-Y ahora el alfil se mueve para acá.
-Paul, este juego me aburre.
-No seas animal, ¡es ajedrez!
Resoplé y luego reí al ver su cara de indignación.
Hacía varias tardes que Paul se aparecía con su tablero de ajedrez e intentaba,
en vano, enseñarme. Nunca había sido muy inteligente para los juegos, y al
parecer, después del ataque había quedado peor. Comenzó nuevamente su
explicación, que interrumpí.
-No Paul, no intentes más, ¡no entiendo! Me da ganas
de usar las piezas para jugar a las muñecas. A ver, supongamos que un peón se
enamora de la reina…
-Con vos no puede.
-Tranquilo, está bien, explicame todo de vuelta,
haré el esfuerzo por entenderte. –dije aguantando la risa.
Esta vez, hubo más frutos de provecho, así que Paul
me obligó a repasar lo aprendido para el día siguiente, dejándome su juego
junto a mí sobre la cama.
-Me enteré que Abby vendrá a verte, llegó ayer.
–dijo alcanzándome un vaso de agua.
-¿Si? Qué bueno, la extraño. ¿Y vos…?
-Mercy, no empieces. Ya está todo dicho con Abby.
-Ok, ok, no diré nada. ¿Qué hay de tu conquista por
correspondencia?
-Pasado mañana la veré. –respondió con una sonrisa
soñadora.
-¿Viajarás a Londres?
-Viajaremos. ¿John no te dijo nada? Volvemos a
grabar, esta vez con tu amado.
-Desaparecé, McCartney.
Rió con ganas, a la vez que me tomaba una mano y la
miraba.
-Si todo sale bien, pronto la conocerás. Me dijo que
quiere visitar Liverpool. Hablamos por teléfono, ¿sabías?
-No. Admiro tu capacidad, maldito Casanova.
Otra vez rió y me miró la otra mano.
-Tus uñas están largas y desparejas. Hagamos una
sesión de manicuría.
-Te lo dice tu lado femenino demasiado desarrollado,
¿no?
-Estás en cama, y por lo tanto en inferioridad de condiciones,
cuidate de mí, puedo ahorcarte con uno de esos cables.
-Qué miedo…
Justo entró una enfermera, y Paul seleccionó su
sonrisa más seductora.
-¿Tendrá una lima de uñas y unos esmaltes para
prestarme?
-Claro. –en dos segundos, la enfermera, encantada de
la vida, le dio dos limas y tres esmaltes.
Como un profesional, comenzó a limarlas y a pintarlas,
sin que yo dejara de retorcerme de la risa y de molestarlo.
En unos pocos días, había hecho el gran esfuerzo de
domar a mi carácter. Según Cyril, me costaría un poco, ya que la medicación
producía cambios en el estado de ánimo, pero si pensaba en positivo, me
alegraba con cada avance y disfrutaba de las visitas y todas las cosas que
hacían por mí. Claro que, cuando me paraba
a pensar, generalmente por las noches, mi sonrisa se borraba con unas
furtivas lágrimas hijas de la tristeza y la impotencia. Pero por suerte, a esas
horas no había nadie cerca que sufriera mis arranques de malhumor. Igualmente,
a veces contestaba mal ante preguntas que consideraba idiotas o si me sentía fastidiada
o agobiada. Eso casi siempre se producía por la mañana, ya que dedicaba esas horas,
por obligación, a hacer rehabilitación. Aquello era algo nuevo en la medicina,
generalmente se suponía que si te pasaba algo y quedabas inútil, no había
remedio. Pero estaba Cyril, con su juventud y sus últimos avances, y él no
podía permitir que todo siguiera igual. Poca gente había conocido en mi vida
que se mostrara tan apasionada por su trabajo. Gracias al hastío del hospital,
me había enterado que Cyril no era muy querido por el director, ya que quería
llevar a la práctica cosas novedosas recién salidas de las mentes de los
norteamericanos, y que eran complicadas de aplicar, más en un hospital de
Liverpool. Si fuera en Londres, la cosa cambiaba un poco.
Pero Cyril insistía, no sólo conmigo, sino con todos
sus pacientes o “El club de los cardíacos” como él nos llamaba. A veces lo
odiaba, y más en esas horas de rehabilitación junto al hombre de verde, o “el
mudo”, donde su entusiasmo hartaba a mi desgano. Toda mi vida había odiado el ejercicio
físico, y ahora me obligaban a hacerlo, todo porque mi cerebro había olvidado
hasta qué era caminar.
-Vamos Mercy, colgate de esas anillas.
-¿Qué? ¿Colgarme de eso?
-Tenés que crear músculos.
-Cyril no voy a ser una boxeadora, no quiero
músculos.
-Jeff dice que tenés que hacerlo.
-¿Y cómo lo sabés si nunca habla?
