Aquel día parecía hecho
por el mismo Satanás. Se había burlado descaradamente del presentador del
pronóstico en la tele, y en vez de ser un tibio, soleado, y apacible día, había
amanecido negro, con un viento que parecía que andaban todos los diablos sueltos,
y una lluvia helada que amenazaba con cortar los cristales. Resumiendo: un día
de mierda.
Haciendo gala de mi
terquedad, abrí la puerta y puse un pie en la calle. Se me congelaron hasta los
cordones de los zapatos, pero no me eché atrás y salí. Eran las siete de la mañana
de un miércoles y en la calle no andaba ni un alma. A duras penas llegué a la
estación, también desierta, y golpeé el vidrio de la ventanita de la boletaría. Apareció un empleado somnoliento
con una taza de café.
-Uno a Londres, para mañana.
Se sorprendió, si era
para el día siguiente, ¿para qué iba a comprarlo con semejante día? Le dirigí
una mirada que le hizo saber que no debía preguntar o iba muerto.
-¿Ida y vuelta?
-Ida.
Antes de que me lo
diera, pasé los billetes por la ranura del vidrio.
Cuando llegué a casa,
el tiempo parecía haber empeorado. Me hice un té con tostadas, obviamente
quemadas, y me dediqué a contemplar aquel boleto. Hacía dos días que John y los
demás se habían ido a grabar, y lejos de hacerme cualquier tipo de broma al
despedirse, mi querido hermano postizo sólo me abrazó, dándome a entender que
ya había pasado el tiempo de las indecisiones. Por eso planeaba viajar, aunque
al principio me había engañado a mí misma con que tenía que buscar cuatro
libros inconseguibles que nos habían pedido en la librería.
Una repentina arcada me
sacó de mis pensamientos para posarme frente al inodoro. Ya era imposible hasta
tomar un mísero té, pero según Cris, ya faltaba poco para que esos síntomas
desaparecieran. Para colmo de males, el día anterior, Mimi me había invitado a
almorzar. Sabía que estaba algo “enferma” y para alimentarme con muchas
proteínas, que a su juicio me faltaban, no tuvo mejor idea que hacer un estofado
de carne con otras cosas que en circunstancias normales hubiera comido gustosa,
pero que en ese momento miré con repugnancia y poco faltó para que le ensuciara
el impecable piso de su cocina. Se dio cuenta, porque a ella no la engañaban ni
los zorros, y no sería nada raro que sospechara la verdad. De cualquier forma no
le diría, sabía que para ella era un escándalo un hijo fuera del matrimonio, y
más si la implicada era yo, que se suponía que estaba perfectamente educada por
mi madre. Hablado de mi madre, tenía muchas ganas de contarle lo que me pasaba,
pero mi orgullo era más fuerte y cuando intentaba llamarla, el rencor y el enojo
colgaban el teléfono y posponían la llamada para otro día.
Cerca de las ocho, sonó
el timbre y Jonathan entró apurado, tiritando de frío.
-Te mojaste el pelo, te
traeré una toalla.
-No hace falta, el lado
de la estufa se me secará. Qué día, ¿alguna vez te dije que quiero vivir en el
Caribe?
-Cada vez que hace un
tiempo como este. No sobrevivirás, te desmayarías por el calor.
-Soportaré con tal de
no vivir así, congelado. Mañana no abrimos, ¿no? Porque si tengo que viajar y
vos no podés salir…
-¿Y quién dijo que no
puedo salir y que vos vas a viajar? Te
informo que acabo de comprar esto. –le mostré el boleto– Y que abriremos porque
te quedarás.
-¡No podés salir!
¡Tenés que hacer reposo!
-Al diablo con eso. Yo
mañana viajo.
Me miró enojado, con las
manos en la cintura, hasta que fue relajándose conforme entendía mi actitud.
-Lo vas a hacer. –dijo
al fin.
-No tiene caso seguir
ocultándolo. Y quizás visite a mi madre también.
-Me asombra este
cambio, ¿a qué se debe?
-A que llevo casi dos
meses con esto y no tiene sentido negarlo y hacer que no pasa nada. Tendré un
hijo y si me muero antes o después, no importa, lo importante es que quienes
tengan que saberlo, lo sepan.
-Bravo, bravo.
–aplaudió, asintiendo–Al fin reaccionaste y apareció la Mercy que conozco. Me
ofrezco para acompañarte.
