El tiempo pasó, lento como siempre, o eso me parecía a mí,
ya que al no ir a la universidad, de poco tenía que preocuparme, salvo del
trabajo, aunque eso no era una preocupación.
Por lo tanto, al tener la “cabeza libre” vivía pensando, y a veces pensar...no
es bueno.
Para qué mentir, tenía una depresión de la puta madre. Lo
único que hacía era traumatizarme a mí misma, recriminándome cosas que había o
que no había hecho en el pasado. Para colmo de males, se acercaba mi
cumpleaños, y el cambio de década no me afectaba, para mí era verdad eso de
“veinte años no son nada”, pero me ponían mal los recuerdos. Recuerdos de pocos
años comparados con los que llevaba vividos, apenas los primeros de la infancia
y el primer año en Liverpool, que pese a sus bemoles, había sido el mejor.
Aunque algo de esperanza tenía en el futuro: quería comenzar con mi proyecto.
Era nada mas, y nada menos, que un negocio. Quería vender discos y libros,
amaba esas cosas y como buena vendedora, podía testearlos antes de venderlos.
En palabras mas simples, quería pasarme el día leyendo y escuchando música, y
encima ganar dinero con eso. Pero ahí estaba el problema: el dinero. La falta
del vil metal me impedía toda realización del negocio. No tenía nada, mis
ahorros eran poquísimos, y si quería pedir un préstamo al banco no me lo
darían. Así que debía seguir trabajando hasta llegar a una mínima base como
para empezar.
Miré con repugnancia el desorden de mi habitación, llena de
ropa, libros, zapatos y papeles desparramados por doquier. Me dispuse a
acomodarla, mientras puteaba todo lo puteable por la mala suerte que tenía.
Cuando me calmé un poco, puse un disco de Gene Vincent “Be Bop A Lula”. Ese
tipo era el favorito de John, y hablando de John, hacía pocos días había
avisado que faltaba poco para que regresara, pero eso lo venía repitiendo desde
hacía mucho. Siempre tenía el temor de que nunca mas volviera, de que decidiera
quedarse en Alemania para siempre. Ese temor, a veces se convertía en terror,
pánico. La idea de perder a mi hermano me llenaba de angustia.
La canción finalizó y volvió a empezar, así hasta que terminé
de ordenar, en ese mismo momento, sonó el timbre. Juliet, con su habitual
sonrisa y amabilidad, me saludó. Últimamente, ella era la única persona que veía
contenta de verdad, porque Abby disimulaba su amargura y Cris también. Pero Juliet
siempre andaba contenta, quizás de saber que George era sólo de ella, y que
pronto volvería, con él no había peligro de que se quedara en Hamburgo.
-Venía a avisarte de algo importante –dijo luego de que la
invitara a sentarse en un sillón.
-¿A mí? ¿Algo importante?
-¡Sí! Me enteré que en la escuela de música hay vacantes,
podrías anotarte...
Hacía un tiempo, había barajado la posibilidad de estudiar música,
pero había desistido. No tenía el suficiente tiempo para estudiar, y lo mío era
pura afición, rock and roll y ganas de pasar el rato, y eso no encajaría en una
escuela llena de teoría y solfeo. Si bien la música clásica me gustaba mucho,
no me veía preparada como para ejecutarla, sólo quería escucharla y admirar a
los que tenían el talento para tocar.
-¿No vas a anotarte? –preguntó Juliet, impaciente al ver que
no decía nada.
-No sé....No, la verdad es que no. Me gusta la música, pero
no aguantaré ahí.
-Pero...bueno, está bien, como vos decidas. Igualmente,
quería que estudiaras conmigo.
-Naaa...disfrutá vos, que sos de “la vanguardia”. Esa es de las
pocas escuelas donde han comenzado a enseñar saxo, tenés que estar orgullosa.
-Y lo estoy...Pero ya te digo, me hacía ilusión que fueras vos
también, así le ponías mas dinamismo.
