En otro momento de mi vida, aquel día en la librería
me habría parecido asqueroso. Un clima hostil, poca gente, música aburrida en
la radio, los proveedores de huelga, y escasez de café. Pero como estaba
renovada, recuperada, rejuvenecida, reciclada y reseteada, ese día me parecía
maravilloso. El clima se me antojaba romántico, la poca gente era simpática y
conversadora, la música no era tan aburrida, los proveedores tenían derecho a reclamar,
y la inexistencia de café era buena para la hipertensión.
Jonathan me miraba, asombrado de que no estuviera
escribiendo un compilado de puteadas en distintos idiomas. Me sentía bien
porque era un día más de vida, un día al que tomaba como premio de un concurso,
un motivo de felicidad por pequeñas cosas. Bueno sí, ya paro, que la gente que
se salva de la muerte se vuelve insoportable con su discurso demasiado
optimista.
-Cuando tenga mucho dinero, me mudaré al Caribe.
Miré a mi empleado y sonreí, estaba fastidioso con
el viento helado y la llovizna que no cesaba. “Empleado”. No me gustaba para
nada esa palabra, quería cambiarla por otra, “socio”. Pero por experiencias
ajenas, sabía que las medias sólo servían para los pies, y a veces. Jonathan
era un chico capaz, trabajador, con ganas de progresar…La pareja de negocios
ideal. Pero tenía miedo que el dinero estropeara eso y nuestra amistad. No
porque desconfiara, sino porque generaba muchos problemas.
Tenía una idea, aunque parecía descabellada, porque
si bien el negocio funcionaba muy bien, no era para tanto. La idea era una
sucursal en Londres, de la que Jonathan se encargaría, a la vez que afianzaba
su relación con el chico Mike que tanto le gustaba y que vivía allí. El
proyecto era demasiado ambicioso aún, y todavía no quería arriesgarme tanto. Lo
miré de vuelta, quería comentárselo, ver qué opinaba, pero me frené para no ilusionarlo
con algo que quizás jamás se produciría. Había que tener muchas cosas en cuenta,
entre ellas, mi salud.
Me sacó de mis pensamientos el sonido de la
campanilla de la puerta. Con el cabello revuelto y húmedo y un poco tiritando,
me saludó Grace. Me pareció extraño tenerla allí y más con el día que hacía. La
invité a sentarse y le ofrecí un té. Me quedé mirándola cómo lo tomaba,
interrogante, intrigada por el motivo de su visita. Cuando pareció darse cuenta
de lo que me pasaba, rió.
-Disculpá que te haya caído así, seguro que estás
extrañada.
-Convengamos que no es el día ideal para comprar
libros…
-A mi este clima me da ganas de estar metida en la
cama, leyendo, así que no te llame la atención que esté acá, aunque…no vine por
eso exactamente. Verás, no sé como preguntarte esto, te parecerá que soy una
metida.
-Mmm…preguntá y listo, no hay problema.
-Bueno…yo…yo quisiera saber porqué Paul se separó de
Abby.
-Wow, no me esperaba eso.
-Mercy, sé que ella es tu amiga y comprenderé si no
querés hablar. Él me habló poco y nada de ella, y quisiera saber para no cometer
los mismos errores, para no hacerlo sufrir…Y también por curiosidad, voy a
serte sincera.
-Bueno, me extraña que me preguntes a mí, y voy a
contarte aunque no sé mucho. Nunca entendí bien porqué se separaron, aunque lo
más probable sea porque no eran compatibles. Mientras eran chicos todo bien,
pero ya sabés, cuando somos chicos somos todos iguales. Pero después crecieron,
y ella se fue a Londres…No sé, son conjeturas.
-Bueno, si es porque ella se fue a Londres, entonces
a mí me espera el mismo destino.
-No creas, él ya te conoció viviendo allí. Quedate
tranquila, aunque lamento no ser de mucha ayuda.
-¿Qué? Me ayudaste mucho, y te lo agradezco.
Disculpá si soy un poco desubicada.
-Creo que es normal que quieras saber, y ojalá tengas
suerte con él. Es un buen chico, te lo aseguro.
Le pasé la lengua al sobre y lo apreté para que se
pegara. Garabateé el nombre y la dirección de Astrid y salí caminando hacia el
correo. Por fin había tomado la decisión y le había contestado, aceptando su
visita. A decir verdad, me daba miedo, pero también mucha curiosidad por saber
qué pasaría, qué contaría Astrid, cómo estaría. Mientras caminaba, sentí que
una bicicleta frenaba a mi lado. Miré de reojo y era George. Estiró una pierna
para darme un golpecito en una de las mías.