-No, lo haré sola.
-Pero podés
descomponerte o algo…
-Ya estoy acostumbrada
a descomponerme, vos dejame a mí. Mañana abrí, y si vuelven por esos libros les
decís que ya me puse en la tarea de buscarlos.
Asintió una vez más y se
fue directo a al librería, recomendándome que me metiera en la cama y que no me
moviera en todo el día. Más o menos le
hice caso, pero aburría como un hongo, así que me puse a armar un pequeño bolso
con las cosas que necesitaría para el viaje. Por la tarde apareció Juliet, y
cuando vi que traía algo en las manos no me aguanté de preguntarle una cosa.
-Juliet…¿por qué siempre
intentás que coma?
Su cara fue de que lo
que hacía era completamente normal y obvio.
-Porque das pena.
-Gracias. –dije un par
de segundos después, cuando me repuse de escuchar semejante respuesta.
-Estás hiper flaca.
-No por mucho tiempo…
-Exacto. No por mucho
tiempo porque no podrás resistirte a la tentación de esta torta de manzana que
mirá lo que es…un poema.
-Me refería a otra
cosa…
-Yo también. La torta
la hice yo, por eso no podrás aguantarte de devorarla. Y además, como tengo la
tarde libre, vos parecés enferma, y el día está para matarse, te enseñaré a
hacerla. Así que comerás dos tortas y no podrás negarte.
-Veo que ser la novia
de George te afecta. No soy él, no podré comer dos tortas. –sentí otra arcada y
salí disparada hacia el baño. Desconcertada, me siguió.
-No era para que te
pongas a vomitar, si no te gusta me lo decís. –dijo cuando salí del baño–¿O
estás enferma?
-Enferma no sería el
término exacto…Digamos que ligeramente embarazada.
Comprendí que decírselo
de la forma en que se lo dije no era lo mejor cuando vi que estaba a punto de
caer redonda al suelo.
-Es una broma, ¿no?
-Ojalá lo fuera. Por
eso estoy así, todo me da asco y no como.
-Pero…¿es de Ringo?
-No, del Espíritu Santo
que descendió sobre mí. Claro que es de él.
-¡Pero es una noticia
genial! ¡Qué alegría!
-Frená ahí. Primero, ni
una palabra a George.
-Me estás pidiendo
imposibles, yo le cuento todo y…
-Juliet, prometemelo.
Si George se entera no va a poder estar sin decirle nada a Richard. Lo conozco
bien.
-¿Entonces él no sabe
nada?
-No. Y segundo, no te
alegres tanto que las cosas pueden salir mal. Es un embarazo de alto riesgo.
Se le borró la sonrisa
por una cara de preocupación.
-No pensé que fuera
así. Pero vas a ver que todo te saldrá bien, no podés tener tanta mala suerte,
Mercy.
-Eso estoy pensando,
que tan mal no tiene porqué salirme todo.
El viaje en tren pasó
tranquilo, y lo dediqué a meditar sobre lo que haría, calmándome los nervios a cada
minuto. En el trayecto me di cuenta de una cosa: con poco había gambeteado a la
muerte y me había jurado que tomaría la vida de otra manera. Claro, pensaba que
a partir de ese momento mi vida sería maravillosa, no esperaba que siguiera tan
miserable como antes. Pero ahí estaba el truco, en tomarla de otra forma siendo
lo que era. Lo bueno de esta vez, era que corría con ventaja. Si zafaba,
tendría una gran recompensa, mi hijo. Me costaba habituarme a esa palabra en mi
mente, y saber que algo tan extraño como un proyecto de humanito estaba adentro
de mí, y que me acompañaría siempre. Por eso empecé a tener más esperanzas de
que las cosas salieran bien, porque si lo lograba, mi vida ya no sería gris y
apagada.
Me apeé en la estación,
ya eran casi las doce del mediodía, y decidí buscar las librerías “raras” donde
encontrar algunos de los libros, para despejarme viendo gente. Cuando el estómago comenzó a hacerme ruido
eran más de la una y recién tenía dos libros. Comí un triste sandwich mirando
al Big Ben hasta que se le antojó dar las tres y enfilé hacia el hospital. No
tenía ganas de ver a Cyril y su corte de médicos interesados en mí, pero sabía
que tenia que hacerme otros análisis y hacerme revisar por un ginecólogo, algo más
que horroroso.