-Dinamismo sería la patada que me pegarían....
Rió y luego pareció recordar algo de repente.
-¿Harás algo para tu cumple?
-Pfff...ya ni me acordaba de mi cumple, o sea que con eso ya
te digo que no, que no haré nada.
-Bueno, si te entran ganas me avisás y te ayudo a preparar.
Bueno sí, faltaba poquísimo para mi cumpleaños y todos parecían
haberse puesto de acuerdo para preguntarme qué haría ese día. Al parecer, los
movía las ansias de tener fiesta gratis.
-¿Harás fiesta?
-¡Otra con lo mismo! –arrojé un repasador sobre una silla.
-Mas respeto que soy tu jefa.
-Ok, ok, jefa....No, no haré nada. Dormiré todo el día.
-Puta que amargada que sos.
-No tengo ganas de festejar nada.
-¿¿¿Pero por qué???
-Enumeraré las causas. 1: Mi hermano, por si no lo sabés,
está lejos, con todos sus amigos. 2: Soy un fracaso universitario. 3: No tengo
ni una moneda partida al medio, y lo que gano lo ahorro. 4: Vi a Richard con su
querida Geraldine. Tengo motivos secundarios que si querés también te los
menciono.
-No hace falta. ¿Lo viste? ¿Cuándo?
-Ayer. Me saludó, muy amable, demasiado amable. Y ella
también. No sé qué carajo me imaginé el día que vino acá...
-Bueno...igual no te amargues por eso. A ver, es tu cumple,
hay que festejarlo.
-Cris...cae día lunes, es horrible.
-¡Cortá con la mala onda, Wells! Te daré el día libre. Venís
a la noche, nos tomamos unas cervezas con las chicas, y fin. ¿Qué te parece?
-Bueno...está bien. Así sí me convence, no quería mucho
barullo.
-¡Perfecto!
Cris se fue canturreando y me quedé mirando a la nada, mientras
los clientes me llamaban. Así no iba a haber negocio que progresara. Me quedé
pensando en lo del día anterior. Desde que había vuelto a Liverpool, no lo había
visto más, y justo cuando lo vuelvo a ver, iba de la mano con la niñita ésa. No
era porque fuera su novia pero, si me ponía objetiva, igualmente esa chica me
caía mal. Tenía algo que no me cerraba, algo que la hacía parecer una “mosquita
muerta”. Pero estaba convencida que para esas cosas, había que dejar hablar al
tiempo. Sólo él diría si yo estaba equivocada. O no.
Llegó el fin de semana, y parecía que con él, el invierno
regresaba. Al diablo se habían ido los días típicamente veraniegos, el frío, el
viento y la lluvia parecían que estaban aferrados a ese fin de semana, dispuestos
a joder a todos.
Por eso, un sábado con un clima tan asqueroso, no hacía mas
que llenar la cafetería. Bien, era dinero contante y sonante. Pero no me sentía
muy bien. Cris lo notó, y era difícil que no lo notara porque parecía distraída,
o sorda, ya que los clientes me repetían las cosas dos o tres veces.
-¿Te pasa algo? –me preguntó, apartándome de la gente.
-Estoy perfectamente, ¿por?
-Porque mentís mal. Será mejor que vayas a tu casa.
-¿Eh? No, no, hay que atender a toda esta gente., prometo
que pondré mas atención.
El día de trabajo terminó, bastante tarde, y me fui a casa. A
duras penas llegué, parecía que la angustia inexplicable que sentía me pesaba
una tonelada. O quizás era la anemia, no sé. Me tiré en el sofá, después de
arrojar las zapatillas por cualquier parte. Encendí el televisor, pero luego lo
apagué, asqueada por los gritos y el optimismo desenfrenado de los conductores
de programas de sorteos y concursos. Me quedé ahí tirada, con la mirada clavada
en el techo, imaginando dibujos con las vetas de la madera del cielo raso.
