ¿no?
Miré alrededor
con el mismo susto, y él enseguida lo reconoció.
–Ohhh…¿no te gusta,
no? ¿O pasa algo más?
–Me gusta, sí.
Me gusta muchísimo. Sólo es que…no sé, no me veo viviendo en una casa que más
que casa, parece un palacio.
–Si es por la
limpieza, no te preocupes, tendremos sirvientes.
Lo miré
ofuscada. ¿Sirvientes? ¿Desde cuándo éramos los príncipes de Gales?
–Puedo ocuparme
sin sirvientes, gracias. –respondí apenas.
–Mercy no creo,
la casa es enorme, una sola persona no puede. Pensé en contratar una
sirvienta o dos, una cocinera, y una
niñera.
Lo miré boquiabierta.
Este no era el Richard que conocía. Algo había sucedido en el viaje desde
Liverpool hasta Londres porque definitivamente no era él.
–¿Sabés qué? Me
voy. –dije levantando mi bolso–Los niños están con mamá y me deben extrañar.
–Mercy, ¿qué te pasa?
–¿Qué me pasa?
Me pasa que no te reconozco. ¿Qué es todo esto de sirvientas? ¿Acaso pensás que
no sería capaz de mantener una casa? Lo de la cocinera vaya y pase, ya sé que
soy un desastre y perdón si no logro hacer las comidas que tu madre te hace.
¿Pero una niñera? ¿Tan inútil me ves como para no saber criar dos hijos?
Me fui dando un
portazo, sintiéndome confundida y culpable a partes iguales. John me vio pasar,
algo me dijo pero ni me molesté en entender qué decía. Cuando llegué a la casa
de mi madre, Richard ya estaba allí. Era obvio, yo había tomado dos colectivos
para llegar, y él tenía auto.
–Mercy…
Lo frené con una
mano y me dirigí a la habitación donde los bebés estaban. Los encontré
sentados, viendo a Harry con curiosidad y riéndose de sus morisquetas. Sonreí
cuando lo vi tan entusiasmado con sus nietos, y a la vez me sentí triste.
Harry, en los últimos meses, había sido lo más parecido a un padre que los
niños habían tenido. Richard apenas estaba, y siempre que los veía, estaban
dormidos. Apreté los labios, tratando de no pensar en lo poco que estaba
durando la felicidad.
–¿Cómo estás?
–dijo Harry cuando se percató de mi presencia.
–Bien. –sonreí
forzadamente.
–Pues no parece.
–desvió su mirada para darle a Louise el peluche que reclamaba–¿Qué tal la
casa?
–Fatal.
Harry volvió a
mirarme, negó con la cabeza.
–Espero que no
hayan peleado.
–Algo así pasó,
por lo menos de mi lado.
Le hizo una cosquilla
a Louise y la dejó para caminar hacia mí.
–Mercy, ¿qué está
pasando?
–Nada. Sólo que
no logro adaptarme, o yo qué sé. Dejamos Liverpool para vivir aquí, aún no
encontramos una casa que a ambos nos guste y Richard insiste en tener una vida
de rey que no comparto.
–Será porque
puede tener esa vida que quiere.
–¡Pero yo no la
quiero! Y además no está nunca, y…
Me brotaron un
par de lágrimas. Hacía mucho que no lloraba, al menos de rabia. Harry me abrazó
con delicadeza, siempre temeroso de que le gritara que no era mi padre o algo
así. Eso nunca pasaría, él era una persona maravillosa, que se preocupaba por
mí como si realmente compartiera sus genes.
–Mercy, ya sé
que es difícil, pero tenés que entender. Sabías que no sería fácil.
