El tiempo pasó. No sé cuánto, pero fue el suficiente como
para que empezara a mirar a mis ahorros con mas cariño. Siempre que contaba los billetes, terminaba enojada, pero con el
correr de los meses y haciendo uso de mi poca paciencia, vi cómo aumentaban. Igualmente,
no era la suma que necesitaba. Para eso faltaba mucho.
Los chicos se habían vuelto a Hamburgo, y después de
despotricar tanto, esa ciudad me empezó a dar curiosidad. ¿Y si me iba yo también?
Pero no, no sé qué haría yo ahí. A la ciudad a la que tenía que ir, era
Londres. Allí conseguiría dinero.
Después de viajar y de darle escasas explicaciones a mi
madre cuando abrió la puerta de su casa y me vio allí plantada, me dirigí al
primer banco que encontré. No era el mas importante, pero tampoco el
mas...ordinario. Era un término medio.
No sabía muy bien adónde dirigirme, sólo había carteles que
indicaban cosas que no necesita. Finalmente vi a un tipo detrás de un escritorio,
mirando una lapicera como si fuera lo mas espectacular del mundo.
-¡Hola! –saludé con mi mejor sonrisa.
El tipo apenas levantó la mirada.
-¿Qué querés nena?
Bufé. Que fuera bajita y demasiado joven como para estar
ahí, no significaba que pudiera decirme “nena” con tanto desprecio.
-Vengo a pedir un crédito.
Me miró con pocas ganas. Seguramente era porque iba a pedir
dinero.
-Para eso hay que hablar con el gerente.
-Y...¿dónde está?
-Primero tenés que hablar con la secretaria. Es por allá.
Allá. ¿Dónde está allá? Ésta gente inútil de los
bancos....caminé esquivando a una fila de jubilados hasta que llegué a un
sector lleno de escritorios. Una rubia que enrulaba su pelo en un lápiz me
miró.
-¿Necesitabas algo?
-Si, hablar con el gerente, es por un préstamo.
-Mañana a las 11 hs.
-Pero...¿no puede ser ahora?
-Mañana a las 11 –volvió
a repetir.
Sellé mis labios para no soltarle una barbaridad y salí de
allí. De todos modos, al día siguiente estaría allí, por mas que me trataran
mal.
Y así hice. Luego de media hora de espera, la rubia me dijo
que podía pasar.
Entré a una oficina un poco austera, y detrás de un gran
escritorio vi a un tipo, joven. A sus lados, un teléfono y una máquina de
escribir.
-Siéntese. –indicó con amabilidad.
Me senté frente a él, nerviosa. En Liverpool me habían
negado todos los créditos por dos razones: por no ganar un sueldo que a ellos les
asegurara que les devolvería el dinero, y por ser hija de Rudolph Wells. Mi
padre había tenido deudas con todos.
-¿Me dice su apellido?
-Wells. –dije temblando. Quizás, hipotéticamente, tenían
informaciones de no aceptar a ningún Wells.
-Me dijo Sandy que viene por un préstamo.
Deduje que Sandy sería la rubia y asentí.
-¿Para qué desea usted el dinero?
-Quiero abrir mi propio negocio.
-¿De qué?
-Discos y libros.
-¿Y eso vende mucho?
-Ammm...no lo sé. Pero me gusta.
-¿No ha hecho un estudio de mercado para saber si tendría
éxito?
-Ehh....no. Pero sé que se vende, los jóvenes compran mucho.
Compramos.
-Mmm...¿Usted trabaja?
-Sí, en una cafetería.
-¿Es la dueña?
-No.
-¿Lo son sus padres?
-No, soy empleada.
-¿Y de cuánto quiere el crédito?
-Ehh...el de menor monto.
-¿De cuánto? –repitió, severo. Ya la idea del crédito se
estaba esfumando, por las preguntas y el tono en el que las hacía, al tipo no
le estaba cayendo bien.