Básicamente, lo que me pasaba era que extrañaba. Extrañaba a
mi familia feliz, extrañaba a John, extrañaba la escuela, extrañaba ami papá,
extrañaba a Richard...
Manoteé el atado de cigarrillos que tenía en la mesa frente
al sofá y mientras encendía uno, recordé algo. Con lentitud, me puse de pie y
bajé al sótano, ese lugar oscuro, húmedo y tenebroso al que mas que un par de
veces no había bajado. De allí volví con tres botellas de licor, que mi padre
había guardado con cuidado. Tomé un poco de cada una hasta que me dormí como un
tronco, pero una serie de pasadillas me obligaron a despertar, agitada. La casa
se veía como embrujada, iluminada solo por los relámpagos, ya que una tormenta
azotaba la ciudad. Para colmo, la puerta del sótano había quedado abierta. Me levanté
rápido y sin mirar la cerré, como si fuera a aparecerse un monstruo. Comí lo
primero que encontré, un paquete de tostadas, ya que tenía hambre y volví a
tomar para dormirme lo mas rápido posible, tapándome hasta la cabeza, ya en mi
cama.
Llegó el día, domingo, y tanto el clima como yo estábamos
peor. El dolor me partía la cabeza al medio y algo encandilada por la luz, bajé
a desayunar. Apenas probé unas galletitas viejas que había por ahí. No podía
entender qué carajo me pasaba, y eso hacía que me odiara, porque me extrañaba
mi propio comportamiento.
Entonces, decidí hacer algo que hacía mucho quería hacer,
pero en un momento así era una mala idea. MALÍSIMA idea.
Abrigándome y tomando mi paraguas, caminé hasta la parada y
me subí al primer bondi que pasó. Bajé en la última parada, el cementerio. Compré
dos tristes flores amarillas y caminé entre oscuras y abandonadas bóvedas de rejas
chillonas y herrumbradas. Por suerte, esos lugares no me daban miedo, sólo
curiosidad por saber quiénes serían los que estaban allí, porqué sus tumbas
estaban tan abandonadas, si tendrían familiares...Caminé bastante hasta que
llegué a “la parte pobre” como mi madre llamaba al lugar de las tumbas comunes. Busqué
hasta que encontré la tumba de mi padre, sin embargo no estuve allí ni dos minutos.
Una especie de rabia, angustia, desesperación y aprehensión se apoderó de mí. Era
como si después de tanto tiempo, caía en cuenta de que mi padre había muerto y
eso era algo inaceptable. Dejé ahí tiradas las flores y salí corriendo como si
hubiera visto un fantasma. Para no esperar al próximo colectivo, seguí
corriendo hasta que el cansancio y las lágrimas pudieron mas. Después, sólo
caminé despacio, secándome los ojos con las palmas de las manos, hipando como
si fuera una chiquilla.
Para completar mi tétrico día, tuve que encontrarme con
quien no quería: Richard.
Por suerte ya me había calmado, así que lo miré con desdén y
seguí mi camino, pero él me siguió.
-¡Ey, ey! ¡Mercy! ¿Qué te pasa?
No contesté, sólo hundí más mis manos en los bolsillos del
tapado. Parecía ajena a todo, pero por dentro me debatía entre hablarle o no.
-Mercy, ¿estás enojada conmigo?
Parecía preocupado, sincero. Lo miré de reojo, pero mantuve
firme mi posición, sin comprender qué estaba haciendo.
-Puede ser...-dije apenas.
-Pero...¿por qué? ¿Te hice algo malo?
-Esas preguntas están de más.
Aceleré el paso, pero él me siguió hasta que se puso a mi
lado. Me miraba, sabía que lo hacía, pero yo seguía con la mirada al frente, no
cedía.
-Decime porqué...Está bien, te pido perdón, sea lo que sea
que te haya hecho. ¿Me perdonás?
Mi respuesta fue nula, y divisé mi casa, por lo que me apuré
aún más.
-Ey Mercy, éramos...éramos amigos, decime qué pasó, qué te
hice para que estés así conmigo.