-Mercy Wells…
-Ay, está bien, lo haré, pero no estoy segura de poder
saltar para agarrar esas jodidas anillas de m…-sin dejarme terminar, el mudo me
levantó por el aire y no tuve más remedio que agarrar las anillas. Me soltó y quedé
colgando-¡Ayyy! ¡Tu puta madre! ¡Mi espalda! ¡Duele!
-Bien, bien, eso es lo que quiero.
-¡Maldito sádico!
-Menos gritos y más acción, balanceate como si
estuvieras en un columpio.
-¿Para qué? Eso lo hacen los que van a los juegos
olímpicos, y yo no voy a ir.
-Ya lo creo que no. Vamos Wells, hacé el esfuerzo.
-Esfuerzo, esfuerzo…¡Esto no lo hacía ni cuando
estaba normal! ¡No es justo!
-Vamos que se hace tarde.
Sin dejar de renegar, me balanceé tres o cuatro
veces.
-¿Ya está?
-Bueno, sí, ya está. Además ya es tu horario de
visitas, seguramente vinieron a verte.
El mudo me bajó y me subí los pantalones del pijama,
que se me estaban cayendo. En el tiempo en el hospital había perdido bastante
la vergüenza, y ni me importaba cómo me vieran.
-Ahora me dolerá todo aún más, y no querés darme mi morfina.
-Te dije que nunca más, y ni siquiera la nombres. Mandaré
a que te apliquen otra vez suero, y que por ahí te vayan inyectando algunos
calmantes.
-¿Suero otra vez? ¡No! ¡Que ya no saben qué vena
pincharme!
-Ay Mercy, pará de quejarte, sos muy linda para
estar todo el día a los gritos protestones. –me ofreció su brazo, me apoyé en
él, y lentamente salimos caminando por los pasillos, mientras él le daba
instrucciones a todo aquel que se le cruzara.
-¿En serio soy linda?
-Sí, pero cuando no te quejás. Ah, mirá, te dije que
seguro tendrías visitas.
En la puerta de mi habitación, vi a Abby, esperando
con una sonrisa. Con su ayuda logré acostarme.
-Me alegra verte bien. –me dijo con una sonrisa.
-Uff, si esto es verme bien…qué será verme mal.
-Vamos, que supe que estuviste peor.
-Ya lo creo que estuve peor, ahora parezco una vieja
de ochenta años, pero antes parecía una plantita. Salvo por los gritos y las puteadas
que echaba.
-Característico en vos. –rió-Ah, te traje un regalo.-de
su bolso marrón sacó un paquete rosa metalizado, que al parecer, envolvía a una
cajita.
-¡Muchas gracias! No esperaba regalos…
-Bueno, no tiene que ser tu cumpleaños para recibir
uno, ¿no?
-Así da gusto estar enferma, ¡gracias! –lo abrí ansiosa,
dentro de la cajita encontré un fino reloj plateado-¿Esto es para que vea lo lento
que pasa la hora?
-Oh Mercy, ¿no te gusta? Perdón…
-Si serás tonta, estoy bromeando, ¡es muy bello! A
ver, ponemelo.
-Me di cuenta que nunca te había visto con reloj…Y
vi este y me gustó mucho.-me lo colocó con delicadeza-Ey, te queda perfecto.
-Sí, es verdad, es que es muy bonito. Mirá, quedo
elegante y todo.
-Muy elegante, más con esas manos lindas que siempre
tuviste. Qué bien te ha pintado las uñas, qué precisión.
-¡Ah, no fui yo, fue Pa…! Ehh…nadie. –miré para otro
lado, tratando de que no se diera cuenta de mi metida de pata. Pero cómo no iba
a darse cuenta, si yo era tan obvia…
-¿Quién fue? Ibas a decir Paul, ¿no es cierto?
-Ehh…bueno…Sí, iba a decir Paul.
-Tranquila Mercy, ya sabés que entre Paul y yo no hay
nada. Mirá, viniendo para acá, lo encontré
y charlamos, y todo en orden.
-Entonces…¿nunca más?
-Nunca más. A ver, Paul es una parte importante en
mi vida, fue mi primer novio, mi primer todo, y sé que yo soy importante para
él también. Pero ya no más, somos buenos amigos, justamente porque somos
importante el uno para el otro.
-¿Se puede ser amigos después de haber estado juntos?
-Para mí sí, porque lo somos. Él mismo fue el que me
avisó de lo que te había pasado.
Me encogí de hombros, mirando a la pared. La veía
segura de lo que decía, y también bastante cambiada, más sofisticada con sus zapatos y su bolso a juego, oliendo a perfume bueno.
Londres y su trabajo la habían hecho más mujer, incluso parecía tener más edad
que yo.
-Ah, ya que estamos en este tema –dijo cortando mi silencio-debo
decirte que estoy con alguien.
Tal como comenzaba a sospechar. Quizás no fuera la
gran ciudad, el trabajo, o el trato con gente importante lo que la había
cambiado, sino ese “alguien”.
