El tiempo pasó con la lentitud propia de cuando no ocurre
nada, monótono, siempre igual. Me había resignado a muchas cosas: a no tener a
Richard, a que me siguiera yendo mal en la uni (pese a algunos pequeños éxitos)
a que mi madre anunciara que se casaría con Harry, a la traición de Friederich,
y a que los chicos volvieran a irse. ¿Era feliz? No, pero la resignación me
había hecho aprender a conformarme con lo que tenía y a abandonar utopías. Así
pasaron casi cuatro meses, con tardes cada vez mas largas y sol anunciando el
verano que se acercaba.
Y sí, los chicos habían vuelto a irse a Hamburgo porque a
tercos no les ganaba nadie. George había cumplido sus nunca tan ansiados 18 y
tiempo después tuvieron todo a punto
para irse. Esta vez no había tanta incertidumbre, ellos y los que quedábamos
sabíamos cómo iban a ser las cosas. George se fue con su noviazgo aún en
secreto; Paul ya separado de Abby, algo que nos dolía a todos; Stu lleno de
ilusión; y John dejando en Liverpool un enriedo que tuvo con Marcia. De los
cuatro meses, ese fue el trago mas amargo para mí.
-Invitación para la reunión del Partido Comunista
-Gracias –dije tomando el volante que me entregaba uno de
mis compañeros en la puerta de la universidad.
Leí por arriba el volante y lo guardé en el bolsillo de la
chaqueta, mientras entraba al aula. Era día de parcial, y sabía bastante. Traté
de expresar todo lo que sabía, lo que había entendido, y lo que había inventado.
Una vez terminado el examen, lo entregué y salí al pasillo a fumar un rato.
Cuando me cansé, caminé lentamente hacía la salida. Aún era temprano, y la tarde
era preciosa. Con la misma paciencia, por no decir pereza, llegué al Ye Cracke.
Me senté en una de las mesas que estaban sobre la vereda, para continuar disfrutando
del sol. Allí, pedí una refrescante cerveza, y me sentí satisfecha por algo que
ni sabía.
-Ahí está la borracha.
Pero claro, tanta paz era imposible. Alguien debía
arruinarlo todo, y ese alguien era Marcia.
-Mirá Marcia me tenés bastante cansada con tus estupideces,
y mas desde que me enteré que terminaste metiéndote con mi hermano.
-Já, ni es tu hermano, bien que tendrás ganas de tirártelo.
Sin detenerme a
pensar un segundo, me puse de pie y la miré amenazante, transmitiéndole la
rabia que le tenía. Me sujeté el cabello, clara señal de que estaba dispuesta a
pelear.
-No me asustás, además seguro que estás tomada.
-Cuando te pegue te vas a dar cuenta que no lo estoy.
-Wells, das pena, sos una alcohólica y todo el mundo lo sabe.
Yo misma me encargué de desparramar el rumor.
La tomé de las solapas del saco azul que llevaba puesto, y
quise zamarrearla, pero el idiota que la acompañaba, seguramente el novio de
turno, me separó.
-No te metás, marica.
-¡El no tiene nada que ver! –gritó Marcia haciéndose la víctima.
Genial, ella quedaba como una pobre chica amenazada por una matona.
-Retírense. –el dueño del bar se había asomado y ahora nos echaba.
-Pero...-intenté decir.
-¡Ella empezó! –giró la rubia.
-Retírense los tres –volvió a decir el dueño, sin perder la calma.
Puse un billete bajo el vaso de cerveza a medio terminar y
abriéndome paso entre la idiota y el idiota, me fui dejando atrás a un par de viejas
que habían visto todo, quejándose de la educación de “las chicas de hoy en
día”.
Entré a mi casa pateando todo lo que encontraba, y arrojando
por cualquier parte el portafolios, el saco, los zapatos...Me sentía impotente
ante mí misma, a veces no me reconocía en mi forma de actuar, así no me habían
educado mis padres. Trataba de pensar qué había cambiado en mí, si era algo
normal...Llegué a la conclusión de que la vida me estaba formando así, y que
debía controlar eso si no quería terminar mal, aunque eso significara
aguantarme a Marcia.
Después de haber obtenido (¡al fin!) un 7 en el parcial, no
podía menos que estar atendiendo con alegría a los clientes de la cafetería.
