Abril había empujado las
nubes grises y el frío para darle paso al sol y a la primavera. No eran días
caribeños, pero por lo menos ya no me congelaba.
El sol entraba por la
vidriera, dándole calidez a un lugar aún vacío. Ese lugar era mi lugar y estaba
dejando de ser vacío para estar...desordenado. Bueno, algo era algo.
Lo cierto era que me estaba
ganando un buen dolor de cintura por acarrear cajas y cajas que quedaban en el
piso. Antes de abrir mi negocio, ya estaba segura de algo: sola no podría. Y es
que no era complicado atender gente, a eso estaba acostumbrada, lo difícil era
eso, llevar y traer cajas cargadas de libros o discos. Y para eso ya tenía la
solución, sólo tenía que ubicarla por Liverpool.
-Te volverás vieja antes de tiempo.
Me incorporé con una sonrisa,
tomándome la cintura y reprimiendo un gesto de dolor.
-Podrías ayudarme, ¿no?
-No. Es tu negocio, no el mío.
Pero como soy un buen hermano que no puede ver cómo te agarrás esa cintura como
si estuvieras embarazada, te ayudaré.
-Gracias John. ¿Y quién te
dijo que no estoy embarazada?
-Del Espíritu Santo estarías.
Y ya te habría matado, Wells. Bueno, ¿qué hago?
-Levantá eso. Ay, la verdad es
que los hombres son un mal necesario.
-Y ustedes el sexo débil,
porque mirá que no vas a poder levantar esta cajita –levantó la caja y no pudo
contener un quejido- Mierda, está pesada de verdad. ¿Qué hay acá? ¿Balas de cañón?
-No sería mala idea.
-La señorita Wells
dedicándose al tráfico de armas. Podríamos volver a ser socios.
Me reí y lo guié hasta el sótano donde guardaba las
cajas con libros escolares.
-¿Y bien? ¿Cuándo empezás?
-No sé John...Aún me falta
mucho. –suspiré, y sentí una punzada de dolor en el pecho.
-Ey, ¿estás bien?
-Sí, fue un dolorcito de
nada, es porque estuve todo el día levantando cosas....Voy a necesitar ayuda.
Ay, me siento una inútil, pensé que podría sola.
-Ese es tu error de siempre,
creer que podés con todo sin pedir ayuda a nadie.
Asentí, cansada. La verdad
era que tenía razón.
-¿Querés té?
-¿Y cómo vas a calentar el agua?
-Tengo cocina, querido
Lennon.
Me siguió hasta la minúscula
cocina que tenía el local y ahí calenté agua. Después tomamos el té sentados en
el suelo, al amparo de sol que entraba.
-Parecemos chinos, tomando té
en el piso. Fea, venía a decirte algo.
-¿Te casás?
-¿Por qué para vos,
cualquiera que viene a decirte algo es porque se casa?
-Es que no te vendría mal que
te casaras.
-Dejá de decir pavadas. Venía
a decirte que en dos días me voy a Hamburgo. Con los chicos.
-Uh....quisiera ir.
-No, no. Ocupate de tu negocio,
cuando hayas ganado mucho dinero, vamos todos juntos y vos pagás todo.
-No sé si me conviene pero...está
bien.
-Además nos vamos por
poquitos días.
-De acuerdo. Dale
saludos a Stu, que me escriba una carta
de vez en cuando aunque sea. Y a Astrid decile que todavía estoy esperando que
me mande las fotografías que me tomó.
-Pobre Astrid, seguro que las
quemó para que no le cayera ninguna maldición.
-Qué tarado sos.
John rió de buena gana, a la
vez que seguía haciendo comentarios sobre mí y las fotos. Pasaría mucho tiempo
hasta que volviera a verlo así de contento.
Ocupada cono estaba con mi
futuro negocio, había olvidado mis otros asuntos, como Anna y Friederich. Ella
hacía unos días que no me llamaba, y al parecer no había novedades sobre “la causa”.