Me volvió a mirar con la misma cara de severidad. Extendió
su mano y antes de que me hablara, supe qué quería, porque lo había aprendido
en Liverpool: el recibo de sueldo.
Se lo di, lo leyó, y me lo devolvió.
-Lo siento. Para que le otorguemos un crédito debe ganar
más.
-¿Pero por qué? No gano tan mal, y con el negocio mío me irá
bien.
-No, lo siento.
-¿Y entonces para quiénes dan créditos? ¿Para los que ya
tienen dinero? ¡Se supone que si se lo pido es porque lo necesito!
-No se altere.
-A mi no me diga lo que tengo o no que hacer. Me cansaron los
bancos. ¿Sabe qué? Me da ganas de sacar una pistola y robarles todo. ¿Cómo la
ve?
-Señorita cálmese o llamo a seguridad.
-No hace falta, me voy sola. El sistema no me quiere, y
usted es un puto capitalista. ¡Aguante Marx!
Di un portazo y chocándome a la gente, salí del banco.
Estaba enojada, sí, pero no tanto como parecía. Mi intención era hacer
escándalo y que así me dieran el dinero, pero no resultó.
Luego de plantearle todas mis quejas a mi madre, Harry, que
escuchaba con paciencia, decidió darme un consejo.
-Los bancos privados son así. Tenés que ir a uno del Estado.
-Ya no voy a ir mas a
ninguno. ¡Los odio a todos! Ojalá que la gente los prenda fuego, manga de burócratas.
Ninguno de los dos pudo reprimir una risita, que me enojó
aún mas.
-Yo te voy a acompañar.
-Puedo sola.
-Pero no has tenido éxito. –dijo comprensivamente –Haremos
esto: yo te acompaño, vos hablás, y si te dicen que no, muestro cuánto gano yo.
Ahí ya te lo darán.
-Pero vos no vas a pagar...
-Ya lo sé, pero lo que ellos quieren es estar seguros de que
devolverás el dinero. Si vos no podés, sabrán que yo gano bien.
-¡Pero yo no te pediré dinero Harry!
-Ya sé que no lo harás....Mercy, es como si les mintiéramos.
Ellos no saben que vos no me pedirás dinero, pero pensarán que sí. Y sabrán que
yo sí gano lo suficiente. Además, en tu negocio ganarás bien, no necesitarás la
ayuda de nadie.
-Harry tiene razón –intervino mi madre –A una jovencita ni
siquiera le deben prestar atención cuando habla. En cambio, si vas con alguien mayor...
-Al final, no sirve de nada ser mayor de edad –me crucé de brazos,
encaprichada.
-Y, si te enojás así...-mi madre sonrió.
-¡No te rías! ¡Es frustrante!
-¿Dejarás que Harry te acompañe?
-Dije que no iré a ningún otro banco más. Me iré a robar por
ahí, me irá mejor.
-Mercy Wells....
-Ay, está bien. Voy a ir adonde él me diga. Pero si
fallamos, no pruebo más.
Al día siguiente, bien temprano, Harry y yo traspusimos las
altas puertas del Banco de Inglaterra. Esperamos pacientemente hasta que el gerente,
un hombre bajito y canoso, al que seguramente le faltaba poco para jubilarse,
nos atendió. Me escuchó atentamente, porque antes de que me atornillara a preguntas,
le expliqué para qué quería el dinero, y le di mi recibo.
-Mmm....no es mucho...
-Lo sé, pero por algo le estoy pidiendo el dinero.
Harry se aclaró la garganta, y reaccioné en que estaba metiendo
la pata.
-Señor gerente, soy el padrastro de la señorita Wells.
Sírvase, mi recibo.
El gerente leyó el recibo, y luego volvió a leer el mío.
-No está mal. ¿Cuánto quiere?
-3000.
-¿En un plazo de...?
-Dos años. En dos años le pago todo, con intereses incluidos.