Asentí con la
cabeza. Claro que lo sabía. Lo que no sabía era que el simple “no será fácil”
era un completo “es tremendamente complicado”. Hacían cuatro meses que habíamos
dejado Liverpool pese a que aún no teníamos casa, pero la situación se había
hecho insostenible. Por las fans, que parecían saberlo todo, y por las
presiones que el grupo estaba recibiendo. Todo sucedía en la capital, y ellos
estaban en todo. Pensaba que el cambio de ciudad sería mejor, le facilitaría la
vida a Richard pero no, nunca estaba en casa, siempre estaba en otra parte. No
conseguíamos una casa que nos conformara a los dos, así que seguíamos en la
casa de mi madre, que si bien ella estaba feliz de tener a sus nietos constantemente,
a mi no me hacía gracia vivir “de agregada”. Y encima, ni siquiera había podido
abrir una sucursal de la librería ni había encontrado alguien que se ocupara del
negocio en Liverpool. Casi todos los días, Jonathan me llamaba para que me apurara
porque él quería vivir en Londres con Félix, o irse de vacaciones con él, en
fin, hacer su vida. Pero yo todavía no había encontrado a nadie apropiado para que
se encargara, ni tampoco un local en la gran ciudad. Conclusión, era todo un
desastre. La parte buena era que había aprendido a desempeñarme perfectamente
bien como madre de mellizos.
Dejé a Harry con
los niños mientras iba a cambiarme para almorzar y comenzar mi nueva búsqueda
de un local para mi negocio. En la habitación, encontré a Richard.
–Mercy, ¿qué
pasó?
–¿No sabés preguntar
otra cosa?
Me miró
derrotado y me sentí completamente culpable. Sin embargo, el orgullo me ganaba,
ese orgullo que siempre había sido una barrera entre los dos. Pero no podía
olvidar su comportamiento de los últimos días. Comprendía que estuviera ocupado
y lleno de compromisos, pero eso no justificaba que fuera indiferente con absolutamente
todo lo relacionado a los niños o a mí, o que anduviera dándose aires de nuevo
rico. O peor, que cualquier mujer llamara a casa preguntando por él. Está bien,
sabía que mis problemas o preocupaciones eran nada comparados con los suyos,
pero ni siquiera ponía atención a lo que le contaba acerca de los avances o
retrocesos de mi negocio. Y sobre lo otro…no podía evitarlo, estaba
rabiosamente celosa. Esa era la raíz de todo.
–Tengo que ir al
estudio. –dijo poniéndose una chaqueta. Me dio un beso en la mejilla y se fue.
Me paré del otro
lado de la calle y contemplé la hilera de locales recién terminados que los
obreros se afanaban en pintar. Todos eran amplios, modernos, luminosos y
acogedores. Cualquiera sería ideal para la librería. Me acerqué a uno de los
obreros para preguntarles cómo podía contactar al dueño. En ese instante me
sentí como cuando buscaba locales junto a Richard, cuando aún no éramos nada.
El obrero me dio
la dirección y antes de irme, me miró de arriba abajo.
–¿Usted parece
la esposa de…?
–Sí, lo soy. –le
sonreí apenas, y me fui casi corriendo.
Que hasta un
obrero, que pasa sus días sobre un andamio escuchando música paraguaya te
reconozca, era grave. Los Beatles eran reconocidos por cualquiera, pero sus
mujeres estábamos siendo conocidas también, aunque no sabía que tanto. Juliet, había
dejado de lado sus aprehensiones y disfrutaba
que la fotografiaran con George. Grace era otra que no dudaba en salir con
Paul, porque decía que así, ninguna se atrevería a intentar nada con él.
Cris y yo, éramos las que quedábamos con
las metralletas en mano, odiando a todo tipo de periodistas y diarios amarillistas que se nos acercaran
pero aún así, al parecer todo el mundo sabía quiénes éramos y nos reconocían.
Con ese
pensamiento tomé un colectivo y llegué al barrio donde vivía el dueño de los locales.
Una secretaria me atendió con simpatía, pero no quitaba sus ojos de mí. Era
casi obvio que lo hiciera, teniendo en cuenta que antes de mi llegada había
estado leyendo una de las revistas del corazón más vendidas y que, por
supuesto, tenía a los Beatles en la tapa. Luego de llamar a su jefe, sonrío más
ampliamente.
–El último disco
que sacaron es maravilloso.
Le agradecí con
una sonrisa y entré a la oficina del dueño, viendo cómo la chica se enfrascaba
otra vez en la interesante lectura de la revista. Una vez con el dueño, un
hombre mayor demasiado serio, arreglé todo con pocas frases y cuando salí de
allí, sentí que me había quitado un peso de encima.