Mi paranoia por Friederich casi había desaparecido, no tenía tiempo para mirar
a todos lados cada vez que salía a la calle por las dudas que él me siguiera.
-¡Al fin aparecés!
-Perdón Cris, es que...
-Sí sí, tu negocio. Hace dos
horas que te estoy esperando.
-Bueno, no te enojes.
-No me enojo.
-Pronto seremos colegas, y yo
seré mi propio jefe y esclavizaré gente como hacés vos. –dije poniendole una
mano en el hombro.
-Yo, esclavizarte....Qué
suerte tuviste el día que te tomé, y qué desgracia tuve yo. Vamos, ponete a
trabajar.
-Vi a John.
-¿Y a mí qué me importa?
-Mucho, te importa mucho.
Miró a todos lados y se
acercó.
-¿Dijo algo?
-No. Se va a Alemania.
-Pero...¿no dijo nada de mí?
¿No habló de una carta?
-¿Eh? ¿Carta? No entiendo
nada.
De un bolsillo sacó un
pequeño sobre rosa, en el que reconocí la desastrosa letra de John en un
“Cris” en el anverso.
-¡Dame eso! –grité.
-No señorita. Primero decime
si dijo algo.
-¡No dijo nada! ¡Ahora dame
eso!
-Es privado.
-¿Cuándo te la dio?
-Ayer la dejó acá arriba
–palmeó la barra.
-Qué cobarde que es, pensé
que te la había dado en mano.
-Nada que ver, yo sé que no
es muy valiente mi chiquito.
-¿”Mi chiquito”? ¿Pero qué es
esto? –pregunté con asco.
-Yo sólo te voy a explicar a grandes
rasgos lo que dice, pero nada de leerla. –levantó la carta en el aire, para que
no pudiera agarrarla.
-¿Y cómo sé que no mentís?
-Porque yo...
No pudo terminar de hablar porque
se la arrebaté y salí corriendo.
-A ver qué dice acá –dije
muerta de risa, sacando la carta del sobre.
-¡Vení para acá!
-¡No quiero! –por suerte, no
había nadie en la cafetería, así que comencé una carrera loca esquivando mesas
y sillas.
-¡Mercy Wells estás
despedida!
-Uy qué miedo.
-¡Te hablo enserio! ¡Dame esa
carta!
Terminé subida a una mesa
mientras ella trataba por todos los medios de sacármela.
-Por última vez: dame eso
–dijo ya cansada de correr.
-Agarrala. Vení, tomá, te la
doy....¡Oleeee! –le saqué la lengua y comencé a leer –“Cris: soy John...” Ah
pero qué pelotudo que es, ¡se sabe que es él!
-¡Mercy!
-“Te parecerá raro que te escriba,
pero es que hoy...” Uy, atención con lo que viene: “Hoy junté el coraje para
hacerlo”. Faaaa ¡está hecho un poeta!
-Wells...
-Pará. –la frené con una mano
–“Lo que quiero decirte es que...”
-Mercy Wells.
La miré y temblé. Había
tocado su límite y no me convenía seguir con la bromita.
-Un poquito más...
No me quitó la mirada de
encima, al contrario, la endureció más aún. Suspiré resignada y le tendí la
carta y el sobre. Después, me bajé de la mesa.
-Ordená todo este despelote.
Asentí poniendo mi mejor cara
de compungida, aunque en realidad estaba loca de contenta. John al fin se
estaba dando cuenta de quien le convenía y lo quería de verdad.
Acomodaba las sillas,
cantando una canción cualquiera cuando entró alguien. Fue después de unos
segundos cuando me digné a ver quién era.
-¡Jonathan! –exclamé corriendo
hacia él y llevándome por delante dos sillas.
-Uy, ¿estás bien?
-Claro, estoy acostumbrada a
ser torpe. ¿Cómo estás? ¡Qué alegría verte!
-Estoy bien, y también es una
alegría verte a vos. Lo estuve pensando y me animé a reclamarte la invitación
que me habías hecho.
-¡Genial! Sentate y tomá lo que quieras.