Quizás antes.
Está bien, se lo concederé, pero sólo porque tiene el respaldo
del señor –miró a Harry –En unos minutos mi secretaria los hará pasar con un
encargado que les tomará los papeles y firmarán. En la caja les darán el dinero.
Miré a Harry, agradecida. Ahora ya lo tenía y sabía que nada
me podría parar.
-Nunca vi tanto dinero junto –dije al terminar de contar los
billetes en la cocina.
-Mas vale que lo inviertas bien.
-Mamá, ya sabés que lo haré.
-Bien...-mi madre, que aún no estaba convencida del todo con
mi proyecto, salió a comprar verduras.
Nuevamente los conté, y sí, eran 3000 contantes y sonantes.
Harry se sentó frente a mí y se encendió un puro.
-¿Están todos?
-Sí, ni uno mas, ni uno menos.
-Qué lástima que no hay uno mas –rió.
-Harry, gracias. Si no hubiera sido por vos, no me lo daban.
-No agradezcas, no hice nada.
Sonreí. No había dudas, era un buen tipo.
Salí de la estación de trenes de Liverpool, apretando contra
mí una pequeña cartera. No llevaba todo el dinero allí, otro poco iba en la
maleta y el resto en el...corpiño. Sí, ahí.
Caminaba rápido, me parecía que todos con los que me cruzaba
sabían que tenía dinero y que me lo robarían.
-¡Hola!
-AAAAAHHHHH!!!!
-Ay, ¿qué te pasa?
Oh sí, qué genial. Quien pensaba que me iba a robar, no era
otro que Richard. Me miraba asustado, con sus faroles azules. Después, cambió
su expresión y se rascó la cabeza.
-¿Estás bien? –preguntó con temor.
-Ehh...sí, sí. Me asusté.
-Pero sólo te dije hola.
-Es que estaba concentrada. Hola.
-Hola –volvió a repetir, riéndose. –Estabas de viaje, ¿no?
-Sí, fui a Londres.
-Permitime –tomó mi maleta con una sonrisa en la cara -¿Vas para
tu casa?
-Sí.
-Te acompaño.
Le sonreí, algo nerviosa. Él también estaba tan...hombre. Ya
no parecía ese petiso al que John molestaba diciéndole “arbusto”.
-¿Cómo estás? ¿Seguís en la banda?
-Sí, va todo de maravillas. Antes de irse, George me contó
que vas a poner un negocio, ¿es cierto?
-¡Qué enano chusmo que es!
-Bueno, ya no es tan enano –rió.
-Lo que sea, enano o lungo, no tiene porqué ir desparramando
noticias –resoplé –Y sí, voy a poner mi negocio.
-Eso es genial, te vas para arriba morocha.
Escucharlo decirme eso, después de tanto tiempo, fue como un
golpe, pero un golpe dulce, si es que existen. Bueno, me derritió, pero me
mantuve impasible.
-Espero que tenga éxito –fue todo lo que respondí, y ya
estábamos frente a mi casa.
-Vas a ver que sí. Avisame cuando estés por abrirlo, o por
si necesitás ayuda –me guiñó un ojo y dejó mi maleta en la puerta –Fue un gusto
verte, espero que no te asuste la próxima vez que te encuentre.
-No lo creo, me asustaré con tu fealdad.
Soltó una carcajada y negó con la cabeza.
-¡Sos terrible, eh! Bueno, nos vemos.
-Chau ¡y gracias!
Entre a mi casa sonriendo. Tenía la certeza de que nada
podía salir mal. Pero estaba equivocada.
John volvió, todos
volvieron. Volvieron con un extraño corte de pelo, que los hacía ver chistosos,
y de eso me ría cada vez que me los encontraba. La idea había sido de Astrid, y
cuando supe eso dejé de molestarlos, porque para esas alturas, la palabra de
Astrid era sagrada.