Lo encontré en la cafetería
del hospital, charlando con una enfermera
y tomando café. Bien Cyril, juntate con esta chica, pensé. Sin embargo,
ni bien me vio la dejó plantada para saludarme.
-El ginecólogo te está
esperando.
-Pff, qué buena
noticia. ¿No me presentás a la enfermera?
-Se llama Flor.
-Hola Flor, soy Mercy –la
saludé con un beso, me sonrió.
-Ya sé, la chica de los
problemas. –rió.
-¿Así le hablás de mí a
la gente? –le dirigí una mirada acusadora a Cyril, se rió.
-No te quejes, sos famosa.
Flor, ¿nos acompañás?
Flor asintió y nos
siguió hasta un consultorio.
-Primero te voy a sacar
sangre.
-Me vas a dejar seca,
¿por qué no estudiás vampirismo?
Flor soltó una
carcajada al escucharme. Era linda, nada del otro mundo, pero parecía agradable
y le quedaba perfecto el uniforme y el pelo castaño atado con una colita.
Pese a mis protestas,
Cyril me sacó sangre y Flor se la llevó vaya a saberse adónde. De la nada entró
un médico viejo e invoqué a muchos santos rogando que ése no fuera el ginecólogo.
Era.
-No te preocupes, Flor
te acompañará. –dijo Cyril, y se fue.
-No será nada. –dijo el
viejo–Es para ver cómo va todo.
Así que bueno, me
revisó por allá abajo y en menos de cinco minutos Flor me dijo que ya había
finalizado.
-Todo perfecto,
señorita Wells. –sonrió el viejo. Parecía bueno, pero el hecho que fuera
ginecólogo era suficiente para que lo odiara–De hecho no podría ir mejor. ¿No
tuvo ninguna pérdida?
-No, nada.
-Lo dicho, perfecto.
Esperemos que siga así, no olvide el reposo.
-Ahora un
electrocardiograma y te dejamos en libertad. –dijo Flor, y comenzó a ayudar a
Cyril con el aparato.
-La presión por el
suelo, como siempre. –se quejó Cyril–A ver si comés un poco.
-Te dije mil veces que
no puedo, vomito.
-Está bien te daré unas
gotas para que no te den arcadas. ¿Estás nerviosa por algo?
-Si, pero no pienso
contarte.
-No pregunté. –sonrió–Listo,
levantate. Tu corazón parece un reloj con pocas pilas, anda un poco bien y un
poco mal, pero ya no tiene arreglo, como tu cabeza.
-No te rompo este
aparato en la cara porque sé que no es tuyo, lo pagó la comunidad con sus
impuestos.
Flor dejó caer un
paquete de algodón de la risa que le dio.
-Qué relación médico-paciente…
-Mercy tiene un carácter
un poco…podrido. Igual cuando la conocí era peor, se peleó con medio hospital.
-Y sigo peleada.
¿Cuándo tengo que volver?
-En unos veinte días,
así descansás. Y suerte. –me guiñó un ojo, el maldito ya se había dado cuenta de
todo. Me despedí de Flor pero ella me retuvo.
-¿Puedo pedirte
algo?-dijo mirando a todos lados, especialmente a Cyril, que se alejaba por un pasillo.
Tragué saliva, seguro que me diría que desapareciera de la vida de él para que
la mirara como algo más.
-Sí, claro…-respondí
con miedo, no era bueno tener a una enfermera de enemiga.
-Sé que sos amiga de
The Beatles, ¿me conseguís una firma de Paul?
Eran las cinco de la
tarde cuando salí de una librería con el último libro que necesitaba. Estaba
apenas a una cuadra del estudio, sobre Abbey Road, y respirando hondo a cada
paso, llegué. Me sorprendí cuando vi a un grupito de chicas que con suerte
tenían quince años, pensé que protestarían por algo.
-¿Venís a verlos? –dijo
una que llevaba el uniforme de la escuela a la que asistí cuando vivía en Londres.
-¿Eh? ¿A quiénes?
-Dejala, seguro que no
–otra se acercó–Disculpe señora.
Rumiando ese “señora”
entré pero un tipo se cruzó en mi camino.
-No puede pasar.
-¿Ah? ¿Y eso?
-No puede pasar ninguna
fan.
-Pfff, yo no soy una
fan, soy la hermana de John, John Lennon, está grabando ahora acá.
-Sí, claro, toda dicen
eso.