-¿Quién es?
-Se llama Alan.
-Bonito nombre.
-Mirá, tengo una foto acá .-de su bolso sacó una billetera,
observé que era de esas de cuero auténtico, con cierres dorados. La abrió y
extrajo una foto pequeña-Es él.
-Fiuuuú, qué guapo. –exclamé al ver al rubio de
grandes ojos verdes, enfundado en un traje. Parecía un galán de cine.-¿Es
compañero de trabajo?
-Sí, periodista, pero si todo sale como él planea,
en un mes o un mes y medio, se irá a un canal de televisión, para ser
presentador de noticias.
-No es para menos, con esta pinta hace subir las
audiencias.
-¡Ey, no te pases! –rió-Estás enferma pero bien
pícara.
-Mi cerebro no andará perfecto pero no se olvida del
buen gusto. Abby, me alegro mucho por vos y tu novio, vos estás muy bonita y seguramente
hacen una pareja ideal, así que serán felices, eso no se duda. Y bueno, espero
verlo pronto en la tele, aunque el hecho de que lo conozca por ahí, no quita
que no lo traigas a Liverpool. Quiero conocer a alguien de la tele.
-También podrías ir a Londres, ¿no?
-Ya sabés lo que me cuesta viajar a mi ciudad natal…
-Está bien, te lo traeré aquí.
En ese momento no sabía que nunca vería al novio de
Abby, porque nunca más la vería a ella, salvo en la televisión.
Si bien me alegraba por mis avances, (caminaba
bastante bien, podía tomar cosas pequeñas con las manos, había perfeccionado mi
aguante frente al dolor, y la vista parecía estar mejor que antes del ataque)
había algo que me frustraba y me hacía llorar de pura desesperación: no podía
leer. Por alguna misteriosa razón que ni Cyril ni dos psicólogas podían
descubrir, mi cerebro había perdido la capacidad que consideraba más importante
para mi existencia. Reconocía letras e incluso palabras, pero no podía unirlas
o saber su significado. A veces veía objetos y sabía lo que eran, pero no recordaba la palabra para
nombrarlos. Por eso mis horas se hacían eternas, porque no podía entretenerme
leyendo, y ni hablar de escribir.
Pero alguien había decidido ayudarme a paliar esa
ausencia de lectura: Harry, mi padrastro. Todos los días, luego de almorzar, se
sentaba a mi lado y me leía un capitulo de una novela. Luego me daba el libro,
para que gracias a lo escuchado, pudiera
leer algo de lo escrito. Pero casi siempre no funcionaba.
Como cada tarde, apareció con una sonrisa y el libro
bajo el brazo, y yo me sentía como una niña inocente y ansiosa por recibir su
cuota de imaginación.
-Bien, hoy tocaba el quinto capitulo, ¿verdad?
-Sí, sí, quiero ver qué pasa.
-¿Por qué no lo intentás vos?
-No, no –bajé la cabeza- Estoy contenta porque vas a
leerme, no quiero arruinar el momento con mi incapacidad. Me pone mal.
-Como quieras. Comenzaré: “Un remolino de hojas
secas…”
-Harry.
-¿Sí?
-Gracias por esto. Sos un gran…padrastro, aunque la
palabra sea horrible.
-No me llames así, sólo decime que soy un gran
Harry. –rió.
-De acuerdo, sos un gran Harry. Emm…quisiera saber
una cosa…¿Cómo está mamá? Demuestra
alegría cada día que viene, pero no le creo. Por favor, decime cómo se siente,
si te habla de algo…
-Ella está bien. Bueno, está preocupada, se pone
feliz cuando ve que mejorás, pero es madre y no puede evitar preocuparse,
ponerse mal.
-Me siento culpable, ni sé cómo ayudarla.
-Ella también
se siente un poco culpable, pero a ver, ninguna de las dos tiene culpa
de nada. Ella…es lógico que se ponga mal, una cosa es que estés en cama dos días
por una gripe, y otra, esto. En cuanto salgas del hospital, se le pasará todo.
Asentí, cansada.
-Al parecer, todo cambiará cuando salga de este hospital,
pero todavía falta tanto…Y tengo miedo de que cuando llegue ese día, no cambie
nada.
-Mercy, hay que tener fe, ya sé que es fácil decirlo
y difícil llevarlo a la práctica, pero aunque sea intentalo. Cuando salgas, vas
a tener una nueva vida, una segunda oportunidad. Muchos no tenemos esa suerte.
Lo miré y le sonreí. Harry siempre me parecía
alguien lejano y aún extraño, sabía que nunca terminaría de adaptarlo al modelo
de familia que tenía en mi cabeza, pero quizás por eso, por ser como ajeno, sus
palabras tenían más peso y significancia.
-Gracias otra vez, siempre demostrás ser un gran
tipo. Y…perdón, te casaste con una mujer cuya hija te esclaviza para que le leas
en un hospital. Seguramente no estaba en tus planes.