Era realmente
impactante cómo John había logrado mudarse él y todas sus porquerías en apenas
dos días. Y lo más impactante era que tenía todo perfectamente ordenado en su
flamante casa y que ni siquiera le importaba que su hijo estuviera empecinado
en destruir ese orden.
–¿A que es
genial? –preguntó, mirando su sala con orgullo–Todavía faltan cosas porque la
voy a hacer decorar bien.
–Es preciosa.
–le sonreí, admirada por una araña de luces que colgaba sobre nuestras cabezas.
–La que había
elegido era aún más preciosa y sin embargo no te gustó.
Le dirigí una mirada
venenosa a Richard, para mi sorpresa él me miraba igual. John carraspeó.
–Guerra de
Starkeys. Voy a lamentar que no vivan al lado, me perderé el espectáculo de
ceniceros y platos volando.
–John, basta.
–lo reprendió Cris–¿Podés decirle a tu hijo que la alfombra…? ¡No, Jack!
Nos giramos para
ver al pequeño Jack con un par de tijeras, dispuesto a cortar la alfombra. Cris se las quitó, lo reprendió
y por supuesto el chico se largó a llorar. John, inusualmente serio, también lo
reprendió y eso para Jack habrá sido sorprendente porque se calló al instante y
miró a su padre con curiosidad y susto.
–No puedo creer
esto que veo –reí.
–Si fuera por mí
lo dejo tirar la casa abajo porque el demonio este me causa mucha gracia. Pero
se supone que soy el padre y tengo que educarlo un poco. Sólo un poco, claro.
El timbre sonó y
Paul entró junto a Grace, admirándose por la casa nueva de John. Grace nos
saludó mostrando un pastel que ella misma había hecho y Cris la acompañó a la
cocina.
–Bueno vamos a
hablar. –dijo Paul, impaciente, sentándose en un sofá.
–Esperá, falta
George. –dijo Richard, sirviéndole un vaso de whiskey.
–Me gustaría
saber el porqué de esta reunión. –dije sentándome junto a Paul.
–Para celebrar
la compra de mi casa. –respondió John con gesto inocente.
–Ay los conozco
demasiado como para saber que hay algo más.
El timbre sonó
otra vez y Cris corrió a abrir, llevándose
por delante los juguetes dispersos de Jack. George entró junto a Juliet, que
nos avisó que ya había dos fotógrafos apostados en la entrada de la casa.
–Perfecto.
–refunfuñé.
–Bueno ahora
estamos todos. –Paul apuró el vaso de whiskey y fue mirando a cada uno hasta
que comprobó que estábamos todos sentados. Llamó a George, que estaba
entretenido con uno de los juguetes de Jack–Mercy tiene razón, hay algo más.
John, hacenos el honor.
John sonrió
ampliamente, y comprobé que Cris no estaba enterada de nada.
–Nos vamos a
Estados Unidos.
Paul estaba
tirado en la alfombra que se había salvado de ser despedazada. Jugaba con Jack sin
prestar atención a la conmoción generada a su alrededor. Según él, todo sería
fácil porque Grace pediría días libres en su trabajo y estaba encantada de
cruzar por primera vez el Atlántico. El
resto estábamos todavía en shock.
–¿Es cien por
ciento seguro que van? –preguntó Cris con un deje de temor.
–Claro que sí preciosa,
sino no lo diría. –respondió John, entusiasmado.
–¿Y por cuánto
tiempo? –me dirigí a Richard, se encogió de hombros.
–Creo que un
mes.
Suspiré
resignada, no había nada que pudiera hacer.
–¿No vas a
venir, no? –me preguntó.
–Richard ¿cómo
pensás que voy a ir? Tenemos dos hijos chiquitos y esta tarde ya arreglé el
alquiler de la librería.
–¿Ah, sí? No me
habías contado.
–Total ni te interesa.
–Mercy no empecemos.
–No empiezo
nada. El tema es que no voy.
–Y yo tampoco.
–afirmó Cris–Lo siento John, pero no puedo.
–¿Pero por qué?
Sería lindo. No aseguro días para pasear y conocer lugares, pero me gustaría
que fueras.
–No sé…Jack es
muy pequeño todavía, y también estoy viendo lo de la cafetería.