Cris estaba contenta y admiraba su paciencia, no sólo conmigo, sino también con
John...Seguía sosteniendo su teoría de que hasta que el chico no se diera la
cabeza contra la pared, no aprendería. Por eso esperaba sin desesperar.
En un a rato libre que tuve, aproveché para cambiar, junto con
ella, las cuerdas de Violeta. Había llevado la guitarra justamente para eso,
para usar algún hueco de tiempo y “hacerle cariños”. Trataba de afinarla tan
bien como lo hacía George, pero me estaba percatándome de lo difícil que era,
cuando llegó Abby, cámara en mano.
-¡Decí whiskey!
-Justo whiskey quiere que diga la borracha esta –rió Cris.
-Ey, que te hago lo mismo que a Marcia.
-Uff...muero de miedo, pido tu compasión.
-Si, si, seguí jodiendo. Y vos, Abby, dejá de sacar fotos
que te costará un dineral revelarlas.
-Eso ya no es problema. El hombre que trabaja conmigo en el
periódico me enseñó a revelarlas. Ahora sólo me falta buscar un lugar oscuro de
mi casa, comprar los líquidos y voilà! ¡Fotos caseras!
-¿Y no te está faltando algo mas?
-Ah sí, papel fotográfico.
-Otra cosa.
-Mmm...no sé. ¿Y vos qué sabés?
-Te falta Paul.
-Ah, ese...-dijo haciendo gestos despectivos.
-Abby, es tu novio.
-Era.
-No me jodas. Dejá de hacerte la difícil.
-El se lo buscó.
-Si no aflojás, lo perdés.
-Aprendé de mi –dijo Cris.
-Eso, aprendé de tus mayores. Va a terminar con una alemana,
como Stu. Y ojo que esas parece que cuando agarran, no sueltan.
-Por mí que se vaya al diablo. Cuanto mas lejos, mejor.
-Me hace gracia como intentás mentirte, y l opeor es que no
podés –hice una risita fingida –Dale Abby, dejate d ejoder.
-Te manda él, ¿no? ¿El te pidió que me convencieras?
-No necesito que me mande nadie, digo y hago l oque siwento.
-Ok, pero no esperes nada, todo se terminó.
El invierno se resistía a irse, y así lo demostraba con una
tarde horrible, fría, ventosa, y con una molesta llovizna. Con esfuerzo, vencí a
la tentación de quedarme en casa durmiendo una larga siesta, y caminé hasta la universidad,
ya que andaba escasa de dinero como para gastar en boletos de bondis.
Entrar al pabellón fue una especie de alivio, hacía frío
pero por lo menos el viento no molestaba. Era temprano para entrar a clase, y
al parecer, poca gente vendría. La mayoría de las aulas estaban vacías y unos
pocos entraban y salían del pabellón. Unos minutos después, algunos compañeros
llegaron, dejaron sus bolsos, mochilas y portafolios dentro del aula para
reservar los bancos y salieron a fumar. Los imité, y me quedé apoyada contra la
pared, al lado de la puerta, fumando y acomodándome la gorrita a cuadros que
tenía puesta. Mi mente comenzó a vagar por ahí, y volvió al tema de John. Ese
idiota hermano mío, en vez de avanzar con Cris, había caído en Marcia. No sé
bien qué había pasado, pero por el abriboca de Paul me había enterado. John
negó todo, pero era evidente que mentía. Arrojé la colilla al suelo y la pisé
con bronca. Los hombres, siempre iguales.
De pronto, vi como alguien corría hacia mí. Poco me costó reconocer
a Marcia, parecía preocupada y venía llorando.
-¡Wells, Wells! –dijo ya frente a mí –¡Por favor ayudame!
Levanté una ceja, mirándola extrañada.
-Esa chica, Anna, quiere pegarme, me va a arrancar los
pelos, por favor ayudame, sé que soy mala con vos, pero prometo no hacerte mas
nada si me ayudás.
Suspiré, y busqué otro cigarrillo con deliberada lentitud,
que a ella hizo desesperar aún más.
-¡Por favor te lo pido! ¿ésta es tu aula? –señaló la puerta.
Asentí. -¿Puedo esconderme acá? Sólo por un rato, después me esconderé en el
baño. ¡Esa chica está dispuesta a todo!
-Por algo será...
