Desparramada en un cómodo sillón, leía tranquilamente al calor del solcito que entraba por la vidriera. Jonathan silbaba bajito mientras acomodaba los últimos libros en llegar. Había pasado un mes, el primer mes de mi negocio, y no me podía quejar. Si bien no podía decir que era una empresaria, tampoco estaba en bancarrota. Simplemente las cosas iban normales, y eso era bueno.
-¿Cuál puedo leer ahora? –Jonathan se plantó delante de mí, con un libro en cada mano.
-No leas más, pará un poco.
Negó con la cabeza y dejó sobre la mesa el libro que tnía en la mano izquierda, sin hacerme caso. Desde que habíamos abierto, Jontahan llevaba decenas de libros leídos en su afán de “ser un chico culto” y digno de trabajar en una librería. Leía sin descanso y a veces cualquier cosa, como libros de cocina cuando no sabía ni pelar una papa.
No tenía quejas con él, siempre estaba con una sonrisa, trabajaba bien, y los clientes lo adoraban, pero él sentía pánico cada vez que le pedían que les recomendara un libro. Por eso leía sin parar.
En cuanto a mí, podía decir que mi vida era muy cómoda. Mi sueño de vivir entre libros y discos, leerlos, escucharlos, dejarlos, escuchar otros, en fin, retozar todo el día entre ellos, se había cumplido. Sin embargo, extrañaba levantarme bien temprano, preparar café durante horas, escuchar chismes y los gritos de Cris.
-Hola bestia, hora de clase.
Sonreí al ver a George con la guitarra al hombro. Desde que abrí la librería, venía gustoso a dame “clase” aunque más charlábamos que otra cosa. Él había dejado sus habituales rezongos, siempre estaba contento, ya que lo dejaba escuchar discos. Para mí no era un problema ni me molestaba, sabía que era ordenado en esas cosas, y dejaba todo en su lugar.
-Sentante. –me puse de pie y le señalé el sillón. -¿Querés tomar algo?
-No, así estoy bien.
Agarré un banquito y me senté frente a él, con Violeta entre las manos.
-Quiero casarme.
Lo miré, tratando de saber si había escuchado bien y si era él quien había hablado.
-¿Cómo? –pregunté al fin.
-Que me quiero casar. Me voy a casar.
-Es muy lindo eso que decís, Georgie. –le sonreí con ternura. -¿Empezamos?
-Creo que no me entendiste bien. Me voy a casar, es un hecho. Y será lo antes posible.
Otro silencio de mi parte, y otra vez tratar de saber si había escuchado bien, o de ver en su rostro que todo era una broma.
-¿Qué?
-Lo que escuchaste.
-Maldito, la embarazaste.
-¡No es eso! –levantó las manos, protegiéndose la cabeza de un posible guitarrazo.
-¿Y entonces?
-Los padres de Juliet nos hacen la vida imposible. Y ya estamos grandes, así que decidí eso. Si ella está de acuerdo, será muy pronto.
-George, es una locura.
-No, no lo es.
-No tenés dinero. No tenés dónde vivir. Vamos, no tenés ni un pañuelo.
-Una vez me ofreciste dinero…¿eso sigue en pie?
-Para hacer locuras, no.
-Lo ofreciste para que nos escapáramos, ¿querés mas locura que eso?
-La cosa era distinta y…
-La cosa es igual.
Suspiré, negando con la cabeza.
-Dejámelo pensar, por favor. Pero mas que nada, pensalo vos.
-Yo ya lo tengo pensado.
Su voz y su mirada reflejaban seguridad, determinación. Muy a mi pesar, sabía que estaba realmente convencido de lo que iba a hacer.
-Antes de proponerle algo, dejámelo pensar, y ver si te convenzo de que es un delirio.
-Si vos fueras Juliet, y yo Richard, ¿qué dirías?
-No me trates de aflojar por ese lado, Harrison –repliqué, seria-No sabés cómo es mi vida, y yo tampoco sé cómo es la vida de ustedes.