-¡Ay idiota, me vas a hacer caer! ¿Qué te pasa?
-Hola.
-Hola maldito enano.
-Cuidado, habló la alta. Tengo novedades.
-No me importan. Dejame en paz, voy al correo.
-¿A qué?
-A comprar pescado. ¿A qué va a ser? ¡A mandar una
carta!
-¿A quién?
-Sos demasiado chusmo, ¿sabías?
-Sí. Bueno, ¿te cuento la novedad?
-No.
-Vamos a estar en la tele.
-No te cree ni Dios. Salí de acá, me molestás.
-¡De verdad te digo!
Me detuve y lo miré. Me miraba entre travieso e
ilusionado, por lo tanto no sabía si creerle o no.
-De verdad. –repitió.
-Le preguntaré a John.
-¿Le creés a él y a mí no? Estás loca. Hablo en
serio, estaremos en la tele en…esperá que cuento…cuatro días. En cuatro días prenderás
el televisor y estaremos ahí. Y vos no.
-Ni quería tampoco.
Tuve que tragarme toda mi desconfianza cuando vi que
sí, que era totalmente verdad, y que los chicos estarían en la televisión. Y
allí no estaba cualquiera. La noche de su debut televisivo, creo que toda la
ciudad se paró para verlos. Esa tarde, Harry se había subido al techo de mi
casa para acomodar bien la antena y que no surgieran inconvenientes en medio de
la audición. Ayudé a mi madre a preparar algunas cosas ricas ya que Cris,
Juliet, Jonathan, Grace, y Mimi vendrían para verlos todos juntos.
-¿Y?
-Jonathan, es la quinta vez que decís “¿Y?” Todavía
falta media hora, es obvio que no están actuando aún. –contestó Juliet,
estirándose en el sofá.
-Estoy nerviosa. –dijo Grace, negándose a tomar Coca
Cola. –Siento algo en la panza.
-Estás embarazada.
-¡Jona! –gritaron las dos, él soltó una carcajada.
-Ay por favor,
estos cacahuetes están para la muerte…Y también estoy nerviosa, y como
más de esta porquería. –agregó Cris.-¿Y usted Mimi?
-Yo no. Tengo curiosidad por ver qué desastres
hacen.
Las miré a las dos, “suegra” y “nuera” se llevaban
bastante bien. No eran el ejemplo del amor y la fraternidad, pero tampoco se
odiaban. Las dos se trataban con mucho respeto, y eso me asombraba de Mimi,
pero seguramente era así porque la veía mayor que John y por lo tanto no tan
alocada como él y otras posibles novias que pudiera tener su sobrino.
-Ay Mimi –mi madre rió- No son tan malos…No me va
mucho la música que hacen, pero son divertidos.
-Divertidos también son los payasos.
-¡Ahí está! –grité, señalando y haciéndolos callar.
El programa comenzó con un montón de idioteces que
no nos interesaban, por lo tanto, todos le hablábamos al televisor, diciéndole
que se apurara, que queríamos ver lo importante. Al fin el locutor se dignó a
presentarlos.
-¡Ay, me atraganté! –Cris tosió por la emoción, nos
reímos y seguimos gritando. O sea, que mucho no escuchamos porque una tosía y
el resto gritaba, hasta Mimi.
-Mirá, ahí lo tenés al tuyo. –Jonathan me dio un
codazo al ver a Richard. Lo ignoré, aunque no podía evitar mirarlo a él. Vamos,
le tenía muchísimo cariño a John, a George, y a Paul, pero no podía mirarlos a
ellos, mis ojos se iban directo a él.
La audición terminó, mucho no vimos ni escuchamos,
pero sin querer, éramos algo así como los pioneros de lo que vendría después:
gente gritando, atragantándose y llorando cuando veían a los Beatles, y por
supuesto, sin enterarse mucho de lo que sucedía.
Dos meses después de dejar el hospital, mi madre y
Harry se fueron de casa, no muy
convencidos. Les había demostrado que estaba perfecta, que me cuidaba, tomaba
los medicamentos, me hacía los controles, y que otra vez me valía por mí misma
para todo. Tardaron días en hacer sus maletas, la idea no les agradaba mucho,
preferían llevarme con ellos aunque no lo propusieron, y se los agradecía internamente,
no quería andar dándoles explicaciones de porqué no quería dejar mi ciudad,
aunque fuera por un tiempo.