-No, pero me gusta. Y ahora vamos al capítulo, que
yo también estoy intrigado.
Para mi suerte, Cyril había olvidado mandar a que me
pusieran el suero, pero también había olvidado mis calmantes. Quejándome, me
acomodé para tratar de dormir una siesta ni bien Harry se fue. Dormité largo
rato, el ruido de la gente caminando por los pasillos me molestaba. Al fin pude
dormir algunos minutos, pero desperté sintiendo un rico aroma en la nariz. Abrí
los ojos, intrigada, y vi, sentado a la luz del sol que entraba por la ventana,
a Richard. Me incorporé asustada, pensando si aquello era verdad o el efecto
secundario de algún medicamento.
-Uy, perdón, te asusté. –se puso de pie de un salto,
acercándose.
-No, no, es que estaba dormida…¿Qué hacés acá?
-Bueno…vine a visitarte. –sonrió-Lamento no haber venido
antes, no quería molestarte, sabía que no andabas muy bien. Te traje esto, no
sé si te gustarán. –escondido detrás de su espalda, llevaba un ramo de fresias,
que me entregó.
-¡Fresias! ¡Mis preferidas!
-¿De verdad?
-¡Sí! –inhalé el suave perfume-¡Me encantan, son
preciosas! ¡Muchas gracias!
-Qué suerte que te gusten, no sabía bien cuáles
elegir. ¿Dónde las dejo?
-Agarrá ese florero y sacá esa florcita de plástico
que da una sensación de pobreza tremenda.
Riendo tomó el florero, dejó la florcita sobre la
mesa y salió de la habitación. Me mordí los nudillos hasta que apareció unos
minutos después, llevando con cuidado el florero lleno de agua.
-¿Se ven bien? –preguntó alejándose para contemplar
el ramo, una vez que lo acomodó.
-Genial, es un perfecto ikebana. Muchas gracias,
nadie me había traído flores, quizás porque siempre se las llevan a las que acaban
de parir.
-Pfff qué tendrá que ver. –rió.-¿Y cómo estas? Nos
diste un susto muy grande, te pasaste de bromista.
-Ojalá hubiera sido una broma. Ahora estoy mejor,
puedo moverme y caminar casi bien, de hecho ya fui al parque del hospital dos
veces. Con ayuda, claro, pero Cyril dice que es una gran mejoría.
-Cyril es el médico, ¿no?
-Sí, un gran hombre, la verdad. Lo que me pone mal
es no poder leer.
-¿Y eso? Qué raro…¿No podés leer nada de nada?
-Nada de nada. Y eso que vienen dos psicólogas y me
hacen pruebas y ejercicios pero no, sigue todo igual. Es un asco.
-Bueno, seguramente lo lograrás, mirá, en poco
tiempo progresaste mucho. Supe que no podías moverte casi en absoluto y apenas
hablabas, y ahora te veo perfecta.
-Sí, perfecta…
-Sí, claro que sí. Comparada a como estuviste esos
cinco días en coma, estás perfecta. Así que lo de poder leer lo conseguirás en
poco tiempo, tené paciencia. Capaz que me mandás a la mierda por decirte esto.
-No, me han dicho cosas más indignantes. –reí al ver
su cara de desconcierto-¿Sabés? No entiendo a mi jodido cerebro. Es todo tan
raro…Nadie conoce un caso como este, porque todos los que han tenido ataques
así han quedado vegetando o directamente muertos.
-Pero tenía que caer Mercy Wells a hacer la
diferencia. Mirá, a lo mejor salís en
las revistas.
-Sí, en una revista de medicina, y luego los doctores
en sus congresos hablarán de mí y mirarán mis fotos y mis estudios y analizarán
mi caso como quien analiza a un dinosaurio recién encontrado. Divertidísimo.
-Pero te harás famosa.
-Dejame de joder. Hablando de famosos, ¿te vas a grabar
con los chicos?
-Sí, pasado mañana. Estoy nervioso, no se cómo
saldrá eso.
-Pero si ya los conocés, además vos tenés más
experiencia, sos más grande, estuviste en una banda importante…¿o les tenés
miedo a ellos?
-A ellos y a la grabadora.
-¡Bah! Los chicos ya sabés que son un trío de locos,
pero tranquilo, no te asesinarán. Y lo de la grabadora…Paul ya hizo contacto
con una chica. Creo que imaginarás qué tipo de “contacto”.
-Pero eso sería acomodo.
-¿Y qué mas da? Aguante la corrupción.
Soltó una carcajada, a la vez que negaba con la
cabeza.
-Sólo espero que vaya bien.
-Eso es seguro, vos no te preocupes. En un año
estarás tapado de dinero y mujeres.
-Y autos.
-Cierto, olvidaba eso. Los autos te los regalarán
por el mero hecho de que la gente diga “Ringo Starr usa el auto X” y corran a comprarlo.