-Lo harías, sí. –sonrió apenas- Pero pese a eso, te haré caso, lo volveré a pensar.
Turbada por la decisión de George, trataba de sonreírle a un cliente bastante pesado.
-Oiga, usted es muy bonita, ¿lo sabía?
-Sí, desde hace rato.
En mi tiempo en la cafetería, había aprendido a olfatear de lejos a los acosadores y viejos verdes, y este era un ejemplar de ellos. Yo, que pensaba que en el mundo de la literatura estaría a salvo, me había equivocado de plano. Y no sólo aparecían viejos, sino también jóvenes, atraídos porque yo era la dueña del negocio y quizás tenía mucho dinero.
Todos eran exprimidos primero, y espantados después: compraban cualquier cosa que les ofreciera, sin concederles ni media sonrisa. Me divertía, ya que cuando aparecían, era mi momento hijo de puta del día.
Jonathan hacía lo mismo, era lindo y atractivo para las chicas que desconocían quién verdaderamente era, y le compraban hasta las sillas. Ambos nos habíamos apodado “las viudas negras”.
-Bien, llevaré todo esto –el tipo señaló la pila de libros sobre el mostrador. Saqué la cuenta.
-Son 500.
-¿Ni un descuento?
-No.
-Está bien, pero notá que pago con gusto, dependientas como vos no se ven todos los días. –sonrió, socarrón. Lo miré con asco.
-Vuelva pronto. –le di el vuelto sin mirarlo.
-Perdé cuidado, lo haré.
-Por lo menos el sacaste 500. –Jonathan lo miró con desprecio.
-Me siento una mafiosa.
-En parte lo sos. –rió.-Emmm…¿escuché bien o George…?
-Sí, escuchaste bien. Y ahí viene la implicada.
Juliet entró apurada, haciendo sonar la campanilla de la puerta al cerrarla. Se apoyó en el mostrador, mirándome con preocupación.
-Mercy no sé qué hacer. George me dijo que te dijo.
-Sí, me dijo. –sonreí. –Y veo que ni esperó a que yo decidiera para decirte todo. A ver, ¿vos querés casarte?
-Sí.
-Ay Dios…¡y yo que esperaba que dijeras que no!
-¿Y por qué? Lo haría ya mismo, pero no tenemos dinero. Y no me quiero casar a escondidas como una delincuente.
-¿Y entonces?
-Entonces es necesario que alguien interceda entre nosotros y mis padres.
La miré, pestañeé y me golpeé la frente con la mano.
-No me digas que Santa Mercy debe interceder.
-Vos lo dijiste, sos una santa.
-So hubieras venido cinco minutos antes, no dirías lo mismo. A ver Juliet, tus padres ni me conocen, ¿qué voy a hacer? ¿Tocar timbre y decir ”Hola mi nombre es Mercy Wells y quiero que dejen casar a su hija con el enano Harrison”?
-Podría ser…
-No. Esto no es un programa de televisión. No sé, pedile a alguna tía o algo…
-Mis tías son viejas.
-Juliet yo no puedo, ni sé qué decirles, no me quiero involucrar en algo que…
-Por favor.
Y así fue que esa misma noche, estaba tocando el timbre de la casa de Juliet, y preparando mi culo para que me sacaran de allí a patadas. Suspiré y miré mis zapatos.
-Mierda, se embarraron.
-No es nada. –murmuró George a mis espaldas. Se retorcía las manos de los nervios que tenía.
Al fin abrieron la puerta y apareció una mujer no muy alta, de cabellos grises enrulados y vestido azul con flores.
-¿Sí? –se inclinó para verme mejor la cara, apenas iluminada por la luz del interior.
-Buenas noches señora, mi nombre es Mercy Wells, soy amiga de su hija.
-¡Ah, si! ¡Mi hija la nombra mucho a usted! Ya la llamo.
-Espere. No venía a hablar con ella, sino con usted y su esposo.
-Mi esposo aún no ha llegado del trabajo, pero pase. –entré con una media sonrisa y la mujer vio a George -¿Qué hace este mocoso acá?