-Nada, no pasó nada.
-¿Y entonces?
-Entonces nada, eso.
-No entiendo...No sé qué te hice, pero perdoname, decime que
me perdonás.
-¿Tan importante es para vos que te perdone?
-¡Claro que sí!
-¿Y por qué?
-No sé Mercy, por favor no seas así de cortante, de verdad
no entiendo nada de todo esto.
-Y yo tampoco...-dije mas para mí miasma que otra cosa.
Ya estábamos frente a mi casa, así que me dispuse a entrar,
pero él me tomó de un brazo.
-Pará, no te vayas.
-Ay bueno sí, te perdono. Chau.
-No, chau no. Quiero que me digas qué te pasa.
-No sé qué me pasa. Y ahora sí, chau. Estoy ocupada, tengo
cosas que hacer.
-No, te dije que quiero que me digas qué te pasa.
Bufé y golpeé un pie contra el suelo.
-Ey, hola, estoy acá, mirame –dijo con suavidad, y me obligó
a levantar la cabeza para mirarlo – Mercy, ¿vos estuviste llorando?
Tragué saliva, porque era mi modo de sentirme real y humana
y así poder controlarme. Todo eso era muy extraño y tenía a Richard mirándome
con sus ojos, mas penetrantes que nunca, y no sabía si llorar, estamparle un
beso, o darle una cachetada.
-Dejame –fue todo lo que dije, sacudiendo mi cabeza para
zafarme de su mano, que sostenía mi mentón.
-No, decime porqué llorabas. ¿Qué te pasó?
-Nada me pasó, dejame.
-Pero...
-A ver Richard, ¿no entendés el significado de “dejame”? Basta,
no quiero hablar con vos, no sé porqué me seguiste, porqué me estás
interrogando, porqué me exigís explicaciones...Cortala pibe, me cansaste,
andate con tu noviecita.
Me zafé de su brazo con violencia y entré a mi casa y cerré
la puerta con un golpe. Aquello era un perfecto punto final y quizás el comienzo
de un plan sistemático para sacar a Richard de mi cabeza, salvo por un detalle:
el “andate con tu noviecita” había estado completamente de más. Eso, para cualquier
mortal, sonaba a CELOS. Y claro que lo eran. O sea que Richard podía sospechar
el porqué de mi comportamiento gracias a esa frasecita de sólo cuatro palabras.
O sea que yo no iba a estar tranquila sabiendo eso, y por lo tanto, no iba a poder
desterrarlo nunca de mi vida. Aunque ya ni sabía si quería o no hacerlo. Todo era
un lío.
¿Y qué podía hacer ante tal situación? Lo que solía hacer por
cobarde: tomar. Evadir la realidad y no enfrentar lo que era. Sabía que eso me
llevaría por mal camino pero tampoco me importaba. Me sentía sola, inútil,
desgraciada, amargada y un sinfín de adjetivos malos, si es que así se pueden
clasificar los adjetivos.
Así que dediqué el resto del domingo a tomar y fumar,
dejando sonar el teléfono y el timbre. Eso demostraba que quizás no estaba
sola, pero yo me sentía así. ¿En qué momento me había convertido en una
mediocre depresiva? No lo sabía, pero seguro que era desde hacía mucho. Tenía ganas
de morirme pero me faltaba el coraje para empuñar una pistola y volarme la tapa
de los sesos. Era cobarde para todo.
Arrasé con todas las botellas que encontré, ya ni me
preocupaba que me agarrara un coma alcohólico. Terminé abrazada al llamado “ídolo
de porcelana”. Vamos, al inodoro. Vomitar en una situación así sólo empeoraba
las cosas, era hasta una parte ridícula. Después seguí fumando, llorando y hablando
pavadas, me acurruqué en el sofá y me dormí, con el ruido del viento y de la
lluvia golpeando las ventanas, esperando que llegara mi cumpleaños. Un triste
cumpleaños.