–Las cafeterías,
hablá en plural. Eso lo podemos arreglar
cuando volvamos, creo que el viaje te ayudará a planear bien todo y al regreso
ya tendrás todo. Te dije que por el dinero no te preocupes.
–Me lo dijiste
mil veces y ya te contesté que me molesta.
Esta vez todas las
miradas se dirigieron a ellos, incluso Paul dejó su juego con Jack para
mirarlos.
–Sólo lo digo
porque quiero ayudarte. –se disculpó John, visiblemente incómodo con la
atención que tenía sobre él.
–Lo sé. Pero
puedo hacer las cosas sola, no necesito tu dinero ni que andes encima mío.
Permiso.
Se levantó y se
fue a la cocina,. Me debatí entre ir por detrás de ella o no, quizás quería
estar sola y yo tampoco servía de mucha ayuda dada mi situación. Al final
decidí seguirla.
–¿Qué fue todo eso?
–dije ni bien la vi.
–Lo mismo podría
decir yo.
–Estoy harta.
–Y yo.
Suspiramos y negamos con la cabeza.
–Esto es
terrible. –dije al fin–Por mi parte siento que todo se está yendo al carajo,
así de simple.
–Mercy eso no es
justo, pasaste mil cosas y por un poco de fama y un poco de fastidio que te
causa no podés tirar todo.
–¿Un poco? Se
nota que no te llaman por teléfono decenas de mujeres. Y encima llaman a la
casa de mi madre, me quiero matar.
–Si vas a ser
celosa así, los siento pero sí, se te va a ir todo al carajo. Y a mí también me
llaman, ¿pero qué querés que haga? Al último ya me causa gracia. Lo que no me
da nada de gracia es que se vayan, y por un mes o más.
–Podés ir, no
tenés dos hijos que cuidar, aunque Jack vale por diez.
Rió apenas y
negó con la cabeza.
–¿Por qué te enojaste
con él? –pregunté a bocajarro.
–Ahora tiene dinero
y cree que con eso va a comprar al mundo. No tiene mala intención, pero no
quiero ser una mantenida ni que me anden comprando cosas a cada rato. Ya es
suficiente con esta semejante casa que ni yo sé cómo voy a hacer para
manejarla. No quiero sonar como una desagradecida, pero es todo tan…raro.
–Te entiendo.
Pero al menos John sigue siendo John. Richard no parece él, anda en otra cosa y
sólo habla del dinero que está ganando y lo que va a hacer con él. A veces
extraño al chico que era, no era mío, pero al menos era auténtico.
–Ay mirá lo que
decís, lo que falta es que te arrepientas de todo.
De pronto escuchamos
gritos y un portazo. Nos asomamos a la sala, John caminaba hacia la cocina,
tenía cara preocupada.
–Más quilombo.
Ustedes son unas complicadas.
No dijo nada
más, sólo se sirvió un vaso de agua. Grace apareció, estaba pálida.
–¿Qué pasó? –le pregunté.
–Juliet y George
se pelearon. Se van a casar.
–¡Eso es genial!
–exclamó Cris.
–No lo sé…Parece
que la boda iba a ser en unas semanas y con esto del viaje George la quiere posponer
y ella no quiere. Y eso, discutieron y se fueron. Nunca vi a Juliet tan
furiosa.
–Creo que a
todas les vino el mismo día.
–¡John!
–Wells no te
escandalices, porque vos empezaste. No sé qué pasa con tu marido, pero los dos
están insufribles.
–¿Qué pasa? John,
se van por un mes. –dijo Cris.
–Y yo ya te dije
que vengas, pero claro, no querés. ¿Entonces qué? ¿Tenemos que quedarnos porque
las señoritas y señoras están celosas?
Lo lamento mucho, pero todas sabían como se estaban poniendo la cosas.
Se hubieran apartado antes.
–¿John me estás
diciendo que tendría que haberte dejado?
John no contestó,
sólo subió las escaleras y desapareció en su habitación.
–Uffff…–suspiró
Grace–Veo que los ánimos están caldeados. Chicas, no veo porqué tanto problema,
yo…
–Vos sos soltera
y no tenés hijos, y toda tu vida es distinta y te tomás todo distinto. –le pasé
por al lado, dejándola estupefacta. Fui a la sala, tomé mi saco y miré a
Richard–Me voy.