Rió y negó con la cabeza, a
la vez que me seguía hasta la barra.
-Te estaba jodiendo, ¿cómo
voy a venir a pedirte que me invites?
Pasé por acá y como vi que no había nadie, entré. Otras veces quise entrar pero
siempre había mucha gente y no quería molestarte en tu trabajo.
-Jonathan, no das más de
bueno. Tranquilo hombre, no me molestás y te invito a que tomes lo que quieras.
-Con un té con leche estoy
bien.
-¡Buenísimo! ¡Marche un tè al
latte!
Le preparé su té mientras lo
observaba. Estaba mas flaquito que cuando lo conocí y se había cortado el pelo.
-Debe ser genial trabajar acá
¿no? Lo digo porque siempre habrá olorcito a café.
-La verdad que sí, además hay
comida siempre, y gente distinta. A mi me gusta mucho, me da pena irme.
-¿Irte? ¿Te mudás?
-No –le puse su taza frente a
él –Voy a poner mi propio negocio.
-¿Una cafetería?
-No, ni loca le hago la
competencia a Cris.
-¿Quién es Cris?
-Mi jefa, mi amiga, especie de
tutora y...futura cuñada.
-Vaya, cuantas funciones
–rió.-Entonces, ¿qué harás?
-Pondré una librería. ¿Y sabés
qué? Es una gran suerte que hoy hayas venido a verme, porque desde hace días que
estoy pensando en vos y estaba por salir a buscarte. Decime una cosa, ¿has
conseguido trabajo?
-No, para nada –respondió
bajando la mirada –Mi vida sigue igual a la vida que te conté, con el agregado
de dos entradas más a la comisaría.
-Bueno, yo me di cuenta que
con un negocio no puedo sola, necesito ayuda. Y pensé si vos podrías darme una
mano.
-¿Me estás ofreciendo trabajo?
–abrió grande sus ojos grises.
-Sí, pero un momento, no
puedo pagarte mucho, ni siquiera empecé y no sé si esto tendrá éxito o no, así
que....
-¡Mercy, gracias! –dijo de
repente –¡Gra...gracias! ¡Es la primera vez que me ofrecen un trabajo!
-Bueno, pero no es nada del
otro mundo, no te ilusiones que...
-¡Me estás dando un trabajo
digno! ¿Qué tiene que ver lo demás?
Caminó hasta detrás de la
barra y me dio un gran abrazo y un sonoro beso en la mejilla. Quedé desconcertada.
-¡Gracias, gracias! ¿Cuándo
empiezo?
-Mañana llegan unos libros
que encargué, y unas estanterías que...
-¡Mañana a primera hora estoy
ahí!
-Pero iré de tarde...
-Ok, a la hora que me digas.
Sonreí, contagiada del
entusiasmo que transmitía.
-Entonces nos vemos mañana a
las tres de la tarde.
Al día siguiente, antes de
las tres, Jonathan ya estaba parado en la vereda, mirando hacia adentro a
través de la vidriera. Me acerqué caminando haciendo sonar un manojo de llaves.
-Qué eficiencia.
-No quería llegar tarde a mi
primer día. ¿Así estoy bien vestido? –señaló su inmaculada camisa blanca.
-Demasiado, te ensuciarás.
-Quiero dar una buena imagen.
Estuve mirando, me gusta el color que elegiste para las paredes. Bueno, ¿qué
hay que hacer?
-Esperá, ansioso –reí
abriendo la puerta– Tenemos que esperar a que llegue la camioneta que trae los
pedidos. Mientras tanto, podrías ayudarme con esta biblioteca, quiero cambiarla
de lugar porque ahí no queda bien.
Jonathan, haciendo gala de
una fuerza que creí que no tenía, movió de lugar la biblioteca y después
encendió el tocadiscos.
-Se trabaja mejor con música.
Ey Mercy, yo...yo no sé nada de libros, no he leído mucho...¿Estoy bien igual
para este trabajo?
-¡Claro que sí! Es más, te
terminarás enamorando de ellos.
-¿Me dirás qué me conviene
leer?