-¡Ay por favor Mercy Wells! ¡Ayudame!
-Bueno, bueno, está bien, metete ahí, después de todo el
aula no es de mi pertenencia.
-¡Gracias! Y si la ves, decile que no sabés nada de mí.
Se encerró en el aula y vi como se escondía detrás de los
últimos bancos. Qué mina cobarde.
Seguí fumando con tranquilidad, casi olvidando el “favor”
que le había hecho a Marcia la marciana. Diez minutos después, el profesor llegó
y detrás de él muchos alumnos. Marcia huyó hacia el baño, pero antes me agradeció
tanto que la eché, para no seguir escuchándola. Me sacaba de quicio.
Llevaba hora y media de escuchar al profesor y su monótona
explicación sobre algo que no tenía nada que ver con historia, cundo la puerta
se abrió y se asomó otro profesor.
-El rector pide que todos los alumnos salgan afuera.
-¿Qué pasó? –preguntó mi profesor, asustado, quizás pensando
que una guerra se había desatado y estarían por bombardearnos o algo así.
-Encontraron no sé qué en el baño de mujeres y quieren que
todos salgan afuera con sus
pertenencias, para revisarlos.
Nos pusimos de pie y salimos, los varones rezongando porque
si era en el baño de mujeres, ellos no tenían nada que ver.
Quejándonos del frío, nos amontonamos en una de las
callecitas del campus. El rector dijo que formáramos filas, para organizarnos.
-Junto a nosotros hay algunos agentes de la policía –explicó
–Los revisaremos uno por uno, porque una de las encargadas de limpieza encontró
una navaja en el baño de mujeres, y traer un arma blanca es una grave
transgresión a nuestro reglamento.
Fastidiados, esperamos a que comenzara la dichosa
revisación. Miraban los bolsos, el interior de los libros, los
bolsillos...Faltaba que miraran los calzones.
Casi una hora después, un policía se acercó a mí.
-Señorita –dijo extendiendo su mano.
Le di mi portafolios y lo abrió, miró adentro, y me miró a
mí.
-¿Qué es esto?
Me quedé paralizada. El policía sostenía con sus dedos una
petaca. La abrió y la olió.
-Vodka.
-¡Oiga, eso no es mío! –grité.
Sin hacerme caso, mandó llamar al rector, que se acercó de inmediato.
-Está prohibido traer alcohol.
-Lo sé, ¡pero no es mío!
-¿Ah no? ¿Y qué hace en su portafolios?
-Marcia –susurré –Fue Marcia, Marcia Cleave.
El policía siguió revisando y del bolsillo interior del
portafolios sacó...un cortaplumas.
-Arma blanca –dijo mirando al rector.
-¡Eso tampoco es mío! –grité otra vez.
Para ese momento, todos estaban congregados alrededor.
-Me hicieron una cama –sentencié –Y fue Cleave. ¡Ella entró a
mi aula y metió esas cosas!
-¿Qué estás diciendo Wells? –vi que Marcia se asomaba entre
la gente –Si todos saben que sos una borracha violenta, es seguro que traés
siempre esas cosas.
-¡Morite Marcia! ¡Fuiste vos! ¡Siempre dijiste que me harías
echar de acá!
-Señoritas cálmense –dijo el rector –Usted, Wells o como se
llame, acompáñeme a mi despacho.
-Me cagaste Cleave. Pero esto no se queda así –dije con
rabia, mirándola.
-¡Me está amenazando!
Le saqué la lengua, y como si fuera una delincuente, dos
policías me escoltaron hasta el rectorado. Entré al despacho, y me quedé parada
frente al escritorio.
-Le juro que esas cosas no son mías. ¡Esa chica las puso
ahí!
-¿Qué pruebas tiene?
-Ninguna. Pero ella me pidió que la escondiera en mi aula
porque otra chica quería pegarle. En ese momento habrá aprovechado para
meterlas.
-¿La navaja que se encontró en el baño es suya?
-¡No, yo no tengo esas cosas! Además ni siquiera me la
mostraron.
-Mire Wells, un cortaplumas no es algo muy grave, es pequeño
y no puede matar a nadie con eso, pero
sí lastimar, o amenazar. Pero si aparte de traer eso, trae alcohol...bueno,
está complicando su situación.