La noche era perfecta.
A pesar del otoño, no era desapacible y parecía que las estrellas se habían
multiplicado en el cielo. Luego de hacer dormir a los bebés y arroparlos, salí
al jardín. Aquella tarde mi madre y Harry habían estado preparando una pequeña
huerta para el invierno, y desde la ventana les había envidiado la tranquilidad
que reinaba entre ellos. Me cerré hasta el cuello el saco que llevaba ya que corría
una fina brisa, y vi, en la oscuridad, la luz de un cigarrillo. Richard estaba
sentado en el suelo de cemento, fumando lentamente. Me acerqué y me senté junto
a él. Por unos minutos no dijimos nada, sólo escuchamos lo ruidos de la ciudad
que parecía que nunca se calmaba. Lo oí suspirar con lentitud y decidí tomar la
palabra, antes de que lo llamaran por teléfono y tuviera que irse vaya a
saberse dónde.
–Perdón por lo
de hoy.
Asintió con la
cabeza y le dio otra calada al cigarrillo.
Otra vez
silencio. Comencé a desesperarme hasta
que lo sentí tomándome la mano y mirándola.
–Perdón por
todo.
Esta vez asentí
yo y recosté mi cabeza en su hombro. Sin querer dejé rodar un par de lágrimas,
pero confié en que él no las viera.
–Las cosas no
están saliendo bien. –dije tratado de controlar el temblor de mi voz.
–No, para nada.
–arrojó la colilla del cigarrillo y apoyó su cabeza en la mía–Creo que nos
estamos enloqueciendo.
–Y alejando.
–Y alejando, sí.
El que se está alejando soy yo.
–Bueno, yo no
estoy colaborando mucho. Creo que soy una esposa insoportable, ¿no?
Pasó un brazo
por mis hombros y me acercó para darme un beso en la frente.
–No, el
insoportable acá soy yo. Me estoy creyendo todo esto y sabía que no era bueno.
John siempre lo decía, no hay que creérsela. Pero no me pude resistir. De
repente todos te aman, sos un ganador, tenés dinero, tenés todo. Y te olvidás
de lo más importante.
–Supongo que eso
les pasa a todos. –dije, y volvimos a quedar en silencio.
–¿Así que
arreglaste lo de la librería?
–Sí, encontré un
muy buen local y ya lo alquilé.
–¿De verdad? Eso
es grandioso. Tendría que haberte acompañado, como antes.
–Si venías
hubiera sido un escándalo.
–¿Lo ves? Ya ni siquiera
salir con vos puedo. Y Dios, apenas veo a los bebés. Siento que me estoy
convirtiendo en mi padre.
–¡Rich, no digas
eso! No sos así.
–¿No? Ya los
abandoné, como él a mí.
–No te tortures
con eso. Sólo estamos mareados, eso es todo. Supongo que si aprendemos a surfear, la ola no nos tapará.
–¿Y esa frase?
–La escuché en
la tele. Justo hablaban de ustedes.
Rió, y fue la
primera vez en días que lo oí reír. Me apreté más contra su cuerpo, tomándolo
del brazo.
–Tengo miedo que
todo lo que construimos juntos se caiga. Algunos dirán que fueron sólo
sufrimientos de adolescentes, pero para mí no, sufrimos mucho y ahora estamos
bien, y no quiero que todo se termine.
–Mercy…no va a
pasar eso, te lo juro. Estaremos juntos y aprenderemos a surfear, como dijiste.
–Y además, estoy
muy celosa. –le toqué la nariz con un dedo, él rió con ganas.
–¿Perdón? Acá el
celoso tendría que ser yo. No sabés cuántos tipos me han preguntado por vos.
–Y eso que
todavía no salí desnuda en Playboy.
–Ni se te
ocurra. –comenzó a hacerme cosquillas y fue como si todo hubiera vuelto a ser
como antes. Rápidamente capturó mis labios con un beso, que después de tantos
días de enojo encubierto, enseguida se volvió más que un simple beso. Con lentitud
lo aparté, y él me miró desilusionado.
–Rich, este es
el jardín de mis padres. –reí.
–Nunca lo hicimos
a la intemperie. –su mirada era traviesa, pero le di un golpecito en un hombro.