-De ese mocoso venía a hablarle.
Torció el gesto, y lo miró de arriba abajo.
-Que se quede afuera. Hablaré sólo con usted, pero que sea rápido.
George pareció indignarse, pero con un guiño le indiqué que obedeciera y, sumiso, se quedó afuera.
-Bien, ¿qué quiere? –la mujer se sentó en un sillón, frente a mí. Había cambiado totalmente su forma de tratarme. Armándome de coraje, sonreí y me metí en el papel de celestina.
-Verá señora, los chicos me han comentado que se les está complicando el noviazgo.
-Porque yo me opongo.
-Entiendo, su hija es menor, y las madres siempre quieren lo mejor para sus hijas, con toda la razón del mundo. Tienen derecho a opinar y proponer qué es lo que mas les conviene. –sonreí, mentirosa. A decir verdad, me daba asco diciendo eso. –Pero…créame señora, como George no hay.
-Lo dudo. Es un mocoso despistado.
-De acuerdo, digamos que no las tiene todas consigo. –ahogué una risita, de solo imaginarme la cara de George, que seguramente estaba escuchando detrás de la puerta o de la ventana de la sala. –Es un niño casi, pero es una excelente persona.
-Sé que está en una banda de loquitos.
-Sí, lo está, pero yo no diría que están locos. Ya tienen su manager y pronto conseguirán un contrato de grabación en Londres, y ya sabe, cuando se llega a Londres, lo que queda es fama y dinero. Y mucho.
La mujer pareció interesarse, por lo menos se había inclinado un poco o para escucharme mejor. Decidí poner un contrapeso a lo que había dicho, para no sonar tan aduladora.
-Sé que no es muy alentador que una hoja esté con un artista…
-Mmm…puede ser.
-Usted privilegie a la persona. No hay chico más bueno que George, es dulce, inocente, y jamás maltrataría a nadie. Y tengo la certeza de que nunca cambiará, será siempre así.
-No sé, sigue pareciéndome un inútil.
Ok. El tema se estaba complicando y me estaba quedando sin municiones. Decidí echar mano a la “bomba”.
-Señora, vine hasta aquí porque están desesperados, yo soy una desconocida para usted, pero para ellos no, y bueno, quiero impedir una locura.
-¿Cuál locura?
-El casamiento.
-¿Qué? ¿Un casamiento?
-Planean casarse en secreto sino aceptan la relación. Ya les dije, es un delirio, por eso estoy aquí. Como ve, George trató de impedirme que venga pero he venido igual.
-Esto…¡esto es estar mal de la cabeza!
-En sus manos y en las de su esposo está la solución, ustedes pueden cambiar esta situación. Acepten la relación, permítanse conocer a George, ver la belleza de su interior. Les aseguro que no se arrepentirán. De lo contrario, será peor, se casarán y ya no habrá vuelta atrás. Y yo los veo muy seguros, eh.
La mujer se acomodó y apoyó las manos en el apoyabrazos del sillón. Miró a su alrededor, y después suspiró.
-Hablaré con mi marido. Tal como usted lo plantea, lo acepto. Pero la última palabra la tiene él.
-Comprendo perfectamente. Todo puede solucionarse hablando y poniéndose en el lugar del otro –esbocé una sonrisa de pastora de iglesia y me puse de pie. –Un gusto conocerla.
Cuando salí a la calle, George caminaba por la vereda, nervioso, con las manos en los bolsillos. Llegué hasta él y le sonreí. Escuché un chistido y miré hacia la casa: Juliet saludaba desde su ventana, agradecida.
-Así que tuviste que hacer de casamentera. –Paul miraba despreocupado un par de discos, apoyado en el mostrador. -¿Me regalás estos?
-No. Y sí, tuve que hacer de algo así.
-Bueno, a veces es necesario una mirada desde afuera. ¿Te harán caso?
-Y yo que sé –me encogí de hombros. –No sé cómo es el padre, capaz que manda a todos a la mierda, o lo acepta sin chistar.
-Mercy, podrías ayudarme a mí.