-Mire señor rector, yo no le voy a negar que tomo, pero no
voy a ser tan estúpida de traer alcohol
a la universidad. Le dije que eso no es mío.
-Recién amenazó a su compañera.
-¿Cómo quiere que no lo haga? Me tiene cansada, desde el
secundario que me molesta, y tengo testigos de eso.
-Wells, esto es una universidad seria. No queremos problemas
de conducta porque se supone que acá somos todos adultos. Por eso, cuando hay
una transgresión, se la castiga, no sólo para que escarmiente el infractor,
sino todos los estudiantes. Tengo que expulsarla.
Sentí que la sangre se que iba a los pies, que me ponía pálida,
que mis signos vitales desaparecían y que todo daba vueltas.
-N...no puede ser...no puede hacer eso –alcancé a decir con
un hilo de voz.
-No tengo alternativa, las reglas son las reglas.
-P...pero...podemos arreglarlo de alguna forma...
-¿Me quiere sobornar?
-¡No, no es eso! Quiero decir que eso no puede ser, que si
usted dice que es una universidad seria, tiene que investigar ¡Yo no hice eso!
-Wells, las evidencias hablan por sí solas.
-¡Pero déjese de joder! ¡No puede expulsarme por algo que no
hice!
-¡Respeta a la autoridad, señorita!
-¡Me cago en usted y su puta autoridad que no sirve para
nada!
Me callé cuando me percaté de todo lo que acababa de decir.
-Con esto ha firmado su expulsión –el rector se puso se pie,
tomó su saco que colgaba de su silla, y poniéndoselo, me miró –Mañana no venga.
Esta noche se quemará su legajo. Y agradezca que no hago una nota a las otras
universidades del país para que no la admitan en el caso de que quiera
inscribirse.
-¿Sabe qué? Usted no me expulsa. Me voy yo.
Di media vuelta, y salí del despacho, llevándome por delante
a los policías que esperaban afuera.
-Señorita tiene que firma el...
-No me joda, antes tengo que hacer algo.
Salí del rectorado casi corriendo, y me encaminé hacia el
Departamento de Alumnos, con los policías detrás mío. Sin esperar mi turno, me
paré frente a la ventanilla. Antes de que la empleada me preguntara qué quería,
hablé.
-Quiero que me den de baja. No voy a venir mas.
-De acuerdo. ¿Número de legajo?
-112765
Abrió un archivo, buscó y sacó una carpeta verde.
-¿Wells, Mercy?
-Exacto.
La abrió, miró mi ficha de inscripción, de un cajón sacó
unos papeles. Escribió en uno y me dio el otro.
-Escriba sus datos y explique porqué quiere darse de baja.
Anoté todo y en “Motivo” escribí “Problemas personales”.
Firmé con bronca y devolví el papel.
La empleada acomodó todo en la carpeta y escribió algo en
una planilla, mientras le gritaba a una compañera.
-¡Iris! ¡Buscá Wells y dala de baja!
-¡Ok!
-Perfecto señorita, ya está, perdió su regularidad.
-Genial, muchas gracias.
Me giré y otra vez los
policías. Mostraron un libro donde tenían un acta escrita que me culpaba de portación
de arma blanca y alcohol en el ámbito académico.
-Con esto te costará conseguir trabajo, niña.
-Qué me importa –firmé -¿Ahora me puedo ir?
-Sí.
Cargué mi portafolios y caminé por última vez hacia la salida
de la universidad. En el trayecto a casa casi no pensé en lo ocurrido, tenía
una mezcla salvaje de cosas en mi cabeza.
Pero ni bien abrí la puerta, agarré lo primero que encontré,
un florero, y lo estrellé contra la pared.
-¡Mierda! ¡Los odios a todos!
Comencé a llorar desconsolada, sentada en el suelo. Era lo
único que me faltaba. Sin universidad, no tendría futuro, sería nadie por
siempre.
Pero extrañamente, en el fondo, me sentía aliviada, tranquila.
Por algo me estaba pasando todo lo que me pasaba. Sólo tenía que aceptarlo.
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Tienen a punto las granadas de mano? jajaajajajajjaa
Bueno, como les va? Tengo que agradecerles a todas porque ya estamos en el capitulo 60!!! *tira serpentinas, globos, papel picado, cornetas*
Así que gracias por leer tanto tiempo!
Ahora me despido, saludos a todas!