-¿Alguien se hace pasar
por mí? ¿Pero cómo es eso? Mire, no sé bien qué es todo esto, pero necesito pasar,
quiero hablar con él.
-Dije que no.
-Hágame el favor de
llamarlo.
-Dije que no, señorita.
Si lo quiere ver, espere como todas ellas. –señaló a las chicas, me miraban con curiosidad.
-Oiga, no tengo todo el
día. Soy Mercy Wells, por favor avísele a John que estoy acá.
-Y si es su hermana
¿por qué no lleva su mismo apellido?
-Ayyy….Bueno, soy Mercy
Lennon Wells, ¿conforme?
-No le creo nada.
Espere afuera.
Se metió para adentro,
ignorándome completamente. Así que no podía ni entrar. Así que esas eran fans…No
sabía que el éxito era tanto.
De la nada, se abrió
otra puerta y escuché un grito.
-¡Mercy! ¡Por acá!
Reconocí de inmediato a
Grace y entré. Ni bien cerró la puerta pensé que cuando saldría, aquellas
chicas me arrancarían el cabello.
-¿Viniste a verlos?
-Sí, pero no esperaba
esto, que hubiera fans.
-Sí, son unas pesadas, pero
parecen buenas, qué sé yo. Qué suerte que te vi por la ventana, el guardia no
te hubiera dejado entrar jamás, es inflexible. Iré a ver si están en el
descanso. Ya vuelvo.
Grace desapareció por
un pasillo y me quedé mirando la pequeña sala en la que estaba. Tampoco había
mucho para ver, dos cuadritos y nada más. Me pregunté qué estaba haciendo allí,
qué diría, y porqué no salía huyendo. La verdad era que no había planeado nada
y empecé a sentir mucho miedo.
Escuché a Grace riendo
y supe que se acercaba junto a John.
-¡Fea!
-Bueno, bueno, apareció
el señor famoso. Muy a mi pesar, tengo que reconocer que te juzgué mal. No
sabía que tenías fans en tu puerta, un tipo de seguridad, y que tenia casi
tengo que pedir audiencia para hablar con vos.
-Acostumbrate, será así
de ahora en adelante.
-Y encima estás lindo,
estúpido. –le revolví el pelo tan bien cortado. La verdad era que sí,parecía
todo un señor, pero la cara de sinvergüenza no se la borraba ninguna corbata.
-Vení , justo estábamos
rascándonos los hue…
-John.
-…lo que ya sabés. Ey
Gracita vení que Paul seguro que quiere decirte alguna de sus cursilerías.
Ambas lo golpeamos en
la espalda, se quejó y se encorvó haciéndose el viejito. Comenzamos a caminar
por el pasillo.
-¿Qué tal mi Cris? Hace
media hora hablé con ella pero igual pregunto.
-Está tan enorme como
la dejaste.
-Mierda, cada día falta
menos. Díganme, ¿doy una imagen paterna?
Con Grace nos miramos,
lo observamos, y soltamos una carcajada.
-No se puede hablar con
ustedes –rezongando abrió una puerta y entramos a lo que parecía una cabina de
control o algo así. Sólo sé que tenía una mesa enorme llena de botones de
colores y dos tipos con auriculares que saludaron inclinando la cabeza porque
al parecer, lo que oían era muy importante. John abrió otra puerta, que daba a
una escalerita por la que bajó a un gran estudio.
-Miren quién llegó, la
peste.
-Gracias por la
presentación, Lennon.
-¡Bestia! –George dejó
su guitarra y caminó hacia mi–¿Cómo etsás? ¡Jamás hubiera pensado verte acá!
-Lo mismo digo, esto sí
que es una sorpresa. –Paul rodeó con un brazo a Grace–¿Qué te trae por acá? ¿Nos
extrañabas?
-Ni loca. Tuve que
venir por esto. –mostré dos de los libros que llevaba en la mano–Pensé
saludarlos antes de irme.
-¿Ya te vas? –dijo
Grace–No, no, esta vez quedate, aunque sea hasta mañana a la tarde. Justo tengo
el día libre, podemos pasear, encima hay rebajas por todas partes.
-Es verdad, ¿qué apuro
tenés?
-No sé, Paul…-bajé la
vista, desde que había entrado ahí traté de no hacer contacto visual con
Richard hasta que vi que se acercaba.
-Hola Mercy. –saludó
inaudible.
-Hola Richard.
John se aclaró la
garganta.