–¡Está lleno de
bichos! ¿O querés que las hormigas se te metan en…?
–Alto ahí, Mercy
Wells. –dijo ahogando una carcajada, para no despertar a nadie–Tenés razón, además me altera la idea
de que los bichos nos miren.
–Rich estás muy
paranoico. –esta vez ambos ahogamos la carcajada–Muy bien, vamos a mi
habitación.
Sentía sus manos
escudriñándome el pelo y me reí, apretándome más contra él.
–¿Qué? –pregunté
en un susurro–¿Tengo piojos?
–No, me gusta tu
pelo, es suavecito.
–Nunca me lo
dijiste.
–Bueno, ahora
sí.
Nos miramos
antes de darnos un pequeño beso y disponernos a dormir. Ya casi estaba por
amanecer, la noche se había hecho muy corta.
–Tenían razón
los que decían que las reconciliaciones son lo mejor. –dijo de repente.
–Que no se te
haga costumbre.
Rió apenas y me
abrazó más, cubriéndome la espalda con la sábana.
–Mercy.
–¿Mmm?
–¿Te dormiste?
–En eso estaba, bobo.
–Apa, ¿querés que
nos peleemos otra vez, no? Yo sabía que te había gustado la reconciliación.
Me incorporé
para verlo, ya estaba despabilada.
–No necesito
pelearme con vos para saber qué es lo bueno.
–Me alegra oír
eso. –me dio un beso que tenía toda la intención de ser algo más, pero lo
separé.
–¿Para qué me
despertaste? Te conozco y sé que algo querías, y no esto que estás intentando
hacer.
Me atrajo hacia
él para abrazarme de nuevo y taparme.
–Necesitamos
casa. –dijo al fin.
–Ya lo sé. No
quiero seguir viviendo acá. No por mamá o Harry, son muy buenos y están encantados,
pero quiero algo que sea sólo nuestro.
–Para hacer nuestras
cositas sin culpa, sí.
–Richard
Starkey, hablo en serio.
–Lo sé, lo sé.
–sonrió–¿No te gusta la casa que vimos hoy?
–Me gusta, sí.
Los niños pueden correr cuanto quieran dentro y fuera, y John y Cris estarán al
lado…Pero es tan grande, ¡me asusta! Y lo que dijiste sobre…
–Olvidate de eso.
Fue parte de mi lado que cree que es el dueño del mundo. Si te gusta y pensás
que podrás con ella, perfecto. Lo de las sirvientas y la niñera lo dije también
porque pienso que si trabajás, no tendrás tiempo ni ganas de ponerte a limpiar
vidrios.
–Eso es verdad.
Pero me gustaría ser un ama de casa que se ocupa de todo y que tiene además su
negocio. Hay un sinfín de mujeres que lo hacen y nadie las ayuda.
–Perfecto. Pero
Mercy, en cuanto veas que no podés con todo, enseguida me decís. No te esfuerces,
no tenemos que olvidar que tu salud no es la mejor del mundo.
–De acuerdo, lo prometo.
Y nada de niñeras, quiero que nuestros hijos tengan una familia normal, no
gente extraña que los cría.
–Entendido. ¿Y
sobre el viaje…?
Suspiré y dejé
caer mi cabeza contra su pecho.
–¿Es estrictamente
necesario? –pregunté con angustia.
–Mucho, y ya se
sabe que será un completo éxito. Mercy no puedo bajarme de la banda ahora, por
favor no me vayas a pedir eso.
–¡No! Estoy un poco harta de todo esto, si te digo
la verdad. Pero pedirte eso, jamás lo haría. Y lo del viaje, no puedo hacer
nada, salvo desearte lo mejor. Y extrañarte.
Sonrió y me
acarició el pelo.
–Podés ir, no
por un mes, pero por una semana, aunque sea la semana antes de que volvamos.
–Eso no es mala
idea. Mamá y Harry van a tener una semana para malcriar a sus nietos. Voy a
pensarlo, te lo prometo.
El día de la partida
había llegado y el aeropuerto no estaba lleno, estaba completamente abarrotado
de gente, parecía imposible que tantas personas pudieran apretarse tanto en un
lugar sin morirse.