Así que allí estaba otra vez, sola, tratando de
acostumbrarme, porque si bien ansiaba mi independencia, había olvidado lo que
era vivir y arreglarme sola. También me sentía un poco paranoica, por cualquier
dolorcito, por mínimo que era, miraba al teléfono y repasaba en mi mente el
número de urgencias. Sacudí la cabeza, tenía que ponerme en acción y dejar de
recordar la noche en la que casi me morí. Caminé hacia la cocina, no muy feliz:
otra vez volver a cocinar, a comer la porquería que preparaba mezclando y
quemando cosas. Si algo tenía claro para mi futuro, era que cuando fuera rica,
tendría un cocinero.
De pronto, el timbre. Miré la hora, casi las nueve de
la noche, ya muy tarde para hacer visitas, y más aún en invierno. Lejos de
tener miedo, sentí fastidio, no tenía ganas de hablar, de contar por milésima
vez lo que me había sucedido, o peor, invitar a alguien a cenar mis desastres.
Abrí la puerta sin siquiera mirar quién era, y rogué que la tierra me tragara
cuando vi que el inoportuno no era otro que Richard.
-Hola.
-¿Qué querés?
-Vine a visitarte.
-Tarde para hacer visitas, y si mal no recuerdo, te
eché.
-Me echaste del hospital, no de tu casa.
-Mejor para mí, te echo dos veces. Andate.
-No quiero.
-Me importa un carajo si querés o no, te estoy diciendo
que te vayas y que no aparezcas nunca más, por ningún lado.
-No me voy sin que antes me des una explicación.
¿Por qué me odiás?
-Bueno, ahora el señorito pide explicaciones. Fui bastante
clara, si tenés problemas mentales no es mi culpa.
-Te pedí perdón, te dije que no sabía cómo arreglar todo, cuando se
acabaron los obstáculos fui a buscarte y te pasó lo que te pasó. Perdoname por
todo lo mal que hice, estuve muy ciego.
Lo miré seria, casi sin respirar. Apreté los dientes.
-Dejame en paz. –dije al cabo de un silencio
interminable.
-¿Por qué querés que me vaya, si en realidad querés
que me quede? Mercy yo te quiero, te lo dije muy claro, y sé muy bien lo que te
pasa conmigo. Eso no me lo podés negar.
-¿Y vos qué sabés lo que yo quiero, lo que me pasa,
lo que niego o lo que no niego? No seas payaso, ¿querés? No sos nadie en mi vida,
los favores que me hiciste te los pagué, no hay más nada, así que repito, te
vas, borrate de una vez, salí de mi vida. Buscate otra puta, no quiero saber
nada con vos, por mí morite. Y si no te vas, te denuncio por acosador, porque
ya me tenés cansada.
Esbozó una media sonrisa resignada, asintió. Después
apretó las mandíbulas, me miró. Aquella mirada me traspasó, era inútil que le
mintiera, él sabía todo de mí con sólo mirarme, y lo odié por eso.
-Está bien, si eso es lo que querés, me voy. –se
giró, caminó unos pasos hacia la vereda. En vez de cerrar con un portazo,
demostrando lo enojada que estaba, me quedé allí, helándome, sin poder mover ni
un dedo. No podía despegar mis ojos de él.
-Ah, me falto decirte algo. –de pronto se giró,
caminó de nuevo hacia mí.
-Andate, la puta madre.
-Bien, sólo era que estás muy linda.
-No podés más de pelotudo, mirá lo que decís, no
tenés vergüenza, sos un caradura.
Otra vez asintió, y se giró. Pero volvió a mirarme y
de la nada, me agarró la cara y me besó. Me quedé petrificada, pero no tanto
como para no librarme de él.
-¿Qué hacés, idiota? ¡Ahora sí te voy a denunciar,
sos lo peor Starkey! ¡Te odio, dejame en paz!
Pero era claro que no me iba a dejar protestar. Me
besó, me abrazó contra él, quise zafarme pero, ¿para qué? Era inútil seguir
engañándome, lo amaba y aquello me encantaba. Me separó apenas.
-Perdón, pero era la única forma de que te calmaras.
Le sonreí como una tonta.
-¿Y cómo sabés que ahora no te voy a pegar una
patada en los huevos?
No pudo contener una carcajada, levanté apenas una
rodilla.
-Ey, ey, quieta ahí. –me miró asustado- De acuerdo,
me voy.
-No, no te vayas. –le sonreí.-Aunque si hubiera sabido
que este era el método para sacarte de encima, lo hubiera usado antes. Pero no,
no te vayas. Ganaste, ¿estás contento?