-Dalo por hecho.
Pronto, llegó la camioneta de
los libros y Jonathan se encargó de bajar todo y entrarlo al negocio. Observé
cómo trabajaba y el empeño que le ponía. Sin dudas, había sido mi mejor
elección.
Era un campo de fresias y yo saltaba
y saltaba con un vestido blanco, y arrancaba una y la olía, y otra también, y
veía un ratoncito chistoso, y lo seguía y...me desperté. Miré el reloj, eran
las siete de la mañana, y escuché el timbre. Relacioné mi abrupto despertar con
ese timbre que vaya a saberse desde cuándo estaba sonando. Me incorporé,
asustada. Nadie iba de visita un domingo a las siete de la mañana, y eso
significaba malas noticias. Tenían razón cuando me decían que siempre pensaba
lo peor, pero es que otra cosa no podía pensar. Me puse una campera que
encontré y bajé corriendo, pensando y también consolándome con que tal vez
fuera una broma pesada. Si lo era, me iba a escuchar el infeliz que se había
atrevido.
Me acerqué a la mirilla y vi a John. No, no podía ser
una broma de él, porque estaba en Alemania y no iba a venir nada mas que para
molestarme así. Tragué saliva y abrí. Ya estaba dándome la espalda, caminando
hacia la vereda, dispuesto a irse. Cuando escuchó la puerta que se abría, se
giró y sentí que se me paraba el corazón: tenía los ojos rojos, el rostro
desencajado...
-John...¿qué...?
No pude decir más, me abrazó
casi levantándome en el aire, con tanta fuerza que creí que me iba a partir. Me
separé un poco, como pude, y le agarré la cara para mirarlo fijamente.
-¿Qué pasó? Decime ya.
Traté de parecer calmada,
aunque no lo estaba, pero no quería atosigarlo. Tomó un poco de aire, mirándome
con una tristeza extrema, que más me asustaba.
-Stu...Stuart...
-¿Qué le pasó?
-Está muerto.
Se aferró otra vez a mí, pero
sin llorar. Me obligué a pensar que todo eso era una pesadilla que había aparecido
en medio del sueño del ratón chistoso.
-John...es broma, ¿no? Dejame
decirte que sos una basura, con eso no se jode.
Se separó de mí mirándome con
enojo, y negó lentamente con la cabeza.
-No...por favor decime que es
una broma...-lo miré suplicándole como nunca lo había hecho.
-No, no, no y ¡no! ¡No lo es!
¡Te estoy diciendo la puta verdad!
-Pero no...¡No puede ser!
¿Cómo...Cómo va a estar muerto? ¡Por Dios, es Stu! ¡Eso es imposible!
-¡Te digo que sí, que lo está!
Vi a George acercarse. Él
también se veía triste como jamás lo había visto. Lo miré, también rogándole
queme dijera que todo eso era mentira, pero solo bajó la cabeza. Le puso una
mano en el hombro a John y él se zafó con violencia.
-Pero...pero ¿por qué?
-¡Y yo qué mierda sé! Llegamos
y estaba muerto.
-Pero John...
-¡No entendés nada! –dio
media vuelta y traté de detenerlo, pero George me tomó del brazo.
-Dejalo –susurró y con
suavidad me llevó adentro.
Cuando entré, me sentía una
extraña en mi propia casa. Era como si no reconociera nada. George cerró la puerta
y me sentó en el sofá.
-George...es mentira, ¿no?
-No...Murió el día antes de
que llegáramos.
-Pero, ¿por qué? ¿Qué le
pasó?
-No sé, le agarró algo a la
cabeza, dijo Astrid que le dolía y de pronto se cayó al piso y...eso. Mercy,
¿te sentís bien? –me tocó la frente.
-No, no me siento bien, es
obvio.
-Perdón...
-Perdoname vos a mí.
Se quedó en silencio, con la
mirada clavada en la alfombra, hasta que unas lágrimas le corrieron por las
mejillas. Se las secó con rapidez.
-Me voy, tengo que ir a mi
casa. ¿Necesitás algo?