Ringo Starr es tu nombre, ¿no?
-Sí.
-Un gusto Ringo.
-El gusto es mío, Mercy –respondió aguantando la
risa-Ey, volviendo a lo tuyo, ¿cuándo salís del hospital?
-¡Uy no me amargues el día! Ni idea. Todavía está
todo muy “fresco” y tienen que cuidarme para que no me agarre otro patatús. Y
nada de nervios, malas noticias, broncas, sustos…Es horrible, me siento en una
casita de cristal.
Se abrió la puerta y se escuchó la voz de Cyril, que
saludaba a alguien. Entró anotando cosas en su cuaderno, como siempre.
-Ah, hola. –saludó sorprendido al darse cuenta de la
presencia de Richard. Él le respondió, serio. –Mercy vine a ponerte el suero.
-Ay no, ¡por favor!
-¿Y los calmantes? Acordate que todo tiene que ir
por intravenosa, tu hígado ya no aguanta más pastillas. Así que prepará el
brazo, vamos.
-Es que ya no me duele nada.
Me miró extrañado, miró a Richard, le sonreí.
-¿Segura?
-Bueno, un poco sí, pero aguanto.
-Como quieras. Ey,fresias, mis favoritas.
-¿A vos también te gustan? –pregunté entusiasmada-¡También
son mis flores preferidas!
-Son bellísimas. ¿Las trajiste vos? –miró a Richard.
Richard asintió.
-¿Y cómo conseguiste fresias en pleno otoño?
-Una florería las trae importadas.
-¡Importadas! –exclamé-¡Entonces es verdad que
existen flores importadas! Me pregunto cómo las traerán sin que se les pudran…
-Mercy, son los ‘60, existen los aviones. –rió Cyril-Bien,
te dejo con las visitas, y no te quedes ahí son hacer nada, practicá los
ejercicios de las piernas mientras charlas.
-Ay si, lo que digas…-respondí fastidiada-Nos vemos
a la noche.
Ni bien Cyril cerró la puerta, me destapé y me
senté.
-Rich, ¿te gustaría pasear por el parque?
-¿Eh? Pero...¿podés?
-Claro, ya te dije que fui dos veces, Samantha me
acompañó, pero ahora ya ando mejor, sólo tenés que caminar lento, no te
asustes.
-Bueno, si te dejan… ¡vamos!
-Abrí ese armario.-señalé con un dedo-Buscá un
suéter rojo de cuello alto y un pantalón marrón. Y mis zapatillas.
Abrió y luego de unos segundos de duda, encontró lo
que le pedí y me lo alcanzó. Se quedó mirándome.
-Ehh…Rich, tengo que cambiarme.
-Ah ok.
-Richard, tenés que irte.
-¡Ay es verdad! –se agarró la cabeza, rojo de
vergüenza-¡Perdón, perdón!
Desapareció por la puerta con la velocidad de la
luz, y riéndome, comencé a cambiarme, con lentitud. Tenía la cabeza en nada,
sólo estaba alegre de que hubiera vuelto, eso significaba que se corría el
rumor de que mi carácter había mejorado.
-¡Richard! –grité cuando terminé, luego también de
algunos minutos tratando de recordar cómo se ataban los cordones de las
zapatillas. Entró lentamente, aún avergonzado.
-Ayudame a ponerme de pie, todavía no lo logro.
Me tomó de los codos con cuidado y luego de los hombros,
hasta que vio que era capaz de mantener el equilibrio.
-Me siento mi abuela.
-No digas eso. –me ofreció su brazo, enlacé el mío y
caminamos despacio.
El parque del hospital era bastante grande y
prolijo, tenía algunos bancos y muchos árboles que tapizaban el suelo con sus
hojas secas. Aquí y allá se veían, enfermeros, médicos charlando entre ellos,
enfermos con sus visitas, algún que otro niño…Poco de vida le quedaba a la luz
del sol, al igual que a la mayoría de los enfermos que paseaban. La escena era
bonita si olvidábamos ese detalle. Pensé en la cantidad de cuadros que vemos y
admiramos por su belleza, sin pensar en la vida de las personas retratadas,
¿realmente serían vidas bellas?
Sacudí la cabeza, el ocaso me llenaba de melancolía.
-¿Sabías que la mayoría de estos enfermos son pacientes
oncológicos?
Me miró con tristeza, sólo negó.
-Los dejan salir y fumar o tomar, total, no se van a
morir de eso. También los dejan subir a la azotea, por si alguno quiere sacarse
las penas de una vez por todas.
-Eso es muy triste.
-Sí. Perdón si te cuento esto. ¿Nos sentamos acá?
–señalé un lugar del césped.
-¿Podés sentarte en el suelo?
-Si me ayudás, y después me levantás…sí.-reí. Con
cuidado, me sentó y se acomodó a mi lado.