-Mucho. –me besó nuevamente. Sus besos eran tiernos,
dulces, perfectos, lo más soñado por mí y quizás por cualquier mujer. Cuando le
dije que no se fuera, en realidad le estaba diciendo que no se fuera nunca más
de mi vida, que se quedara para siempre así, besándome y teniéndome en las nubes.
Sin saber muy bien cómo, terminamos en el sofá.
-Pará, pará, pará. –lo separé, tomando aire.-Esto es
muy rápido, así que te voy a pedir que te retires porque sé muy bien qué sigue
a todo esto.
-¿Ah, sí? ¿Y cómo lo sabés? –sonrió, pícaro.
-Porque en todas las películas pasa lo mismo.
-Bueno, hagamos como en las películas.
-No te hagas el gracioso Starkey. Esto no va a
suceder por una serie de factores: Primero: Te odio. Segundo: No puedo hacer
nada, ya sabés, riesgo de muerte. Tercero: Soy virgen. Cuarto: No sé qué es lo
cuarto, pero bueno, es algo. Basta, te vas.
-No me convence tu lista de cosas. Creo que hay algo
más…
-Bueno….sí, hay algo. –bajé la vista, algo triste-Soy
horrible, pero más horrible es una cicatriz que tengo en el pecho, la de la
operación. Es espantosa me da asco a mí y a cualquiera. Así que por todo esto, te
pido que te vayas, aunque te dije que te quedaras. Soy una histérica, lo sé,
pero por favor, dejame tranquila, necesito asimilar todo esto. Mañana si querés
vení y aclaramos todo.
Desvié mis ojos de los suyos, para que no los notara
húmedos, pero obviamente se dio cuenta igual.
-Mercy…sabés muy bien que no me voy a ir. Vine para quedarme con vos, para que no
estés más sola, y te voy a imitar, te voy a dar mi lista de motivos: no creo
que me odies, porque no te lo creés ni vos, y sobre lo otro…no te quiero obligar
a nada si no te sentís bien, si no querés nada. Y sobre la cicatriz, ey,
olvidate de eso, no pasa nada, todos tenemos cosas que no nos gustan, no hay
nadie perfecto, eso te lo venden las revistas, y además, por esa cicatriz te salvaron
la vida. No la tomes como algo horrible, tomala como algo bueno, un símbolo de
todo lo que pasaste y superaste.
-Me gustan tus palabras de libro de autoayuda, pero…
-Mercy, basta. Basta de peros, de buscarle la vuelta
a todo. –me besó otra vez, lento, suave. Poco a poco, fui olvidándome de mi
serie de motivos enumerados y recordando con quién estaba. A la mierda con
todo, había llegado el momento de ser feliz y amar sin peros, como Richard me
pedía.
-Mercy….-de pronto se separó, parecía preocupado de
repente-¿De verdad te puede dar otro infarto?
Reí por la ternura de su pregunta.
-Y yo qué sé si me va a dar un infarto…Puede ser
ahora, o andando en bici, o en treinta años haciendo un pastel. De todos modos,
me gustaría morirme así, con vos.
-Te aviso que eso no tiene nada de romántico.
-Ya lo sé, bobo. –me reí al ver su cara de desconcierto,
y él terminó riendo también, a la vez que me abrazaba y me daba besos en las
mejillas.
-¿Sabés qué? –le dije.
-¿Qué?
-Me estás aplastando.
Soltó una carcajada y me abrazó. Nos quedamos mucho
tiempo así, o quizás sólo fueron unos minutos, lo que sé es que me gustaba y
que en ese momento me sentía la persona más feliz de la Tierra. Después tomé
una decisión, porque ya no tenía sentido seguir postergando cosas en mi vida.
-Rich.
-¿Si?
-Vamos a mi habitación.
No dijo nada, así que lo tomé de la mano y subimos.
Me sentía rara subiendo las escaleras de mi propia casa sabiendo lo que iba a
hacer, pero vamos, que tampoco era para tanto, porque no iba a matar a nadie, más bien todo lo contrario. Cuando
llegamos, encendí la luz.
-Con la luz prendida, ¿eh? –me besó una mejilla.
-No seas pavo. –le di un codazo suave, reímos.
-Ey, ey, no pegues morocha.
-¿Sabés? Me encanta que me digas morocha, al fin te
lo puedo decir.
-Creo que hay muchas cosas que tenemos que decirnos,
¿no?
-Sí, pero mejor dejémoslo para otro día.