-No, andá. Nos vemos después.
Cuando lo vi cerrar la puerta,
apreté los párpados y traté de tomar aire. Stu....no podía ser que estuviera
muerto. Era de nuestra edad y a esa edad nadie se moría, era ilógico.
Al fin pude llorar, algo que
deseaba y a la vez aborrecía. Quería llorar para aliviar un peso enorme que sentía
sobre el pecho, y a la vez no quería porque me parecía que todo aquello era
mentira, que era imposible que estuviera pasando. Stu, aquel chico tan bueno
con todos, aquel que se había divertido haciéndome confundir con su galanteos,
aquel que estuvo para darme la mano cuando mi padre agonizaba, el que se hacía
el misterioso...aquel amigo. Aquel amigo estaba muerto y jamás volvería a
verlo, se había esfumado de nuestras vidas.
Lloré todo lo que necesité y
lo que me permití, teniendo ante mis ojos a Stuart, viéndolo como lo veía siempre,
como lo había visto la última vez, feliz. Y seguía repitiéndome que esa
imposible, que nunca me lo creería y de hecho, nunca lo creí.
De pronto recordé algo: John.
Estaba solo y eso no era bueno, por más que gritara que quería estar solo, no lo
dejaría, porque lo conocía demasiado bien y sabía que era capaz de cualquier
locura.
Me vestí rápidamente y salí a
la calle, prácticamente corriendo. El camino se me hizo interminable, pero al
fin llegué al departamento que John había compartido con Stu. La puerta estaba
entornada así que entré. Lo vi tirado en la cama, con la cara clavada en la
almohada, pero sin llorar.
-Andate –dijo. Me sorprendí
al ver cómo había adivinado que era yo.
-No. –respondí con contundencia.
Me acerqué y me senté en la cama.
-Andate, no quiero ver a nadie.
-Te dije que no.
-¿A qué viniste? ¿A decirme
palabritas de consuelo? Andate al carajo.
No respondí, sólo me acerqué
más y comencé a acariciarle el pelo .Quería decirle que no estaba solo en su
dolor, que yo y todos habíamos perdido un amigo, que pensara en Astrid...Pero
comprendí que todo eso era inútil. No sólo porque no lo entendería, sino porque
en verdad era inútil decir esas cosa en ese momento. Le daría más rabia de la
que tenía, y con justa razón.
-No me toques –dijo en vano,
porque seguía haciéndolo. Sabía que necesitaba eso, un consuelo silencioso,
aunque no lo pidiera. Para algo era su hermana, para conocerlo bien y saber qué
le pasaba.
No sé cuánto tiempo estuve
así, pero cuando pensé que se había dormido estalló en llanto, un llanto mudo,
que se notaba que le costaba sacar de adentro. Traté de evitarlo, pero también
me puse a llorar, y lo hice en el máximo silencio, para que él no me escuchara.
-Se murió...se murió mi
amigo....-repetía sin cesar, hasta que se quedó sin aire y se dio vuelta para
mirarme. Giré la cabeza para que no notara mis lágrimas, y también para no
verlo así.
-No te escondas, que sé que
sos llorona.
Hice una media sonrisa y me
dio un pañuelo.
-John, vamos a mi casa.
-No, dejame acá.
-No podés quedarte acá,
rodeado de las cosas que dejó, solo. Vení conmigo.
Suspiró y miró el techo.
Después, en un gesto repentino, se puso de pie.
Nos habían pasado muchas
cosas, pero siempre había estado uno para ayudar al otro. Esta vez, ninguno
podía hacer nada por el otro porque no sabíamos qué hacer con nosotros mismos.
La tristeza que tenía no podía ni siquiera compararla con la que había sentido
por mi padre. Uno se hace a la idea de que un día se va a quedar sin padres,
pero no sin amigos. Si a eso le sumaba ver a John en ese estado de angustia que
partía el alma, lo que sentía adentro era peor.