Nos quedamos en silencio, mirando a un niñito que se
escondía de su padre detrás de un árbol. El padre era de los que tenían un cigarrillo
en la mano, el rostro ceniciento, delgado. Contemplaba con tristeza al niño, contando
cuántas veces más podría jugar con su padre.
-Mercy, ¿estás bien?
-¿Eh? Ah sí, me colgué pensando.
-Yo también pensaba lo mismo. –bajó la vista, ambos
suspiramos y volvimos al silencio.
-Richard…¿supiste algo de Friederich?
-Sí…-volvió a levantar la cabeza, los ojos se le
encendieron-Quedate tranquila que ese está bien preso. Él y otro más, y están
buscando al cabecilla de la banda en la que estaba…Un delincuente total, han
robado y matado, un desastre. Calculo que no pisará la calle en mucho tiempo, y
cuando lo haga, no le quedarán ganas de molestar a alguien.
-Todavía no puedo creerlo…Y parecía tan perfecto, tan
correcto.
-Ya ves cómo engañan las apariencias. La chica a la
que llamaste vino al día siguiente. Fue a tu casa y se enteró, y apareció acá,
casi a la madrugada. Por suerte sólo estaba yo, así que nadie se enteró.
-¿Evelyn vino? No quiero verla, ni saber nada.
-Por ella me enteré que está preso, dijo que algún
día volvería y que deseaba que te recuperaras pronto. Ah Mercy, tuve que contarle
a tu médico lo que pasó…
-Lo sé, me dijo, y también me dijo que prometió no
decirle a nadie.
-Tuve que hacerlo, él quería saber qué te había
sucedido y bueno, como era tu salud la que estaba en riesgo, le conté todo, así
se daba una idea y…
-No expliques más, gracias por haberlo informado
bien y por decirle que guardara el secreto. No quiero que nadie se entere, ya
sabés cómo se ponen…Además seguro terminaría declarando en un tribunal.
-Y es lo que tendrías que hacer, intentó
secuestrarte o no sé qué, lo principal es que te hizo daño. Y mirá, por su
culpa estás acá.
-No, eso fue un desencadenante, la culpa fue mía,
por no cuidarme nunca. Vos tenés que hacer eso, cuidarte. Sino terminarás loco
como yo.
Sonrió y volvió a mirar a la gente. Sentí que me
tomaba una mano, el corazón comenzó a latirme con fuerza. Me miró, clavando sus
ojos en los míos.
-Decime la verdad, ¿estás bien?
Desvié la vista, no le aguantaba la mirada. Suspiré
resignada.
-No.
Apretó con más fuerza mi mano.
-¿Es por Friederich o por lo que te pasó? ¿O por las
dos cosas? ¿Hay algo que esté saliendo mal, alguna secuela?
-Mmm…Por Friederich ya no me preocupo, más sabiendo
que está preso, así que ya está, historia terminada. Me pone mal esto…tengo
miedo de todo, de cómo quedaré, de cómo será mi vida…Mientras estoy en el
hospital, pese a todo lo que me quejo, me
siento protegida, pero cuando salga y vuelva a casa, a la calle, a un tren…
¿qué me pasará? ¿Y si por cualquier cosita me agarra lo mismo? Todos piensan
que se terminará el problema el día que salga, pero para mí será como volver a
empezar, y eso me asusta. Imaginate, según dicen, tengo el treinta por ciento
del corazón muerto, y el cerebro me parece una máquina loca que un día funciona
y al otro día, no. Mi “vida normal” será una mierda. Perdoname por el monólogo,
necesitaba decirlo. Además vos me preguntaste, te jodés.
Otra vez sonrió, pero enseguida se puso serio.
-No pidas perdón, siempre dicen que hace bien hablar
las cosas, es como…
-Sí, pero no se soluciona nada. –lo interrumpí.
-No sé si se soluciona, pero por lo menos alguien
más sabe cómo te sentís y te puede ayudar. –soltó mi mano y me acarició una
mejilla. Giré la cara para que no lo hiciera, pero le sonreí. Sentía una mezcla
rara de cosas pero no les puse atención, mi autocompasión tapaba esos
sentimientos.
-Todos te vamos a ayudar, no tengas miedo. Será raro
al principio, seguro, pero después verás que todo va tan bien que ni te acordarás
de tu corazón, ni de tu cerero, ni de todo lo malo que te pasó.
-Trataré de pensar eso, a ver si me animo un poco.
Me siento como en una montaña rusa, a veces
le pongo muchas pilas a esto, mucho entusiasmo, y a veces me siento en un pozo
del que tengo la seguridad que no saldré.
-Supongo que eso le pasa a todo el mundo, no sólo a
los que están enfermos. Mirá, hay gente que está peor.
-Lo sé, pero uno siempre se siente el único desgraciado.