El lío entre
George y Juliet todavía continuaba, así que ella no estaba. Grace se mostraba
desesperada por subirse al avión, no veía las horas de dejar la “anticuada
Inglaterra”, como la llamaba, para meterse de lleno en las novedades yanquis. Cris
y yo no teníamos nuestra mejor cara, pero nos alentaba que en veinte días
viajaríamos juntas por una semana.
Nos quedamos
allí hasta que el avión y luego la gente, desaparecieron. Caminamos tranquilas
hasta la salida del aeropuerto, aunque con seis policías siguiéndonos a una
prudente distancia.
–Ahora nos
siguen como si fuéramos delincuentes. –se quejó.
–Si una horda de
locas te agarra de los pelos ahora, vas a agradecer que estén.
Miramos a todos
lados antes de salir, justamente por miedo a que una horda de locas nos
arrancaran el cuero cabelludo. Así era la vida desde hacía un tiempo, y
estábamos seguras que así seguiría.
Los días se sucedieron
con una lentitud pasmosa, que parecía
más pasmosa debido a la aceleración de los últimos tiempos. De pronto todo
volvía a ser tranquilo, aunque con prender el televisor se veía que Estados
Unidos estaba invadido por esa aceleración que parecía llevarse puesto todo. La
primera vez que vi aquello quedé sin poder creerlo. Miles de personas
esperándolos, siguiéndolos a todos lados, gritado y vivandolos como si fueran
héroes. Costaba creer que eran cuatro personas que conocía perfectamente y que de
pronto se habían convertido en lo más preciado no ya para un país, sino para el
mundo.
–Siento como si
me hubiera atropellado un tren. –dije la primera vez que vi aquello, tratando
de que esa metáfora explicara lo que estaba sintiendo, y quizás lo que estaban
sintiendo ellos.
Pero pese a la
lentitud, los días pasaron y llegó el día de la partida. No me agradaba para
nada dejar a los bebés, pero según mi madre me vendría bien para despejarme y
vivir un poco de la vida. Ella, Harry, y su grupo de amigas con quienes jugaba
a la canasta los sábados por la noche, cuidarían de ellos mejor que yo.
–¡Ayy amiga
estamos en Nueva York! –gritaba Cris a cada rato, sacudiéndome–¡Esta tarde
vamos de compras! Tengo una lista de cosas que quiero.
–¡Todo está
empapelado con las caras de nuestros maridos!
No fue buena
idea haber exclamado eso, porque dos segundos después estábamos rodeadas. De
mujeres. Salvajes mujeres.
–Mercy creo que
deberíamos correr…
–No, para nada.
Hola chicas. –las saludé con mi mejor sonrisa.
–Acá todas
gritan que ellos son sus maridos. –una de las mujeres, una cuya contextura
física denotaba que si tenía ganas podía rompernos a las dos con sólo un brazo,
señaló uno de los carteles–Pero ustedes son demasiado parecidas a las
verdaderas mujeres de ellos.
–Es que nos
peinamos igual, para imitarlas. –contestó Cris–¿Ustedes son de un club de fans?
Porque estamos buscando uno.
–Ay
Cris…–suspiré.
–¿Cómo que Cris?
La mujer de John se llama Cris.
–Hay miles de
Cris en el mundo.–traté de sonar obvia–Y ahora nos vamos, estamos apuradas.
Atravesamos el
grupo, empujándolas con desprecio, rogando que no nos reconocieran ni se
hubieran percatado de nuestro acento inglés, curiosamente igual al de las
“verdaderas mujeres”.
–Esa grandota
iba a matarnos, lo vi en su mirada. –Cris apuraba el paso.
–No si antes las
matamos nosotras a ellas. Tengo insecticida en la cartera.
–¡Eso es para
moscas! –dijo cuando vio el frasco que le mostraba.
El reencuentro
fue más que emocionante. Se notaba que estaban cansados de todo eso y que necesitaban
con quien charlar y reírse, gente que conocieran bien y no adulones. Grace
también lo agradeció, ya que la pobre se aburría muchísimo encerrada en el
hotel, por miedo a que la reconocieran. La felicidad se completó cuando John
hizo público que se quería casar con Cris en Nueva York porque eso sería más
“cool”. Dios.
–¿Pero acá? ¿Ya,
ahora?