-Ah no Paul, dejame de joder. Tu caso es distinto.
-Creo que Abby me perdonó y no me guarda rencor, pero…Preferiría eso, ¿sabés? Porque creo que le soy completamente indiferente. Preferiría que me odie a que no le importe. Tengo miedo a que esté con otro.
-¿Abby? Para nada. En Londres está muy sola y…¡Ay, ya sé! –grité, saltando -¡Paul! ¿Cómo no se nos ocurrió antes?
-¿El qué?
-¡Andá a verla! Si querés te presto dinero.
-Pero…no sé…
-En la inauguración hablaron.
-Sí, pero de cosas idiotas.
-¡No importa! Hablaron, eso es bueno. Vas a la casa, está sola, no tiene vida social, no podrá poner excusad con que tiene que salir o van a venir visitas….Tocás timbre, abre, se sorprende…
-…y me echa.
-Bueno, puede que sí. ¡Pero no le hagas caso! Le decís que viajaste solo para aclarar todo de una vez: que sea blanco, o negro, basta de grises.
-Mercy, me dirá de todo, me sacará a patada limpia.
-En ese caso…le enchufás un beso.
-Yo no puedo creer que me digas estas cosas.
-Alguien te las tiene que decir. ¡No podrá resistirse! Si te pega después del beso…bueno, convencete y andate. Y sino, vos sabrás, ahí ya no me meto.
-Es la cosa más estúpida que escuché.
-Estúpida o no, te puede ayudar. Pensalo.
Con parsimonia, cerraba las persianas del negocio, y apagaba las luces. Había sido un buen día de ventas y eso se notaba en mi cara. Saludé a Jonathan y caminamos en direcciones distintas, rumbo a nuestros hogares. La calle estaba desierta y un poco oscura, así que apuraba el paso.
-¡Wells!
Me detuve y miré a todos lados.
-¡Wells!
-¿Quién mierda…?
De entre la espesura que formaban cuatro árboles frondosos, salió Anna.
-¿Anna? ¿Qué hacés a esta hora?
-Mercy, tenés que cuidarte.
-¿Qué?
-Que tenés que cuidarte. Se ha resuelto todo, mañana será el último día de Marcia en la universidad, ya lo sabe todo el mundo.
-Pero…¿ya se terminó todo?
-Sí, ¿aún no te mandaron la readmisión?
-No, y tampoco la quiero, no voy a volver a estudiar.
-El caso se resolvió, mucha gente declaró contra ella, y ella tampoco se esforzó en demostrar lo contrario, sólo repartió amenazas. Por eso te digo que tengas cuidado.
-Anna, esto de jugar a “El Padrino” no me gusta nada.
-A mí tampoco. Pero fuiste de gran ayuda.
-Y por eso, por el resto de mis días voy a tener que cuidarme de una psicópata. O en todo caso, irme de Liverpool.
-Tranquila, en una semana se va a Estados Unidos. Pronunció maldiciones contra toda Inglaterra, así que no creo que vuelva.
-¿Y quién me lo asegura?
-Su familia ya encontró un magnate norteamericano para casarla.
-¿Y vos? –dije después de un silencio, tratando de ver si ocultaba algo detrás de sus rasgados ojos.
-Yo, nada. Vivir mi vida en paz, por fin.
-Antes que a mí, Marcia te buscará a vos.
-Ya me buscó. –dijo con un gesto sombrío, y se arremangó las mangas de la camisa que llevaba puesta, para dejar al descubierto un vendaje a lo largo del brazo.
-¿Eso…?
-Sí, fue ella. Varios cortes, casi me desangro. Y eso que es parienta mía.
Antes de que pudiera responderle algo más, me saludó con la mano y echó a andar calle abajo.
Ya me parecía que mi vida iba demasiado bien. Marcia, otra vez, jodiéndome, y yo cuidándome de todo.
Bufé y me puse el pijama. No podía negar que me daba miedo, pero tampoco me pondría paranoica. Además, sabía que podía confiar en mis flacos pero fuertes brazos para defenderme. Por eso, esa noche me dormí tranquila, y a la mañana siguiente me levanté igual. Claro que esa tranquilidad no duraría mucho.