El egoísmo del ser humano es así. Ah Richard, quería pedirte perdón porque el
día que pasó lo de…bueno, ya sabés, me dijiste que nos veríamos para que
saliéramos y me distrajera un poco. Digamos que arruiné la cita. –caí en cuenta
de lo que acababa de decir, sentí calor en las mejillas-Digo…bueno…cita no, salida
o…qué sé yo.
-Sí, era una cita. –sonrió-Y no arruinaste nada sólo
se retrasó unos días porque mirá, acabamos de salir para que te distraigas.
-Ahh..¡es verdad! Pero convengamos que no es el
mejor lugar del mundo para salir…
-Lo hay peores. –rió.
Otra vez el silencio incómodo, algunas personas ya
se despedían y se retiraban del parque debido a que el calor del sol estaba
desapareciendo. Sentí el corazón latiendo muy rápido, traté de controlarlo, eso
no era bueno. Por el rabillo del ojo vi que sonreía, no sé porqué, y yo también
sonreí, sin saber porqué. En menos de un segundo, sentí que se acercaba, que en un movimiento
rápido me tomaba el mentón y que…me besaba. Sí, Richard me estaba besando y
aquel era el beso robado más dulce del mundo. Cuando me recuperé de la sorpresa,
cerré los ojos y me dejé llevar por ese beso tan simple pero tan bello. Sentí
que apenas se separaba de mí y que me besaba
otra vez, que me acariciaba una mejilla y que a la vez, sonreía. Por unos
segundos fui la mujer más feliz del universo, hasta que noté que algo andaba
mal. Algo no podía ser, algo no funcionaba, algo me daba una señal. La señal de
que una vez más, yo misma debía arruinarme la vida.
Lo aparté con una mano sobre su pecho, con
brusquedad.
-Salí.
-Perdón…yo…soy un tonto, no debía hacerlo.
-Claro que no debiste. Andate.
Pareció quedarse sin palabras, pestañeó.
-Me correspondiste, no me digas que no. ¿Qué pasó?
–intentó tocarme la cara, lo aparté.
-Dejame.
Ni siquiera la tristeza que le vi en los ojos me
hizo cambiar de opinión.
-Mercy, yo no te besé porque sí. Te quiero. Y desde
hace mucho tiempo, y sé que a vos te pasa lo mismo.
Tomó aire, seguramente le había costado decir
aquello.
-No te quiero. Andate.
-No me mientas. ¿Qué te pasa?
-¿Qué me pasa? Genial pregunta. Me pasa que no te
creo, lo hacés de lástima o yo qué sé porqué. ¿Me querés desde hace mucho? Decime
una cosa, ¡¿por qué no hablaste antes, carajo?! ¡¿Por qué me hiciste sufrir
tanto?! ¡Me rompiste el corazón mil veces y ahora con un beso y un te quiero
pretendés arreglar todo! –tomé aire, ya me sentía agotada-Dejame sola.
-Mercy, estás equivocada. Te quiero y es de verdad,
no por lástima ni nada de eso que decís, te quiero y punto. Mirame.
-No te voy a mirar, te dije que te vayas.
-Mirame. –me tomó la cara y me obligó a mirarlo-Te
amo. Y sé que vos a mí.
-¡No me toques! –me zafé-¡No te quiero, ni te amo,
ni nada! Fuiste lo peor que me pasó en la vida, un capricho de la escuela que
pensé que sería pasajero pero no, te empeñaste en mirarme, en encontrarme “por
casualidad”, en hablarme, en abrazarme, ¡en mil cosas! Te odio.
-¿Me odiás? Decímelo mirándome a los ojos.
-No te hagas el guapo conmigo Richard, no sabés con
quién te metés. Te odio, sí, y te miro a los ojos, ¿y qué?
-No te creo. Pero entiendo que estés así. Te pido
perdón por todo eso, sé que hice mal dándote ilusiones, pero no lo podía
evitar, siempre terminaba acercándome a vos. Y esto es desde hace mucho tiempo,
me di cuenta de lo que me pasaba con vos desde…¿te acordás aquella vez que
fuiste a mi casa a llevarme la tarea porque estaba enfermo, y tocamos la batería?
-¡No podés decirme eso, basura! –sentí un ahogo,
preocupado, me abrazó. Comencé golpearlo en el pecho, a la vez que ya lloraba
de pura rabia -¡Soltame!
Me zafé y lo miré sintiendo un verdadero odio, tanto
que me asusté. Me sentía herida, aquello con lo que tantas veces había soñado,
resultaba ser una pesadilla al darme cuenta de todo lo que había sufrido.
-Ahora me decís que me querés desde hace años,
¡bravo! ¿Por qué no hablaste antes? ¿Por qué Geraldine, por ejemplo?
-Era chico, no sabía qué decirte…Después empezaste
la universidad, ibas a convertirte en alguien diferente, y yo sólo era un
músico. Y apareció Friederich y bueno, parecía obvio que una chica como vos
estuviera con alguien así, un igual. Me metí con Geraldine por puro despecho,
después me enteré que lo tuyo con él no había durado nada, pero no quería
lastimar a Geraldine. Al final, me dejó por su “representante” de modelos, hace
tres meses se fue a París. Un desastre, lo sé.