Todos estaban contentos, pero a John lo veía extraño. Al
principio pensé que se había peleado con Stu, pero él me había escrito una
carta y no me comentaba nada de eso. Por lo tanto, la actitud de John me
llamaba la atención. No parecía enojado, ni triste, parecía...preocupado. ¿Pero
por qué tendría que estar preocupado si a él no le importaba nada? Como no pensaba
quedarme con la duda, y también porque quería saber qué tenía para poder
ayudarlo, una noche lo invité a cenar.
-¡COMIDAAAA! –así entró gritando a casa, antes de saludarme.
-Momento piraña con lentes. La comida no está.
-¿Eh?
-Comeremos pizza. Andá a buscarlas.
-Pero...pero...
-No hay peros.
-¡Wells me engañaste! Bueno, traje vino, pero es para mí
solo.
-No seas cruel...
-Lo lamento –fue hasta la cocina y, revolviendo los cajones,
encontró un sacacorchos. Mientras luchaba para abrir la botella, me miró –Decime
qué ye traés entre manos. Es raro que me invites a comer. A comer no comida
porque no hay.
-Bien. Sabés que voy direct¡Vas a romper el sacacorchos!
-No entiendo cómo se usa ésta porquería.
-Bueno, arreglate, pero no rompas nada. Te decía que soy
directa, así que ahí va.¿Qué te está pasando?
-¿Eh? ¿A mí? –su expresión cambió notoriamente, estaba serio,
pero a la legüa se notaba que quería disimular mientras sacaba, al fin, el
corcho -¡Bien!
-John, hablo en serio.
Me miró y suspiró. Se giró, apoyó la espalda en la mesada,
dejó el corcho a un lado y volvió a suspirar.
-¿Tanto se me nota?
-No sé, pero yo, que te conozco bien, lo noto. ¿Qué tenés?
-Es que...es muy difícil.
-John, me has contado cada cosa...Somos hermanos, ¿no te
acordás?
-Sí pero...Mercy, esta vez no.
-¿Pero por qué? Te noto preocupado, quisiera saber qué te
está pasando para poderte ayudar.
-Está bien pero....¡ay, soy un imbécil!
Se pasó la mano por el pelo, pateó el suelo con bronca y
otra vez se giró, apoyando las manos en la mesada. Me mantuve en mi lugar,
mirándolo.
-No te va a gustar lo que te voy a decir.
-No importa, decime.
-Prometemete que no te enojarás,.
-No, no me enojo....
Se quedó en silencio. Estaba nervioso, y apretaba las
mandíbulas. Al fin soltó un suspiro, y bajó la cabeza.
-Me enamoré de Marcia.
Sentí que se me helaba la sangre, que de pronto dejaba de respirar,
-¿Qué? –comencé a notar la furia, pero la misma furia había hecho que mi pregunta apenas se escuchara.
-Lo que te dije.
-John, ¡estás loco! ¡Eso no puede ser!
-Ya lo sé, pero no me la puedo sacar de la cabeza.
-Te acostaste con ella, ¿no? ¿Cuántas veces?
Tragó saliva.
-Dos. Antes de irme a Alemania, y cuando volví.
-¡Sos un idiota!
Ya lo sé, te lo dije,. Prometiste que no te enojarías.
-¡Pensé que te gustaba Cris!
-Sí ,sí, me gusta también, me encanta pero Marcia...no sé.
-John es...¡es una puta! ¡Siempre lo supiste! Y es una puta
en todo sentido, porque como persona es un asco.
-Sí, lo sé.
-¡¿Y entonces cómo fuiste tan estúpido?! –estaba gritando mucho,
pero no me podia controlar. Veía que John se estaba conteniendo, pero iba a
estallar de un momento a otro.
-¡No sé, no sé! Siempre me puso como loco, ya sabés cómo es,
calienta a todos.
-¡Pero justamente por eso! No, no estás enamorado, estás confundido
porque al fin te acostaste con ella.