Lentamente me puse en camino hacia la librería, mientras mordisqueaba una manzana. Había recorrió unas pocas cuadras cuando…
-¡Wells!
Conocía demasiado bien esa voz, así que me giré, demostrando seguridad, aunque estaba algo atemorizada.
Sólo alcancé a ver a Marcia corriendo hacia mí, que me daba un empujón que no esperaba, y después sólo oscuridad.
-Mercy…Mercy…
-Ey, Wells.
-Mercy…John, no habla, ¡y ek puto medico que no viene! Mercy, soy Cris, hola…
-Ni abre los ojos.
-Ay por favor, yo me muero.
-Bué, no te mueras vos también.
-¡John! ¡Que la chica no está muerta!
-Pero no habla, ni siquiera se mueve. Mierda, esto es malo.
-¿Mmmñññfggg? Chocolate…
-¡Mercy! ¿Me escuchás?
-No griten…Quiero chocolate…
-Ey, fea…
-Quiero un pony blanco...
-Cris, me parece que enloqueció.
-Shh…está delirando. Mercy, abrí los ojos, mirá, somos nosotros. ¡Y vos John, llamá de vuelta a ese médico!
Haciendo un gran esfuerzo, abrí los ojos.
-¡No! ¡Me dormí! ¡Ya mismo preparo el café!
Traté de incorporarme, pero John me acostó de vuelta.
-¡Soltame! ¡Tengo que trabajar!
-¿No habrá perdido la memoria? –John miró a Cris, preocupado. Ella negó.
-Wells, no trabajás más para mí.
-¿Por qué? ¿Me echaste? ¿Y qué hago acá? ¿Dónde estoy?
-Es tu casa. Y no te eché, tenés una librería, ¿no te acordás?
La miré arrugando la frente y negué con la cabeza.
-Marcia te empujó y te caíste para atrás, y golpeaste la cabeza contra el asfalto.
-¿Quién es Marcia? Quiero a mi mamá.
Ambos suspiraron, negaron con la cabeza.
-Harmana, ¿en qué año estamos?
-Pff, yo que sé. Quiero chocolate.
-Uy la puta madre, esto es muy grave.
Se escuchó el timbre y John bajó corriendo las escaleras. Cris se puso a revisarme entre el pelo.
-¡Ey, que no tengo piojos!
-Estoy viendo si tenés alguna herida. Parece que no.
John entró seguido de un médico de blanco guardapolvo. Diez minutos después, ya recordaba absolutamente todo y se me había pasado la gilipollez que tenía. Bueno, en parte.
-Tengo que denunciarla –me puse de pie y me vestí con la bata. –Esto no puedo quedar así.
-Marcia ya se fue, se tomó el tren a Londres.
-Grr…¡casi me mata!
-Digamos que no fue su culpa, te empujó y te caíste. Igual creo que venía con otras intenciones. –Cris se veía preocupada y llena de rabia a la vez. –Según el médico está todo bien, por suerte.
Volví a sentarme en la cama, pensativa. Lejos de asustarme por lo que había pasado, me sentía desconcertada. Había estado incosciente por un accidente, pero igualmente Marcia era un peligro. Ya no era una simple rivalidad escolar, todo iba mucho más allá, y por más que me dijeran que se había ido, en adelante, siempre sentiría inquietud al pensar en ella.*************
Milagro del Papa Francisco! Aparecí yo! *le tiran con todo*
Bueno, este creo que es el último capitulo del año, y ojo, que ya faltan pocos. No sé cuántos todavía, porque me da vagancia sacar la cuenta XD Pero queda poco trecho.
Espero que este año haya sido bueno, y si no, tengan esperanza con el 2014. Yo tengo fe de que será un gran año (ya veo que me pasa de todo jaja)
En fin, me voy retirando, después de dejarles este capitulo medio...mmm...medio pavo. Bué, es lo que hay.
Feliz fin de año y feliz comienzo!