-Prestame los libros
–me los quitó y leyó sus portadas–¿Quién te pide esto?
-Un loco. La verdad es
que no sé de dónde saca esos títulos, pero no ha parado de pedirlos y me cansé
de decirle que no existen. Me equivoqué porque acá están.
-Cobráselos a precio de
oro.
-Por supuesto. Bueno
chicos, no quiero molestarlos, yo ya…
-No, quedate, por
favor…-suplicó Grace.
-De acuerdo, pero afuera,
con vos. Acá estoy interrumpiendo.
-¿Interrumpir? No estamos
haciendo nada, es nuestro descanso. –dijo George.
-Ey hermana, vamos a
cantar.
-¿Cantar? ¿Estás loco o
qué?
-A ver Mercy…¿No te
acordás de aquella vez, en mi habitación?
-¿QUÉ?
-¿John de qué hablás?
–la cara de Paul fue de espanto.
-¡Malpensados!
–protestó–Mercy, una vez te metiste en mi habitación buscando algo que te robé
o que me prestaste y no te devolví, o sea, lo mismo. Estábamos aburridos y nos
pusimos a cantar frente al espejo hasta que mi tía interrumpió todo, como
siempre.
-¡Sí, ya sé! ¡Too much
monkey business!
-¡Exacto! George dale
tu guitarra, que demuestre que aprendió algo con vos.
-No John, no, no sé
cantar y de la guitarra ya me olvidé casi todo.
-A ver Mercy Wells. Esto
es un estudio de Londres. Estás con la banda del momento. George Harrison te
está dando su guitarra. John Lennon te dice que cantes. Y vos decís que no. Adivinen
quién es tarada.
-Ay bueno, bueno, está
bien. Pero que conste que avisé.
-Además siempre me
molestaste con tu voz chillona diciéndome “Ay John quiero estar en tu banda” –me
imitó.
George me colgó su
guitarra y John me puso frente a un micrófono. Grace aplaudía emocionada desde
un rincón. Vi que desde la cabina, miraban sin entender nada.
-Habiliten un micrófono
para mi hermana, por favor. –dijo poniéndose serio–1, 2, 3…
No hace falta decir que
lo que siguieron fueron dos minutos de un completo desastre que terminó con lágrimas
de risa cayéndonos por la cara. Todos se divirtieron, inclusive los de la
cabina.
-Ok John, todo grabado.
–dijo uno de ellos.
-¡No! –grité–¿Grabado?
Me muero muerta.
-Es que somos geniales.
-John, fue un desastre.
-Opino igual –dijo
Paul.
-Son lo peor, y mi
alumna a duras penas se acuerda que la guitarra tiene cuerdas.
Me giré y vi a Richard,
reía desde la batería. Sentí alegría por verlo así.
-Bueno, tenemos que
seguir un rato más, ¿nos esperás?
-Claro.
-Después vamos a cenar.
–se acercó más a mí–No tengas miedo, no te odia, lo sé.
Junto a Grace estuve
cerca de una hora, viendo cómo grababan, cortaban, y volvían a grabar, en un
proceso más que tedioso.
-¡A comer! –gritó
George y subió disparado por la escalera.
-Admiro la paciencia
que le ponen. –les dije a Paul y John cuando pasaron junto a mí.
-Es un aburrimiento, ¿viste?
Pero igual está bueno. Vamos antes que George se coma una puerta.
Caminaron delante de mí
y sabía que detrás estaba él. Me sorprendí mucho cuando me tomó de un brazo,
obligándome a girar y mirarlo. Me clavó sus ojos y temblé.
-¿A qué viniste, Mercy?
Sus palabras sonaron a
acusación, bajé la mirada.
-Ya lo dije, pasaba por
acá. ¿No puedo saludar a mis amigos?
No dijo más nada ni me
atreví a levantar los ojos. Me soltó con suavidad y se fue caminando.
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¡Buenas tardes damas y caballeros! ¡Vengo a ofrecerles este capitulo a un módico precio!
De la calidad, ni hablemos. La verdad es que hoy debían pasar cosas, muchas cosas, pero si ponía todo, el capitulo se hacía muy largo, más del doble de lo que es. Así que, atención, atención, ATENÇÃO al siguiente capitulo.
Me despido, no se quejen que esta vez subí rápido, aguante tener vacaciones.Y no le digan cosas a mi Ringo, che! Jajaja.
Adiós!