-Que no Wells, que no. Siento...siento que la quiero.
-No te puedo creer. ¡No te puedo creer! Querer a esa
bazofia....¡John, me hizo echar de la universidad! ¿No pensaste eso?
-Si, si...
-¡¿Cómo no te contuviste?! ¡¿Por qué los hombres piensan
nada mas que en acostarse con mujeres, por mas putas que sean?! ¡¿Por qué sos
como todos?!
-¡Bueno, disculpame señorita perfección, que hace AÑOS que
se aguanta la calentura que tiene con un tipo! ¡No vengas vos a darme clases de
moral a mí! ¡Sos una reprimida, bien que te hubiera gustado acostarte con él!
Lo callé de un cachetazo. Me miré la mano, y lo miré a él. Estaba
rojo de furia, y yo seguramente también lo estaba.
-Sos un hijo de puta. –se lo dije escupiendo las palabras.
Sabía que eso le dolería en lo mas profundo, pero sin embargo, se lo dije. Al
instante me arrepentí, pero era tarde.
-¡Nunca mas vuelvas a decirte eso, con mi madre no te metas!
Ciego de rabia y dolor, me tomó del cuello y me arrinconó
contra la pared. Fue un segundo, pero en ese segundo tuve miedo. No era el
mismo John, era como si estuviera poseído por el diablo.
-John...-su nombre apenas salió de mi boca. Estaba temblando
y sentí el calor de unas lágrimas corriendo por mis mejillas.
De inmediato, su mirada cambió. Todo ese enojo se disipó y
sólo vi espanto. Sentí que sus manos se aflojaban de mi cuello y dejó de
mirarme, para mirárselas. Tembló, y me volvió a mirar con los ojos húmedos. Me
tragué las lágrimas, aún sentí miedo de él.
-Pe...perdón....Perdón Mercy, perdón....-se echó a mis
brazos, a llorar como un niño. Con lentitud lo abracé, aún bastante pasmada –Perdoname..¿qué
hice? Perdón, perdón...
-Tranquilo, ya pasó.-
Me soltó, y me tomó la cara. Jamás lo había visto así, tan
desesperado.
-¿Co..cómo pude hacerte eso Mercy? ¡Soy una basura! Perdón....¡no
sé porqué lo hice!
-Ya, John, no pasó nada, te perdono –lo abracé y no pude
evitar sollozar yo también.
-Pero...¡carajo, sos mi hermana! Te hice daño, ¿por qué? ¿Por
qué soy una bestia? Siempre haciéndole mal a todos los que quiero...
-John, vamos, tranquilo –lo separé y lo miré –Ya pasó, fue
un impulso, no me hiciste nada, ¿lo ves? No me ahorcaste ni nada. Yo te pegué y
te dije algo horrible sabiendo que te iba a lastimar. Perdoname vos a mí.
-Está bien, pero...¡sos Mercy! ¿Cómo pude hacerte esto?
-Ya está, olvidémonos de todo esto. Tranquilizate. Ya nos
pedimos perdón, listo.
-Pero yo no me lo perdono...-se secó las lágrimas con la
manga de la chaqueta, mientras me miraba y seguía negando con la cabeza –Sos mi
hermana....
Lo abracé nuevamente hasta que se tranquilizó. Aún estaba
asustada, pero ante mí tenía al John de siempre. No sé cuánto estuvimos así, hasta que me separé de él.
-Va a ser mejor que vayas por las pizzas –sonreí.
-De acuerdo –sacó su pañuelo y se sonó la nariz –Perdón.
-Basta John, hagamos como si nunca hubiera pasado nada.
-Si, pero...Pedón.
-Volvés a pedirme perdón y te pego de vuelta.
Rió apenas y asintió. Después, se acercó y me dio un beso en
la frente.
-Te quiero, hermana fea.
-Y yo a vos, y mucho.
Sonrió apenas, y se fue.