Sin embargo, sabía que de
alguna forma tenía que ayudarlo, él había perdido a su mejor amigo, era como si
yo lo perdiera a él y...no, eso era horrible hasta de pensar.
-Tomá –le di una taza de té.
Estaba sentado en el sofá, tiritando de frío, aunque estaba tapado con una
manta. Negó con la cabeza –Por favor...Tenés que tomar algo, te va a hacer mal
estar así.
-Y a mí qué me importa.
Suspiré resignada, tenía razón.
Tomó la taza y le dio dos sorbos de mala gana.
-Me siento un estúpido. Mirá
cómo estoy.
-No digas eso, es obvio que
estés así.
-Igual...qué imbécil, me preocupo por cómo estoy en vez de preocuparme
por Stu.
El timbre sonó y abrí. Era
Mimi.
-John. Me enteré de lo que
pasó –nos miró con tristeza -¿Querés venir a casa?
-No Mimi.
La miré y ella asintió. Después
me acarició la cara.
-¿Les traigo algo para comer?
-No Mimi, gracias.
Volvió a asentir y se fue, un
gesto que agradecí. Agarré la taza de John y me senté junto a él. Tenía muchas
ganas de llorar pero lo evitaba. Se dio cuenta y me abrazó contra su pecho.
-Qué vida de mierda tenemos.
-John...
-Siempre se nos muere
alguien.
No dije nada, sólo lo abracé.
Sentía mucho miedo, así como nos habíamos quedado sin Stu, podíamos quedarnos sin alguien más. Podía
quedarme sin él también.
Habíamos descubierto una cruel
realidad: los amigos también se mueren, tengan la edad que tengan. Se nos había
muerto un amigo cuando pensábamos que jamás ocurriría.
Se nos había muerto un amigo.
*************
Hola!!! Bueno, en el anterior capitulo me dijeron que estaban medias bajón y yo les alegré el día. Bien, si para este están bajoneadas, terminarán suicidándose pero no me echen la culpa XDDD.
Me costó, y lo voy a decir en criollo, me costó UN HUEVO escribir este capitulo, y no quedó como quería, no logré escribir lo que quería transmitir, pero lo subí cuando vi que ya no podía con él. Es una parte triste de la historia, pero hay que hacerlo, me dirán que es un fanfic y que uno acá hace lo que quiere, pero ya estaba planeado así...
Me dejo de dar explicaciones y me voy, nos vemos en el próximo y gracias por estar siempre ahí para leer.
Saludos!!!
Un manotazo duro, un golpe helado,
ResponderEliminarun hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
Jamás, por más que las busque, encontraré unas palabras tan sentidas como las que usó el gran Miguel Hernández para definir lo que se debe sentir al perder a un amigo, a una edad en la que, como dices, se supone que nadie debería morir aún. Ya usé, aquella vez el poema completo, en un comentario que hice a aquel one shot tuyo en el que John recordaba a Stu. Y lo vuelvo a hacer, esta vez con un fragmento, en este capítulo que, como ya te ha dicho, está perfecto. De verdad, no sé qué puñetas querías transmitir, pero de veras que si llegas a transmitir más dolor del que lo has hecho yo acabo hecha un mar de lágrimas desesperadas...
Pero bueno, antes que nada, voy a intentar resetear mi mente e intentar olvidar la parte final, porque aparte de todo, han ocurrido un montón de cosas, muchas buenas... ;)
En primer lugar, Mercy y su negocio. Es bonito, mucho, ver que las cosas andan para adelante, que ya va en serio y que ya lo tiene todo casi a punto para empezar esta nueva andadura! Pero bueno, yo opino eso, su espalda, no, jajaja. Menos mal que vino el Séptimo de Caballería a ayudar y a hechar una mano! Qué decir, morí de ternura al ver a John y a Mercy de nuevo juntos en plan hermanos, bromeando, echándose una mano y fastidiándose mutuamente con sus bromas mientras toman té en el suelo, al estilo chino. La verdad es que si tuviera que dar un premio a los dos mejores hermanos que hay en el mundo, se lo daría a estos dos sin pensármelo dos veces!