Otra vez sonrió, me mataba que lo hiciera, mucho más
que otras veces que lo había visto sonreír, porque sus sonrisas ahora eran sólo
para mí. Lo abracé, quería estar cerca de él lo más posible, y me encantaba
cuando me abrazaba tan fuerte. De pronto, sentí que me besaba el cuello, me
dejé hacer, mientras soltaba risitas porque me hacía cosquillas. Él también se
reía, parecíamos dos chicos. O eso éramos todavía.
Tomó mi mano, la miró, al parecer no había ningún
apuro para nada.
-Me gustan tus manos, son suaves como siempre creí
que eran.
-Qué poeta.
-Dejá de boicotearme todo lo que te digo.
Le saqué la lengua y me besó, nos sentamos en la cama
y me recosté tirando de él. Los besos fueron dejando de ser un juego para ser más
intensos, más en serio. Lo separé y me quité el suéter y lo tiré por ahí,
justamente como en las películas. Me miró asombrado, seguramente no pensaba que
yo fuera así, de hecho ni yo lo sabía. Volvió a besarme y comenzó a
desabrocharme la camisa. Miré a otro lado y me tapé el pecho con las manos. De pronto
el desparpajo había desaparecido y sólo sentía vergüenza.
-No puedo. –dije angustiada.
Con suavidad retiró mis manos y se me quedó viendo.
-Amor…no es fea, ¿por qué decís eso? –lo miré, aliviada,
sabía que me hablaba con sinceridad, y además era la primera vez que me llamaba
“amor”.-Tampoco es tan grande y espantosa, es sólo una cicatriz. Y ya te dije,
el símbolo de que te salvaron la vida.
No pude contestarle nada, lo vi y lo sentí dándole
pequeños besos a esa cicatriz, que ya no me parecía tan fea como antes.
Lo que siguió fueron besos, caricias, un quitarse la
ropa que ya parecía tan molesta, y morderse los labios para no gritar cada vez
que sentíamos la piel del otro rozándonos. Fue hacer el amor con suavidad, con
cuidado, lentamente porque no había ninguna prisa, con sonrisas al vernos transformados
en algo que no imaginábamos ser. Sentía dolor, sí, que por más masoquista que
suene, yo lo encontraba dulce y placentero, no quería que cesara nunca. Tenía a
Richard conmigo, tenía a la persona que más había amado y que, estaba segura,
jamás dejaría de amar. Será por eso que olvidé absolutamente todo, las amarguras
del pasado, las lágrimas, la soledad, la rabia, años de sufrimientos reemplazados
por unos minutos de dulce locura que ya ansiaba que se repitiera hasta el fin de
mis días. Para mí sólo estaba él y nadie más, sintiendo que me amaba como siempre
había soñado, diciendo mi nombre al oído como también había soñado. Me abracé a él cuando sentí que volaba, que
aquello era demasiado bueno para mí, y creo que hasta me brotaron unas
inexplicables lágrimas, las más hermosas. Luego me abrazó, dejándose caer
rendido sobre mí, con su sonrisa pintada en la cara, queriéndonos dar besos
para los cuales nos habíamos quedado sin fuerzas. Quedamos como muertos, respirando
como podíamos, soltando algún que otro gemido que nos había quedando sobrando.
Se apoyó en los codos y sonrió, acariciándome una
mejilla.
-¿Estás bien?
-Más que bien. –le agarré la cara y lo besé. –Te
amo, ¿sabías?
-Claro que lo sé. Y yo también te amo, ¿sabías?
-Por suerte, sí.
Nos tapamos hasta la cabeza, riéndonos y nos abrazamos,
todavía robándonos besos y caricias, hasta que él se fue quedando dormido. Me
acurruqué contra su cuerpo, me abrazó para pegarme más a él, y enseguida
también me dormí, rogando que aquello no fuera otro sueño más de los que tenía cuando
volaba en fiebre, y si lo era, rogaba no despertar nunca más.
Sí, éramos como dos chicos que al fin unían sus
destinos.
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¿A que hoy no me quieren matar? Bueno, hoy podemos decir AAAAAAAALLLLL FIIIIIIIIIINNNNNN Miren que pasó tiempo, ¿eh? Dos años esperando esta porquería, me dirán ustedes, y sí, dos años esperando esta porquería, les contesto yo. Ahhhh el amorrrr...
Me despido, dejándoles un videíto muy lindo que encontré. Me imagino que todas conocen "Real Love" (a ver, díganme una canción más linda que esa, me da ganas de enamorarme con sólo escucharla, y eso es un milagro jaja) Miren el video que es muuuy tierno así siguen todas romanticonas.
¡Un saludo especial para Natty, que hoy cumple años! ¡Feliz cumple Natty!
Ahora sí me voy, ¡nos vemos en el próximo!