-Quiere decir que porque ella te dejó, viniste.
Quiere decir que soy tu segundo plato. Sos despreciable.
-Sabés que no es así. –me miró severo y luego se
restregó los ojos con una mano, suspiró. Lo miraba sin inmutarme, esperando a
que de una vez por todas se fuera con su drama a otra parte. No me reconocía ni
a mí misma. –Perdón. No pensé que te había hecho tanto daño, te juro que es lo
que menos querría en el mundo. Perdoname por favor.
-No.
Levantó la vista.
-Te prometo que nunca más te haré daño, que vas a
ser feliz. Dame una oportunidad.
-Yo no me olvido fácilmente de las cosas, Starkey.
¿Sabés lo que lloré por vos? ¿Lo que tomé por vos? ¿Los insomnios que pasé? No,
no tenés ni idea. Como no tendrás idea tampoco de una fiesta en tu casa y unos besos,
porque para tu información, esta no es la primera vez que me besás. Hubo otra
antes, pero estabas tan borracho que no te enteraste. Y tampoco te enteraste
que esa noche me partiste el alma al medio. Eso no se perdona fácil, eso…
-Basta Mercy, no sigas, basta. Claro que me acuerdo.
Unos días después lo recordé, pero nunca
supe si había sido verdad, o si habías sido vos u otra chica. Quise hablarte de
so, pero ya te digo, estaba tan borracho que nunca supe si había sucedido o no.
Me imagino que habrá sido horrible para vos. Fui lo peor...
-Ahora ya es tarde para todo. Haceme el favor de irte,
no vuelvas nunca más.
-No es tarde para nada Mercy. Te juro que nunca
quise que pasara esto, que quise decirte, pero no podía. Iba a hablarte el día
que pasó lo de…bueno, la basura esa. Como no era un buen momento, te invité para
el día siguiente, pero bueno, pasó lo que pasó.
-Ah claro, la culpa es mía.
-No estoy diciendo eso.
-Qué hijo de puta que sos. Andate. ¡Andate! –otra
vez un ahogo, y un fuerte dolor. Me asusté, pero traté de no demostrarlo.
-Claro que me voy a ir, Mercy Wells. –se puso de
pie, me miró con una rabia que jamás le había visto-Vos también sos lo peor,
una egoísta, sólo pensás en vos, no tenés capacidad para perdonar ni para darte
una oportunidad a vos misma. Pensé que todo
esto sería diferente, que nos haría bien a los dos. Cómo me equivoqué. Cómo me
equivoqué con vos.
-¡Andate de una vez!
-No tenés el treinta por ciento del corazón muerto,
lo tenés totalmente muerto.
-¡Y por tu culpa! Todo esto que me pasó es solamente
por tu culpa, ¿Cómo querés que no piense en mí ahora? Demasiado pensé en vos,
para arruinarme la vida. ¡No te quiero ver nunca más! ¡Morite!
-¡Ey, ey, ey! ¿Qué está pasando acá? –Samantha se
acercó corriendo, nos miró preocupada. -Mercy no podés alterarte, tenés….
-Me duele el pecho. Llevame para adentro.
-¿Pero qué pasó? –dijo ayudándome aponerme de pie.
-La culpa es de él.
Lo miró, severa.
-¿No ve que está enferma? ¿Qué le hizo?
-Vamos adentro, Sam. No me siento nada bien.
-Sí, vamos. Jovencito por favor retírese y no vuelva
más, sino quiere que llame al director.
Me abracé a ella, sintiendo cómo me costaba respirar.
Me rodaron las lágrimas al verlo irse, vencido, preguntándome a mí misma porqué
había hecho aquello. Sin embargo, tuve fuerzas para gritar.
-¡Te odio, Richard!
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Vengan de a una a pegarme, sé que se mueren de
ganas. A ver, algunas me dirán que esto ya parece una novela barata de
Televisa, y otras que me zarpo en drama. A todas les doy la razón, porque yo
también tengo mis razones: Mujeres, la vida no es tan fácil y color de rosa, se
suuuufreeee, y en mi novela también se suuufreeee y los personajes a veces son
adorables y otras detestables y no los entendemos porque a veces nosotras
también hacemos cosas que no entedemos! Todo no puede ser tan así como así,
bueno, te beso y mañana nos casamos y tenemos diez hijos y un rebaño de cabras
(aguante la cabra, loco!) porque la vida no es así! Hay que llorar y putear
mucho antes de que se haga realidad el rebaño. Igual no se hagan tanto drama,
yo sé lo que les digo.
Y después de este discurso que parece articulo de
revista Para Ti, voy despidiéndome, esquivando sus piedrazos.