Siguiente punto, yo estaría ahora en mi casa corriendo pasillo arriba pasillo abajo de la alegría de no ser por lo que ha sido, pero en fin, no deja de arrancarme una hipermegasúpersonrisa cierta cartitita que cierto cobarde ha dejado sobre cierta barra de cierta cafetería. Pero bueno, pese a las sonrisas, siempre puedo darle una colleja a mi empleada por husmear en correspondencia ajena, eh? eh? eh? eh? Jajajajajaja. Ainsh, de veras, que estoy feliz, pero a la vez estoy triste, pero a la vez vuelvo a estar feliz, pero no, porque lloro y tengo mucha lástima y... Ves??? Ves lo que provoca tu fic en mí? Ahora el médico no me va a firmar mañana ese certificado porque dudará de mi salud mental... jajajaja.
Bien, dejando de lado mis cambios de sentimiento, más variable que el tiempo en Liverpool, que ahora hace sol y a los dos segundos te está cayendo la del Señor y estás pensando en alquilarle el arca a Noé, sigamos. Jonathan, hijo, has ido a aparecer en el mejor momento, colega! Me encanta eso de que Mercy le dé trabajo a este chico, que se lo merece, por buenazo y por todo. Ya era hora de que alguien le diera una oportunidad, alguien que no prejuzgue solamente por la inclinación sexual de uno sino que se pare a valorar a la persona que tiene delante. Estoy segura de que Mercy no se va a arrepentir de su decisión y como muestra, un botón: míralo que solícito y que bien en su primer día de trabajo! Sólo con verle las ganas que tiene de hacer las cosas, eso ya vale todo el dinero del mundo!
ResponderEliminarY... bueno... Allá voy. Como en la vida real, las cosas felices, cuando todo parece ir bien, se truncan. Es como si de repente la realidad o yo que sé te dieran una inmensa bofetada para hacerte poner los pies en el suelo, para recordarte que esta vida a veces puede ser muy puta. Y ahora les han dado un bofetón a todos. Y menudo bofetón. Pobre Stu, ni siquiera tengo palabras para decir nada más al respecto. Lo peor de todo es que, aunque tú lo plasmes en un fic, esto no es cosa de un fic, fue real, muy real y debió de ser un trago amargo como el que más para todos los que le querían, sobre todo, como dices, para John. Temprano levantó la muerte el vuelo. Y tan temprano. Nadie debería morir tan joven, con tantas cosas aún por hacer y por vivir y, sin embargo, así es. No te mentiré y te seré sincera: me has hecho llorar. Y es que has plasmado toda esa marabunta de sentimientos, de dolor, de una manera genial, aunque tú digas que no te acaba de convencer. Es, como te he dicho, ese dolor interior, el que más duele, como los llantos silenciosos de John y Mercy, sin escándalos ni grandes estridencias, estando tan rotos por dentro que ni fuerza tienes para montar ningún escándalo.
En definitiva, nena, te has montado un capi tan genial como triste (sobre todo me ha gustado esa parte de pasar de la felicidad a la tristeza en nada). Felicidades por lo que has hecho.
Y qué más decir... sigue pronto, genia! Sabes que me tienes enganchadísima! Besotes!
Ah, creo que me voy a suicidar.
ResponderEliminarApenas leí que se iría a Hamburgo no pude evitar soltar un grito. Es verdad, uno nunca piensa que los amigos de uno se mueran. Mucho menos a esa edad. y es que... Sabiendo que iba a pasar nunca creí que fuera a pasar tan pronto, No en tu fic.
Estoy super deprimida. Si lo estaba antes de revisar mi blogger, imagínate ahora. Aunque no te imagino a ti escribiéndolo. Que dolor. Algun día escribiré una fic. Y no me imagino lo deprimida que estaré cuando tenga que escribir el capítulo donde Stuart muera.
Te dejo, porque si sigo escribiendo, me pondré a llorar. Eso es lo más seguro.
Cuídate ♥♥♥♣♣♣♠♠♠♥♥♥