–Mañana estaría
bien.
Con Richard nos
miramos, desconcertados.
–Cuando volvamos
a la gloriosa Inglaterra nos casaremos otra vez.
–¿Eh? ¿Cris vos
sabías de esto y no me dijiste?
–No. –puso su
mejor cara de inocencia–Acabo de enterarme, pero me encanta la idea. ¡Casarnos
dos veces! ¡Y una en Nueva York!
–Algún día me
gustaría vivir acá, y ya estaríamos casados con la ley norteamericana. Ah, ¿y
qué te parece si nos casamos también en París? Por algo dicen que es la ciudad
del amor.
–Por mi no hay
problema. ¡Tres veces! Aunque…¿no es mucho?
–Para mí no. En
China también podríamos casarnos, porque se casan distinto. Como los beduinos,
y los gitanos, y los…
–Ya John, ¿tantas
veces te vas a casar? –dije riéndome.
–¿Por qué no? Tu
pequeño marido podría aprender de mí
–Ya tuviste que
agarrártelas con él.
–Me gusta que lo
defiendas, significa que se llevan mejor, ¿no?
–Claro.
–sonreí–Y bien, ¡ahora hay que organizar la boda!
Sí o sí, la boda
tendría que ser al día siguiente, porque luego ya se irían a otro estado y a
otro y a otro, luego ya volverían a Inglaterra. El manager quería matar a John cincuenta veces por la locura que se
le había ocurrido, pero después lo pensó mejor y concluyó en que eso le daría
aún más éxito a la gira.
Así que por la
tarde, Cris nos arrastró a Grace y a mí por todo el centro para comprar ropa
decente para su boda express.
–Me siento
adentro de la revista Vogue. –dijo Grace mirando todo lo que tenía un local
mega exclusivo.
–Pero no tienen
nada de lo que a mí me interesa, vamos.
Y otra vez a caminar
buscando algo que ni sabíamos qué sería porque tampoco nos decía.
–¡Esas son las
chicas beatle!
Mierda y mil
veces mierda. No sé quién gritó eso pero le deseé lo peor a él y toda su descendencia.
Corrimos perdiendo algunas de las bolsas de ropa que Grace había comprado en la
larga excursión a tiendas. Terminamos metiéndonos en una cafetería esperando
que la horda pasara. Y pasamos de las ganas de llorar a reírnos como locas.
–Esto no está
tan mal después de todo. –reconocí–Tiene su punto divertido.
–“Las chicas
beatle” –repitió Cris con indiferencia.
–Cris mirá esta
cafetería. –Grace señaló con su dedo–Está buenísima.
–Eyy…qué interesante.
Es moderna. Puedo robarme ideas para la mía. Y ahora será mejor que nos
peinemos y parezcamos mas respetables para salir otra vez.
–Si otra vez nos
reconocen, no corramos. A lo mejor sólo quieren charlar.–supuse.
–¿Charlar? Lo
que quieren es que sus Beatles sean viudos. Ya que John quiere comprarme cosas,
le pediré un tanque de guerra para salir a la calle tranquila.
–¿Lograste que
Cris no vea a John? –dijo Richard esa misma noche, ya recostado.
–Le importa un
rábano la tradición de que no hay que verse la noche anterior. Pero sí, creo
que lo logré. –me acosté a su lado–La entiendo, porque lo extrañó mucho, como
yo a vos.
–Pues yo no.
–¡Qué maldito! Y
yo que vengo, me como veinte horas de viaje en un avión horrible, abandono a
nuestros hijos, y me persiguen hordas de mujeres, para esto. Soy el caballero
de esta relación y vos sos la princesa que se hace la difícil.
Se echó a reír,
y me dio un abrazo.
–Es mentira. Creo
que te extrañé más que nunca. Y ahora vamos a dormir, porque mañana será día de
boda. Aunque eso, hasta que no lo vea, no lo creo.
–Estoy
totalmente de acuerdo con eso, princesa Richard.
–Me alegra
oírlo, caballero Mercy.
*************
Cuatro meses después vengo, qué hija de re mil que soy. Bueno, al menos vine! A ver si para la próxima no tardo tanto, o tardo la mitad del tiempo.
Saludos a los que sigan por ahí!